Hace tres meses tomé conciencia de uno de los diagnósticos más temibles que te
pueden decir cuando estás hospitalizado: «Tienes una infección resistente
a los antibióticos». Eso significa que los microrganismos que te enferman no
pueden eliminarse fácilmente con antibióticos comunes, lo que obliga a que el
tratamiento se complique.
Una vez que los microbiólogos del hospital encuentran la combinación específica
de medicamentos, es posible que se deba tomar por vía intravenosa durante
semanas para superar la infección, lo que podría acarrear efectos secundarios
más graves.
Desgraciadamente, ese diagnóstico es cada vez más común: la resistencia
a los antibióticos es un gran problema que contribuyó a casi 1,3
millones de muertes en todo el mundo en 2019. Aunque estamos acostumbrados
a relacionar los antibióticos con los ataques bacterianos, las cada vez más
frecuentes patologías asociadas con hongos obligan a incorporar al
vocabulario los términos antimicótico o
antifúngico.
Hongos que amenazan la salud humana
Que los hongos sean tan vitales para nosotros como lo son animales y plantas no ha evitado que sean poco estudiados. Algo insólito teniendo en cuenta que, además, las enfermedades fúngicas son responsables de unas tasas letales similares a las de la tuberculosis y más de tres veces superiores a las de la malaria.
Son tasas más que notables, especialmente si se considera lo poco que se sabe sobre la biología de los patógenos fúngicos y la falta de reconocimiento de los efectos de sus infecciones en la salud humana. Esas infecciones están detrás de millones de casos de enfermedades, incluyendo la aspergilosis pulmonar crónica e invasiva, la candidiasis, la histoplasmosis o la neumonía, a las que cada año se suman más de diez millones de casos de asma fúngico y otro millón de queratitis.
Un reciente informe de la OMS ha sacado a la luz que las infecciones fúngicas matan a más de 1,5 millones de personas cada año. Desde mohos hasta levaduras y esporas que respiramos inconsciente e inevitablemente, la OMS ha identificado diecinueve patógenos fúngicos como las mayores amenazas para la salud humana.
Todos los hongos incluidos en el informe son microscópicos y muchos son letales. El informe los clasifica en tres niveles de peligrosidad: crítica, alta y media. Entre los cuatro considerados críticos destaca la levadura Candida auris, capaz de causar infecciones graves potencialmente mortales.
C. auris es un hongo emergente que puede causar infecciones invasivas. Auris es la palabra latina para oído, porque esta especie del género Candida se detectó por primera vez en el conducto auditivo externo de un paciente. Actualmente, se ha convertido en un patógeno nosocomial multirresistente a nivel mundial y se considera una gran amenaza en entornos sanitarios.
¿Cómo se volvió tan peligrosa esta levadura?
Para empezar, hay que tener en cuenta que las células fúngicas están rodeadas por una pared celular que ayuda a mantener su forma y las protege del medio ambiente. Las paredes celulares de los hongos se construyen en parte a partir de varios tipos diferentes de polisacáridos, que son cadenas largas de moléculas de azúcar unidas entre sí.
Dos polisacáridos que se encuentran en casi todas las paredes celulares
de los hongos son la quitina,
que forma también parte del esqueleto externo de muchos insectos, y los betaglucanos (ßG). Como las células animales carecen de
ella, ese tipo distintivo de pared celular es una diana terapéutica de primer
orden para los medicamentos, porque aquellos capaces de bloquear la producción
ambos polisacáridos exclusivos de los hongos tendrán menos efectos secundarios una vez aplicados
a pacientes humanos.
Algunas de los medicamentos más comunes que se usan para tratar infecciones
fúngicas son las equinocandinas.
Estos fármacos impiden que las células fúngicas produzcan ßG,
lo que debilita significativamente su pared celular, hasta el punto que la célula
fúngica no puede mantener bien su forma. Mientras el hongo está luchando por
crecer o se está fragmentando, nuestro sistema inmunológico tiene muchas más
posibilidades de combatir la infección.
Desgraciadamente, algunas cepas de C. auris son resistentes al
tratamiento con equinocandinas. ¿Cómo lo consiguen? Durante décadas, los
científicos han estado estudiando cómo los hongos superan los medicamentos
diseñados para debilitarlos o matarlos. En el caso de las equinocandinas, C.
auris suele utilizar tres estrategias para vencer a estos tratamientos: ocultarse, construir
y mutar.
La primera es envolverse en una biopelícula,
es decir, en un camuflaje complejo de azúcares, proteínas, ADN y células. Los
medicamentos no son eficaces para atravesar biopelículas, por lo que no pueden
acceder y matar las células fúngicas del interior. Las biopelículas son
especialmente peligrosas cuando crecen en equipos médicos como aireadores traqueales
o catéteres, porque una vez liberadas de la biopelícula las células fúngicas que
han adquirido la capacidad de resistir los medicamentos que tomaba un paciente
se vuelven más peligrosas.
La segunda estrategia que usan las levaduras patógenas para evadir el tratamiento es construir paredes celulares diferentes. Las células fúngicas tratadas con equinocandinas no pueden producir ßG. Cuando eso sucede, comienzan a producir más quitina. Las equinocandinas no pueden impedir la producción de quitina, por lo que el hongo puede construir una pared celular fuerte evitando así los daños. Aunque existen algunos medicamentos que pueden detener la producción de quitina, ninguno está aprobado actualmente para uso clínico.
La tercera estrategia es cambiar la forma de la enzima
productora de ßG para que las equinocandinas no puedan bloquearla.
Estas mutaciones permiten que continúe la producción de ßG incluso en presencia del
fármaco. No es de extrañar que Candida utilice esa estrategia para
resistir los medicamentos antimicóticos, ya que es muy eficaz para mantener
vivas las células.
Nuevas tácticas del combate antifúngico
¿Qué se puede hacer para tratar las infecciones fúngicas resistentes a
las equinocandinas? Los científicos están investigando nuevas formas de
eliminar C. auris y hongos similares. El primer enfoque es encontrar
nuevos medicamentos. Por ejemplo, hay dos fármacos en desarrollo, rezafungina e ibrexafungerp, que parecen
ser capaces de detener la producción de ßG incluso en hongos
resistentes a las equinocandinas.
Un enfoque complementario es ensayar si una clase de enzimas llamadas glucosidasas podrían combatir los hongos resistentes a los medicamentos. Algunas de estas
enzimas destruyen activamente la pared celular fúngica, separando tanto el ßG como la quitina al mismo
tiempo, lo que podría ayudar a evitar que los hongos sobrevivan en los equipos
médicos de los hospitales.
El objetivo final de esta investigación es el médico te diga:
"Tienes una infección por hongos, pero ahora tenemos un buen
tratamiento". ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.