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domingo, 12 de febrero de 2023

Breve historia del Día de San Valentín



El 14 de febrero, los enamorados intercambiarán regalos, flores, bombones y quién sabe qué más en nombre de San Valentín. Pero como sucede con tantas otras festividades en la raíz del día de los enamorados hay una hermosa ficción. San Valentín no fue ni amante ni patrón del amor, pero sí se ha convertido en un excelente agente comercial.

El día de San Valentín está colocado en el calendario de manera estratégica, de manera de que nadie tenga excusa para dejar de comprar tras la Navidad, el día de Reyes y antes de los Carnavales y de Semana Santa. Hoy en día, las tiendas de todo el mundo occidental decoran sus escaparates con corazones y carteles que proclaman el Día del Amor.

Como ha ocurrido con tantas cosas, desde la Coca-Cola a la hamburguesa, pasando por la compresa, los westerns, el kétchup, las french fries, Halloween o las flores de Pascua, San Valentin procede del mundo anglosajón extendió a todo el mundo por el imparable impulso comercial de Estados Unidos.

Orígenes de San Valentín

El Día de San Valentín se originó como una fiesta litúrgica para conmemorar la decapitación de un mártir cristiano, que quizás fueron dos. Esta es la breve historia de cómo se pasó de una decapitación a la celebración del día del amor.

Las fuentes antiguas revelan que hubo tres “san valentines” que supuestamente murieron el 14 de febrero. Dos de ellos fueron ejecutados durante el reinado del emperador romano Claudio Gótico en 269-270 dC, en una época en que era habitual la persecución de los cristianos. Lo sabemos (hasta dónde pueden saberse con certeza estas cosas, que es muy poca) porque una orden de monjes belgas que como no tenían ni tele, ni fútbol, ni internet, ni nada mejor que hacer se pasaron tres siglos recopilando pruebas de la vida de los santos tomadas de manuscritos de todo el mundo conocido.

Eran los llamados bollandistas en honor a Jean Bolland, un jesuita que a partir de 1643 comenzó a publicar los enormes volúmenes del "Acta Sanctorum" o "Vidas de los santos". Los bollandistas desempolvaron la información sobre cada santo del calendario litúrgico e imprimieron los textos ordenados según el día de la fiesta del santo.

El volumen que abarca el 14 de febrero contiene las historias de un puñado de "Valentini", incluidos los tres primeros que murieron en el siglo III. Se dice que el primer Valentinus murió en África, junto con 24 soldados. Por desgracia, incluso los bolandistas no pudieron encontrar más información sobre él. Como comprobaron los monjes, a veces todo lo que los santos dejan tras de sí es un nombre y el día en que murieron.

Sobre los otros dos valentines se sabe un poco más. Según una leyenda medieval tardía reimpresa en el Acta, cuya historia fue imaginativamente refrendada por los bollandistas, un sacerdote romano llamado Valentinus fue arrestado durante el reinado del emperador Claudio Gótico y puesto al servicio de un aristócrata llamado Asterius.

Según cuenta la historia, Asterius cometió el error de dejar hablar al predicador que era todo un piquito de oro. El padre Valentinus habló una y otra vez sobre Cristo hasta lograr sacar a los paganos de las tinieblas y guiarlos hacia la luz de la verdad y la salvación. Asterius hizo un trato con Valentinus: si el cristiano podía curar la ceguera de su hija adoptiva, se convertiría al cristianismo.

Si la ciega Santa Lucía no le hubiera ganado con todo merecimiento el honor, lo que sucedió hubiera hecho a Valentinus merecedor del título de patrón de los oftalmólogos. Nuestro Valentín puso sus manos sobre los ojos de la niña y entonó:

«Señor Jesucristo, ilumina a tu sierva, porque tú eres Dios, la Luz Verdadera».

Tan fácil como eso. La niña recuperó la vista al instante, siempre según la leyenda medieval. Asterius y toda su familia se bautizaron. Mala decisión: cuando el emperador Gótico lo supo, ordenó que todos fueran ejecutados, aunque al final Valentinus, que debía ser un poco pagafantas, fue el único en ser decapitado. No acaba aquí la cosa: una piadosa viuda recogió su cuerpo y lo enterró en el lugar de su martirio en la Via Flaminia, la antigua calzada que se extiende desde Roma hasta la actual Rímini. Posteriormente se construyó una capilla sobre los restos del santo.

El segundo putativo San Valentín del siglo III fue obispo de Terni en la provincia de Umbría, Italia. Según una leyenda igualmente dudosa, el obispo se metió en una situación como la de su camarada de santoral: debatió con un converso potencial y luego curó a su hijo. El resto de la historia también se parece como un huevo a otro: también fue decapitado por orden del emperador Gótico y su cuerpo fue enterrado en una cuneta de la Via Flaminia.

Como sugirieron los ilustres bolandistas en un alarde de infinita lucidez, es más que probable que en realidad no existieran dos valentines decapitados, sino que pudiera tratarse más bien de dos versiones diferentes de la misma leyenda surgida una en Roma y la otra en Terni. Ahí lo dejo.

No obstante, fuera africano, romano o terniano, ninguno de los valentines parece haber sido un romántico. A pesar de eso, algunas leyendas medievales recogidas en medios modernos, colocan a San Valentín celebrando enlaces matrimoniales cristianos o, haciendo de alcahuete, pasando notas entre amantes cristianos encarcelados por Gótico. 

Otras leyendas más subidas de tono dicen que tenía amoríos con la niña ciega a quien supuestamente sanó. Sin embargo, ninguno de esas leyendas medievales se sustentaba en la historia del siglo III, como señalaron los lúcidos bolandistas que rápidamente salieron al quite de un santo convertido en presunto corruptor de menores y potencial patrón del estupro.

En cualquier caso, la veracidad histórica no contaba mucho entre los cristianos medievales. Lo que les importaba eran las historias de milagros y martirios y las reliquias del santo. Eso explica que muchas iglesias y monasterios diferentes de la Europa medieval afirmaran tener fragmentos del cráneo de San Valentín entre sus tesoros.

Es dudoso que haya fragmentos craneales, porque la iglesia romana de Santa Maria in Cosmedin jura y perjura que posee el cráneo entero. Según los bolandistas, otras iglesias de toda Europa también afirman poseer pedacitos de uno u otro cuerpo de San Valentín: sin ir más lejos, la iglesia de San Antón en Madrid.

Hornacina con el supuesto cráneo de San Valentín que se expone en la iglesia Santa María in Cosmedi, en Roma.


Para los creyentes, las reliquias de los mártires significaban que los santos continuaban con su presencia invisible entre las comunidades de cristianos piadosos. En la Bretaña del siglo XI, por ejemplo, un obispo usó lo que supuestamente era la cabeza de San Valentín para detener incendios, prevenir epidemias y curar todo tipo de enfermedades, incluida la posesión demoníaca.

Sea como fuese, hasta donde sabemos, los huesos del santo no hicieron nada especial por y para los enamorados. La conexión amorosa de San Valentín probablemente apareció más de mil años después de la muerte de los mártires, cuando Geoffrey Chaucer, autor de Los cuentos de Canterbury, proclamó la fiesta de febrero de San Valentín como la celebración del apareamiento de las aves.

En su obra The Parlament of Foules (El Parlamento de las aves), Chaucer encadena una serie de versos uno de los cuales comienza así:

«Porque es el día de San Valentín, cuando cada pájaro viene a escoger a su pareja».

Pronto, la nobleza europea comenzó a enviar notas de amor durante la temporada de apareamiento de las aves. Por ejemplo, el duque francés de Orleans, que pasó algunos años prisionero en la Torre de Londres, le escribió a su esposa en febrero de 1415 que “estaba enfermo de amor” y la llamaba su "muy dulce Valentina". El público inglés abrazó la idea del apareamiento en febrero. En el Hamlet de Shakespeare (acto 4, escena 5) la enamorada Ofelia habla de sí misma como la Valentina del taciturno príncipe de Dinamarca.

En los siglos siguientes, los ingleses comenzaron a usar el 14 de febrero como excusa para escribir versos a sus amadas. La industrialización lo hizo más fácil con tarjetas ilustradas producidas en masa adornadas con edulcoradas poesías zalameras. Luego llegaron Cadbury, Hershey's y otros fabricantes de chocolate que comercializaron bombones para la persona amada en el Día de San Valentín.



Los comerciantes llenan sus estantes con dulces, joyas y bisutería relacionadas con Cupido (otro día les contaré que Cupido no pinta nada en este valentinesco asunto) que piden "Sé mi Valentín". Como en el resto del mundo, en España, el olfato comercial impuso el día.

En 1948, el periodista César González-Ruano escribió un artículo en el que proponía la idea de importar la celebración de San Valentín desde el mundo anglosajón a nuestro país y, como no podía ser de otra manera, la primera persona que apoyó esta iniciativa fue Pepín Fernández, dueño de Galerías Preciados. El empresario promovió la necesidad de hacer regalos ese día los seres más queridos. En la película Vuelve San Valentín, el apuesto George Rigaud le echó una buena mano.

A principios del mes de febrero de ese mismo año, la prensa nacional ya publicaba anuncios en los que los grandes almacenes alentaban a la gente a celebrar el día de San Valentín. La iniciativa tuvo tanto éxito que, actualmente, cada vez son más los lugares que se unen a esta famosa celebración. Por lo que parece, no se puede luchar contra el amor (y menos aún contra las ganas de consumir). ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.