viernes, 19 de agosto de 2022

Lecturas de verano: breve historia del pintalabios



Desde la antigüedad hasta hoy, las normas que regulan el uso de los pintababios han estado determinadas por el género, la clase, la seguridad y la religión.

Terminada la pandemia, las españolas han aumentado en un 38% el consumo de productos cosméticos, así que cabe suponer que después del desplome de ventas debido al obligado enmascaramiento, este verano el lápiz de labios regresa triunfante.

Buen momento, pues, para hacer un repasito de la historia de lápiz de labios, cuyo uso ha sido siempre un poco ciclotímico. Desde que hizo su aparición hace milenios, en su uso han influido más cosas que realzar la belleza: el género, la clase social, la salud y la religión y hasta guerra han jugado un papel decisivo en su popularidad.

Hoy en día, cualquier producto cosmético y más todavía si se coloca en la boca, pasa por una infinidad de controles sanitarios. Pero el lápiz de labios no siempre ha sido seguro, aunque históricamente era relativamente menos probable que alguien se envenenara con el lápiz de labios que con la mayoría de otros productos cosméticos o simplemente bebiendo agua del grifo.

Escena de banquete típica del Período Dinástico Temprano. Cilindro-sello de la Reina Puabi, procedente del Cementerio Real de Ur, c. 2600 a.C. Museo Británico. Wikipedia commons.


El primer lápiz de labios conocido apareció en la historia alrededor del año 3500 a. C. y lo usó en Babilonia la reina sacerdotisa Puabi de la antigua Ur, en cuya tumba, para pasmo de los arqueólogos encabezados por el célebre Leonard Woolley, además de los esqueletos de cinco soldados y veintitrés sirvientas que habían sido envenenadas (probablemente, salvo que a todas les diera un síncope mortal al ver fallecer a su dueña) y enterradas para servir a su señora en la otra vida, aparecieron un sinfín de objetos preciosos, entre otros varios cosméticos.

Siendo un poco tiquismiquis, en realidad no se trataba de un lápiz con la forma cilindro-cónica que se diseñó alrededor de la I Guerra Mundial (adivinen a qué se debe su inequívoca forma de proyectil de artillería). En realidad, lo que doña Puabi se untaba en sus reales belfos era una crema mezcla de plomo blanco y rocas rojas trituradas, que en la antigüedad se hizo tan popular que enterraban al personal de ambos sexos que podía costearlo con conchas de berberecho rellenas con él. Es también más que posible que las beldades que se untaban plomo (un veneno muy potente) en plenos morros incrementarían sin saberlo las estadísticas de mortalidad de su época (en el buen entender de que sumerios y camaradas contemporáneos tuvieran un primitivo INE).

Y es que muchos de los primeros colores de tintes labiales estaban elaborados con cosas que ni el influencer más insensato, y mira que los hay, se atrevería a recomendar: hormigas aplastadas y escarabajos de coraza carmesí en el antiguo Egipto o heces de cocodrilo y sudor de oveja en la antigua Grecia.

En Egipto, hombres y mujeres usaban maquillaje como parte de la rutina diaria. El color que arrasaba procedía del ocre rojo, que se aplicaba solo o mezclado con resina o goma como fijadores. Otros colores populares incluían el naranja, el magenta y el negro azulado (lo que quizás signifique que los antiguos egipcios fueron los precursores de los jovencitos góticos actuales), y como en Ur, a los que se lo podían permitir, que no eran muchos, los sepultaban con al menos dos botes de color labial junto con varios bastoncillos de madera húmedos con los que se aplicaba el cosmético.

En la antigua Grecia, la pintura labial era usada principalmente por trabajadoras sexuales. El rojo era el no va más y lo conseguían a base de tintes varios y de posos de vino o con ingredientes repugnantes como sudor de oveja, saliva humana y excrementos de cocodrilo. El uso cada vez más generalizado trajo consigo las primeras regulaciones, pero no por las razones de higiene y salubridad que, dados los ingredientes, pensaría cualquiera, sino debido al engaño potencial de los hombres y al socavamiento de las divisiones de clase. Para evitar la subversión, el uso del pintalabios obligó a promulgar nuevas leyes para el personal poco espabilado: las prostitutas podían ser castigadas por hacerse pasar como mujeres decentes si aparecían en público sin maquillaje ni pintura labial.

El auge del imperio romano vio cómo el pintalabios se volvía chic. Los hombres lo usaban para subrayar su posición social y las mujeres acaudalas lo usaban para ir a la moda. Sin embargo, la belleza y el estatus tenían un precio. Los ingredientes (ocre, mineral de hierro y algas Fucus) hacían de la pintura labial un veneno casi tan potencialmente mortal como arrojaran a las fauces de las hambrientas fieras del Coliseo.



En algunas partes de Asia, el pintalabios rojo también era un cosmético antiguo. En China, el color de las uñas era el principal cosmético utilizado por las clases altas, pero los primeros pintalabios (los primeros son de alrededor del año 25 d. C.) se hacían con una base de cera de abejas a la que los propios usuarios agregaban fragancias, aceites aromáticos y pigmentos rojos hechos de plantas trituradas, sangre o bermellón. La forma en que se aplicaba también cambió drásticamente de una dinastía a otra: durante la dinastía Qin (221 a 206 a. C.), por ejemplo, las mujeres pintaban un punto grande en el labio inferior y un punto en el labio superior; durante las dinastías Sui (581 a 618) y Tang (618 a 907), pintaban el perfil de los labios de una cereza.

A partir del período Heian (790-1185 d. C.), en Japón las geishas eran las mayores usuarias de todo tipo de maquillajes. Usaban una papilla de flores de cártamo para elaborar un pigmento para colorear sus labios. Muchas geishas usaban productos a base de plomo para aclarar la piel de la cara, el cuello y el pecho. Alguien realmente debería meterse en la máquina del tiempo para decirle a la gente en general y a las geishas en particular que untarse plomo en la cara es una idea muy mala.

Para las geishas, la forma en que se aplicaban los pigmentos labiales dependía de la etapa de su formación en la que se encontraban y de si se trataba una geisha novata o una más experimentada. Aparte de las geishas, el color de los labios era popular en Japón; Durante el período Edo (1603-1867), algunas mujeres combinaban el colorete de labios rojo con polvos blancos para la cara y dientes ennegrecidos, lo que demuestra una vez más que las primeras tendencias de maquillaje eran mucho, mucho más atrevidas, que cualquier otra que podamos ver ahora.

El uso de lápiz de labios disminuyó durante la Alta Edad Media de Europa occidental ya que hubo una evolución gradual pero clara hacia una existencia vital bastante más sencilla (y posiblemente también un poco menos higiénica). En Inglaterra se pensaba que las mujeres que usaban maquillaje habían firmado un pacto con el diablo, porque está más que claro que la modificación del rostro desafía la obra de Dios.

Dos de los grandes creadores de tendencias (a veces contrapuestas) entre los años 1300-1900 fueron Inglaterra y Francia. Mientras que Francia era relativamente permisiva y el colorete de labios fue una tendencia mantenida a lo largo de varias épocas (Guerlain es desde hace varios siglos una de las marcas más conocidas), Inglaterra tenía una extraña relación de amor-odio con pintarse los labios, que oscilaba desde ser absolutamente guay a prohibirlo de facto o de iure.

Durante la Edad Media, las mujeres de varios países europeos, incluidos Inglaterra, Alemania, España e Irlanda usaban coloretes de labio con tintes a base de hierbas. Con su acostumbrada postura progresista, a las iglesias no le olía bien el asunto y consideraban como satánico el aspecto de los labios pintados.

El protestantismo de Inglaterra impuso severas restricciones sobre el maquillaje. Hacia 1500, las cosas empezaron a cambiar. La tolerante reina Isabel I (1533-1603), la Reina Virgen era una usuaria constante del colorete hasta el punto de creer que tenía poderes curativos e incluso la capacidad de alejar la muerte, aunque esta creencia estaba fuera de lugar dado que uno de los ingredientes principales era el plomo blanco.

Después de la muerte de la reina, el uso del pintalabios volvió a ser un símbolo de reputación dudosa, pero mientras el clero y algunos legisladores se acercaban al color de los labios con el tipo de repelús generalizado con el que la mayoría de la gente se acerca hoy a los aseos de las gasolineras, durante el siglo XVII muchas mujeres (y algunos hombres del entonces desconocido movimiento LGTBIQ+) usaban coloretes labiales, aunque de una manera mucho más sutil, sin estridencias.

En 1770, el Parlamento aprobó una ley que convertía cualquier cosa que alterara la apariencia de una mujer (pelucas, pintalabios, dientes postizos y zapatos de tacón alto, entre otros) en motivo para anular su matrimonio o ser juzgada por brujería. Era una ley que, como todas, elaboraban los hombres a su favor, pero que tuvo un resultado sorprendente para las mujeres: las féminas compraban menos pintalabios que en aquellos tiempos contenía bermellón cargado de mercurio. La prohibición probablemente salvó a muchas mujeres del envenenamiento.

En la era victoriana, gracias a la declaración pública de la reina de que el maquillaje era "inapropiado", las mujeres recurrían a morderse los labios, frotarse los labios con cintas rojas e intercambiar en secreto recetas de lápiz de labios con sus amigas. Para las mujeres privilegiadas, los encargos o los viajes a París, donde podían comprar la pomada labial de pomelo, mantequilla y cera de Guerlain, era la solución más socorrida.

En los Estados Unidos del siglo XX, las sufragistas usaban lápiz de labios como emblema de la emancipación de la mujer. El color comenzó a aparecer en los labios de más y más mujeres. Pero la seguridad sanitaria seguía siendo un problema. La receta estadounidense de usar insectos triturados, cera de abejas y aceite de oliva producía pintalabios que tendían a volverse rancios a las pocas horas de aplicarlo. Hasta 1938, cuando Estados Unidos aprobó la Ley de Alimentos, Medicamentos y Cosméticos, no se introdujeron las normas de seguridad: los cosméticos ya no podían incluir sustancias "venenosas" o "perjudiciales". Todo un alivio.

Cuando en 1915, en plena I Guerra Mundial, se inventó el primer pintalabios con el característico diseño en forma de proyectil de artillería, su uso se hizo aún más popular porque la nueva forma lo hacía mucho más fácil de llevar encima. En el siglo XX, los labios rojos eran de uso universal (al menos en el universo conocido, que no es mucho). En la India, mientras que a principios de la década de 1900 la mayoría de las mujeres usaban un maquillaje muy ligero, los labios rojos (junto con cejas anchas y los ojos bien delineados) eran de uso generalizado a mediados de la década de 1920, cuando Gandhi andaba enredando con la independencia de su país.

Aunque el pintalabios rojo siempre ha sido un símbolo de estatus, sensualidad y del que parece un irrefrenable deseo de untarse cosas en la cara, asumió un papel ligeramente diferente durante la Segunda Guerra Mundial: para las mujeres que trabajaban en roles que tradicionalmente tenían una inclinación más "masculina", como las que inundaron talleres y fábricas en sustitución de los varones movilizados, la barra de labios era una forma de reforzar la feminidad tradicional al tiempo que les ofrecía algo que les daba cierta sensación de normalidad. En plena Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill creó el eslogan «la belleza es tu deber» (beauty is your duty) para convertir al lápiz labial rojo en un acto de compromiso patriótico.


Si bien los británicos paralizaron la producción de la gran mayoría de productos que no fueran estrictamente necesarios, el primer ministro decidió hacer una excepción con el pintalabios ya que su uso “levantaba la moral de la población”. Por ello, fue considerado producto de primera necesidad. Mientras que los huevos o las salchichas se racionalizaban, los pintalabios, por lo general, se despachaban sin restricciones.

Los tonos de pintalabios durante la guerra también venían con lemas y envolturas patriótica, que funcionaban de dos maneras: porque convertían al artículo en una especie de símbolo de poderío de un país que, pese a estar en guerra, seguía fabricando productos de belleza, y porque como los nazis repudiaban el maquillaje, especialmente si el pintalabios era rojo, usarlo era como hacerle un corte de mangas al dictador. En lugar de ¡Heil, Hitler!, ¡Que te jodan, Hitler!

Cuando las empresas de maquillaje comenzaron a ampliar sus gamas y a centrarse en nuevos tipos de productos y fórmulas, el pintalabios rojo se convirtió en un elemento básico que permanecía en un segundo plano de los muestrarios, pero que seguía omnipresente.

Y es que los labios rojos no han desaparecido y no desaparecerán a corto plazo. Algunos dicen que es porque el rojo es un color clásico y poderoso que siempre está de moda. Otros dicen que es porque los labios rojos significan labios vaginales a punto de caramelo. Quienes opinan así suelen ser antropólogos, que pueden ser los mejores o los peores invitados para tus fiestas.

Posiblemente el hechizo por los tonos rojizos sea una combinación de lo cromático y de lo erótico, pero como ocurre con los proverbiales gatos negros y los gatos blancos, lo importante es que el pintalabios sigue cazando…. corazones.