Fiel a su cita anual, hay una hierba que rebrota por mayo y que adorna el campo con estrellas doradas acompañadas de hojas de un verde intenso que acumularán esencias y lograrán la plenitud la víspera de la noche de San Juan. Se trata del hipérico o corazoncillo, Hypericum perforatum, la hierba de San Juan por antonomasia, con fitónimos populares como el catalán herba de Sant Joan, el italiano erba di San Giovanni, el inglés St. John’s wort o el alemán Johanniskraut.
Simbología mitológica de las plantas
Vida y muerte, pasión y orgullo, pureza y guerra, fragilidad y fortaleza… Inseparables de sus significados, flores y árboles están presentes desde siempre en las grandes leyendas y los mitos más imperecederos, ancestralmente ligados a los movimientos del Sol y de la Luna, alfas y omegas de todos los calendarios litúrgicos paganos que el cristianismo hizo suyos a partir del siglo IV.
Los vínculos de las celebraciones con las plantas son tan antiguos como
la humanidad y se plasman en las principales festividades. Los ejemplos son
muchos, pero podrían destacarse los árboles de Navidad y las flores de Pascua.
En invierno hay pocas plantas entre las que elegir; de hecho, en nuestras
latitudes prácticamente no hay flores en invierno y de ahí que antes de la difusión a mediados del siglo pasado de las flores de Pascua, los adornos
florales de las festividades navideñas no son tales, puesto que los tradicionales
abetos carecen de flores y el color rojo del acebo se debe a sus frutos, no a
sus flores.
La situación cambia completamente en primavera, cuando las flores
abundan por millares y estallan en todo su esplendor alrededor del solsticio de
verano. En las antiguas culturas paganas europeas, curanderos, druidas y
sacerdotes creían que las hierbas alcanzaban la cima de su valor medicinal ese
día y las recogían en torno a esas fechas para secarlas y disponer de ellas el
resto del año.
Origen de la cristiana noche de San Juan
Solsticio toma su nombre del latín solsitium, literalmente
"el Sol se detiene". No hay otros días más cargados de magia que los
solsticios; el de invierno, cuando acontece la noche más larga del año y celebramos
la Navidad, la fiesta del sol creciente, y el de verano, entre el 20 y el 22 de
junio, que marca el día más largo y la noche más corta del año en el hemisferio
norte.
Hogueras de San Juan en la playa de Riazor. A Coruña. |
La vida terrenal de Cristo tiene un principio y un fin marcado por los
calendarios astronómicos solar y lunar. La fecha de la Navidad fue establecida el
año 354 por el papa
Liberio por motivos más prácticos que relacionados con la fe: hasta
entonces se celebraba el 6 de enero, el día de la Epifanía, el día que Jesús se
“manifestó” al mundo, fantaseado posteriormente como la adoración
de los Magos; de hecho, algunas iglesias siguen observando esa fecha
original.
En las religiones precristianas las deidades nacían de vírgenes
celestiales que parían dioses solares. El solsticio de invierno, el día del
triunfo del Sol Invictus
para los romanos, el día que Jesús nació de una virgen, es la misma fecha en
que nacieron Atis, de la virgen Nana; Buda, de la virgen Maya;
Krisna, de la virgen Devaki; Horus, de la virgen Isis,
en un pesebre y una cueva. También Mitra nació el 25 de diciembre de
una virgen y en una cueva y lo visitaron pastores que también le llevaron
regalos.
Liberio lo tuvo claro. El mesías cristiano no podía ser menos. El
nacimiento de Jesús sería el 25 de diciembre para vincular de forma definitiva
las fiestas romanas de las Saturnales
y del Sol Invicto con el rito cristiano. Fijándola ese día, no se distorsionaba
el calendario de la administración imperial ni se cambiaban las fechas de los ancestrales
fastos romanos
En el concilio de Nicea de 325 se había decidido fijar la fecha de la
Pascua, que en las primeras comunidades cristianas se hacía coincidir con la Pésaj, la Pascua judía.
Fijar bien esta fecha en el calendario romano era una cuestión capital porque
en ese punto el Nuevo Testamento era contundente: Jesús acudió a Jerusalén para
celebrar la Pésaj y fue en esas fechas cuando transcurren su pasión,
muerte y resurrección. Esta última tuvo lugar el «día siguiente al sabbath
de la Pésaj».
La Pésaj era
heredera de una fiesta varias veces milenaria en la que todas las culturas
mediterráneas celebraban el equinoccio de primavera, haciéndola coincidir
alrededor de la primera luna llena posterior a dicho equinoccio. Eso fue
precisamente lo que se decidió en Nicea: el domingo de Resurrección sería el
primer domingo posterior a la primera luna llena que siguiera al equinoccio
primaveral.
Así las cosas, con Cristo ya muerto y resucitado, ¿qué se podía
celebrar el día del solsticio de verano? La celebración de la víspera del
solsticio de verano con hogueras se asocia a rituales paganos ancestrales previos
al cristianismo. Concretamente, encender hogueras servía para darle “fuerza” al
Sol, ya que a partir de esa fecha este iba perdiéndola y los días se iban
haciendo poco a poco más cortos.
Las antiguas tribus germánicas, eslavas, celtas y precolombinas lo
celebraban organizando festivales mágicos de fuego. En estos espectáculos
saltaban a través de las llamas invocando el poder del fuego para pedir buenas
cosechas y expulsar de sus lares a los espíritus tenebrosos. Estos rituales,
además del culto o adoración al Sol, también contaban con bailes y baños
purificadores al influjo de la Luna, de donde procede la costumbre de encender
fogatas en la orilla del mar.
Ejemplar de H. perforatum. Jardín Medicinal del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Foto de Pedro Sanchez. |
Los griegos dedicaban el solsticio de verano a Apolo y también prendían
grandes hogueras que actuaban como purificadoras del alma. Los romanos hacían
lo propio con la diosa de la guerra, Minerva. Para salir del paso, el
Vaticano jugó el comodín de Juan el Bautista, el único santo cuyo nacimiento
celebra la Iglesia Católica. En el Evangelio de Lucas (Lucas 1:7-9) se
narra la milagrosa concepción de Isabel, que era estéril, esposa de Zacarías,
ambos ancianos y sin hijos y el nacimiento del Bautista seis meses antes de
Jesucristo. Justo y cabal: se fijó la imprecisa fecha de su nacimiento
haciéndola coincidir con el solsticio de verano.
Hipérico: la planta del solsticio de verano
Cuando en 1753 el naturalista Linneo describió el género Hypericum,
le puso el nombre del dios sol Helios Hyperion, al que Homero en la Ilíada
llamó así por su significado de “sol en lo más alto”. Basta observar la flor de
la hierba de San Juan en su apogeo solsticial con la forma radiada de sus
pétalos y su deslumbrante color amarillo que recuerdan a la representación
iconográfica del astro rey, para percibir su semejanza con un sol radiante.
Hypericum perforatum, la hierba de San Juan o hipérico, es una
herbácea de floración perenne que se mantiene viva durante el invierno
escondida bajo tierra, en forma de rizoma o tallo horizontal enterrado y cargado
de reservas. Despierta cuando lo hace Maia, la antigua diosa romana que
da nombre al mes de mayo y que los cristianos convirtieron en el mes de María.
Al sentirse mimada por el tiempo primaveral, la hierba de San Juan
emite unos tallos verticales de hasta medio metro de estatura que cubre de
parejas de hojas. Miradas a contraluz, las hojas aparecen punteadas por
vesículas translúcidas, a las que alude el epíteto científico perforatum.
Al ser chafadas con los dedos las pequeñas vesículas estallan y los manchan con
un zumo rojizo (sangue di San Giovanni, se llama en Italia).
Las hojas de la hierba de San Juan prsentan punteaduras translúcidas. Foto de Pedro Sánchez. |
Las partes superiores de las plantas maduras producen varias docenas de
flores amarillas de cinco pétalos que parecen estrellas áureas de una singular
belleza radial, que se ve incrementada al surgir de su centro manojos
de estambres amarillos y punteados en el extremo de negro o de púrpura.
Los bordes de los pétalos suelen estar cubiertos de puntos negros como los de
las hojas y, por eso, las flores trituradas producen un pigmento rojo sangre. A
finales del verano, las flores producen cápsulas que contienen docenas de
diminutas semillas de color marrón oscuro.
Etnobotánica: una planta mágica
El hipérico se ha considerado una planta medicinal desde hace más de dos
mil años. Los protomédicos griegos Galeno, Dioscórides e Hipócrates la
recomendaban como diurética (aumenta la secreción y excreción de orina),
vulneraria (cura las llagas y heridas), estrogénica (reguladora de las hormonas
femeninas) y antihelmíntica (expulsa las lombrices intestinales). Los antiguos
creían, además, que la planta tenía cualidades místicas y la recolectaban para
protegerse de los demonios y ahuyentar a los malos espíritus. Según una leyenda
protocristiana, el mayor efecto se obtenía cuando la planta se cosechaba el día
de San Juan, que suele coincidir con el momento de máxima floración.
Bien por el simbolismo de las estrellas doradas, bien por las
propiedades atribuidas a su humo —el olor recuerda al incienso— el hipérico
tuvo un uso continuado en los remedios a base de hierbas durante la Edad Media, época en la se conocía como “espantadaemonum” (“ahuyenta demonios”),
porque a las personas con trastornos del comportamiento, cualquiera que fuese
su causa, se les consideraba endemoniados, una idea que todavía pervive en
fitónimos populares como el francés chasse-diable y el italiano scacciadiavoli.
Si los “endemoniados” ingerían aceite de hipérico, su estado de ánimo mejoraba
y se consideraba que el diablo los había abandonado. También se suponía que
manojos de la planta colgados de puertas y ventanas impedían que los malos
espíritus accedieran al hogar.
Los herboristas del siglo XVI recomendaban preparaciones de hipérico
para tratar heridas y aliviar el dolor. Paracelso lo hacía para tratar la
depresión, la melancolía y la sobreexcitación. Por lo general, se preparaba en
infusiones y tinturas para el tratamiento de la ansiedad, la depresión, el
insomnio, la retención de líquidos y la gastritis. Con los años, las
preparaciones oleosas se utilizaron como vasoconstrictor para el tratamiento de
las hemorroides y como emoliente. También se usaban los extractos para tratar
llagas, cortes, quemaduras menores y abrasiones, especialmente aquellas que
afectaban daño a los nervios.
Aceite de hipérico macerando, expuesto a la luz del sol. / Holger Casselmann (Wikimedia Commons) |
El hipérico produce docenas de sustancias biológicamente activas, aunque dos de ellas, la hipericina y la hiperforina, presentan la mayor actividad terapéutica antidepresiva. Ambas actúan a nivel bioquímico aumentando las cantidades de serotonina, un neurotransmisor que se produce de forma natural y que es imprescindible para que las células nerviosas y el cerebro funcionen. En la práctica médica, el aporte de serotonina se utiliza para mejorar en estados depresivos, habida cuenta de que durante esos episodios se produce una disminución de este neurotransmisor.
Las compañías farmacéuticas, particularmente en Europa, preparan
actualmente formulaciones estándar de esta hierba que consumen millones de
personas para el tratamiento de la depresión y otros trastornos del estado de
ánimo. Los productos que contienen hipérico en forma de tabletas, cápsulas, tés
y tinturas representan un mercado de millones de euros en Europa.
Desde el esoterismo a la bolsa de valores: ¡Es el mercado, amigo! ©
Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca