Terminé la primera parte preguntando cuál era el principio activo responsable del efecto paralizante del curare. Para dar respuesta comenzaré con una digresión sobre los neurotransmisores, cuya función orgánica trataré de explicar de forma muy sencilla para el profano e inevitablemente simple para los entendidos. Una explicación algo más compleja la hice en esta otra entrada.
Mensajeros del cerebro: los neurotransmisores
El cerebro es el responsable de regular todas nuestras actividades corporales.
Si nos reducimos a la actividad muscular, cada vez que un músculo se activa lo
hace recibiendo una orden desde el cerebro a través de una neurona. Imagine una
conexión eléctrica convencional entre dos cables. Uno de los cables será una
neurona, una célula de las que componen los nervios que unen al director de
orquesta corporal, el cerebro, con los músicos ejecutores, los músculos. El otro
cable imaginario será una fibra muscular. En una conexión eléctrica
convencional debe haber contacto físico entre los cables o entre ambos a través
de un conector metálico.
Eso no ocurre con la placa neuromuscular, la conexión entre el “cable neurona” y el “cable fibra muscular”, a la que técnicamente llamamos “sinapsis” porque entre uno y otro cable hay un espacio libre: el espacio sináptico. La orden que, en forma de impulso eléctrico, emite el cerebro se transmite a través del espacio sináptico mediante unas biomoléculas a las que llamamos neurotransmisores. El neurotransmisor secretado desde la neurona actúa en receptores especializados y altamente selectivos, que se localizan en la célula postsináptica, lo que provoca cambios en el metabolismo de ésta modificando su actividad celular.
Uno de los neurotransmisores más extendidos entre los vertebrados y el
primero en ser identificado es la acetilcolina, que fue
caracterizado farmacológicamente por el fisiólogo inglés Henry Hallett Dale
en 1914 y después confirmado por su colega alemán Otto Loewi como un
neurotransmisor. Por su trabajo recibieron en 1936 el premio Nobel en Fisiología
y Medicina, que les entregó en Estocolmo el rey Gustavo V Adolfo.
Curares: bloqueadores de la acetilcolina
La acetilcolina, una molécula extraordinariamente sencilla, actúa de
intermediario entre el impulso nervioso
–una corriente eléctrica procedente del cerebro– y la contracción
muscular. El principio activo de los diferentes curares bloquea la
contracción muscular desencadenada por la acetilcolina que segregan las
terminales nerviosas. Al hacerlo, produce parálisis progresiva y finalmente
muerte por asfixia.
El efecto se da al bloquear la conducción nerviosa motora a nivel de la
placa neuromuscular inhibiendo la acción de la acetilcolina: el principio activo
de cualquier curare se une a los receptores nicotínicos (las “puertas” por las
que la acetilcolina penetra en la terminal postsináptica), bloqueándolos y
paralizando toda la musculatura, incluyendo la respiratoria, causando la muerte
por asfixia. Aún a dosis mínimas su efecto es letal y se debe a la acción de un
principio activo, la tubocurarina.
El aislamiento de la tubocuranina
La identificación del principio activo del curare más efectivo desde el
punto de vista clínico, la tubocuranina extraída de la liana Chondodendron
tomentosum, se consiguió gracias a la tenacidad Richard
Gill, un estadounidense propietario de plantaciones de cacao y café en
Ecuador. Durante su estancia en el país sudamericano Gill desarrolló esclerosis
múltiple, una temible enfermedad uno de cuyos síntomas son los espasmos
musculares. De regreso a Estados Unidos, su médico, el neurólogo Walter Freeman,
le recomendó el uso del curare por su acción relajante muscular, que ya era
conocida desde los experimentos con animales que Benjamin Brodie, Charles
Waterton y Claude Bernard habían realizado el siglo anterior.
Movido por la necesidad, Gill regresó a las junglas de Ecuador, donde,
a partir de más de 26 tipos de lianas, preparó alrededor de cincuenta kilos de
curare. No solo trajo ese cargamento, también acarreó con muestras de las
plantas con las que lo había elaborado. Gracias a ellas, los botánicos descubrieron
que las plantas pertenecían a dos familias: Menispermáceas (a la que
pertenece el género Chondodendrum que, como luego comentaré, encerraba
el principio activo más eficaz del curare, la tubocurarina), y Loganiáceas, a la que
pertenece el género Strychnos,
bien conocido porque uno de sus componentes, la estricnina, es un veneno
potentísimo.
La farmacéutica E.R.
Squibb & Sons compró a Richard Gill parte de los cincuenta kilos de curare
con el objetivo de establecer directrices para la elaboración de extractos de
curare de una mínima fiabilidad que permitieran su utilización clínica.
Mientras tanto, el laboratorio elaboró un extracto de curare que patentó con el
nombre de Intocostrin, que donaba gratuitamente a los investigadores.
Harold Randall Griffith, anestesista del hospital Homeopático de Montreal, Canadá, usaba ciclopropano como gas anestésico. Los frecuentes casos de apnea que aparecían cuando empleaba ese gas durante la anestesia obligaban frecuentemente a la intubación endotraqueal. Para evitar el espasmo laríngeo durante el procedimiento de intubación, decidió ensayar Intocostrin como relajante muscular. El 23 de enero de 1942, realizó la extirpación quirúrgica del apéndice de un paciente usando Intocostrin como relajante muscular. Fue un éxito. A continuación, Harold Griffith y Enid Johnson usaron con éxito la preparación Intocostrin en 25 pacientes que fueron anestesiados ligeramente con ciclopropano.
A partir de entonces, la utilización de Intocostrin se hizo rutinaria
entre los anestesistas porque la flacidez muscular lograda con los relajantes
musculares permitía disminuir las dosis de anestésicos, haciendo que los
procedimientos quirúrgicos fuesen mucho más seguros.
Los famosos cincuenta kilos de curare recolectados por Richard Gill
dieron para mucho: no solo para la producción de Intocostrin y su consiguiente empleo
en diversos escenarios clínicos, sino que hizo posible la identificación del
principio activo. En 1943, los químicos orgánicos Oskar Wintersteiner y James
Dutcher, que trabajaban en los laboratorios Squibb, aislaron una sustancia
cristalina químicamente idéntica a la que ocho años antes había aislado Harold King partiendo de
una muestra de curare que le había cedido el Museo Británico. El origen de la
muestra del museo londinense no se conocía, pero dado que el material se
hallaba empaquetado en tubos de bambú, King decidió llamarlo tubocurarina.
El aislamiento de la tubocurarina a partir de Chondodendrum
tomentosum coincidió en el tiempo con el descubrimiento de que el principio
activo del Intocostrin era la misma sustancia. En Gran Bretaña, Cecil Gray demostró
que Intocostrin no era fiable y, en cambio, popularizó el uso de cloruro de
d-tubocurarina, que era farmacológicamente más potente y de fectos secundarios
más previsibles.
Al aislar la tubocurarina y estudiar sus efectos quedó perfectamente claro porque en los primeros experimentos realizados con el curare en el siglo XIX los animales quedaban paralizados mientras que el corazón seguía latiendo. El efecto letal de la d-tubocurarina se debe a la parálisis de los músculos esqueléticos, pero no afecta a la musculatura cardíaca (miocardio).
Antes del advenimiento del curare en la década de 1940, para lograr la
relajación muscular los anestesistas debían administrar una anestesia muy
profunda con éter o ciclopropano, lo que podía causar una serie de
complicaciones cardíacas, hepáticas o renales. Además, con la parálisis total de
la musculatura esquelética del diafragma del paciente, estas cirugías solo podían
practicarse posibles con la invención de la intubación traqueal y la
ventilación mecánica de los pulmones.
La intubación traqueal era poco común, y la relajación muscular, si era
necesaria, se conseguía mediante anestesia por inhalación profunda con los
riesgos concomitantes de depresión respiratoria o cardíaca. Tras la
introducción de los relajantes musculares, la anestesia sufrió un cambio
conceptual y fue redefinida como una tríada de narcosis, analgesia y relajación
muscular, utilizando fármacos específicos para producir cada uno de esos
efectos.
Curarinas sintéticas
El cloruro d-tubocurarina se introdujo de manera rutinaria en la
práctica anestésica. La D-tubocurarina se convertiría en el relajante muscular
preferido hasta que los agentes sintéticos similares al curare reemplazaron al natural
a partir de la década de 1980.
Hoy día la tubocurarina natural ha sido sustituida rutinariamente en
los procedimientos quirúrgicos por medicamentos de síntesis con efectos
similares (es decir, como bloqueantes neuromusculares), pero de efectos secundarios
más predecibles que la tubocurarina.
Desde la selva amazónica hasta el quirófano, la historia del curare nos debe hacer reflexionar. Buena parte de los fármacos actuales provienen de antiguos sistemas de conocimiento como el que detentan los grupos indígenas. El caso del curare es, sin duda, una historia sobresaliente de aprovechamiento farmacológico, pero las comunidades indígenas también cuentan con prácticas medicinales ancestrales a menudo despreciadas por el pragmatismo occidental. ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.