Investigadores españoles explican las causas de la plaga de conejos: No hay hibridación, solo tienen hambre.
Hace justamente cinco años, un grupo de enfurecidos agricultores castellanomanchegos intentó asaltar las Cortes regionales en protesta contra una plaga de conejos extremadamente dañina para las cosechas. Cosas del comportamiento humano. Durante décadas, agricultores, ganaderos y cazadores se han esforzado por exterminar con pólvora, cepos, venenos, artimañas innúmeras y no pocos artefactos a las denominadas “alimañas” de pelo y pluma que controlaban las poblaciones de conejos. Aquellos polvos exterminadores han traído estos lodos lagomórficos.
Locura es hacer la misma
cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados, escribió Albert
Einstein. El de los conejos es el eterno retorno de lo mismo.
No son inmigrantes: son
autóctonos
Desde hace unas semanas se viene
hablando de una supuesta plaga de “conejos híbridos” que están arrasando los cultivos
españoles. Los graves daños a la agricultura se achacan a su mayor tamaño, su
mayor capacidad reproductora, su mayor voracidad y a unos comportamientos
atípicos para la especie.
Pero no es oro todo lo que reluce.
Empezaré por aclarar que el conejo silvestre o de monte (Oryctolagus
cuniculus) es una especie nativa de la península ibérica. Como sucede con
las más de 400 razas de perros reconocidas, desde el minúsculo chihuahua al
mastín grandullón, todas las variedades de conejo doméstico, por extrañas que
parezcan, como la que encabeza esta entrada o los que se ven en el siguiente video, han derivado por selección
artificial a partir de la subespecie O. cuniculus cuniculus. Por tanto,
los conejos silvestres y domésticos son la misma especie.
Es cierto que en algunas
poblaciones silvestres se pueden observar conejos con rasgos de “domésticos”
debido, posiblemente, a la suelta de conejos de dudosa genética usados en
algunas repoblaciones cinegéticas, pero el
análisis genómico demuestra que su presencia es meramente testimonial en las poblaciones españolas. Las
“excepcionales capacidades” que se atribuyen a los supuestos conejos híbridos entre
los nativos y los conejos de rabo blanco alóctonos (Sylvilagus floridanus),
son igualmente propias de los conejos silvestres.
Pero si los conejos que
están provocando los daños son autóctonos, ¿qué ha sucedido para que una
especie nativa se convierta en plaga? La respuesta es triple.
Desequilibrios
poblacionales
Téngase en cuenta en primer
lugar los desequilibrios poblacionales. La evolución ha hecho de los conejos una
especie destinada a ser abundante para poder sobrellevar la elevada tasa de mortalidad
que sufren sus poblaciones silvestres debido a la depredación. Normalmente las
conejas pueden tener crías durante tres años y la gestación dura
aproximadamente 31 días y la lactancia 56 días, lo que totaliza 87 días. Por lo
tanto, cada hembra está teóricamente en
condiciones de parir y criar cuatro camadas al año, con un período de descanso de 17 días. En el conejo
son frecuentes las camadas de 10 a 12 gazapos los cuales, a la semana de haber
nacido, habrán duplicado su peso sin más alimentación que la leche de la madre.
La pérdida de
autorregulación y funcionalidad de los ecosistemas, normalmente debida a
intervenciones humanas, suele llevar a fuertes desequilibrios, como por ejemplo
la extinción de especies o, en la otra dirección, a abundancias más altas de lo
deseado. En Australia lo saben muy bien (1, 2).
En el caso del conejo
ibérico hay tres elementos clave que han generado los desequilibrios
poblacionales: escasez de alimento natural, falta de depredación (natural y
cinegética) y la reducción del impacto negativo de las enfermedades. La
presencia de estructuras lineales como autopistas y vías de ferrocarril y un suelo más blando para excavar
madrigueras también han podido ser factores determinantes.
Según una investigación realizada en viñedos de
Córdoba, la falta de
alimento natural es la causa principal: los investigadores concluyeron que los
daños causados por los conejos estaban condicionados por la cantidad de
alimento natural (diversidad y abundancia de herbáceas) y no solo por la
abundancia de este mamífero. Es decir, con cifras parecidas de conejos, los
daños en los cultivos son mucho mayores en aquellos donde la disponibilidad de
alimento natural es escasa. En otras palabras, la eliminación de las llamadas “malas hierbas” fuerza a los conejos a alimentarse de
los cultivos. Este fenómeno podría haberse acentuado este año por la sequía.
Daños provocados por conejos sobre un campo de cereal, donde las madrigueras estaban en el límite con el olivar. Nótese la falta de cubierta vegetal en el olivar, lo que limita la disponibilidad de alimento natural, forzando a los conejos a alimentarse del cereal. Fuente. |
Esta interacción entre
densidad de conejos y disponibilidad de alimento natural es la causa de que, aunque
haya pocos conejos, si no disponen de otra fuente alternativa de forrajeo
pueden ocasionar daños severos a los cultivos. Las viñas son un cultivo muy
sensible a la herbivoría: pocos conejos alimentándose de los brotes que originan
los racimos provocan
pérdidas sustanciales.
Así las cosas, los daños
pueden mitigarse si aumenta la disponibilidad de alimento natural para reducir
la presión sobre los cultivos. Por ejemplo, permitir el crecimiento de las
cubiertas vegetales entre las hileras de cultivos leñosos o mantener la
vegetación en zonas incultas aledañas (linderos, taludes, arroyos, bordes de
caminos…) puede ser una buena estrategia para aumentar la presencia de forraje
y disuadir a los conejos de buscar otras fuentes.
Ausencia de depredadores
naturales y disminución de los subsidiarios
El control de depredadores
como los zorros, una práctica habitual en España, y la menor diversidad y abundancia de
depredadores en zonas agrícolas también contribuyen a explicar el aumento local
de las poblaciones de conejos. Además, a falta de depredadores, los conejos pueden recorrer distancias considerables desde sus refugios porque el riesgo de
depredación es bajo, lo que puede aumentar sensiblemente el radio de los daños
a partir de sus núcleos de población. Finalmente, el sector de la caza, que
podría actuar como “depredador subsidiario”, es un gremio venido a menos que apenas puede controlar las
poblaciones localmente sobreabundantes.
Menos enfermedades
Un tercer factor es el menor
efecto de las enfermedades. Volvamos a Australia, donde en la década de 1920 la población
de conejos alcanzó un pico de 10.000 millones de individuos, una verdadera
peste que empujó a las autoridades australianas a organizar iniciativas de todo
tipo para luchar contra la plaga bíblica.
En 1896, el prestigioso
bacteriólogo italiano Giuseppe Sanarelli descubrió un virus que mataba conejos.
En 1951 se aisló el virus y el veterinario Frank Fenner tuvo la brillante idea
de usarlo para terminar con la plaga de conejos cimarrones procedentes de
Europa que estaban tan cómodamente instalados en Australia. La población se
redujo drásticamente: de 600 millones a 100 millones en dos años. Pero ojo, 100
millones de conejos son muchos conejos y más si algunos estaban inmunizándose
al virus que resultaba letal para la mayoría de ellos.
Mientras tanto, en su
tierra natal a los conejos europeos les iba fenomenal. Durante décadas
científicos de Gran Bretaña, Alemania y Francia buscaron un remedio contra la
plaga conejil que era consecuencia de haber diezmado o extinguido sus
depredadores naturales y de haber promovido la cunicultura como una fuente
importante de carne y pelo.
El médico y bacteriólogo
francés Paul Felix Armand-Delille creyó encontrar la solución. Dos años después
del holocausto australiano, Armand-Delille, ya jubilado, quiso hacer una prueba
en su hacienda de Eure-et-Loir. Con cierto candor y poniéndose la venda antes
de la herida, decidió inocular sólo a una pareja de conejos. Nunca debió
hacerlo.
Conejo europeo afectado por la myxomatosis. |
El efecto sobre la
población de conejos franceses fue fulminante. Un año después, para su
sorpresa, para contento de los granjeros, y para furia de los cazadores, la
mitad de los conejos de Francia había pasado a mejor vida. En la temporada de
caza previa a la liberación del virus, 1952-53, el número total de conejos
cazados en veinticinco cotos superó los 55 millones. Durante la temporada
56-57, en esos mismos cotos, los cazadores solamente abatieron 1,3 millones:
una reducción del 98%.
Superado el primer
holocausto, los conejos australianos y los europeos fueron poco a poco inmunizándose
frente a la cepa del virus original. Poco nos acordamos de las abundancias de
conejo antes de la llegada de la mixomatosis o de la enfermedad hemorrágica vírica, cuando en España se cazaban más de diez
millones de conejos al año. En la actualidad, apenas llegan a los seis
millones.
Estas dos enfermedades, ya
consideradas endémicas después de llevar coexistiendo con los conejos más de 80
y 30 años respectivamente, parecen haber reducido su virulencia, y los conejos
han ganado resistencia, reduciéndose así el efecto negativo en sus poblaciones.
Además, probablemente debido a que hay mayor probabilidad de que circulen los
virus dentro de la población y de que adquieran inmunidad, las poblaciones más
abundantes son las que tienen menor mortalidad por enfermedad. Por tanto, en
las poblaciones localmente abundantes, como pueden ser las zonas más afectadas
por los daños, es de esperar que tengan una mayor prevalencia de anticuerpos
frente a ambas enfermedades.
En definitiva, es la
disfunción del medio y no la hibridación la que está provocando los daños. Las
noticias infundadas contribuyen a generar un clima de confusión que puede derivar
en acciones dramáticas en contra de una especie clave para nuestros ecosistemas.
©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca