Superluna en un atardecer de Cádiz. Foto de Luis Monje. |
La aparición de una enorme Luna captó ayer la atención de quienes,
acomodados en la playa, esperábamos asistir a la espectacular puesta del Sol que
nos suelen regalar los hermosos atardeceres del litoral español.
Cada que vez que aparece una “superluna llena” cerca del horizonte, el
único satélite natural de la Tierra despliega ante nuestros asombrados ojos un
espectáculo fascinante y visualmente perfecto que obedece a dos circunstancias.
Una de ellas, como la de ayer (escribo en la mañana del 2 de agosto), es que, al
recorrer cada 27,32
días su habitual órbita elíptica alrededor de la Tierra, la Luna se
encuentra en (o muy cerca de) su perigeo,
su posición más cercana posible a la Tierra.
Si, además, el perigeo tiene lugar coincidiendo con los días en los que
nuestro satélite se encuentra en fase lunar llena (plenilunio),
nuestro cerebro, nada habituado a esa situación, responde con un truco
cerebral, una ilusión óptica, la llamada ilusión
lunar, que dibuja en nuestra mente, y solo en nuestra mente, una Luna notablemente
más brillante y grande de lo habitual: su diámetro aparente es un 14% más
grande y su brillo un 30% mayor que cuando se encuentra en la posición más alejada
de nuestro planeta (apogeo).
¿Cómo probar que la superluna es solo una ilusión?
Antes de resumir las hipótesis explicativas que se han formulado al
respecto, conviene insistir en que la ilusión lunar ocurre solamente en
nuestras cabezas cuando la Luna en perigeo está muy cerca del horizonte y se
contempla en tiempo real con todo su entorno alrededor. Cuando se aleja del
horizonte y se pierden las relaciones de tamaño con el entorno a medida que se
eleva hacia su cenit, la ilusión mengua hasta desaparecer.
Cualquiera puede comprobarlo fácilmente realizando una de estas tres sencillas
operaciones:
a) Tome una foto de la
superluna cerca del horizonte. Pasadas unas horas, cuando doña Catalina esté en
(o cerca de) su cenit, dispare usando la misma configuración de la cámara. Cuando
compare las dos imágenes, no verá ninguna diferencia de tamaño.
b) Enrolle un trozo de
papel y péguelo con cinta adhesiva hasta que la enorme Luna se ajuste al tamaño
de la luz del canuto. Espere a que la Luna se eleve en el cielo y mírela a
través del canuto: comprobará que el disco lunar llena el mismo espacio.
c) La forma más
divertida de comprobar la ilusión lunar es mirar hacia atrás entre las piernas
abiertas en compás. El cerebro no percibirá como algo familiar el entorno que
rodea la Luna y la ilusión desaparecerá como por arte de magia.
Unas hipótesis poco convincentes
A pesar de que la llamada ilusión lunar ha desconcertado a la humanidad
desde la Antigüedad clásica y quizás porque nadie le encuentra mayor utilidad,
todavía no hay una respuesta contundente al fenómeno. Veamos las hipótesis más
conocidas (y fallidas).
La ilusión lunar fue mencionada por primera vez en el siglo IV a.C. en
la Meteorología de Aristóteles, que atribuyó el fenómeno a la reflexión
de la luz. Al observar que los objetos celestes se ven más grandes en el
horizonte, pensó que la atmósfera terrestre actúa como una lente de agua que
amplía la imagen de la Luna, el Sol y las estrellas cuando se encuentran a baja
altura. El astrónomo greco-egipcio Ptolomeo y el griego Cleómedes sugirieron hipótesis
similares en el siglo II d. C.
En el siglo XI, un erudito árabe, Alhacén, sugirió que no percibimos el
cielo como un hemisferio, sino como una cúpula aplanada. Según su idea, la
distancia al punto más alto del cielo parece mucho más corta que la distancia
al horizonte. Por eso, siempre según Alhacén, el disco lunar parece más cercano
en el cenit y se percibe como un objeto más pequeño, mientras que la Luna baja
parece estar más lejos, por lo que presumimos que es más grande.
En la década de 1890, el psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus pensó (y
acertó) que percibimos el tamaño de los objetos en relación con el contexto. En
la versión más conocida de su hipótesis, si se colocan dos círculos del mismo diámetro
cerca uno del otro, pero rodeados uno por círculos de un tamaño mayor y otro
por círculos de tamaño menor, el primer círculo central parecerá más pequeño
que el otro a pesar de que su tamaño sea igual al de su contraparte. Por eso, la
Luna puede parecer más grande cuando la rodean, árboles, casas o montañas que
cuando la vemos flotando en los inmensos espacios celestiales.
Las hipótesis de Alhacén (A), Ponzo (B) y Ebbinghaus (C) |
Como demostró el psicólogo italiano Mario Ponzo en 1911, si colocamos
dos objetos idénticos sobre un par de líneas horizontales convergentes, la
superior se verá más grande que la inferior. El fenómeno también se llama
"ilusión de las líneas de ferrocarril". Las casas, los árboles y
otros objetos pueden servir como "líneas de ferrocarril", creando una
perspectiva lineal que provoca que cuando la Luna está lejos la veamos más grande.
Una de las teorías más recientes, la llamada micropsia de
convergencia, obedece a una anomalía cerebral también conocida como el “síndrome
de Alicia en el País de las Maravillas”, un desorden neurológico que afecta
de forma negativa la percepción visual de quien la padece. Como resultado, los
pacientes perciben los objetos más pequeños de lo que son en realidad.
Aplicada al caso que nos ocupa, sugiere que nuestro cerebro juzga la
distancia de los objetos y su tamaño aparente por el enfoque de nuestros ojos.
Cuando miramos la Luna baja en el horizonte, enfocamos a distancia percibiéndola
como un gran objeto lejano. En lo alto del cielo, sin embargo, no hay nada para
enfocar, por lo que nuestros ojos se ajustan a un enfoque predeterminado de
unos pocos metros y nuestro cerebro interpreta erróneamente que la Luna está
cerca y es pequeña.
La superluna de ayer se eleva sobre el perfil de la playa Les Bovetes, en Dénia, Alicante. Foto de Marilina Ruiz de Elvira. |
Por muy interesantes que suenen todas estas hipótesis, hay argumentos
en contra de todas ellas. Las antiguas hipótesis sobre el "aumento de la
atmósfera" fallan de inmediato en cuanto se compara el tamaño de la Luna
baja y en el cenit, y se comprueba que son idénticos.
Las hipótesis de Ponzo y Alhacén sugieren que la Luna debería verse más
lejos en el horizonte, pero la mayoría de la gente dice que, por el contrario,
el disco lunar les parece mucho más cercano en ese punto. La teoría de
Ebbinghaus no explica por qué los astronautas y los pilotos de aerolíneas pueden
ver la ilusión lunar, a pesar de que no existan objetos más pequeños con los
que pueda compararse.
Tampoco la nueva hipótesis de la micropsia satisface a todos los
científicos. Argumentan que la Ilusión lunar también se produce en personas con
implante de lentes intraoculares carentes de acomodación natural, un factor que
es fundamental para considerar aplicable la micropsia de convergencia.
Pero bueno. Considere que la ciencia es la progresiva aproximación del
hombre al mundo real, y que, como decía George Bernard Shaw, la ciencia nunca
resuelve un problema sin crear otros diez más.
Olvídese de las hipótesis y disfrute de la plácida contemplación de la
Luna.