Los resultados de una investigación sobre ciertas respuestas de los hongos a su entorno manifestadas mediante picos en el potencial eléctrico de sus células apuntan a que entre ellos pudiera existir algún tipo de biocomunicación.
Casi todos los organismos se comunican entre sí de una forma
u otra a través de lenguajes muy conocidos como cortejos nupciales, danzas de
apareamiento, chillidos y bramidos de los animales, hasta las señales químicas
invisibles emitidas por las hojas
y raíces de las plantas. Pero ¿y los hongos? ¿Son los hongos tan inanimados
como parecen, o hay algún lenguaje oculto bajo superficie? El punto clave del
debate puede centrarse alrededor de dos cuestiones: ¿Pueden comunicarse entre
sí los hongos? Si la respuesta es afirmativa, ¿poseen los hongos lo que
llamamos lenguaje?
Los hongos son un mundo aparte (un reino diferente, usando la
terminología adecuada). Nada tienen que ver con las plantas y, por el
contrario, presentan algunos atributos que los acercan a los animales. Lo que
caracteriza básicamente a las plantas son dos cualidades: sus paredes celulares
están endurecidas por un polímero, la celulosa, y son autótrofas, es decir, son
capaces de elaborar sus propios alimentos gracias a la fotosíntesis.
Los animales, por su parte, son heterótrofos, es decir,
dependen de otros organismos para alimentarse y sus células carecen de una
pared endurecida como la de las plantas. Eso no impide que algunos animales,
como los insectos o los crustáceos, posean exoesqueletos cuyas
paredes celulares están endurecidas. En muchos de esos esqueletos, el compuesto
químico que los endurece es un polímero, la quitina.
Los hongos son heterótrofos que, como los animales, se
alimentan mediante digestión, entendiendo por tal la emisión de fluidos
corporales (en el caso de los animales piense en los jugos gástricos) capaces
de descomponer la materia orgánica compleja en unidades sencillas a las que
llamamos nutrientes. Hongos y animales, pues, digieren. El cuerpo de los hongos
pluricelulares, el micelio, está formado por células alargadas llamadas hifas,
cuyas paredes están revestidas por quitina. Heterotrofia y quitina, dos
características “animales”.
Si los hongos se parecen más a los animales que a las
plantas, ¿por qué los estudian los botánicos? La respuesta es sencilla: por
tradición. La clasificación de los organismos arranca en la antigüedad
siguiendo un concepto aristotélico. Aristóteles distinguía entre entes animados
e inanimados. Los inanimados eran, básicamente, piedras y rocas. Los animados,
todos los demás. Entre estos, los había móviles, que para Aristóteles eran los
animales, e inmóviles (aparentemente, diríamos hoy), en los que incluía a
plantas y hongos. De los animales se encargaría la Zoología, de los inmóviles
la Botánica. Y así hasta ahora.
Dejemos ahora esa digresión y pasemos al asunto de la
comunicación. Como los seres humanos somos animales, consideramos que la
comunicación es, o puede ser, un atributo propio de todos los animales y, por
lo mismo, no nos llevamos las manos a la cabeza cuando oímos hablar de las
relaciones comunicativas de delfines,
ballenas,
muchas aves o de
nuestros primos los simios.
Todos ellos son vertebrados dotados de sistema nervioso, pero
hay un cuerpo emergente de estudios sobre el lenguaje de criaturas sin sistema
nervioso e invertebrados. La biocomunicación
en ciliados incluye señalización intracelular, quimiotaxis como expresión
de comunicación, señales para el tráfico de vesículas, comunicación hormonal y
feromonas.
El campo del lenguaje de los insectos tuvo su pionero más
reconocido en Karl von Frisch que obtuvo el Premio Nobel de
Medicina de 1973 por la investigación y el descubrimiento del lenguaje
de las abejas. En 1971 se expuso por primera vez la cuestión del lenguaje
de las hormigas y de cómo las especies hospedadas por estas pueden
comunicar su lenguaje. A principios de la década de 1980, se propuso el
análisis del lenguaje de las hormigas utilizando enfoques
de teoría de la información. El enfoque tuvo éxito en gran medida en el
análisis de las capacidades
cognitivas de esos insectos sociales.
Las plantas no tienen cerebro, las plantas no tienen ni una
sola neurona, de manera que, aplicando
criterios neurobiológicos, no pueden considerarse “inteligentes”,
pero también sabemos que perciben lo que sucede a su alrededor, se defienden
contra sus depredadores, engañan a sus presas e incluso se
comunican entre ellas.
Los procesos de comunicación de las plantas se consideran
principalmente interacciones mediadas por señales químicas y
no simplemente un intercambio de información. Las evidencias de diferentes
tipos de "palabras" químicas en las plantas se presentaron en sendas
investigaciones de la pasada década (1, 2).
Además, una concepción modificada del lenguaje de las plantas se ha considerado
por algunos como un camino (un tanto esotérico) hacia «la desobjetivación de
las plantas y el reconocimiento de su valor y dignidad
inherentes».
El hongo Schizophyllum commune fue el que ofreció más respuestas "léxicas" en los ensayos |
Una
investigación recién publicada sugiere que los hongos tienen un complicado
"lenguaje" eléctrico propio mediante el cual podrían usar "palabras"
y formar "oraciones" para comunicarse con los vecinos. Recuérdese a
este respecto que casi toda la comunicación dentro y entre animales
multicelulares implica a células altamente especializadas (o neuronas). Estos
transmiten mensajes de una parte de un organismo a otra a través de una red
conectada llamada sistema
nervioso.
El "lenguaje" del sistema nervioso comprende
patrones distintivos de picos de potencial
eléctrico (también conocidos como impulsos), que ayudan a las criaturas a
detectar y responder rápidamente a lo que está sucediendo en su entorno. Al
medir la frecuencia y la intensidad de los impulsos, es posible desentrañar y
comprender los idiomas utilizados para comunicarse dentro y entre los
organismos en todos los reinos orgánicos.
Los hongos no tienen ni cerebro ni una sola neurona, pero a
pesar de carecer de esos atributos, parecen transmitir información utilizando
impulsos eléctricos a través de sus hifas, los filamentos que forman una red
delgada llamada micelio que une colonias de hongos bajo el suelo. Estas redes
son notablemente similares a los sistemas nerviosos de los animales.
Los
hongos micorrízicos (hongos parecidos a hilos casi invisibles que forman
asociaciones íntimas con las raíces de las plantas) tienen extensas redes en el
suelo que conectan las plantas vecinas. A través de estas asociaciones, las
plantas generalmente obtienen acceso a los nutrientes y la humedad suministrados
por los hongos desde los poros más pequeños del suelo. Esto amplía enormemente
el área de la que las plantas pueden obtener sustento y aumenta su tolerancia a
la sequía. A cambio, la planta transfiere azúcares y ácidos grasos a los
hongos, lo que significa que ambos se benefician de la relación.
Los experimentos con plantas
conectadas únicamente por hongos micorrízicos han demostrado que cuando una
planta dentro de la red es atacada por pulgones, las respuestas de defensa de
las plantas vecinas también se activan. Parece que las señales de advertencia
se transmiten a través de la red fúngica.
El micelio de los hongos micorrícicos permite relaciones simbióticas con las plantas |
Otras
investigaciones han demostrado que las plantas micorrizadas pueden
transmitir algo más que información a través de los micelios. En algunos
estudios, parece que las plantas, incluidos los árboles, pueden transferir
compuestos a base de carbono, como azúcares, a sus vecinos. Estas transferencias
de carbono de una planta a otra a través del micelio fúngico podrían ser
particularmente útiles para apoyar las plántulas a medida que germinan.
En la investigación que acaba de publicarse el científico
informático Andrew
Adamatzky de la Western England University en Bristol, Inglaterra, sugiere
que los hongos tienen un "lenguaje" eléctrico propio, mucho más
complicado de lo que nadie pensaba anteriormente. Usando pequeños electrodos,
Adamatzky registró los impulsos eléctricos rítmicos transmitidos a través del
micelio de cuatro especies diferentes de hongos.
Adamatzky encontró que los impulsos variaban en amplitud,
frecuencia y duración. Al hacer comparaciones matemáticas entre los patrones de
estos impulsos con los más asociados típicamente con el lenguaje humano, concluye
forman la base de un lenguaje que comprende hasta 50 palabras organizadas en
oraciones.
Esa interpretación plantea la posibilidad de que los hongos
tengan su propio lenguaje eléctrico para compartir entre ellos o incluso con
socios más distantes información específica sobre recursos y fuentes
potenciales de peligro.
Aunque interpretar los picos eléctricos en el micelio como
un lenguaje resulte atractivo, existen formas alternativas de interpretar los
nuevos hallazgos, porque el ritmo de los pulsos eléctricos se parece
bastante a la forma en que los nutrientes fluyen a lo largo de las hifas y,
por lo tanto, dichos pulsos pueden reflejar procesos dentro de las células
fúngicas que no están directamente relacionados con la comunicación.
Lo que parece obvio es que se necesita más investigación
antes de que podamos decir con certeza qué significan los impulsos eléctricos
detectados en el estudio de Adamatzky. Lo que podemos concluir por el momento es
que los picos eléctricos son, potencialmente, un nuevo mecanismo para
transmitir información a través del micelio que puede tener implicaciones
importantes para nuestra comprensión del papel y la importancia de los hongos
en los ecosistemas. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.