Las hojas de Digitalis purpurea, conocida en España como dedalera o digital por la forma de sus flores que parecen dedales, es un buen remedio para curar determinados males, pero un remedio que puede matar. El secreto está en la dosis.
Hace
unos 500 años, en pleno Renacimiento, Paracelso, un médico y alquimista suizo,
escribió que «todo es veneno y nada es veneno, sólo la dosis hace el veneno»,
dando a entender que el término veneno es algo relativo cuyos efectos dependen
de la cantidad con la que se dispensa, una afirmación que encaja como un anillo
a la dedalera. La planta contiene una treintena de compuestos cardiotónicos, todos los cuales actúan sobre el corazón regulando su ritmo y acabando con las
peligrosas arritmias, aunque en dosis superiores a las terapéuticas pueden
provocar la muerte. Eso es, precisamente, lo que descubrió en el siglo XVIII un
médico inglés cuando, gracias a la dedalera, ofreció al mundo uno de los fármacos más
valiosos para tratar cardiopatías.
En las
paredes de una iglesia de Birmingham hay una curiosa placa tallada en piedra
que luce una dedalera. La placa recuerda al médico local William Withering.
Nacido en 1741, Withering había batallado durante diez años contra dos
enfermedades, la hidropesía que afectaba a otros, y la tuberculosis que
amenazaba a sus propios pulmones. Combatió la primera gracias al hallazgo de la
dedalera, pero la segunda acabó con su vida en 1799.
Trabajando
como médico en el Birmingham General Hospital, Withering conoció a una paciente
que se había curado de hidropesía gracias a unas hierbas. Rebuscando en la
bolsita que le enseñó, descubrió la dedalera. Durante diez años realizó pruebas
clínicas del principio activo de esta planta, la digitoxina, y concluyó que
curaba la hidropesía en una época en la que era una auténtica plaga en toda
Inglaterra.
La
hidropesía, edema o retención de líquido es la acumulación de fluidos en los
tejidos o cavidades del cuerpo. No constituye una enfermedad por en sí misma,
sino un síntoma clínico que acompaña a diversas enfermedades del corazón,
riñones y aparato digestivo. Además de que las hojas de dedalera tienen
propiedades diuréticas, es decir que propician la eliminación de orina
favoreciendo la evacuación de líquidos, los efectos benéficos de la digital se
centran en la llamada hidropesía congestiva cardíaca.
La
fuerza de bombeo del corazón ayuda a mantener una presión normal en los vasos
sanguíneos. Pero si el corazón empieza a fallar (situación conocida como fallo
cardíaco congestivo), la presión cambia y puede causar una retención de agua
muy severa. En este estado la retención hídrica se aprecia sobre todo en las
piernas, pies y tobillos, pero además hay acumulación en los pulmones, lo que
produce una tos crónica.
William Withering en un cuadro de Carl Fredric von Breda. Withering lleva una rama de dedalera en la mano izquierda. |
A veces funcionaba, pero la mayoría de las veces los pacientes sucumbían a la enfermedad. Antes
de que Withering publicara sus efectos curativos, ningún médico prudente se
había planteado utilizar la dedalera como un remedio terapéutico. El reputado
herborista John Gerard la repudió porque en su acreditada opinión «la dedalera
es amarga, caliente y seca, con ciertas cualidades depurativas; a pesar de lo
cual no se utiliza ni se elabora con ella ningún medicamento». Su opinión era
hija de la prudencia.
Numerosos
herboristas ingleses habrían discrepado de esa rotunda afirmación si no
hubieran tenido miedo a ser acusados de brujería y quemados en la hoguera. el
ama de casa del medio rural confiaba en la sabiduría de la herboristería
ancestral. Sabían que la «dedalera del médico» era una planta potente y
poderosa que podía matar o curar al paciente. En pequeñas dosis era curativa,
pero si se utilizaba para tratar la insuficiencia renal su principio activo se
acumulaba en el organismo en dosis que podían ser letales.
Un
veneno voluble y azucarado
Hubo
que esperar hasta 1850 para que el médico alemán Ludwig Traube describiera los
efectos de la dedalera sobre el corazón. Traube observó que mientras que pequeñas
dosis estimulaban los impulsos del músculo cardíaco, si se sobrepasaban se
podía provocar su paralización. La conclusión era que la ingestión moderada de
las hojas de forma ocasional estaba indicada para la regulación del pulso o el
tratamiento de la epilepsia e incluso que las infusiones de hojas estaban
indicadas contra los resfriados, de forma que se solía recomendar como
“saludable” para el organismo y el paciente.
Así
estaban las cosas, cuando a mediados del siglo pasado empezaron a publicarse
las primeras alertas sobre las propiedades venenosas de la dedalera. El enigma
consistía en que los efectos beneficiosos o tóxicos variaban de acuerdo con
algún factor desconocido que comenzó a relacionarse con la idiosincrasia de
cada paciente o con la aplicación errónea de las dosis.
Conforme los farmacólogos comenzaron a analizar científicamente la planta y se empezaron a aislar sus principios activos, en especial la digitoxina, pudo comprobarse que, a fuerza de estimular el corazón, la digitoxina podía llegar a provocar un infarto. La cuestión era encontrar la dosis exacta y aquí radicaba un nuevo enigma: cada planta representaba en sí misma un misterio. La conclusión era que no solo de una planta a otra, sino incluso en la misma planta o en una sola de sus hojas, los niveles de digitoxina eran extremadamente variables.
Lo
que poco a poco la experimentación fue descubriendo fue que en cualquier planta
observada la cantidad de digitoxina iba variando a lo largo del día. La
digitoxina es, esencialmente, un glucósido, es decir, un compuesto a base de
glucosa, que es el azúcar empleado como “combustible” para alimentar el
metabolismo de cualquier organismo. Mientras que, como consecuencia de la producción
fotosintética la digitoxina se iba acumulando en las hojas durante el día hasta
alcanzar su máxima concentración por la tarde, durante la noche, cuando la
planta respiraba y consumía glucosa, los niveles comenzaban a descender cada
vez más hasta el amanecer, cuando los niveles eran mínimos o inexistentes.
Se
comprobó también que la exposición a mayores cantidades de horas de sol o el
tipo de terreno en el que crecía la planta podían incrementar o hacer descender
el nivel de digitoxina foliar; además, si las hojas eran jóvenes o viejas, la
cantidad era muy diferente. Dependiendo de las condiciones en que creciera la
planta o de la hora en la que hubiera sido recolectada, unas tres hojas eran
suficientes para ser mortales y de ahí que estén ampliamente documentados casos
de envenenamientos producidos por la planta.
Poco
a poco, la comunidad médica fue rechazando su uso terapéutico directo debido a
la dificultad de calcular correctamente la cantidad de principio activo que
había en cada momento. Incluso algunos farmacéuticos experimentados que, en
teoría, deberían de saber a la perfección cómo calcular las concentraciones, no
dejaban de tener problemas con las dosis.
Hoy en día se sabe que una cantidad superior a 2 miligramos
de digitoxina hace que los latidos del corazón vayan a un menor ritmo, pero al
poco tiempo se producen arritmias hasta llegar a un paro cardíaco que en la
gran mayoría de los casos acaba llevando a la muerte.
Sin embargo, varios medicamentos basados en la
digitoxina, que son muy bien valorados por muchos cardiólogos, se siguen
empleando en pacientes con problemas cardíacos. La razón de que en la
actualidad se siga empleando en farmacología se debe a las condiciones
especiales de recogida de la planta y a la extracción química que se realiza
posteriormente.
La dedalera se sigue cultivando, pero se recoge a
unas horas determinadas (generalmente al inicio de la tarde) y escogiendo unas
hojas determinadas que en teoría tendrían la cantidad óptima de digitoxina.
Posteriormente se realiza un tratamiento de desecado y de conservación
especiales para evitar tanto la pérdida del principio activo como de su
intensificación, así como diferentes controles en todo el proceso para mantener
en todo momento las concentraciones adecuadas.
Así que cuando
caminando por sendas y veredas, entre breñas, riscos y roquedos, veas a tus
pies las hermosas flores de la dedalera, recuerda a Paracelso: estás delante de
un remedio que te puede matar.