Conocida en algunas regiones españolas como jopo de cordero, pijolobo, rabo de cordero o jopo amarillo, Cistanche phelypaea subsp. lutea es una planta que, como el resto de los miembros de la familia Orobancáceas, desafía algunos de los atributos característicos de la mayoría de las plantas. No produce verdaderas hojas (posee hojas escamosas reducidas y algo carnosas de color gris o amarillo) ni clorofila (por eso no es verde) y todo lo que se puede observar cuando emerge del suelo son sus extrañas estructuras reproductivas. Son tan extrañas, que más de uno las confunde fácilmente con hongos.
El pijolobo vive sobre terrenos arenosos o salinos, como las
márgenes de marismas y albuferas, o semiáridos, margosos y yesíferos,
parasitando a otras plantas, especialmente de la familia Amarantáceas o de aulagas
como Launaea arborescens y tarayes (género Tamarix).
El pijolobo es un parásito obligado, lo que significa que no
puede sobrevivir si no consigue aproximarse a las raíces de una planta
hospedante. Para germinar, las semillas del pijolobo deben estar muy cerca de
las raíces de la planta adecuada. Algunas investigaciones con otras plantas de
su familia dicen que se necesita contacto directo, mientras que otras afirman
que las semillas deben estar lo suficientemente cerca como para detectar la
presencia de raíces.
Lo segundo, que exista algún tipo de señal química que desencadene
el proceso de germinación es muy razonable. Para una planta que depende
completamente de otra para satisfacer sus necesidades nutricionales e hídricas,
no tiene sentido que sus semillas germinen en cualquier lugar que no esté cerca
de las raíces de su hospedante.
Al germinar, la diminuta plántula necesita actuar rápido
antes de que se agoten sus escasas reservas de energía. Mientras esté creciendo
y si tiene suerte, la plántula entrará en contacto con una raíz del hospedante
adecuado y comenzará a desarrollar un órgano extraño a modo de nódulo o
tubérculo que emite unas ramificaciones chupadoras (los haustorios)
en forma de gancho que penetrarán en las raíces que le suministrarán agua y nutrientes.
Así comienza su estilo de vida parasitario. El órgano continuará creciendo y
poco a poco irá convirtiéndose en una estructura amorfa que continúa
envolviendo más y más raíces del huésped.
Las células dentro del órgano parasitario penetran en los
tejidos vasculares de la raíz del hospedante al que le roban todo el agua y los
nutrientes que necesitará. Con el tiempo, el órgano parasitario provoca que las
raíces parasitadas se abran como la copa de un arbolillo minúsculo. Al hacerlo,
el pijolobo consigue aumentar superficie radicular disponible para hacer más y
más conexiones.
Obviamente, todo ese proceso de extracción de agua y
nutrientes supone un gran desgaste para las raíces del parasitado. Con el
tiempo, el tamaño de la raíz que está dentro del órgano disminuye
considerablemente hasta que los individuos parasitados mueren. Teniendo en
cuenta el tamaño de algunas poblaciones de orobancáceas, cabría esperar que el hospedante
se defendiera.
Que yo sepa no hay estudios fisiológicos sobre el
comportamiento y las relaciones con sus víctimas de las orobancáceas españolas,
pero conozco algunos que los han investigado utilizando una de sus parientes
americanas, la “mazorca de osos” Conopholis americana,
que parasita sobre todo
las raíces de robles utilizando los haustorios que emite un grueso tubérculo
basal.
Conopholis americana. Fuente |
La principal conclusión de esas investigaciones es que los
robles no están indefensos contra los ataques de la “mazorca de osos”. El
examen de las células dentro de los tubérculos reveló que a medida que crece el
parásito el roble comienza a inundar las células infectadas con compuestos químicos
ricos en taninos. Eso sirve
para retardar el flujo de agua y de nutrientes hacia el tubérculo. Incluso hay
evidencias de que algunos de esos taninos se transfieren al tubérculo de la mazorca
de oso, lo que hace pensar que el roble está envenenando literalmente a sus
parásitos, aunque lo haga poco a poco.
Es muy posible que tales defensas producidas por los
parasitados sean la causa de la vida breve de los parásitos. En al menos en
una investigación que he leído no se encontraron ejemplares de más de trece
años y su edad media se estima en alrededor de diez. Quizás sea que un período temporal
de poco más de una década sea todo lo que la mazorca de oso puede soportar una
vez que su roble hospedante comience a contraatacar.
Vida corta, pero reproducción muy eficaz: las poblaciones de
mazorca de osos pueden ser sorprendentemente fecundas. Las plantas alcanzan la
madurez reproductiva después de unos tres años de su germinación. Florecen en
primavera, la estación en la que se dejan ver cuando sus tallos emergen del
suelo cubiertos de espirales de flores tubulares de color amarillo.
Aunque una población densa de mazorca de osos en flor pueda
parecer una bendición para los polinizadores, no parece que atraigan a muchos.
Por lo que he podido saber, los abejorros son prácticamente los únicos insectos
que visitan las flores y lo hacen muy pocas veces. Al parecer, las flores no
producen ningún olor detectable ni producen néctar. Supongo que la única
recompensa real es una escasa producción de polen, cuya elaboración es muy
costosa para cualquier planta.
No importa el desdén de los potenciales polinizadores, la mazorca
de osos tiene un buen truco reproductivo para asegurar la autoproducción anual de
cientos de semillas. La anatomía de las flores es tal que, en la madurez, las
anteras (las estructuras productoras de polen) están en contacto directo con el
estigma (la estructura del extremo del ovario en la que se deposita el polen). Por
eso, aunque no sea visitada por ningún insecto, la planta seguirá clonándose
año tras año.
Una vez fertilizada, cada planta produce decenas de frutos
grandes repletos de semillas. El tallo cargado de frutos se parece a una extraña
mazorca de maíz y de ahí procede parte del nombre de la planta. La referencia a
los osos alude al hecho de que estos plantígrados se las zampan completas, con
frutos y tallos.
Los ecólogos que investigan en el sur de los Apalaches saben
muy bien que en las temporadas en las que fructifican las mazorcas los
excrementos de los osos aparecen cargados de frutas y semillas de Conopholis
americana. Por suerte para ella, sus semillas pasan ilesas a través de las
entrañas de los animales. Con suerte, con un poco de suerte, al menos uno de esos
animales vaciará su contenido intestinal en una zona del bosque rica en robles.
Y puestos a tener más suerte, algunas de esas semillas
podrían encontrarse cerca de una raíz de roble para que comience el proceso de desarrollo
de una nueva mazorca. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.