En lo que se refiere a la duración de su vida y siempre con excepciones, las plantas pueden dividirse en dos grandes grupos: perennes y anuales. Las primeras viven dos años o más (las más longevas viven 5.000 años), en el transcurso de los cuales florecen, fructifican y producen semillas.
Las plantas anuales solo tienen una temporada de vida, a veces tan corta que en algunas plantas efímeras dura unos pocos días, durante los cuales germinan
a partir de las semillas producidas por sus progenitoras el año anterior, crecen, florecen y fructifican para producir semillas y con ellas la siguiente generación. Como puede deducirse, para estas plantas es fundamental producir
semillas, porque sin ellas no hay descendencia.
Así las cosas, ¿qué ocurre con plantas anuales como las
sandías que en los últimos años se comercializan cada vez más sin semillas. ¿Cómo es posible
que se garantice la producción año tras año sin las imprescindibles semillas?
La respuesta es doble: por la asombrosa plasticidad genética de las plantas y
por la capacidad transformadora de la investigación científica.
La
sandía, Citrullus lanatus, una planta anual originaria de África, se
cultiva en todo el mundo debido a su fruto, una pepónide de enorme tamaño (normalmente
más de cuatro kilos, aunque el récord lo ostenta una de 120 kilos), carnosa y
jugosa (más del 90% es agua), con pulpa de color rojo y de sabor generalmente
dulce. Cuando las presentan, sus muchas semillas pueden llegar a medir 1 cm
de longitud, son de color negro, marrón o blanco y ricas en vitamina E, que se han
utilizado en medicina popular y se consumen tostadas como alimento.
Los avances de la biotecnología experimentaron un
extraordinario auge desde los albores del siglo pasado y allanaron el camino
para muchos alimentos que hoy nos resultan familiares, pero que habrían dejado
estupefactos a nuestros padres. Entre esos alimentos se cuentan las sandías sin
semillas.
La colosal producción de sandías
La producción mundial de sandías en 2018 superó los cien mil millones de toneladas. España ocupa el décimo tercer lugar
entre los países productores con 1,93 millones de toneladas (0’83%). No he
encontrado información sobre la producción española de sandías con y sin
semillas, pero por los
datos del Departamento de Agricultura estadounidense me entero de que su
cosecha de sandías sin semillas superó en 2021 a la de las sandías con semillas
en una proporción de 13 a 1. Supongo que en España la proporción será muy
similar.
Desde el punto de vista biológico, la cuestión básica es cómo
se pueden obtener frutos sin semillas de una planta anual cuyo único modo de
reproducción son esas mismas semillas. La respuesta al dilema que cada año
plantean las sandías está en las investigaciones del
botánico estadounidense Albert Francis
Blakeslee (1874-1954), continuadas y ampliadas por las del japonés Hitoshi Kihara
(1893-1986), dos de los biotecnólogos de plantas más destacados del siglo XX.
Polinización sin reproducción
Las semillas se desarrollan cuando los granos de polen
germinan en el estigma de una flor y los tubos polínicos crecen hacia el ovario
para llevar los gametos masculinos hasta los óvulos. Estos se transformarán en
semillas una vez fecundado el gameto femenino (técnicamente una oosfera) que
contienen. Durante el proceso de fecundación, el ovario que rodea a los óvulos
resulta estimulado por una batería de hormonas que lo convierten en un fruto en
cuyo interior residen las semillas que, a su vez, contienen el embrión (Figura
1).
Figura 1 |
Si está pensando en que la formación de semillas podría
evitarse si se pudiera impedir la polinización, tiene mucha razón. Claro que
sin granos de polen (y sin los gametos masculinos que contienen) no tendría
semillas… pero tampoco frutas. Las frutas grandes, dulces y carnosas son
costosas de producir para una planta, pero la inversión vale la pena si la
fruta atrae a los animales para que dispersen sus semillas.
Evitar la polinización no es, pues, una solución. Sin
embargo, resulta que una gran carga de polen es suficiente para enviar las
señales hormonales que promueven el desarrollo de la sandía, incluso si las
semillas nunca se desarrollen. Por lo tanto, lo que se necesita es alguna forma
de engañar a la planta proporcionándole una carga completa de polen mientras se
evita que los gametos contenidos en los granos de polen fertilicen a los óvulos
y produzcan semillas.
En este momento, algunos quizás se estén imaginando miles de
preservativos microscópicos colocados en los tubos polínicos. Es una imagen
divertida, pero la manera más efectiva de bloquear el desarrollo del embrión es
usar gametos femeninos (oosferas) defectuosos.
En el interior de los óvulos, las oosferas femeninas se
producen después de una secuencia de divisiones celulares que incluyen una
meiosis, el tipo de división celular que reduce a la mitad el número de
cromosomas de una célula.
Si se logra alterar la meiosis se producirán oosferas
defectuosas y, por tanto, imposibles de fecundar. El genetista Hitoshi Kihara
sabía que la meiosis se interrumpiría en cada óvulo si la planta tuviera tres
copias de cada cromosoma (una condición conocida como triploide) en lugar de
las dos habituales que caracterizan a la mayoría de los organismos que son (somos)
diploides. Su gran contribución fue desarrollar una técnica para producir
plantas de sandía triploides que acabarían por dar frutos sin semillas.
Por qué los poliploides no producen semillas
Los seres humanos somos organismos diploides (en griego,
doble capa, que habitualmente se representa en los esquemas como 2n) porque
nuestros cromosomas van por pares. Normalmente la mayoría de nuestras células contienen
23 pares de cromosomas homólogos (uno del padre y otro de la madre), es decir,
un total de 46 cromosomas. Las sandías son también unos diploides que normalmente
tienen 22 cromosomas distribuidos en 11 pares. En la naturaleza dominan
(dominamos) los organismos diploides, pero también los hay poliploides.
La poliploidía es el fenómeno que presentan células, tejidos
u organismos con tres o más juegos completos de cromosomas. Esas células,
tejidos u organismos se denominan poliploides. La poliploidía es un fenómeno
bastante frecuente en la naturaleza, aunque es más común en las plantas. Entre
ellas los poliploides más frecuentes son los triploides (tres juegos de
cromosomas: 3n) y tetraploides (cuatro juegos: 4n). Tampoco faltan hexaploides (6n)
como el trigo harinero y octoploides (8n) como las fresas comerciales comunes.
La fertilidad de un poliploide depende de la viabilidad de
los gametos y de los cigotos que producen. En general y para lo que aquí nos
interesa, los individuos triploides son prácticamente estériles, mientras que
los tetraploides suelen ser fértiles, aunque su fertilidad es menor que
presentada por diploides.
Como los humanos, las sandías son normalmente diploides; sin
embargo, a diferencia de los humanos en los que la triploidía es letal desde el
inicio del desarrollo fetal, una planta con tres copias de cada cromosoma (triploide)
se comporta perfectamente bien en sus actividades habituales: crece y
fotosintetiza. El problema comienza con la meiosis.
Los poliploides con un número par de cromosomas, como el
trigo y las fresas, pueden producir gametos normales, pero los que tienen un
número impar (triploides y pentaploides) en su mayoría no lo hacen porque
cuando se produce la meiosis (el imprescindible proceso de división celular mediante
el cual se forman los gametos) la oosfera y las células que la rodean no se
forman y el óvulo resulta pequeño, blando e irrelevante.
Cómo conseguimos triploides
Los triploides sin semillas no se encuentran en las sandías
naturales. Si es así, ¿cómo se consiguen plantas triploides a partir de una
especie diploide? Respuesta: Si queremos obtener sandías sin semillas hay que
bombardear a las plantas hembra con cargas de polen: se formarán sandías, pero
no semillas (Figura 2).
De esa forma se puede reunir un gameto haploide (n) típico
de uno de los parentales (la planta hembra) y un gameto diploide (2n) de otro. Teniendo
en cuenta que lo normal es que los gametos sean haploides, la forma más segura
de producir gametos diploides es conseguirlo a partir de un parental
tetraploide (4n). Recuerde que los poliploides pares, a diferencia de los
triploides, pueden producir gametos funcionales por meiosis.
La primera
publicación sobre la inducción química de la poliploidía conseguida con
éxito la hicieron en 1937 dos genetistas, Blakeslee y Avery, quienes lograron
inducir la duplicación de cromosomas aplicando en semillas o en plántulas un
alcaloide vegetal llamado colchicina. Algunos de sus experimentos incluían de
manera un tanto pintoresca un nebulizador «comprado en Woolworths por
veinte centavos».
Lo que comenzó en Woolworths terminó salpicando en los
periódicos poco después de que los sus descubrimientos se hicieran públicos.
Los reportajes periodísticos fueron tan exagerados que el editor del Journal
of Heredity, la revista en la que se presentó la publicación, tuvo que
incluir un comentario al final del artículo para sofocar las «adhesiones
excesivamente entusiastas» que provenían de «la ola de publicidad extrañamente [sic]
engañosa distribuida por periódicos de Hearst» que publicaban resultados
tales como bebés gigantes y trigos altos como pinos.
Dejando a un lado el periodismo amarillo, la colchicina es
tóxica. Sin embargo, al igual que muchos venenos, sus propiedades son
médicamente útiles en dosis bajas y los humanos aún la consumimos para la gota
y otras enfermedades inflamatorias. La colchicina actúa interfiriendo la
mitosis, el tipo de división celular que ocurre constantemente en nuestro
cuerpo creando células idénticas para crecer y mantenernos, entre otras cosas.
Antes de que las células se dividan, replican su ADN para que cada cromosoma
contenga dos copias de todo el material genético. Una célula diploide se
convierte en dos células diploides.
Las células tratadas con colchicina replican su ADN como de
costumbre, pero no se dividen; simplemente continúan viviendo con las copias
extra de sus cromosomas. Lo que Blakeslee y Avery identificaron fue la cantidad
correcta de colchicina y el período de tiempo adecuado para prevenir la
división celular e inducir tetraploidía, pero permitiendo que las células
comenzaran a dividirse nuevamente poco después.
Con el protocolo correcto, las partes de la planta que se
desarrollan después del tratamiento con colchicina, incluidas las flores, serán
tetraploides. Las flores tetraploides producirán gametos diploides (a través de
la meiosis) que se unirán con gametos haploides de plantas femeninas diploides
para crear descendencia triploide.
Hitoshi Kihara no tardó en aplicar la nueva y prometedora
técnica de la colchicina a las sandías, pero tardó un tiempo en perfeccionarla.
Uno de los problemas que encontró es que las plantas tetraploides tienen algunas
dificultades para producir gametos. Por lo tanto, lo que hizo Kihara y luego
han seguido haciendo miles de agricultores es seleccionar las líneas
tetraploides más fértiles en las que la meiosis es normal. Una vez seleccionadas,
las líneas tetraploides se mantienen y se pueden propagar por semillas. No es
necesario volver a utilizar colchicina, excepto para iniciar una nueva variedad
tetraploide.
Las compañías de semillas usan plantas diploides para
polinizar flores tetraploides que se convierten en frutos que contienen
semillas con embriones triploides. Los aficionados que tienen huertos compran esas
semillas para plantarlas como variedades sin semillas.
Cada vez más y más triploides
Gracias a la magia de la colchicina, se puede diferenciar
fácilmente una sandía diploide de otra triploide. Si tiene semillas negras
brillantes completamente desarrolladas, es un diploide. Si no es así, es un
triploide.
Con muchas variedades sin semillas muy sabrosas disponibles,
¿por qué hay quien sigue cultivando sandías con semillas? Una razón es que las
semillas triploides cuestan aproximadamente el doble que las semillas diploides
porque las empresas comercializadoras necesitan recuperar la inversión en el
desarrollo de líneas tetraploides y la producción anual de semillas.
Otra cuestión para considerar es el coste de oportunidad de
cultivar variedades de sandía sin semillas. Junto a las plantas triploides, los
agricultores tienen que plantar plantas diploides "polinizadoras", en
una proporción de triploides de 2 a 1. Hacerlo asegura que haya suficiente polen
depositado en los estigmas de las flores triploides para desencadenar la
formación de frutos. Los agricultores no solo pagan más por las semillas
triploides, sino que tienen que dejar espacio para que crezcan las plantas
diploides. Su coste adicional a menudo se transfiere a los consumidores en el
mercado y estos puede que no quieran pagar un precio más elevado.
Pensar en las abejas
Ahora, tengamos en cuenta a las abejas. Un estudio
reveló que las abejas tienen que visitar una flor triploide de 16 a 24
veces antes de que produzca un buen fruto. Eso es el doble de visitas de las
que requiere una variedad con semillas. Puede que los humanos hayamos escapado
de la pesadilla de una plaga de orugas carnívoras de varios metros de largo,
pero para las abejas las flores triploides son un problema serio y, dado su
trabajo polinizador y melífero, será mejor que hagamos todo lo posible para
mantenerlas felices, sanas y abundantes.