Cada año, el 31 de octubre, y durante dos noches, miles de niños disfrazados, con los brazos extendidos y una bolsa abierta para guardar chuches, llaman a la puerta de sus vecinos.
Pedir dulces se ha convertido en una tradición casi sagrada de Halloween en Estados Unidos que se extiende por todo el mundo, pero una ancestral fiesta celta es muy anterior a la costumbre de los niños disfrazados que plantean “truco o trato”, una frase que se remonta a la década de 1920, cuando las bromas de Halloween se salieron de madre.
Mas o menos, lo que sigue intenta explicar cómo evolucionó el truco o trato.
Una fiesta milenaria
Los milenarios
orígenes de Halloween se remontan a la festividad celta de Samhain,
que señalaba el año nuevo. Los antiguos irlandeses y escoceses creían que el misterioso
velo que separaba los mundos de los muertos y los vivos se esfumaba cada año el 1 de
noviembre, lo que permitía que, como ocurría en los legendarios tiempos que se
perdían en la noche de los tiempos en cada pueblo y en cada aldea, los espíritus
volvieran a vagar por la tierra.
Además de hacer ofrendas y encender hogueras para los espíritus y para espantar a los demonios errantes, los celtas se disfrazaban de muertos con la
esperanza de mezclarse con los verdaderos espíritus resucitados evitando la
confrontación con ellos y el ataque de los demonios liberados.
Pero ¿cómo evolucionaron esas tradiciones celtas hasta convertirse en una
costumbre en la que los niños pedían dulces disfrazados para divertirse y no para protegerse de los espíritus?
Roma se apropia de la festividad
Avancemos hasta el siglo VII, cuando la Iglesia Católica se dedicó a
convertir las festividades paganas en festividades temerosas de su dios. Durante
el papado de Gregorio III (731-741 d. de C.), la ancestral fiesta de disfraces diabólicos
de los celtas se convirtió en la celebración de los santos celestiales de la
iglesia, el “Día de Todos los Santos", al que, además, trasladaron al 1 de
noviembre a fecha fija.
La festividad de la iglesia primitiva se llamaba "Allhallows"
o, abreviadamente, "Hallowmas", un antiguo término inglés
para el Día de Todos los Santos en el que “hallow” significa “santo”. El
nombre Hallowmas apareció por primera vez en el inglés medieval tardío
entre 1375 y 1425, aplicado específicamente a la fiesta del 1 de noviembre en
honor a los santos. Con el tiempo, se convirtió en sinónimo de Allhallows
y comenzó a referirse al día después de Halloween y no solo a la fiesta.
A principios del siglo XI la Iglesia Católica ya había designado el 2
de noviembre como el Día de los
Fieles Difuntos, una celebración destinada a honrar a los muertos que
esperaban en el Purgatorio antes de ser enviados al Cielo. Ese día se impuso la
costumbre de
“almorzar” de puerta en puerta: los pobres visitaban las casas de los ricos
y se ofrecían a rezar por los seres queridos fallecidos a cambio de “dulces
para el alma”, una práctica que pronto fue adoptada por los niños, que pedían
dinero, dulces o comida. En esa época era popular regalar a los niños pasteles
con cruces encima llamados “pasteles del alma” a cambio de que rezaran por el
donante.
En Escocia e Irlanda los niños hacían algo similar, pero disfrazados.
Visitaban las casas ajenas prometiendo no oraciones por los muertos, sino
entretenimiento. Los niños se disfrazaban e iban de puerta en puerta llevando con
ellos a alguno más talentoso capaz de cantar o de recitar poesía, una habilidad
ofrecida a cambio de golosinas.
El “truco o trato” moderno tiene elementos similares a las
celebraciones anuales de la Noche de Guy Fawkes. En esa noche, que conmemora el
fracaso del complot de la pólvora en 1605, los niños británicos llevaban
máscaras y portaban muñecos de paja mientras pedían monedas de un centavo. El 5
de noviembre de 1606, Fawkes fue ejecutado por su papel en la conspiración
liderada por los católicos para volar el edificio del parlamento de Inglaterra
y destituir al protestante rey James I.
En el Día de Guy Fawkes original, celebrado inmediatamente después de la ejecución del famoso conspirador, se encendían hogueras comunitarias o “fuegos de huesos” para quemar efigies y los “huesos” simbólicos del Papa católico. A principios del siglo XIX, se sabe que la noche del 5 de noviembre niños con efigies de Fawkes deambulaban por las calles pidiendo “un centavo para Guy”.
Un grupo de niños en Caernarfon, noviembre 1962, junto con su muñeco de Guy Fawkes. El cartel dice "Penny for the Guy" en galés ("un penique para Guy"). Foto.
El salto al otro lado del Atlántico
Esta práctica migró junto con los europeos a los Estados Unidos. Una
costumbre navideña popular de los siglos XVIII y XIX llamada belsnickling
practicada en Estados Unidos y Canadá era similar al truco o trato: gentes
disfrazadas iban de casa en casa para realizar pequeños trucos a cambio de
comida y bebida. Algunos belsnicklers incluso asustaban a los niños
pequeños antes de preguntarles si habían sido lo suficientemente buenos como
para ganarse un premio. Otras descripciones antiguas dicen que quienes recibían
las visitas tenían que adivinar las identidades de los juerguistas disfrazados
y dar comida a cualquiera que no pudieran identificar.
Aunque se practicaba en las comunidades de inmigrantes irlandeses y
escoceses de principios del siglo XX, el truco o trato no se extendió realmente
hasta las décadas de 1920 y 1930, cuando las bromas hacían estragos, porque en
la década de 1920 se habían convertido en la actividad preferida para los gamberros.
Una investigación
realizada por el etimólogo Barry Popik sugiere que el término "truco o
trato" apareció por primera vez a principios de la década de 1920. En
Estados Unidos, el ejemplo más antiguo registrado de la frase data de 1928. En
noviembre de ese año, el Bay City Times de Michigan decía que los
residentes temían la noche de Halloween, cuando se topaban en la puerta de sus
casas con el «… ultimátum fatal: “¡Truco o trato!”, dicho en tono amenazador
por un pequeño que apretaba en un puño sucio un pequeño trozo de jabón
capaz de eliminar la transparencia de todas las ventanas a su alcance».
La Gran Depresión exacerbó el problema del gamberrismo, porque con
frecuencia las travesuras de Halloween derivaban en vandalismo,
agresiones físicas y actos de violencia. Una teoría
sugiere que las bromas excesivas de Halloween impulsaron en la década de
1930 la adopción generalizada de la antigua tradición comunitaria de pedir
dulces.
Sin embargo, esa tendencia se vio cortada de raíz con el estallido de
la Segunda Guerra Mundial, cuando el racionamiento del azúcar hizo que hubiera
pocas golosinas para repartir. En el apogeo del baby boom de la
posguerra, pedir dulces recuperó su puesto entre otras costumbres de Halloween.
Rápidamente se convirtió en una práctica habitual en los crecientes
y prósperos suburbios recién construidos en Estados Unidos después de la
Segunda Guerra Mundial, que permitían a millones de niños caminar de forma
segura de puerta en puerta pidiendo dulces a sus vecinos.
Una antigua fotografía muestra a una mujer joven y cinco niños disfrazados de Halloween en Lexington, Oklahoma, alrededor de 1890. Foto de L. Cranson. |
La fiesta se comercializa
Sin estar limitadas por el racionamiento de azúcar, las compañías de dulces
capitalizaron el lucrativo ritual, lanzando campañas publicitarias nacionales
específicamente dirigidas a Halloween que se veían favorecidas por los nuevos
envoltorios individuales de caramelos y golosinas.
Fue todo un éxito comercial: hoy en día, los estadounidenses gastan en Halloween
unos 3.100 millones de dólares en dulces, según la Federación Nacional de Minoristas y el día
se ha convertido en el segundo festivo comercial más grande del país, después
de Acción de Gracias. Una buena parte del dinero se gasta en Reese's
Peanut Butter Cups, que según el distribuidor nacional Candy
Store es la chuche de Halloween más apreciada en Estados Unidos.
Las ventas de dulces cayeron en 2020 cuando las restricciones de la COVID-19
obligaron a los niños a quedarse en casa. Pero ahora, dos años después, los
pequeños estadounidenses han vuelto a salir a las calles para pedir dulces a sus
vecinos, de manera muy similar a los celtas y los belsnicklers que los
precedieron.
El cine ha hecho mucho por Halloween, ayudando a que se convirtiese en
una fiesta tan popular en Europa. El cine nos enseñó aquello de truco o trato y disparó las ventas de las calabazas, pero sobre todo nos dejó grandes clásicos del terror y de eso
que después llamamos slasher, un género que se basa en un enmascarado
matando a un montón de gente con gran despliegue de hemoglobina. Si hablamos de
asesinos enmascarados, la película que se nos viene a la cabeza es, claro, Halloween,
obra maestra del susto dirigida por John Carpenter en 1978 en la que, dicho sea
de paso, debutó una veinteañera guapísima llamada Jamie Lee Curtis.
A mediados del siglo XX, los antiguos trucos de Halloween
prácticamente habían desaparecido. Los niños sólo querían dulces y los dueños
de las casas que dejaban las luces encendidas se los daban. Quienes preferían
evitarlo mantenían las luces apagadas. Hoy en día, pocos niños tienen
intenciones de hacer una gamberrada si no les ofrecen dulces. Y si alguien no
desea participar en el juego, simplemente puede simular que no hay nadie en
casa, como los antiguos celtas que se hacían los muertos para evitar enfrentarse
a los resucitados. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.