Si alguna vez has tocado una ortiga, habrás comprobado que no resulta
agradable. Sabrás también por qué las ortigas se conocían antiguamente como “hierbas
de los ciegos”: hasta los invidentes sabían reconocerlas sin verlas. Contemplarlas
traslada a la niñez, trae recuerdos de piernas ardiendo mientras atravesabas
los caminos rurales en bicicleta o de sarpullidos enrojecidos que aparecían de
repente en las manos mientras rebuscabas fresas entre los herbazales
de las veredas forestales.
Quizás por ello, las ortigas no ocupan un lugar destacado en las listas
de plantas favoritas de la gente. Pero detrás de ellas plantas hay mucho más:
todo un conjunto de adaptaciones anatómicas y químicas que han hecho de las ortigas
unos competidores formidables frente a plantas de flores más vistosas y un prodigio
de la autodefensa.
Empecemos con lo básico. Las ortigas pertenecen al género Urtica,
que da nombre a toda una familia, las urticáceas, que en 1753 el naturalista
Linneo bautizó en clara alusión a que la mayoría de ellas se caracterizan por tener
unos pelos urticantes, calificativo que deriva de los términos latinos «uro, urere»,
me quemo, quemar, y de «tactus», tacto, es decir, planta que quema
cuando se toca.
El género Urtica comprende alrededor de un centenar de especies
de las regiones templadas y subtropicales del mundo. En España hay registradas
cinco especies, una de las cuales, U. bianorii limita su presencia a
Mallorca, mientras que de las otras cuatro las tres más comunes son U. pilulifera, U. urens
y U. dioica. Me centraré en esta última para hacer una sucinta descripción de todo el género.
U. dioica, conocida como ortiga mayor u ortiga verde, toma su
nombre específico, «dioica», del griego «di», dos, y de «oikos»,
casa, (dos casas) por el hecho de que esta especie tiene flores masculinas y
femeninas separadas en plantas machos y hembras. Su tallos, sobre los que
crecen hojas ovaladas enfrentadas por pares, tienen una
sección cuadrada y no circular como en la mayoría de las plantas, alcanzan
entre 50 y 150 centímetros y, como las hojas y las flores, están revestidos de pelos transparentes.
Las flores, muy pequeñas y de color amarillo verdoso, van reunidas en
grupitos esféricos (glomérulos) distribuidos en racimos ramificados más o menos
colgantes en la axila de las hojas superiores. A diferencia de las plantas que
atraen a los polinizadores mediante flores vistosas y recompensas en forma de
néctar o de otras sustancias, las ortigas, cuyo polen es trasladado por los
golpes de viento, tienen flores muy sencillas, sin diferenciación en cáliz y
corola, rodeadas por cuatro piezas pequeñas hirsutas.
Ortiga mayor (Urtica dioica) |
A pesar de su sencillez, el mecanismo de lanzamiento del polen es muy
elaborado. La evolución genética ha hecho que en las flores masculinas los
cuatro estambres permanezcan arrugados hasta que madura el polen; en ese momento,
se expanden repentinamente como catapultas arrojando los granos de polen al
aire para que se dispersen y se favorezca la polinización anemófila (operada
por el viento) de las flores femeninas. La floración se concentra de mayo a
noviembre. Los frutos secos son como diminutos cañamones, de color verde oliva y
con un mechón de pelos en el ápice.
Las ortigas son asombrosas colonizadoras de suelos desnudos y
alterados. Sus semillas de larga vida pueden permanecer inactivas en el suelo
durante cinco años o más. La hipótesis de Darwin según la cual las semillas de las
urticáceas podrían sobrevivir a un largo viaje por mar que les serviría para dispersarse
entre continentes, se demostró en 2018 cuando una
investigación demostró que la dureza de sus cubiertas les permite la colonización
transoceánica.
Unidos a los pelos urticantes, unos magníficos repelentes rechazados
incluso por los herbívoros más hambrientos, sus tallos rizomatosos o sus
intrincados sistemas radiculares hacen que las ortigas sean muy difíciles de
eliminar una vez que han ocupado un terreno. Esas características ayudan a que se
establezcan rápidamente en terrenos despejados, compitan con ventaja y se
propaguen en nuevas poblaciones resistentes a los factores ambientales externos.
Población de Urtica urens en un barbecho castigado por una plaga de conejos, incapaces de ingerir las ortigas vulnerantes. |
En unos tiempos en los que la agricultura intensiva, la expansión
urbana y la contaminación destruyen la naturaleza y la vida silvestre en jardines
y campos depende de las plantas, la resiliencia de las ortigas las convierte en
una herramienta excelente en la lucha para detener la crisis de la biodiversidad.
Las ortigas ayudan a la vida silvestre a sobrevivir, especialmente en áreas
urbanas y agrícolas. En todo el mundo, la propagación de las ortigas desde su
hábitat forestal natural por jardines y terrenos baldíos constituye el
sustento de las orugas de varias mariposas amenazadas de extinción.
Y no son solo las mariposas las que dependen de las ortigas. Las
mariquitas (Coccinella
septempunctata) a menudo ponen huevos en sus hojas. Estas “amigas de los
jardineros” son unas voraces depredadoras de los pulgones que succionan la
savia de las plantas de jardines y huertos. Tener ortigas en las lindes de los
cultivos concede a las mariquitas y a otros insectos depredadores un lugar
donde refugiarse y del que despegar listos para darse un festín cuando el aumento
de la población de pulgones amenace con transformarse en plaga.
La picadura
Si miramos de cerca una planta de ortiga, veremos que está cubierta de rígidos
pelos transparentes. Observados bajo el microscopio, aparecen constituidos por
una base formada por un grupo de células secretoras y una larga célula terminal
con forma de aguja. En la macrofotografía adjunta, se observa claramente la
transparencia de la aguja que remata las células secretoras de su base, cuya
turgencia sea posiblemente la responsable de la presión del líquido contenido
en la aguja. La enorme célula aguzada está hueca y sus finas paredes silicificadas
como vidrios son tan extremadamente duras y transparentes como una aguja de
cristal hueco.
El líquido irritante que se aprecia por transparencia en el interior de
la aguja es una neurotoxina compuesta principalmente por ácido fórmico, el
mismo ácido que secretan al morder las hormigas (formicas, en latín) y
es el responsable del escozor que sentimos al rozar una ortiga. Otros
componentes del líquido son la acetilcolina y la histamina. La primera es un
vasodilatador que aumenta el tamaño y la permeabilidad de los capilares,
mientras que la histamina está implicada en las reacciones alérgicas que
producen la irritación de las mucosas y la hinchazón de los tejidos.
Ambas toxinas son, por tanto, las responsables de la rápida penetración del veneno y de las pequeñas ampollas e hinchazones que surgen segundos después de la picadura de una ortiga. La mezcla de toxinas es estable y resistente al calor y conserva sus propiedades urticantes durante décadas. Por eso, los ejemplares momificados y conservados en herbarios durante décadas siguen provocando irritaciones.
Examinando la punta de la aguja a mayor aumento no se observan poros, pero se nota un pequeño engrosamiento en el ápice que se revela al microscopio óptico de cien aumentos como una delicada microampolla, cuya rotura confiere a la célula terminal la forma de una perfecta aguja hipodérmica con un orificio en bisel similar al de las agujas clínicas. El estado turgente de las células secretoras de la base hace que el veneno se encuentre bajo presión y se inyecte en la herida en cuanto se rompe la microampolla al contactar con la piel.
Usos
Hay una larga historia del uso de las ortigas en la medicina popular de
todo el mundo. Existe evidencia científica de que las ortigas (o los extractos
de sus hojas, raíces y tallos) pueden tratar la
hipertensión y la diabetes.
Incluso, añadidas al pienso, sirven para mantener en estado saludable a los animales
criados en piscifactorías
y granjas
avícolas.
Ya en la Edad Media, pero seguramente mucho antes (hay documentos que
atestiguan el uso de ortigas en la Edad del Bronce y el antiguo Egipto), se
extraían de sus tallos largas fibras similares a las del cáñamo; con ese
propósito se cultivaron en el siglo XIX unas ortigas asiáticas (Boehmeria
nivea) para producir unos tejidos llamados ramios
parecidos a los de lino. En el siglo XVIII, el relator del tercer viaje del
Capitán Cook escribió que los habitantes de Kamtchatka, una península ubicada
en el extremo oriental de Rusia bañada por el Océano Pacífico, no habrían podido
sobrevivir sin ortigas, a las que usaban para hacer redes de pesca, cuerdas,
hilo de coser y ropa resistente, etc. Para lograrlo cortaban los tallos de
ortiga en agosto, los maceraban, los secaban e hilaban sus fibras durante los
largos inviernos.
La ortiga se cultivó durante mucho tiempo en muchos países del norte de
Europa como forraje para el ganado y todavía ahora, después de trituradas, se
administran ortigas frescas ricas en carotenos a los animales de granja para
que su piel, carne y huevos sean más coloridos y para aumentar la producción de
grasa en la leche y colorear la mantequilla con un hermoso amarillo.
La ortiga también es una
excelente verdura: las hojas, completamente inermes después de un breve
escaldado, y luego exprimidas, se usan cocidas y sazonadas con sal y aceite
como las espinacas, y para preparar risotto, sopa de verduras, tortillas,
tortellini, pasteles salados, rellenos, etc.
En
fitoterapia se usa toda la planta cosechada de abril a septiembre, los
rizomas recolectados en otoño (para hacer decocciones con vinagre de uso
externo, para combatir la alopecia y la caspa) y en algunos países también los
frutos, que contienen un aceite rico en ácidos grasos insaturados, fitoestimulinas
cicatrizantes, fitohormonas y tocoferoles
vitamínicos. Se utilizan en forma de extractos alcohólicos, como corroborantes y tonificantes. Además
de ser muy rica en clorofila, existen numerosos ingredientes activos en la
ortiga (taninos, nitratos, ácido fórmico y salicílico, flavonoides,
carotenoides, hierro, vitaminas C, B, K1) que le confieren propiedades
diuréticas, astringentes, hemostáticas, depurativas, antirreumáticas,
antihemorrágicas, hipoglucémicas y antiseborreicas.
Una verdadera botica, urticante, pero una botica. ©Manuel
Peinado Lorca. @mpeinadolorca.