El hocico de un perro es decenas de miles de veces más sensible a los
olores que la nariz de su dueño. ¿Qué explica la impresionante capacidad
olfativa de los cánidos? ¿Qué hay detrás de su asombrosa capacidad, que hace
que el mundo canino no sea visual como para nosotros, sino extraordinariamente aromático?
¿En qué se diferencian sus hocicos de nuestras narices y qué hacen sus cerebros
de manera diferente?
Cómo olfateamos
El premio Nobel de Medicina se concedió en 2004 a los investigadores Richard
Axel y Linda B. Buck por un
estudio sobre el olfato en el que describieron un conjunto de un millar de
genes que dan lugar al desarrollo de un número equivalente de receptores
olfativos en los mamíferos. Gracias a Axel y Buck, los científicos conocen el
mecanismo que desencadena nuestro sentido del olfato.
Al hacer una inhalación nasal, el aire es succionado hacia las fosas
nasales a través de crestas óseas llamadas cornetes,
que aumentan la superficie que debe recorrer el aire sobre millones de neuronas
receptoras olfativas que tapizan el epitelio
olfativo, una lámina del tamaño de un sello de correos (3 x 3 cm) situado
en el techo de la cavidad nasal (Figura 1). Las moléculas odoríferas (aromas) que
contienen el aire estimulan e inhiben los receptores.
Figura 1 |
Cada aroma desencadena una señal hecha por las neuronas olfativas que
viaja a lo largo del nervio olfatorio hasta el bulbo olfatorio, que se
encuentra debajo de la parte frontal de nuestro cerebro. Las señales del bulbo
le dicen al cerebro a qué huele. Los humanos con buen sentido del olfato pueden
reconocer 10 000 olores diferentes.
Campeones del olfato
El sentido del olfato de los perros supera en agudeza al nuestro en
órdenes de magnitud de entre 10 000 a 100 000 veces. Supongamos que sea solamente
10 000 veces más agudo: si hacemos una analogía con la visión, lo que los
humanos podemos ver a quinientos metros, un perro podría verlo a más de 4 800
km de distancia y más allá.
Figura 2. Cuando un perro inhala, el aire se separa por sendas ruta, una
(roja) fluye hacia el área olfativa y la otra (azul) pasa a través de la
faringe (negro) hacia los pulmones. Fuente. |
Una nariz para los olores
¿Qué tienen los perros que nosotros no tengamos? Por un lado, poseen
hasta 300 millones de receptores olfativos en la cavidad nasal en comparación
con los seis millones que tenemos nosotros. A eso hay que sumar que la parte
del cerebro de un perro que se dedica a analizar los olores es,
proporcionalmente hablando, 40 veces mayor que la nuestra.
Las cavidades nasales de los perros también funcionan de manera muy
diferente a la nuestra. Cuando los humanos inhalamos, olemos y respiramos el aire inhalado circula a
través de las mismas vías respiratorias dentro de la cavidad nasal. Cuando los perros
inhalan, un pliegue de tejido justo dentro de la fosa nasal ayuda a separar
estas dos funciones. Cuando el flujo de aire penetra en el hocico de un perro, se separa en dos
rutas diferentes, una para el olfato y otra para la respiración.
Figura 3: En la parte posterior de la cavidad nasal de un perro se encuentra la región olfativa (de color verdoso), con sus tejidos en forma de espirales erizados de receptores olfativos. Las regiones respiratorias aparecen rosadas. Fuente.
En los humanos, el sentido del olfato está relegado a una pequeña
región en el techo de nuestra cavidad nasal, situada lo largo de la ruta
principal del flujo de aire (Epitelio olfativo en la Figura 1). Por eso, el
aire que olemos entra y sale con el aire que respiramos. En los perros,
alrededor del 12% del aire inspirado se desvía hacia un área hundida en la
parte posterior de la nariz dedicada al olfato, mientras que el resto del aire
que ingresa pasa más allá de ese rincón y desaparece a través de la faringe hacia
los pulmones. Dentro del área olfativa, el aire cargado de olores se filtra a
través de un laberinto de cornetes óseos en forma de volutas mucho más complejos
que los cornetes humanos.
Estrategia de salida
Cuando exhalamos por la nariz, expulsamos el aire utilizado por donde
entró, expulsando los olores entrantes. Cuando los perros exhalan, el aire utilizado
sale por las rendijas a ambos lados de sus hocicos. El aire expulsado no solo
se arremolina ayudando a introducir nuevos olores en la nariz del perro,
también, y más importante aún, permite que los perros olfateen de forma más o
menos continua.
Nosotros no podemos mover nuestras fosas nasales de forma
independiente. Los perros pueden. Eso, añadido al hecho de que el llamado
alcance aerodinámico de cada una de sus fosas nasales es menor que la distancia
entre las fosas nasales (Figura 4), les ayuda a determinar a qué fosa nasal
llegó un olor y con ello a localizar la procedencia de los olores: cualquiera
puede comprobar que todos los perros zigzaguean de un lado a otro siguiendo el
rastro invisible de un olor que les interesa.
Figura 4: Cuando un perro inhala (izquierda), puede saber a qué fosa nasal
llegó un olor porque el "alcance aerodinámico" de cada fosa (azul) es
muy pequeño. Cuando un perro exhala (derecha), el aire espirado sale por las
ranuras laterales de tal manera que aumenta la captura de nuevos olores. Fuente.
Un segundo sistema olfativo
Por si todo esto fuera poco, gracias al órgano vomeronasal u órgano de Jacobson los perros tienen una
segunda capacidad olfativa que nosotros no tenemos. Situado en el fondo del
conducto nasal del can, dicho órgano capta feromonas, los químicos característicos
de cada especie animal que anuncian la preparación para el apareamiento y otros
asuntos relacionados con el sexo.
Las moléculas de feromonas que detecta el órgano y su análisis cerebral
no se mezclan, porque el órgano tiene sus propios nervios que conducen a una
parte del cerebro dedicada por completo a interpretar sus señales. Es como si
el órgano de Jacobson tuviera su propio servidor informático dedicado exclusivamente
al sexo. ©Manuel
Peinado Lorca. @mpeinadolorca.