lunes, 10 de octubre de 2022

Breve historia de una chapuza: Bockscar, “el avión que puso fin a la Segunda Guerra Mundial”

El Enola Gay lanzó la bomba atómica "Little Boy" sobre Hiroshima. En la foto aparece el piloto Paul Tibbets (fumando en pipa)) con los otros seis miembros de la tripulación. Dominio público.

Además de por la preciosa canción homónima de Orchestral Manoeuvres in the Dark, quienes ya peinamos canas conocemos el nombre de Enola Gay, el nombre del bombardero que fue bautizado en honor de la madre del piloto Paul Tibbets, que el 6 de agosto de 1945 dejó caer la primera bomba atómica lanzada sobre una ciudad, Hiroshima.

Pero pocos recordarán la historia de otro bombardero, el Bockscar, que tres días después lanzó la segunda bomba nuclear sobre otra ciudad japonesa, Nagasaki. Que el Bockscar yazca en donde habita el olvido se debe en buena medida al encubrimiento realizado por los militares después de un bombardeo que en realidad fue un desastre y casi un completo fracaso. Una historia aterradora que se mantuvo en secreto durante décadas.

Los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki ordenados por el presidente Harry S. Truman contra el Imperio japonés cambiaron el mundo para siempre y anunciaron el final de la guerra más sangrienta de la historia. Las dos misiones a menudo se hermanan en el imaginario colectivo.

Dos misiones, dos ciudades, dos bombas y un resultado: destrucción. Pero cada misión no pudo ser más diferente: el bombardeo atómico de Hiroshima se llevó a cabo sin problemas. Fue una misión militarmente impecable. El bombardeo de Nagasaki fue un fracaso que casi terminó en desastre. Cuando los detalles acabaron por revelarse, se supo que la misión falló incluso antes de que el avión principal, el Bockscar, despegara.

Durante la mañana del jueves 9 de agosto de 1945, el B-29 Bockscar pilotado por el mayor Charles Sweeney debía transportar una bomba nuclear, la Fat Man, con la intención de lanzarla sobre dos ciudades niponas: Kokura como blanco principal y Nagasaki como objetivo secundario. El plan para esta misión era prácticamente idéntico al de Hiroshima: además del Bockscar, dos B-29 volarían una hora antes sobre el objetivo para hacer el reconocimiento de las condiciones climáticas y dos B-29 más con instrumentación volarían cerca del principal para tomar datos.

Los problemas comenzaron incluso antes de que los aviones despegaran de Tinian en las Islas Marianas. El Bockscar tenía un problema con la bomba de combustible que impedía utilizar 2.400 litros de combustible. Las tripulaciones tenían dos opciones. Reemplazar la bomba y retrasar la misión o volar con la bomba averiada corriendo el riesgo de quedarse sin combustible durante la misión. Decidieron volar sin la bomba de combustible. Reemplazarla tomaría demasiado tiempo y los militares, que estaban deseando poner en marcha la misión, no querían que las bombas atómicas permanecieran en tierra mucho tiempo.

La tripulación del Bockscar con su capitán Charles Sweeney en el centro. Dominio público.

La misión recibió luz verde y, a pesar de la bomba de combustible defectuosa, el vuelo siguió adelante según lo programado y los cinco B-29 pusieron rumbo a Japón con su carga mortal. Sweeney despegó con la bomba armada, aunque con los seguros eléctricos puestos.

Rápidamente se dieron cuenta de que la bomba de combustible defectuosa iba a causar problemas. El avión, obligado a transportar peso extra en combustible inservible, volaba desequilibrado y lento porque tenían dificultades para redistribuir el combustible entre los distintos tanques y eso causaba un aumento de la resistencia y del consumo, lo que empezó a poner en duda que pudiera regresar a la base una vez cumplida la misión. Afortunadamente, Estados Unidos había conquistado la estratégica isla de Okinawa, que estaba marcada como un posible lugar de aterrizaje en caso de que el Bockscar se quedara sin queroseno.

Una vez en vuelo, los ingenieros del avión notaron que la bomba atómica estaba actuando de manera anormal. De repente, las luces de alarma comenzaron a parpadear. Durante unos momentos angustiosos, los aterrorizados tripulantes creyeron que algo había fallado y que Fat Man estaba a punto de detonar en el aire.

Después de consultar una y otra vez los manuales de instrucciones de la bomba si encontrar una solución, los desconcertados ingenieros se olvidaron de los manuales, cruzaron los dedos, apretaron los dientes, entrecerraron los ojos y reiniciaron el mecanismo temiéndose lo peor. El suspiro de alivio resonó en el aparato cuando las luces dejaron de parpadear y la misión continuó. Superado el incidente, los estupefactos ingenieros, que no sabían qué demonios había pasado, decidieron guardar la historia durante muchos años.

Después del problema de la bomba de combustible y superada la angustia de su aniquilación en pleno vuelo, el Bockscar llegó a su punto de encuentro sin que lo hiciera unos de sus B-29 acompañantes. Faltaba el Big Stink, uno de los aviones de reconocimiento. Un incidente de ese tipo no era infrecuente y había un plan de contingencia en marcha: Sweeney debía desacelerar y esperar quince minutos para ver si el avión rezagado lo alcanzaba. De no ser así, debía continuar con la misión.

El punto de encuentro estaba frente a la costa de Japón, a unos treinta minutos de vuelo de Kokura, la ciudad objetivo. El avión perdido volaba a casi 10.000 pies por encima de la vista del Bockscar. En lugar de esperar quince minutos, Sweeney, que no podía verlo, esperó más de media hora. Durante este tiempo, quemó más combustible y perdió la ventaja del ataque.

Después de esperar durante más de treinta minutos, los B-29 restantes se dirigieron hacia Kokura. Durante esa media hora, la niebla cubrió la ciudad objetivo principal de la segunda bomba atómica. Los aviones sobrevolaron el objetivo varias veces, pero la visibilidad era demasiado escasa para continuar. Había instrucciones estrictas de lanzar la bomba solo si conseguían una buena visión fuerte del objetivo.

A medida que los aviones volaban en círculos, se quemaba más combustible y el Bockscar comenzaba a agotar peligrosamente el suyo. Empezaron a pensar que, una vez que iniciaran el regreso, era muy probable que el avión tuviera que amerizar: si lo hacía con la bomba atómica a cuestas, la catástrofe nuclear estaría servida.

Una vez descartada la opción Kokura por falta de visibilidad, los aviones se dirigieron a su segundo objetivo: Nagasaki. Kokura se había salvado. Todavía hoy, Kokura se considera una ciudad afortunada y muchos japoneses supersticiosos peregrinan hasta allí para absorber parte de la "suerte de Kokura".

Fotografías aéreas de Nagasaki antes (arriba) y después de los incendios que arrasaron la ciudad a causa del bombardeo. Dominio público.

Cuando los aviones estuvieron sobre la vertical de Nagasaki, se encontraron con otra capa de nubes. Dieron tres vueltas sin que pudieran fijar visualmente el objetivo, por lo que parecía que toda la misión tendría que abandonada. Cuando terminaban la tercera vuelta, apareció una abertura entre las nubes y el bombardero pudo obtener una confirmación visual del objetivo. Lanzó una bomba con una potencia explosiva equivalente a 21 kilotones de TNT que arrasó el 44% de la ciudad, mató de forma instantánea a 35.000 personas e hirió a otras 60.000.

El resto es historia. Nagasaki fue destruida y los cuatro B-29 emprendieron el regreso a la base. Pero tardarían algún tiempo en volver a Tinian. En ese momento, el Bockscar estaba casi sin combustible. El avión tuvo que desviarse hacia el sur en dirección a Okinawa. Para alivio de la tripulación, los ingenieros de vuelo calcularon que había suficiente combustible para que el avión volviera a aterrizar…siempre que no se produjera algún error.

Cuando el avión averiado se acercaba a la isla, Sweeney no obtuvo respuesta de la torre de control. Cuando el avión comenzó a descender, el piloto tenía dos opciones: amerizar y esperar a ser rescatados si todo salía bien, o realizar un aterrizaje descontrolado en una pista muy concurrida y sin apoyo de la torre. Sweeney eligió lo último.

Cuando el avión descendía, Sweeney comenzó a disparar todas las bengalas que guardaba en su arsenal para avisar al personal de tierra de que el avión estaba a punto de realizar un aterrizaje de emergencia. Los controladores acabaron por darse cuenta de lo que se les venía encima y despejaron la pista. El Bockscar aterrizó a mayor velocidad de la reglamentaria pero finalmente se detuvo en la pista. La misión se había completado, pero también había sido un completo y absoluto desastre de principio a fin.

La investigación posterior concluyó que Charles Sweeney había tomado varias decisiones erróneas. No debería haber esperado tanto por el avión desaparecido. Debería haberse redirigido a Nagasaki antes. Debería haber gestionado mejor sus reservas de combustible. Pero como al final la misión fue un éxito y ningún estadounidense perdió la vida, alguien decidió mantener todo el asunto en secreto y los detalles de la misión no saldrían a la luz hasta décadas después.


Después de la guerra, en noviembre de 1945, el Bockscar regresó a Estados Unidos. En septiembre de 1946 fue entregado al Museo Nacional de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Dayton, Ohio, en donde está expuesto junto a una réplica de la Fat Man y un cartel que dice: «El avión que puso fin a la Segunda Guerra Mundial». De chiripa, cabría decir. ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.