Las olas de calor, el clima más cálido y los días más largos han
servido para machacarnos con el recordatorio "mantéganse
hidratados", que no pocos talibanes hidrofílicos con vocación de anfibios elevan
a una letanía que repite que debemos beber ocho vasos de agua (unos dos litros) al día.
No pretendo desanimar a quienes cargan todo el día con una botella de
agua como Sísifo con su pedrusco, pero es conveniente saber que la
hiperhidratación es insana y que personas en perfecto estado de salud como triatletas o maratonianos pueden
morir por beber demasiada
agua. Dado que el equilibrio fisiológico entre el agua y el sodio es
esencial para la vida, es extraordinariamente raro que alguien muera por beber
demasiado o muy
poco líquido, mientras que hacer lo contrario provoca hiponatremia. Lo normal es que nuestros elaborados procesos moleculares internos
nos estén cuidando sin que nos demos cuenta.
Agua sí o agua no
Las necesidades individuales de agua corporal se basan principalmente
en la cantidad de agua que perdemos. La cantidad de agua que cada uno
de nosotros necesita beber depende principalmente de tres factores:
Peso corporal. A mayor
peso, más agua.
Temperatura ambiente.
Cuando hace más calor, sudamos y perdemos agua.
Nivel de actividad
física. El aumento de la intensidad del ejercicio aumenta las pérdidas de agua
por sudoración.
Por tanto, las estrategias de ingesta de líquidos basadas en la "talla única" de beber ocho vasos de cuarto de litro de agua al
día, no son en absoluto adecuadas con carácter general.
No está claro de dónde proviene la recomendación de beber ocho vasos de
agua al día. Quizás proceda de una mala
interpretación de las recomendaciones ofrecidas en 1945 por la Junta de
Alimentos y Nutrición (U.S. Food and Nutrition Board) de Estados Unidos, y
por la Autoridad Europea
de Seguridad Alimentaria de 2017, que coinciden en decir que la cantidad
diaria recomendada de agua (dos litros) incluye todas las bebidas más el agua
contenida en los alimentos.
Esto significa que el agua contenida en los alimentos, especialmente
frutas y verduras frescas, zumos, refrescos, sopas, leche, café y sí, incluso la
cerveza, el vino o cualquier otra bebida alcohólica, contribuye al
requerimiento diario recomendado de agua. Las recomendaciones de los organismos
citados sugieren que la mayor parte de la ingesta de agua recomendada se puede
lograr sin beber vasos adicionales de agua.
Es importante tener en cuenta que, aunque el alcohol
tiene propiedades diuréticas (el etanol actúa directamente sobre los
riñones para hacernos orinar más), las bebidas con cafeína, como el té y el
café, no
aumentan las pérdidas de agua miccionada por encima de la cantidad de agua que
nos aportan, dicho de otra forma: por cada taza de café, otra de orina, ni más
ni menos.
El riñón manda
Mantener el equilibrio total de agua corporal es complicado, pero los
mamíferos sobrevivimos porque la naturaleza nos ayuda haciendo ajustes en
tiempo real mediante el riñón. Por eso, en cuestiones de hidratación, nuestros
riñones son los reyes.
Dentro de cada riñón, solo necesitamos uno (es decir, nacemos con un repuesto, por si las moscas), hay una red de canales de acuaporinas AQP2, unas proteínas que forman poros en las membranas biológicas por los que se transporta principalmente agua, aunque algunas también pueden transportar otros solutos pequeños como urea, glicerol, amonio o gases.
Las acuaporinas responden a una hormona llamada arginina
vasopresina, la principal hormona antidiurética (retención de agua) del
cuerpo. Es secretada por la glándula pituitaria posterior en respuesta a las
señales nerviosas enviadas desde sensores cerebrales especializados, los órganos circumventriculares,
que detectan cambios sutiles en el equilibrio hídrico.
Los riñones hacen ajustes moleculares en respuesta tanto a la falta de
hidratación como a la sobrehidratación dentro de los 40 segundos siguientes a
cualquier alteración en el equilibrio hídrico. Estos ajustes son el resultado
del funcionamiento de los canales AQP2, de los que hay
alrededor de 12 millones en cada célula del conducto colector.
Gracias a esa regulación automática, cuando bebemos más agua de la que
nuestro cuerpo necesita una vez saciada la sed, tenemos que orinar inmediatamente
el exceso de agua. Por el contrario, cuando hacemos ejercicio sin beber dejamos
de orinar para conservar el agua corporal. Esta acción coordinada rápida entre
el cerebro, el sistema nervioso y los riñones es mucho más eficiente y precisa
que cualquier aplicación o dispositivo de los que algunos obsesos hidrofílicos
se sirven para regular su hidratación.
Conclusión
Los datos disponibles sugieren que beber alrededor de dos litros de
agua al día reduce la
formación de cálculos renales y disminuye las infecciones de la vejiga
en personas con antecedentes clínicos.
Quienes argumentan que beber mucha agua mejora la tersura de la piel, la
función renal o el estreñimiento tienen un problema: esos resultados no
están respaldados por la ciencia. Beber agua extra por sí sola
tampoco ayuda a perder peso a menos que su ingesta reemplace la de bebidas con mayor
contenido calórico como los refrescos, o haga que nos sentamos saciados
antes de las comidas.
Por tanto, ¿es necesario beber ocho vasos de agua al día? Es probable
que beber agua cuando no se tiene sed no mejore la salud, pero probablemente
tampoco la empeore. Sin embargo, si los riñones pudieran hablar dirían que se
bastan por sí solos para mantenernos fisiológicamente bien hidratados. ©Manuel
Peinado Lorca. @mpeinadolorca.