Un artículo del escritor Rafael Cabanillas Saldaña, autor de Quercus,
Enjambre y Valhondo.
Presumen de ser muy hombres, muy machos, pero les da miedo un arco
iris, un beso entre hombres, una caricia entre mujeres.
La sangre de un toro empapando la arena del ruedo les excita, pero ver
a dos mujeres, a dos hombres, agarrados de la mano les repugna. Por eso
arrancan las banderas de los muros, de los balcones, para esconderlas de nuevo
en los armarios, en el fondo oscuro de los baúles y los cajones.
Para que nadie las vea. Para que dejen de existir de golpe. Por su
ordeno y mando, por su real decreto de represión y espanto.
Si por ellos fuera, amputarían las manos, extirparían los besos de los
labios y te sacarían de cuajo las miradas de tus ojos. Tienen mucho miedo. Tienen pavor. Pánico.
Miedo a sus propios cuerpos, a sus mentes retorcidas. A sus pensamientos
sucios. Pánico por ese aleteo de
mariposas en sus vientres. Horror al estigma de sentir el mismo placer que
ellas, que ellos. Miedo al miedo. Terror a sus sueños cercenados. Horror a sus
deseos amordazados. Eso es lo que en realidad les ocurre. Que están enfermos.
Que sus mentes se han podrido. Pues nadie puede entender que odien tanto. Odiar
a las personas que se aman. Odiar el amor en libertad.
Cuando los talibanes regresaron de nuevo al poder, tras el vergonzoso
abandono, decidido en un despacho, de los soldados estadounidenses y de toda la
comunidad internacional, España incluida, lo primero que hicieron los barbudos
talibanes fue suprimir el ministerio de Asuntos para las Mujeres, para crear el
ministerio de Propagación de la Virtud y Prevención del Vicio.
Burka, burka, burka. En las cabezas, en los cerebros, en los corazones.
Qué cobardes. Qué duros con las amapolas, qué blandos con el acero.
Perseguir al débil, al oprimido, al diferente. Sólo son valientes cuando
levantan el puño amenazante, ebrios de rencor y aguardiente, para vocearte a un
palmo de tu rostro: ¡Te voy a..., te voy a...!
Son muy machos, muy machotes. Les escandaliza ver a dos hombres
besándose, pero si ven por la calle a alguien gritando a su mujer, se hacen los
longuis, los desentendidos, pensando o comentando al amigote: – No te apures.
¡Le pega lo normal!
De temblar de emoción, llorando de gozo, al grito entre cornetas y
tambores de unos legionarios: ¡Somos novios de la muerte!, seguidos por una
cabra. A sentir repugnancia y asco por ver a dos seres humanos abrazándose. Dos
cuerpos que gritan: ¡Somos novios... de la vida!
Tú decides, amiga, amigo: amor u odio.