La capacidad de mantenerse pujante a pesar del frío, la lluvia y la nieve, unida a su vistosa combinación de colores rojo y verde, ha hecho que desde la noche de los tiempos se considere al acebo (Ilex aquifolium) un símbolo de fortaleza y eternidad.
Como ocurre con el tradicional
abeto o con la flor
de Pascua, el uso del acebo como planta navideña es más antiguo que la
propia Navidad. Según una
leyenda que contaban los celtas al abrigo de las primeras hogueras invernales, el rey Roble
reinaba durante los meses más cálidos y luminosos del año, mientras que cuando
los días se acortaban el manto de hojas verdes salpicado de bayas rojas del rey
Acebo lo reemplazaba en la estación más fría y con menos horas de luz.
La eguzkilore o flor del sol, Carlina acaulis, en el portón de un caserío navarro |
En la mitología nórdica, el acebo se asociaba con Thor, dios del trueno, y se creía que los acebos cultivados cerca o dentro del hogar evitaban la caída de rayos. Los antiguos romanos utilizaban el acebo como decoración durante las Saturnalia, un festival dedicado a Saturno, dios de la agricultura y la ganadería.
Mucho después, cuando el cristianismo se expandió por Europa, el sincretismo alentado desde Roma hizo que el acebo se adoptara como uno de los símbolos más característicos de la Navidad y el Adviento, intentando, además, que desplazara a su homólogo pagano, el muérdago, empleado por los druidas en las festividades del solsticio de invierno.
Para los cristianos, la simbología del acebo estaba clara: los
frutos rojos evocaban la sangre de Cristo y las hojas espinosas la corona de
espinas que portaba el Mesías, lo que no deja de ser curioso habida cuenta de
que el acebo no crece en Palestina.
Una viva y brillante apariencia
El acebo tiene el porte de un arbusto muy denso y ramificado
o el de un árbol (cuando no se ramonea o se poda) que alcanza hasta los 12 m de
talla. La corteza y las ramas son grises y lisas. Las hojas son persistentes,
simples, alternas, más o menos ovaladas y en general con el margen lleno de
espinas (de ahí el término aquifolium, que significa “hojas con agujas”),
en especial las de las ramas bajas.
Las hojas miden hasta 8 cm de largo, son verde-oscuras y
lampiñas por ambas caras, lo que las diferencia de las de la coscoja (Quercus
coccifera), que son mucho más pequeñas y claritas, o de las de la encina (Quercus
ilex; de hecho, en 1753 Linneo la denominó Ilex por su parecido con
las encinas), que son algo menores y tienen el envés aterciopelado. Por lo
demás, tanto encinas como coscojas viven en ambientes mucho más secos que el
acebo, que por lo general gusta de los ambientes sombríos.
En términos biológicos, los acebos son dioicos. Una especie
dioica es aquella en la que hay individuos machos e individuos hembras, como
ocurre, sin ir más lejos, entre nosotros. Las especies dioicas son opuestas a
las monoicas, cuyos individuos poseen tanto los órganos reproductivos
masculinos como los femeninos. Por eso la reproducción dioica es biparental:
necesita siempre de dos progenitores. La etimología es muy sencilla, pues en
ambos casos arranca del término griego “oikos” (casa) y mono (uno)
o diplo (doble) en uno y otro caso, en el segundo usado como apócope: di.
Los ejemplares macho tienen unas flores blanquecinas que
suelen pasar desapercibidas, como las de las hembras. En uno y otro caso pueden
alcanzar casi un cm de diámetro (algo menos las femeninas) y aparecen aisladas
o en grupitos más o menos densos. Las femeninas son dialipétalas (lo que quiere
decir que sus 4-5 pétalos van separados los unos de los otros) y las masculinas
simpétalas (con sus 4-5 pétalos soldados en un tubo muy corto), todas de color
blanco o rosado y ocasionalmente manchadas de púrpura.
Las flores femeninas tienen, como no podía ser menos, un
ovario; pero lo curioso es que en la base de este crecen unos estambres
estériles (estaminodios), lo que hace pensar que las flores eran
originariamente hermafroditas y habrían evolucionado hacia la reducción y
esterilidad de las piezas masculinas. Por su parte, las flores masculinas tienen
4-5 estambres perfectamente fértiles que están soldados a la corola.
Tras la fecundación, las plantas hembra producen unos frutos
globosos del tamaño de un guisante, verdes al principio y de color rojo intenso o amarillo vivo
cuando maduran en octubre o noviembre. Se mantienen en la planta durante todo el
invierno si los respetan los pájaros, puesto que los acebos son plantas
típicamente ornitócoras,
cuyas semillas son apetecidas por las aves.
Originario del sur y oeste de Europa, el acebo se encuentra formando
rodales más o menos puros, densos e impenetrables, aunque es más frecuente verlo como
acompañante de bosques de hoja caduca (robledales, hayedos, castañares…) o
perennifolios húmedos (tejedas, pinares e incluso encinares en situaciones
abrigadas y con suficiente humedad y sombra). En la península Ibérica es más
abundante en la zona septentrional y a medida que se desciende en latitud se va
acantonando en las serranías y áreas montañosas. Es indiferente al tipo de
suelo, pero se da mejor en los ácidos.
El dosel de hojas de sus formaciones tiene una importancia
muy considerable en los ecosistemas, ya que mantiene unas condiciones de
temperatura y humedad más suaves en su interior que favorecen el refugio de
numerosos animales en invierno. Estos, además, se benefician de sus frutos como
alimento.
Como no digieren las semillas, que expulsan enteras por las heces, las aves son inmunes al veneno de los frutos. Para los mamíferos los frutos son extremadamente tóxicos. La toxina es la ilicina, cuya ingestión provoca vómitos, diarreas y somnolencia. Los síntomas se presentan hacia las dos horas de su ingestión y se tratan con eméticos. Dada su toxicidad, el acebo está incluido en la orden ministerial por la que se establece la lista de plantas cuya venta al público queda prohibida o restringida por razón de toxicidad (Orden SCO/190/2004, BOE 32, 6 de febrero de 2004).
Otros usos
Además del simbolismo ya citado, el acebo ha sido una planta
utilizada desde muy antiguo. La madera es de muy buena calidad, dura y
tan densa que no flota en el agua, por lo que no es útil en la industria naval.
Es apreciada por los ebanistas para elaborar mangos, culatas de armas y por
teñirse bien de negro e imitar a la de ébano; además es muy estimada como leña,
para hacer carbón vegetal y por los pastores para confeccionar bastones resistentes, a
los que alude Cervantes en el cap. XIII de El Quijote:
«Venían unos pastores hacia ellos y traía cada uno un
grueso bastón de acebo en la mano…».
En la Égloga II del poeta y militar toledano
Garcilaso de la Vega, Albanio, el pastor desdeñado por Camila que según la crítica
es un trasunto del hermano menor del duque de Alba, don Bernaldino de Toledo, contempla
su propia imagen coronada de laurel en las aguas de una fuente, gracias a la
cual el autor recuerda su condición de militar y noble, y también sus
similitudes con Apolo, el dios privado de su amor:
«Allá dentro en el fondo está un mancebo,
de laurel coronado y en la mano un palo,
propio como yo, de acebo».
Las hojas se usan como forraje del ganado en
invierno y sobre todo como adorno navideño, especialmente si vienen acompañadas
de los frutos maduros rojos. Además, con su corteza se preparaba la liga, una
goma empleada en la captura de pájaros, actualmente prohibida para este fin. Se
hacía (y se hace para caza clandestina) con corteza cocida y fermentada hasta
formar un unte al que los pájaros se quedan pegados por las plumas en las
varetas pringosas.
El acebo se usa mucho como planta ornamental, aguanta muy
bien la poda y tiene numerosas variedades de jardinería que realzan las espinas
o matizan su verde intenso con bordes o manchas blancas o amarillas.
Además, se ha utilizado en medicina tradicional por sus
propiedades diuréticas y laxantes. Los frutos tienen propiedades purgantes y
pueden provocar el vómito, causando intoxicaciones si se ingieren.
Su llamativa apariencia y sus virtudes han jugado en su
contra. Su recolección para usos medicinales, ornamentales y su utilización en
ebanistería y marquetería han ido mermando las poblaciones naturales.
Actualmente, está protegido a nivel estatal por las legislaciones andorrana,
española y portuguesa. Además, aparece en los catálogos de especies protegidas
o amenazadas de numerosas comunidades autónomas españolas. Si se va a usar como
decoración navideña, conviene asegurarse de que procede de viveros o de que su
explotación es sostenible y legal. ©Manuel
Peinado Lorca. @mpeinadolorca.