Carcharocles
megalodon, el tiburón más grande de todos los tiempos, ha cautivado
durante décadas la imaginación del público y de los paleontólogos. La
fascinación científica se debe a la enormidad de sus dientes fosilizados.
Grandes como zarpas de oso y afilados como cuchillos de carnicero, le servían
para destazar los cetáceos que tuvieran la mala suerte de cruzarse en su
camino. La cultura popular le ha dado fama.
El tedio de una calurosa mañana sabatina me lleva a enredar
con el mando a distancia. Doy por azar con Megalodón, una película
de 2018 que trata de tiburones tan monstruosos como fantásticos. Su secuela, Megalodón 2: La
fosa, acaba de estrenarse en los cines españoles.
El guion de ambas está basado en el primero de los seis
libros de una saga de
ciencia ficción de terror de Steve Alten cuyo título genérico es Meg.
Las dos película son sendos trepidantes thrillers de acción centrados en su
protagonista-héroe, el capitán y buzo Jonas Taylor (el siempre temerario Jason
Statham) y su monstruosa némesis, Meg, un insaciable monstruo de 22
metros provisto de unas aterradoras fauces de dientes afilados como bisturíes.
Ciencia y cine en Megalodon
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Como en muchas otras películas de ciencia ficción, el
largometraje de 2018 se enfrenta a algunos conceptos científicos y matemáticos.
Me centraré ahora en algunos de ellos empezando por la fuerza de una mordedura
capaz de hacer añicos vidrios blindados.
Como puede comprobarse en estas escenas de Jurassic Park o
en la memorable de Alien cuando un alienígena trata de atravesar el vidrio de la
nave espacial mientras despega, el vidrio es un excelente
accesorio para las películas de monstruos.
En Megalodón vemos al tiburón gigante intentando
romper las paredes de vidrio de la nave, pero sin conseguir atravesarlas.
¿Podría lograrlo si tenemos en cuenta la
fuerza de mordedura de 176.519,7 newtons (18 toneladas) que la ciencia ha
calculado para Carchorodon megalodon?
En primer lugar, dejemos claro que presión
no es lo mismo que fuerza: la presión depende del área sobre la que se
aplica la fuerza. Si se aplica la fuerza por los puntos de contacto de los
dientes, como el área de contacto es muy pequeña la presión puede ser muy alta;
por eso es por lo que los dientes puntiagudos de las sierras son los más
adecuados para cortar objetos duros.
Para otorgarle a la película la oportunidad de ajustarse a
la realidad, podemos suponer que el vidrio está blindado como el batiscafo Deepsea Challenger de James
Cameron. Esa nave se probó a una presión de 114 miles de pascales (MPa).
Simplificando mucho (ignorando la carga de impacto, los
ángulos de ataque y muchos otros factores), podemos calcular el área de
contacto mínima requerida para que el vidrio resista:
Área = fuerza /
presión = 176.519,7 newtons / 114 MPa = 0,0015 m2
Esa es un área de contacto de aproximadamente 4 x 4 cm
repartida entre todos los dientes. A partir de las imágenes, parece posible que
exista un área de contacto similar entre los dientes y el vidrio, lo que
significa que la presión sería insuficiente para romperlo de inmediato. Aquí la
ciencia da la razón a la película.
Pasemos ahora a determinar el tamaño del tiburón
cinematográfico. Una escena en particular pone a prueba nuestra capacidad de
comulgar con ruedas de molino. El equipo comandado por Jonas Taylor logra envenena
al tiburón que toman erróneamente por el megalodón y lo suben a bordo usando la
grúa del barco.
El problema es doble: el tiburón que atrapan es mucho más
pequeño (al menos para los espectadores) que el tiburón con el que han estado
peleando durante el resto de la película. El gran tiburón todavía sigue por ahí
y los aguerridos (y despistados) cazadores no se dan cuenta.
Pero ese desliz cinematográfico no es nada comparado con el
error más grande de la misma escena: como se muestra en la imagen de arriba, el
supuesto cadáver de megalodón subirá a cubierta colgado en la pequeña grúa del
barco. Como referencia, la de abajo es un tipo de
grúa móvil de 50 toneladas de capacidad de carga que sería imprescindible
para izar al tiburón protagonista. En este punto, nuestra fe en el tiburón “suspendido”
suspende.
Pasemos ahora al asunto de la velocidad con la que puede
navegar megalodón. Según las notas de producción de la película, el monstruo de
la película puede alcanzar velocidades de más de 80 nudos (150 km/h). Uno de
los tiburones
vivientes más rápidos es Isurus oxyrinchus, que puede alcanzar
velocidades de alrededor de 50 km/h, con picos que superan los 70 en ráfagas
cortas. Los rorcuales
comunes más rápidos alcanzan los 40 km/h. Los submarinos más
rápidos alcanzan velocidades de algo más de 75 km/h.
Los torpedos
convencionales superan los 110 y los torpedos
supercavitantes rusos pueden alcanzar 380. Dado que el megalodón
cinematográfico parece ser un tiburón "normal" en todos los aspectos
salvo por su tamaño y sin ninguna capacidad especial de supercavitación, su
velocidad máxima parece optimista en el mejor de los casos.
Pasemos al menú de nuestro amigo. En la película es un
insaciable monstruo que emplea buena parte de su tiempo devorando bañistas. ¿Le
hace falta comer tanto? ¿Cuánto necesitaría consumir realmente para mantenerse
vivo?
Un estudio
que acaba de cumplir cuarenta años calculó que un tiburón de 943 kg podría
sobrevivir con 30 kg de grasa durante aproximadamente mes y medio. Estudios más recientes
sugieren que esa cantidad solo le duraría al tiburón unos 11 días, es decir,
una tasa de consumo diario equivalente a unos tres kilos.
Las exigencias nutricionales de los tiburones más grandes se
calculan elevando su peso a una potencia de aproximadamente 0,8. Si
consideramos que el peso del megalodón es de 48 toneladas, el cálculo sería
este:
Ingesta diaria de
un megalodón = 3 kg/día x (48.000/943)0,8 = 70 kg/día
Por tanto, nuestro megalodón de pega solo necesitaría comer
el equivalente a una persona de peso mediano al día. El de la película come
mucho más que eso, de donde se deduce que o bien su metabolismo es desconocido
entre otros escualos o, quizás, que estemos ante el primer caso de tiburón
rumiante que come ahora y digiere más tarde.
Vayamos ahora con las estadísticas de ataques de tiburones.
En la película, el megalodón ataca a suficientes personas como para dinamitar
las estadísticas mundiales de ataques de tiburones. En realidad, es increíblemente
improbable que una persona normal y corriente sea atacada por un tiburón.
La posibilidad de que uno de nosotros sea atacado por un tiburón es de
alrededor de uno entre cuatro millones … a menos que una tromba de agua te
arroje tiburones encima como ocurre
en estas alucinantes escenas.
En conclusión: la película combina todos los clichés típicos
de las películas de monstruos con unos diálogos espantosos. Es tranquilizante, por
decir algo a favor, que en esta película el protagonista no sea un tiburón
moderno sino una criatura fantástica de hace millones de años, lo que nos
permite ser un poco más indulgentes con la fauna que nos rodea.
Ciencia y cine en Megalodon 2: La fosa
Como en el inicio de la novela Meg, esta película comienza con
nuestro escualo zampándose un Tyrannosaurus Rex como si tal cosa. Imposible.
Eso nunca pudo ocurrir. Los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de
años. El megalodón, por su parte, vivió entre hace entre 20 y 2,5 millones de
años, aproximadamente. Esto quiere decir que nuestro escualo nunca coincidió
con los dinosaurios.
Item más. Aunque en el improbable caso
de que la novela y las películas nos convencieran de que un megalodón hubiera
podido sobrevivir hasta nuestros días, no
podría haberlo hecho en el fondo de una fosa a 7.000
metros de profundidad.
Hay fósiles de megalodones por todo el mundo, pero solo en aguas de
litorales cálidos. No estaban adaptados a vivir en las grandes profundidades
oceánicas. Allí el agua está demasiado fría, el alimento escasea y los megalodones
tendrían que un cuerpo de forma totalmente diferente para evitar ser aplastados
por la enorme presión del agua a tales profundidades.
La película intenta sortear algunos de estos trágalas afirmando que hay una especie de balsa de agua caliente al fondo de la fosa, un
"termoclima", sellado por una nube de ácido sulfhídrico.
Primero, eso es termodinámicamente imposible. Como cualquiera que haya caminado
por la orilla del mar sabe, el agua fría es más pesada por lo que el agua
caliente se mantendría por encima de la fría y no al revés. Más todavía, la
temperatura no sería el único impedimento para que los tiburones no ascendieran
a superficie. Una nube de sulfídrico apestando a huevos podridos es
extremadamente tóxico y sería imposible de atravesar. Incluso un supertiburón
como nuestro amigo no podría hacerlo sin salir envenenado.
Además, hay que contar con la presión. En su expedición en
búsqueda de los restos del Titanic, el famoso submarino
Titán reventó al intentar llegar a una
profundidad inferior a 4.000 metros Imagínense la presión que tendrían que
soportar Jonas Taylor y compañía a casi el doble de profundidad, donde
supuestamente viven tan campantes los megalodones y unos anfibios con un tamaño
muy similar al humano.
James Cameron demostró que es posible descender en un batiscafo
hasta lo más profundo del océano: los 11.000 metros de la fosa de Las Marianas.
Lo que es completamente imposible, aunque se trate de Jason Statham, es bucear como
si tal cosa a pecho descubierto a 7.000 metros de profundidad. No cuela.
El récord de buceo en apnea está a unos 200 metros, y con bombona
de oxígeno a poco más de 330, unas 33 veces la presión atmosférica. El
submarinista que lo logró necesitó trece horas para ir equilibrando la presión mientras
volvía a la superficie. Por tanto, no cuela que Statham bucee siete kilómetros por
debajo de la superficie, a una presión de unas 700 atmósferas, casi el doble de
las que soportó el Titán, y después regrese directamente como Pedro por
su casa para liarse a trompazos con Sergio Peris-Mencheta en cuanto se abre la
puerta. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.