viernes, 7 de abril de 2023

El árbol gutapercha y la expansión del telégrafo



El 14 de julio de 2013 echó el cierre la empresa estatal india Bharat Sanchar Nigam Limited, la última red de telegrafía activa del mundo. Fue la última señal emitida por un medio de comunicación que no hubiera sido posible sin el empleo de una goma natural: la gutapercha.

Aunque el deseo de enviar mensajes escritos (griego graphos) a distancia (griego tēle) es tan antiguo como la civilización, la gran era de la telegrafía comenzó en 1844 cuando Samuel Morse logró establecer una comunicación por cable entre Washington y Baltimore. El sistema de Morse se impuso a otros muchos patentados en esa época y dominaría el mundo de las comunicaciones durante siglo y medio hasta que en la década de los noventa del siglo XX lo barrió el correo electrónico de Internet.

A pesar de su extraordinaria capacidad de comunicación el sistema de Morse tenía un inconveniente: era imprescindible usar un cable de cobre. En tierra firme, fuera cual fuera la distancia que separara dos puntos, podía tenderse un cable. Pero la expansión colonial de los grandes imperios requería tender cables intercontinentales que no podían sostenerse sobre la postería convencional terrestre.

Antes de la invención del telégrafo eléctrico, las noticias de un puesto colonial tardaban meses en llegar a la madre patria, lo que dificultaba el control imperial. Por ejemplo, cuando el príncipe Diponegoro encabezó en Java un levantamiento contra los abusos de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales en 1825, el gobierno holandés no se enteró durante meses, lo que retrasó la llegada de refuerzos.

El primer telégrafo del que se tiene noticia fue construido alrededor del 350 a. C por Eneas el Táctico, un estratega griego, que inventó el primer telégrafo hidráulico conocido. El historiador romano Polibio escribió que este telégrafo hidráulico se utilizó para enviar mensajes militares desde Sicilia a Cartago durante la Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.). Reconstrucción del aparato que se exhibe en el Museo Tecnológico de Tesalónica.


En 1857, los cipayos indios se rebelaron contra el gobierno de la Compañía Británica de las Indias Orientales. El pánico que cundió entre los colonos exigió un sistema de telégrafo intercontinental. En 1865, Karachi ya tuvo una línea de comunicación casi instantánea con Londres. Apenas una década después, más de 160 000 km de cable tendido a través de los fondos marinos conformaron una red de comunicación global administrada en gran parte por las potencias coloniales.

La moderna tecnología de las comunicaciones no hubiera sido posible sin la inestimable ayuda de un producto natural: el látex de la gutapercha, un plástico natural hoy prácticamente en desuso. Aunque ya no se oiga su nombre, durante la segunda mitad del siglo XIX “gutapercha“ era una palabra de uso tan cotidiano como hoy pueda serlo “teflón” o “poliuretano”.

Palaquium gutta

La gutapercha es un tipo de goma translúcida, sólida y flexible que se parece al caucho, otro látex que se extrae de la siringa (Hevea brasiliensis). Pero a diferencia del caucho que es mucho más elástico, pero que debe vulcanizarse con azufre para utilizarse como aislante, la gutapercha es termoplástica, se ablanda cuando se calienta y vuelve a su forma sólida cuando se enfría.

Desde la noche de los tiempos, los malayos usaban una versión poco procesada de la gutapercha para hacer algunos utensilios domésticos. Era un material muy fácil de trabajar porque podía moldearse en agua caliente a unos 50 ºC antes de que se endureciera al enfriarse.

En 1832, William Montgomerie, un cirujano escocés que trabajaba en Singapur para la Compañía de las Indias Orientales, supo apreciar el potencial de este material para fabricar instrumentos quirúrgicos. Envió muestras acompañadas de un informe a la londinense Royal Society of Arts. En cuanto se divulgó su informe, la demanda de gutapercha se disparó.

En 1845 se fundó la Gutta Percha Company que durante décadas fabricó miles piezas de ajedrez, marcos de espejos, bandejas de té, placas conmemorativas, figuras de animales, pelotas de golf, bastones, suelas de zapatos e incluso un aparador completo (precursor de los muebles de formica, un laminado sintético patentado en 1912) entre muchos otros artículos domésticos.

Pelotas de golf fabricadas con gutapercha a finales del XIX


Los productos industriales incluían correas para maquinaria, revestimientos para tanques de ácido y fundas de cableado cuya maquinaria de extrusión se inspiró en las máquinas de pasta italianas. Esta técnica se utilizó primero para aislar cables de conducción telegráfica en líneas terrestres y más tarde para cables submarinos. Por si eso fuera poco, Edwin Truman lo utilizó por primera vez para empastes dentales en 1847, un uso que sigue aplicándose hoy día en ortodoncia.

La goma en sí se extraía de las selvas tropicales de una región geográfica que comprende la Malasia británica y Sarawak; las entonces holandesas Java, Sumatra y Borneo; Siam; Camboya y la región del delta del Mekong de Vietnam en la Indochina francesa; y el sur de Filipinas, que hasta 1898 fue colonia española. Hasta ocho especies de árboles producían látex de tipo gutapercha. Los mejores procedían del toban indomalayo, Palaquium gutta, conocido también como el árbol gutta de Borneo.

El extraordinario y único uso potencial de la gutapercha se puso de manifiesto cuando el ingeniero alemán Werner von Siemens inventó una matriz de gutapercha que le sirvió para aislar un cable de telégrafo eléctrico paralelo a una línea de ferrocarril.

Pocos años después Gran Bretaña, cuyas colonias malayas acaparaban la mayor parte de la producción mundial, estaba entrecruzada por una red de cables telegráficos subterráneos y aéreos que hasta entonces se aislaban con algodón alquitranado o cáñamo. La gutapercha también demostró ser perfecta para cables de telégrafo submarinos, que comenzaron a fabricarse a partir de 1851 cuando los hermanos John y Jacob Brett unieron Inglaterra y Francia tendiendo un cable submarino desde Dover a Calais.

Transportadas por una infinita red de cables forrados con gutapercha, las señales del código Morse comenzaron a adueñarse del mundo, y aunque los primeros cableados submarinos estuvieron plagado de dificultades técnicas, los ingenieros las habían superado casi por completo en 1870. Francia se conectó con Terranova en 1869; India, Hong Kong, China y Japón en 1870; Australia se unió al resto del mundo en 1871 y Suramérica en 1874. Al mismo tiempo, se habían tendido más de un millón de kilómetros de cable telegráfico terrestre y en 1880 160 000 km de cable submarino, que aumentaron en 190 000 al final de la década.

En 1892, las empresas británicas eran dueñas de dos tercios de todos los cables telegráficos submarinos del mundo. El dominio del cableado telegráfico otorgó a los aliados una herramienta bélica de extraordinaria importancia cuando estalló la Primera Guerra Mundial: lo primero que hicieron fue cortar los cables que conectaban al imperio alemán con el resto del mundo, obligándolo a depender de las comunicaciones inalámbricas que podían ser interceptadas.

Como tantas veces ha ocurrido con la economía extractiva característica la explotación colonial, la demanda por el material hizo que los árboles productores corrieran peligro de extinción en las junglas del sudeste asiático. El principal responsable de la demanda era la red de cables submarinos: solamente el primer cable telegráfico transatlántico exigió 250 toneladas de este aislante. Y cada tonelada requería la tala de miles de árboles.

El método de explotación de las gutaperchas implicaba la tala de los árboles antes de extraer la goma mediante incisiones profundas en la corteza. 


La extinción era una posibilidad real en muchas partes de la península y el archipiélago malayos. El botánico escocés James Collins informó que el árbol Palaquium gutta, que una vez floreció en Singapur, estaba prácticamente extinto en la isla como resultado de las exportaciones de gutapercha a Europa, que habían comenzado en 1844. Solo entre 1845 y 1847, según Collins, se talaron 69 180 árboles en la isla de Singapur y la presión a partir de entonces fue imparable.

Sin embargo, la historia tuvo final feliz. La gutapercha cayó en el olvido... pero sobrevivió. En la década de 1950 hizo su aparición un nuevo material, el polietileno, otro polímero termoplástico, que reemplazó a la gutapercha como el aislante favorito de la pujante industria de las telecomunicaciones.

Los viejos cables telegráficos submarinos fueron reemplazados por versiones más modernas, incluyendo la fibra óptica que conecta al mundo hoy. La gutapercha quedó en el olvido, después de un siglo de estrellato. Los árboles productores volvieron a crecer en el archipiélago malayo y hoy, lejos del insaciable mercado, que sabe el precio de todo y el valor de nada, ya no corren peligro de extinción. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca