Uno de los mayores acontecimientos en la historia de la Tierra se produjo cuando las plantas comenzaron a colonizar los continentes. Al hacerlo, lograron alcanzar unos recursos cuya disponibilidad limitaba a sus ancestros que habitaban exclusivamente en los océanos y se prepararon para convertirse en los segundos grandes transformadores del mundo.
Aunque sea difícil imaginar un mundo sin ellas, durante casi el 90% de
la historia de la Tierra, no hubo plantas terrestres, que surgieron hace poco
más de 400 millones de años, lo que, comparado con los más de 4.000 millones de
años de historia de la vida en nuestro planeta, es una minucia.
El avance evolutivo que supuso la conquista del medio terrestre les permitió
convertirse en el segundo grupo de organismos que cambiaron radicalmente el
mundo dos mil millones de años después de que las cianobacterias oxigenaran el
planeta en la primera gran revolución que cambió el mundo. Las cianobacterias protagonizaron
la Gran Oxidación, probablemente el mayor
desastre ambiental de la historia que, paradójicamente, también sentó las bases
para el desarrollo de la vida multicelular en la Tierra.
En buena medida, las innovaciones evolutivas de las plantas se
comprenden mejor indagando la conexión con sus predecesores cianobacterianos y
con el siguiente grupo de organismos que cambiarán el mundo: los humanos. Esa
conexión reside en la “receta de la vida”, los cinco elementos que componen
todos los seres vivos: hidrógeno, oxígeno, carbono, nitrógeno y fósforo.
Preparemos el escenario para la historia de las plantas considerando el
mundo en el que surgieron. Los océanos de hace 400 millones de años no eran
radicalmente diferentes de los que cubren hoy el 70% de la superficie del
planeta. Sin embargo, la Tierra era mucho más cálida y de polo a polo regía un
clima tropical.
Todo tipo de organismos, incluidos vertebrados e invertebrados de todas
formas y tamaños, vagaban por los mares. Los continentes que asomaban desde la
superficie del agua tenían aproximadamente su tamaño actual, aunque no en las posiciones
modernas a las que condujo la deriva continental.
Fundamentalmente, la química del océano era similar a la actual. Comprender esa
química ayuda a explicar lo verdaderamente extraordinario y cambiante que fue la
mudanza a tierra firme.
El nitrógeno, un recurso prácticamente ilimitado…. En el aire, no en el agua
¿Cómo vivían los organismos en ese antiguo océano? Como hoy, las
cadenas alimentarias oceánicas se basaban en el consumo de organismos
fotosintéticos productores de oxígeno como las cianobacterias y el plancton. Pero
a diferencia de la mayor parte de la fotosíntesis actual que utiliza el CO2,
la maquinaria celular de la fotosíntesis de esos organismos unicelulares funcionaba
mediante aportes de nitrógeno procedentes de cianobacterias y otros microorganismos nitrificantes
que podían "fijar" el nitrógeno del aire, un recurso infinito.
El agua (hidrógeno más oxígeno) y el nitrógeno son tres elementos de la
receta de la vida, los elementos que todos los organismos comparten en
proporciones muy similares. Gracias
a la fotosíntesis, la luz del sol, el agua
abundante y el nitrógeno "fijado" impulsaron la adquisición de un
cuarto ingrediente, el carbono,.
A pesar de que las cianobacterias pueden aprovechar una fuente
prácticamente ilimitada de nitrógeno del aire, se piensa que el nitrógeno
impuso una limitación clave a la vida que existía en el antiguo océano. Es un
poco enigmático saber por qué ocurrió tal cosa. Especulemos.
La fijación de nitrógeno puede dar a las cianobacterias una ventaja
sobre los organismos fotosintéticos que no pueden realizar ese notable ejercicio
de alquimia biológica. Pero una vez que una cianobacteria muere y se
descompone, el nitrógeno que capturó debería estar disponible para otros
organismos.
Ciclo del nitrógeno |
El reciclaje es la norma en la naturaleza: una vez que un nutriente
escaso ingresa en un sistema, tiende a permanecer allí, buscado ansiosamente
por todos los interesados. Pero entonces, si las cianobacterias podían acceder
a una cuenta bancaria prácticamente ilimitada de nitrógeno atmosférico, ¿por
qué el nitrógeno siguió siendo relativamente escaso en el océano? ¿Por qué las
cianobacterias no consiguieron que se acumulara?
Este enigma ha preocupado a los científicos evolucionistas durante
décadas y, como sucede con otros muchos buenos enigmas, no existe una respuesta
única y clara. Las pérdidas de nitrógeno son importantes sin duda alguna, pero
quiero centrarme en otra de las muchas razones que se le han ocurrido a algunos
científicos: que la proliferación de organismos fotosintéticos en el océano, en
general, y de cianobacterias en particular, estaba limitada por otro elemento
de la receta de la vida.
Los dos elementos más abundantes en la receta son el hidrógeno y el
oxígeno. Al vivir en el océano, las cianobacterias tenían amplio acceso a
ellos. La fotosíntesis utiliza la luz solar y el agua de manera eficiente para
capturar carbono, que abunda en el océano. Investigaciones realizadas en la
década de 1950 demostraron de manera convincente que en el océano se disuelve
suficiente dióxido de carbono como para que rara vez, o nunca, constituya una
limitación para el crecimiento. La maquinaria fotosintética requiere mucho
nitrógeno, pero las cianobacterias pueden fijar nitrógeno.
De manera que en los océanos primitivos dominados por las
cianobacterias abundaban cuatro de los ingredientes de la receta de la vida (nitrógeno,
oxígeno, hidrógeno y carbono, pero y el fósforo, ¿qué pasaba con el fósforo?
El papel limitante del fósforo
Resulta que los organismos que pueden fijar nitrógeno tienden a tener
una gran demanda de otros átomos, en particular de fósforo, pero también hierro
y molibdeno. Los dos últimos son componentes importantes de la máquina
biológica (la enzima nitrogenasa) que lleva a cabo la fijación de nitrógeno.
A diferencia del nitrógeno, el fósforo, el hierro y el molibdeno
prácticamente no se encuentran en el aire. Se introducen en las cadenas
tróficas de los organismos mediante la descomposición química de las rocas y,
por eso, en un alarde de imaginación, los científicos los llaman
"derivados de las rocas".
Se piensa que estos elementos derivados de las rocas limitan el
crecimiento de cianobacterias y otros organismos fijadores de nitrógeno en los
océanos. Así, aunque la vida podría haber estado limitada en gran medida por la
cantidad de nitrógeno, la cantidad de este que esos organismos podían capturar
estaba en última instancia limitada por el suministro de elementos derivados de
la erosión de las rocas.
Imagina que eres un organismo fotosintético unicelular flotando en
medio del océano hace 400 millones de años a más de mil kilómetros de la
tierra. Si estás en la superficie, hay mucha luz solar disponible para impulsar
la fotosíntesis. Hay muchas moléculas de agua que se pueden dividir utilizando
la energía solar. Si eres un fijador de nitrógeno como las cianobacterias,
puedes construir la maquinaria para capturar el gas nitrógeno que se disuelve
en el agua.
Pero ¿dónde obtener los elementos (fósforo, hierro y otros derivados de
las rocas) necesarios para construir esa maquinaria? No por la erosión de las
rocas del fondo del océano, que están a kilómetros de profundidad, por lo que incluso
si lograras llegar hasta allí, no habría luz para cebar la fotosíntesis. Como eres
un organismo unicelular en la superficie del océano, tendrías que esperar y
desear que esos elementos llegaran de alguna forma hasta ti.
Pero si eres un organismo unicelular que vives en un vasto océano
desierto, con muy poca vida, porque a pesar de estar rodeado de luz solar y de dióxido
de carbono, carece de otros elementos de la receta de la vida. La única fuente
de fósforo derivado de las rocas, por ejemplo, es el transporte de material
desde los continentes: un lento hilo de tierra procedente de los ríos o de
polvo que cae sobre la superficie del océano.
Flotando en medio del océano Paleo-Pacífico estás a merced de las
corrientes. No hay rocas a kilómetros de distancia. No hay nada que puedas
hacer para aumentar el acceso a elementos derivados de rocas. No hay forma de
acceder al quinto elemento más abundante en las células, el fósforo, y a los
demás átomos derivados de la descomposición de las rocas. No puedes conseguirlo
de ninguna manera, excepto si evolucionas y te trasladas a la fuente: la tierra
firme.
Una vez más, la innovación y la proliferación terminaron en
catástrofe: el desastre ambiental de las plantas apoderándose del mundo
Al igual que con la revolución de las cianobacterias que oxigenó el
planeta, las innovaciones evolutivas que permitieron a las plantas completar su
lenta marcha hacia la tierra giraron en torno al acceso a los elementos de la receta
de la vida. Un primer paso, y de importancia crítica, fue llevar consigo la
maquinaria fotosintética del océano. Los cloroplastos de las hojas de las
plantas (el lugar donde se produce la fotosíntesis) tienen su propio ADN. Es el
mismo ADN de las bacterias oceánicas fotosintéticas que, hace mucho tiempo, se transformaron
en células vegetales. Los cloroplastos son un ejemplo de endosimbiosis: un
organismo dentro de un organismo. Como resultado de esta endosimbiosis, la
reacción química de la fotosíntesis de las plantas es la misma que la de las
cianobacterias. Utiliza la misma maquinaria. Por eso las plantas terrestres
bombean oxígeno durante la fotosíntesis del mismo modo que lo hacen las
cianobacterias.
Vivir en el océano significaba que utilizar agua para la fotosíntesis
no era un problema. Pero en tierra, la necesidad de agua significa una lucha
constante por mantenerse hidratado. La lucha está resumida en la receta de la
vida, que comienza con hidrógeno y oxígeno. Debido a que las plantas terrestres
heredaron su maquinaria fotosintética de sus ancestros unicelulares que
habitaban en los océanos, utilizan la misma fotosíntesis hipereficiente y
dependiente del agua.
Dividen el agua utilizando la energía de la luz solar, capturan CO2
y producen azúcares para construir sus células y oxígeno. Pero cada vez que
abren los pequeños poros de sus hojas para permitir que el CO2 se
difunda desde el aire, pierden agua por el mismo conducto. Esa es una escasez
con la que los habitantes del océano no tienen que lidiar.
La solución evolutiva a esta escasez fue el desarrollo de mecanismos de
ahorro de agua: ceras impermeabilizantes de las hojas, extensas redes de raíces
y simbiosis con hongos (para formar micorrizas) que exploraban cada rincón de
los suelos. Estas innovaciones dieron acceso al agua y, cuando las raíces y los
hongos atacaron las rocas de abajo, también liberaron fósforo.
Estas rocas estaban muy lejos del alcance de los antecesores de las
plantas que habitaban en los océanos, pero justo debajo de sus "pies"
en la tierra. Al atacar química y físicamente las rocas sobre las que crecían,
las plantas y los hongos se convirtieron en los primeros y más eficientes
mineros del mundo y obtuvieron un mayor acceso a los elementos clave de la receta
de la vida.
Al colonizar los continentes y trasladarse a la fuente de los elementos
cuya disponibilidad limitaba a sus ancestros oceánicos, las plantas terrestres
se prepararon para convertirse en los segundos grandes transformadores del
mundo.
Para entender cómo, tenemos que pasar del paleoocéano a la
paleoatmósfera. Como hoy en día, el nitrógeno (como gas N2, dos
átomos de nitrógeno unidos tan estrechamente que son prácticamente inertes) y
el oxígeno (como gas O2, dos átomos de oxígeno unidos lo bastante
débilmente como para ser muy reactivos) constituían la gran mayoría del aire.
Pero la mejor evidencia disponible sugiere que los niveles de CO2
pueden haber sido diez veces más altos que los actuales, y el calor atrapado
por todo ese dióxido de carbono significaba que el mundo era muy caliente,
probablemente unos 5,5 grados centígrados más caliente que hoy.
Puede que esto no parezca mucho, pero un mundo así era lo
suficientemente cálido como para no tener hielo en ninguno de los polos, con el
norte cubierto por un océano con temperatura de caldo y el sur ocupado por el
supercontinente Gondwana.
Las plantas terrestres hicieron tres innovaciones clave. Primero,
encontraron una nueva forma de capturar la luz solar y, por tanto, el carbono.
En este caso la innovación no fue una nueva reacción bioquímica sino el traslado
de esta reacción a un nuevo lugar: el cloroplasto. En segundo lugar,
desarrollaron una forma de resistir la escasez de agua en la tierra
construyendo redes de raíces y asociándose con hongos (entre otras cosas).
Finalmente, se convirtieron en mineros que excavaban en busca de
nutrientes críticos derivados de las rocas que eran, y siguen siendo, escasos
en el océano. Sus innovaciones para conseguir agua y nutrientes permitieron su enorme
proliferación. Los protobosques se extendieron por gran parte del
supercontinente que se extendía desde el ecuador hasta los polos. Pero, al
igual que ocurre con las cianobacterias, la historia de las plantas también
muestra cómo un acceso sin precedentes a los elementos esenciales de la vida
puede tener consecuencias. Una vez más, la innovación y la proliferación
terminaron en catástrofe.
La catástrofe del CO2: ayer al revés que hoy
La catástrofe se produjo porque los elementos de la receta de la vida
también están contenidos en los gases de efecto invernadero que regulan el
clima de la Tierra. Como hoy, hace 400 millones de años el principal gas que
mantenía caliente el planeta era el CO2. Cuando las plantas
evolucionaron, lo extrajeron del aire para formar sus tejidos, y cuando esos
tejidos morían, parte de ese carbono quedaba atrapado en el suelo. Esa fue la
primera extracción: retirar CO2 del banco atmosférico.
Las plantas también aceleraban la disolución de los minerales en
tierra, lo que tuvo el efecto neto de eliminar el CO2 del aire y
almacenarlo en el fondo del océano en forma de piedra caliza. Esa fue la
segunda extracción. Finalmente, las condiciones geológicas permitieron el
crecimiento y las repetidas inundaciones de los vastos bosques pantanosos de
tierras bajas que surgieron durante el Carbonífero. Cuando las plantas que
crecían en esos pantanos morían, sus restos quedaban protegidos de la
descomposición. Su deposición a lo largo de millones de años representó otra
transferencia neta de CO2 del aire.
Con la extracción que impusieron las plantas terrestres, la cantidad de
CO2 en el aire comenzó a disminuir. Con el tiempo, las innovaciones
de las plantas extrajeron suficiente CO2 del aire como para que el
efecto invernadero comenzara a debilitarse. La Tierra pantropical, que había
sustentado grandes bosques en la mayor parte de su territorio, comenzó a
enfriarse.
No está claro cuánto tiempo tomó el proceso antes de que la Tierra se
enfriara lo suficiente como para que llegaran las eras glaciares. Pero hace 300
millones de años, aproximadamente 100 millones de años después de que las
plantas comenzaran a desarrollarse en tierra firme, la Tierra se había enfriado
lo suficiente como para que los vastos bosques tropicales desaparecieran de la
mayor parte del planeta. Se congelaron por su propio éxito. Un desastre
ambiental provocado por un nuevo acceso a los elementos de la receta vital, su
posterior proliferación y las consecuencias colaterales.
El proceso impulsado por las plantas fue lento: un goteo, gota a gota del
almacén de CO2 en el aire y una transferencia de ese carbono bajo
tierra. Parte de ese carbono se comprimió, se concentró y se convirtió en
carbón. Luego, 300 millones de años después de que esos árboles tropicales
sucumbieran a los cambios ambientales que ellos mismos provocaron, el siguiente
organismo que cambiaría el mundo, los humanos, descubrió ese almacén rico en
carbono.
Comenzamos a quemar ese carbono almacenado a un ritmo nunca visto en la
historia de nuestro planeta. Usamos la energía que produjo la quema para
construir presas y capturar agua, lo que nos permitió a nosotros y a nuestros
cultivos mantenernos hidratados en tierra. Usamos esa energía para fijar
industrialmente nitrógeno y extraer fósforo para fertilizar nuestras granjas
ahora irrigadas. Y nosotros también estamos cambiando el mundo, incluso más
rápido que nuestros predecesores. Pero al igual que ellos, nuestro éxito y el
peligro ambiental están indisolublemente ligados a los elementos de la receta
de la vida. ©
Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.