Entra en cualquier farmacia, parafarmacia o tienda naturista y verás
estantes llenos de suplementos de vitamina D. Luego date una vuelta por una
librería y encontrarás todo tipo de libros que promocionan las maravillas de la
vitamina D. Siéntate en el ordenador, entra en PubMed, la base de datos de
referencia para artículos médicos serios y aparecerán miles de referencias, con
diferentes conclusiones sobre los niveles sanguíneos adecuados y cómo
alcanzarlos.
¿Cómo te quedarás? Confundido, sospecho.
Vayamos por partes, como diría Jack el Destripador. Comencemos con los
hechos. No hay duda de que la vitamina D es esencial para la absorción del
calcio y el fósforo de los alimentos. Dado que estos, a su vez, son esenciales
para la adecuada formación de los huesos, es obvio que los niveles insuficientes de vitamina D
provocarán huesos debilitados y osteoporosis.
La cuestión es qué niveles se consideran insuficientes y qué se puede
hacer al respecto. Puedes obtener vitamina D de tres maneras: a través de la
piel, de la dieta y de suplementos. El cuerpo elabora la vitamina D después de la exposición a la luz solar, convirtiendo el 7-dehidrocolesterol
presente de forma natural en la piel en vitamina D. Por tanto, la falta de
exposición al Sol puede ser la causa de una deficiencia vitamínica. El ejemplo clásico
fuela epidemia de deformación esquelética conocida como raquitismo que se
observó en niños durante la Revolución Industrial en el Reino Unido, cuando las negras humaredas arrojadas por las fábricas oscurecieron el sol.
Sin embargo, demasiada exposición al Sol puede
acarrear cáncer de piel, así que muchas personas tratan de obtener su dosis de vitamina D de otras fuentes. En cualquier caso, aunque no hay duda de que la
exposición al Sol es importante, no tenemos que asarnos como espetos en la
playa para obtener una buena dosis de vitamina D. Caminar entre quince y
treinta minutos al aire libre es suficiente.
Nuestro cuerpo también almacena vitamina D en el hígado, por lo que
incluso estar sumido en la oscuridad durante unos días no supone un problema. Aun
así, es posible que en el invierno en los climas del norte, con un prolongado
confinamiento en interiores, los niveles en sangre bajen. Por eso, los
esquimales devoran crudos los hígados de la presas de caza.
¿Cómo sabemos si tenemos deficiencia de vitamina D?
Obviamente con un análisis de sangre. Parece fácil, pero no lo es porque las opiniones en la interpretación de los resultados son diferentes. En 2010, un
grupo de expertos del Instituto Médico Estadounidense (IOM), el organismo
federal encargado de asesorar al público en materia de salud, examinó los datos
disponibles sobre los niveles en sangre y la resistencia de los huesos. Su
conclusión fue que 20
nanogramos de vitamina D por mililitro de sangre (ng/mL) ofrecen una
protección adecuada. En muchas ocasiones eso se interpretó en el sentido de que 20
ng/mL era la cantidad mínima necesaria para la protección y que se necesitaban dosis más altas. No es así: el análisis del IOM decía que 12-15 ng/ml era suficiente, pero
sugirió 20 ng/ml, «sólo para estar seguro».
Un año después, la Sociedad Endocrina llegó a una conclusión diferente. Su nivel mínimo era de 30 ng/ml y recomendaba entre 40 y 60 ng/ml para estar seguro de la “suficiencia”. El motivo fue que esa Sociedad tuvo en cuenta los posibles beneficios de la vitamina D, y no solo la resistencia de los huesos. Por ejemplo, si los niveles de calcio son bajos debido a una cantidad insuficiente de vitamina D, las glándulas paratiroides pueden volverse hiperactivas y producir una hormona para normalizar el calcio en la sangre.
Este hiperparatiroidismo
puede provocar fatiga, debilidad muscular, calambres e incluso depresión. La
recomendación de alcanzar un nivel en sangre de 40 a 60 ng/ml produjo un fuerte debate, porque algunos expertos afirmaron que el presidente del comité de la
Sociedad Endocrina tenía un
conflicto de intereses debido a sus vínculos con una empresa que vendía
suplementos de vitamina D.
Casualidad no es lo mismo que causalidad, aunque parezcan lo mismo
Si lees con la debida atención los libros sobre la vitamina D que nunca faltan en los estantes de las librerías, aprenderás que deberías consumirla no sólo para tener huesos estupendos, sino también para protegerte de enfermedades cardíacas, cáncer y diabetes.
Las lecturas te pondrán la cabeza como un
bombo con una inundación de referencias. Por ejemplo, es posible que leas que
el todavía vigente Estudio
del Cardiológico de Framingham que durante cinco años siguió a unas 1.700
personas sin enfermedades cardiovasculares previas encontró una asociación
entre niveles bajos de vitamina D en sangre y un mayor riesgo de desarrollar
enfermedades cardíacas.
Seguramente darás con un estudio noruego que
correlaciona niveles sanguíneos más altos de vitamina D con una menor
incidencia de diabetes tipo 2. Sin embargo, ten en cuenta que esos estudios basados
en simples observaciones deben cogerse con pinzas. Puede ser que las personas con
niveles bajos de vitamina D tengan una dieta deficiente y puede que algún otro
aspecto de su dieta sea el responsable del aumento de las enfermedades
cardíacas. Recuerda que muchas veces “la correlación puede ser casualidad y no causalidad”
que no es lo mismo.
Esos estudios basados en observaciones generaron mucho interés y
estimularon ensayos
aleatorios controlados con placebo en los que miles de sujetos que fueron
seguidos durante años recibieron hasta 4000 Unidades Internacionales (UI = 100
microgramos) de vitamina D al día. Los resultados fueron sorprendentes. Los
suplementos no ofrecían protección contra enfermedades cardíacas, diabetes,
cáncer, fibrilación auricular, riesgo de caídas o incluso fracturas. Sin
embargo, esto puede obedecer a que los sujetos de dichos estudios no eran
representativos de la población general. Alrededor del 85% ya tenía niveles en
sangre superiores a 20 ng/ml, por lo que no eran deficientes en vitamina D.
Pero, para satisfacción de los fabricantes de suplementos, también se
obtuvieron algunos resultados positivos en enfermedades autoinmunes como la
artritis reumatoide, la enfermedad de Crohn y la psoriasis. Los síntomas se
redujeron después de tomar un suplemento diario de 2000 UI durante dos años.
Cuando se trata de la población general, varios estudios han
documentado deficiencias. Tanto la Encuesta
Nacional de Examen de Salud y Nutrición (NHANES) en Estados Unidos como el estudio
del Biobanco en el Reino Unido encontraron que aproximadamente un 30% de la
población presenta niveles en sangre inferiores a 20 ng/mL.
¿Qué hacemos?
En primer lugar, lo que te diga el médico. La mayoría de las
agencias de salud del mundo están de acuerdo en que niveles sanguíneos de 20 a
30 ng/mL significan que la ingesta es adecuada y que esos niveles pueden alcanzarse con
una ingesta diaria de aproximadamente 400 a 600 UI de vitamina D.
Sin embargo, esa ingesta no es tan fácil de conseguir, porque la vitamina D no abunda en la dieta. El pescado azul, los champiñones, la yema de huevo, los productos lácteos enriquecidos y los cereales son las mejores fuentes, pero es poco probable que satisfagan las necesidades mínimas del cuerpo a menos que se combinen con la exposición al Sol.
Conseguir esa ingesta es especialmente problemático en personas con enfermedad renal, hepática, de Crohn o celíaca, cuyas características interfieren con la absorción de la vitamina o con su conversión a la forma activa, la 1,25-dihidroxivitamina D. En tales casos, los suplementos son imprescindibles.
También hay cada vez una mayor investigación sobre el papel
de la vitamina D en la función inmune, incluida la reducción de la gravedad
de la infección por COVID-19.
Después de haber digerido toda la información, llego a la conclusión de
que tomar una pastilla de 1000 UI al día, “sólo por seguridad”, no es una mala
idea… si te lo prescribe el médico. Cmo no es el caso, me voy a dar un paseo. ©Manuel
Peinado Lorca.