Mientras que los turistas saturan Yosemite convirtiendo la placidez
de la naturaleza en un insoportable alboroto más propio de un parque de
atracciones, la soledad preside las cumbres de uno de los parques nacionales
estadounidenses más hermosos y desconocidos, Great Basin, situado en los
confines orientales de Nevada, muy cerca de la frontera con Utah, dos de los
estados más áridos y despoblados de Estados Unidos. El parque nacional fue
creado en 1986 como consecuencia de la presión ejercida por grupos
conservacionistas que salieron en defensa de unos pinos que habían saltado a la
fama como resultado de un lamentable episodio ocurrido en el verano de 1964.
La mañana del 6 de agosto de 1964, un aprendiz de científico
de treinta años, Donald Currey, ascendía acompañado de tres hombres por un
sendero que serpenteaba por las faldas de Wheeler Peak (4.011 m), la montaña
más alta de Nevada. Uno de los hombres llevaba el uniforme oliváceo de los guardas
del Servicio Forestal de Estados Unidos. Otro llevaba de las riendas una mula
cargada con herramientas de leñador, mientras que el tercero portaba un equipo
fotográfico para documentar el acontecimiento que Currey iba a protagonizar.
Aspirando durante varias horas el fresco aroma de los pinos piñoneros y las sabinas de Utah que impregnaba el aire puro de aquellas montañas aisladas de la civilización, los hombres llegaron jadeantes a la timberline, la línea imaginaria situada aproximadamente en la cota de los 3.200 metros, en la que los árboles se rinden al ataque de los vientos heladores y nada, salvo algunas plantas de un palmo de altura pegadas al suelo, lograba sobrevivir. Allí, en la inhóspita frontera entre el bosque de pinos y el páramo desolado, prosperaban contra toda lógica unos de los árboles más raros del mundo, los pinos aristados, cuyos retorcidos troncos llevaban casi cinco mil años contemplando las llanuras de Nevada.
El pino longevo (Pinus longaeva), también llamado pino aristado por las puntas que rematan las escamas de sus piñas, solo crece en algunas montañas del suroeste de Estados Unidos y siempre marcando el límite altitudinal de la vegetación arbórea. Los vientos dominantes, cargados de agujas de hielo en invierno y de granos de arena en verano, esculpen los troncos dándoles una forma nudosa, más horizontal que vertical, reflejo de su eterna batalla contra los elementos de la alta montaña. A barlovento, las partículas de hielo y arena arrastradas por el viento liman la corteza de los troncos y los pulen hasta el punto de que parecen petrificados en vida, como barnizados por las manos de un colosal ebanista.
La sequía y el frío limitan el crecimiento de los árboles
que apenas superan los cinco metros de altura. Los árboles más robustos miden
unos diez metros de alto y hasta seis de circunferencia, pero a menudo parecen
leños secos y retorcidos cuyo único signo de vida son los penachos de hojas
verdes que aparecen aislados, entre los cuales emergen las piñas púrpuras y aristadas.
Hace más de sesenta años, nadie soñaba con que ningún ser
vivo pudiera vivir más de cuatro milenios y mucho menos que lo hiciera como un enano
retorcido en las altas montañas de los desiertos americanos. Todo cambió en
1953, cuando Edmund Schulman, un dendrocronólogo (los científicos que datan las
edades de los árboles) de la Universidad de Arizona, decidió explorar algunos
árboles raros que crecían en las cumbres de las montañas White del centro de
California.
Schulman buscaba árboles sensibles al clima, que eran algo
así como unas estaciones meteorológicas naturales en cuyos leños se registran
datos climáticos durante siglos. Los dendrocronólogos usan los anillos de los
árboles como una forma de descubrir los misterios de los climas antiguos. Cada
anillo de la sección de un tronco es una estación de crecimiento, un año.
Edmund Schulman al pie de un pino longevo en las montañas White (1954) |
Contando los anillos se puede saber la edad del árbol. Si el
anillo de un determinado año es grueso, el clima de ese año fue cálido y
lluvioso; si el anillo es estrecho, significa que el árbol había “engordado”
poco, señal de que el clima había sido frío y seco. Para contar y medir los
anillos no es necesario cortar el árbol. Los expertos llevan consigo una barrena
sueca, una especie de berbiquí con una aguja hueca del diámetro de una pajita,
que permite extraer un delgado cilindro de madera, gracias al cual, usando una
lente apropiada, se pueden examinar los anillos en la tranquilidad del
laboratorio.
En 1953, Schulman trepó a más de 3.300 metros en las montañas
White y extrajo una muestra del tronco del que se tenía por el pino más viejo del
mundo. Los guardas le llamaban Patriarca.
Los anillos sumaban 1.500 años. Varios de los vecinos del Patriarca también tenían un número similar de anillos. Durante las
temporadas de campo de 1954 y 1955, Schulman volvió a sondar pinos aristados
aún más viejos. «Por increíble que parezca, en 1956 sabía a ciencia cierta que allí
había árboles de más de 4.000 años», escribió Schulman en 1956, un año crucial
en su vida como investigador.
En el verano de 1957, Schulman había descubierto diecisiete pinos
longevos que habían cumplido 4.000 años por lo menos. Nueve de estos crecían en
una zona que denominaron Methuselah Walk
(senda de Matusalén), en honor del árbol más antiguo conocido en el mundo, un
pino de 4.676 años de antigüedad, al que llamaron Methuselah (Matusalén), un guiño a la figura más longeva de la Biblia. Mientras preparaba su definitiva
expedición del verano de 1958, Schulman sufrió un ataque cardíaco que acabó con
él a los 48 años.
En marzo de 1958, la revista National Geographic publicó el artículo que Schulman había escrito
sobre su sorprendente descubrimiento. Aquellos pinos deformes, nudosos y
retorcidos habían sido testigos mudos pero escrupulosos de varios milenios de
sequías, inundaciones, y glaciares en retirada. Sus anillos ofrecieron a los
científicos la oportunidad de reconstruir el clima local hasta fechas
contemporáneas a la construcción de las pirámides egipcias.
Donald Currey, un estudiante de doctorado graduado en Geografía,
esperaba explotar esta relación entre los árboles y la historia. Quería
desarrollar una relación climática de la evolución glaciar del suroeste americano
desde el año 2000 a.C. Su investigación se centró en las características
geológicas de la cordillera Snake del este de Nevada, una cadena montañosa
coronada por el imponente Wheeler Peak. Los pinos longevos de sus cumbres
guardaban en sus anillos las claves temporales que Currey ansiaba analizar.
Bosquete de Pinus longaeva en las cumbres de Wheeler Creek. Al pie del considerado el árbol más viejo del mundo, Luis Monje, fotógrafo científico de la Universidad de Alcalá. Verano de 2011. |
Cuando preparaba su trabajo, a Currey ni se le pasaba por la imaginación que pudiera encontrar ejemplares más viejos que los que había visto en el artículo de National Geographic. En el verano de 1964 tropezó con algo inesperado. Un grupo de árboles que crecía en una zona conocida como Wheeler Peak Scenic Area parecía contener árboles tan viejos como lo que había descrito Schulman. Entusiamado, comenzó a tomar muestras de los árboles utilizando su barrena sueca de veintiocho pulgadas. Día tras día, llevando su cuaderno y su barrena, trepó por el suelo rocoso que rodeaba a los pinos, recogiendo muestras que luego podría analizar con un microscopio.
El ejemplar anotado con el número WPN-114 era el más
espectacular que encontró. Anotó los datos: «una copa muerta de 5,1 metros, un
brote vivo de 3,3 metros de alto y una circunferencia de 6,4 metros a medio
metro sobre el suelo». Anotó también que la corteza del árbol, que era
necesaria para su supervivencia, estaba únicamente «presente en una sola franja
de medio metro de ancho, orientada hacia el norte». Los vientos y la arena
habían desgastado el resto. Pero el árbol estaba vivo y seguía produciendo penachos
compactos de hojas como agujas.
Intentó perforarlo, pero la barrena se rompió. Lo intentó de
nuevo y rompió la barrena de repuesto. Sin su equipo, no tenía nada que hacer.
Ese viejo ejemplar estaba ante él, sus anillos guardaban los secretos de varios
miles de años de cambio climático, y no tenía forma de estudiarlo, al menos con
sus barrenas. Descendió hasta Baker y se dirigió al guarda del Servicio
Forestal del distrito, al que explicó que quería cortar el WPN-114 para
estudiar la sección transversal directamente. En ese momento, cortar árboles
para la investigación dendrocronológica no era infrecuente; incluso Schulman había
dejado escrito en National Geographic
que había seccionado tres muestras, aunque ninguna de Matusalén. El guarda
consultó con su supervisor al que comunicó que el árbol «era como muchos otros
y no era del tipo que el público visitaría». El supervisor pensó que serviría
mejor a la ciencia y a la educación y decidió que podía talarse.
A eso se disponían esa mañana del 6 de agosto. Cuando
llegaron a WPN-114, varios hombres se turnaron para cortar el árbol. Transcurridas
unas horas, no quedaba nada más que el enorme tocón que aparece en la fotografía.
De vuelta al laboratorio, Currey puso las muestras preparadas en su microscopio
y comenzó a contar los anillos. Hizo un descubrimiento sorprendente. En la
sección de WPN-11 había 4.844 anillos, casi doscientos más que en el Matusalén. WPN-114 había sido cortado
varios pies por encima de su base, por lo que no habían podido acceder a
algunos de los primeros anillos. El árbol podría haber tenido fácilmente cinco
mil años.
El treintañero Currey había derribado el árbol más antiguo
que se haya descubierto jamás: un organismo que ya tenía casi 4.500 años cuando
Colón llegó a La Española, estaba en plena madurez cuando César gobernó Roma, y
comenzó su vida cuando los sumerios crearon el primer lenguaje escrito de la
humanidad. Al año siguiente, Currey publicó
su descubrimiento en la revista Ecology.
El artículo de tres páginas, escrito con un desapasionado lenguaje científico,
reconocía que WPN-114 era el árbol más antiguo registrado, pero, poniéndose la
venda antes que la herida, pronosticó que futuras investigaciones encontrarían especímenes
mucho más antiguos.
Este tocón en la cima de Wheeler Peak es todo lo que queda de Prometeo. |
Sin embargo, lo único que el futuro realmente produjo fue una crítica cada vez más enconada sobre por qué se permitió que se talara el WPN-114. El guarda forestal que había afirmado que el árbol no tenía ningún interés se había equivocado. Los conservacionistas sabían de él y, de hecho, era conocido como Prometeo. Los conservacionistas afirmaron que el Servicio Forestal había actuado imprudentemente al consentir la tala.
La leyenda de que un miembro del equipo de Currey había muerto cuando
cargaba una rodaja de Prometeo por Wheeler Peak corrió como la pólvora sugiriendo
que el árbol había cobrado su vida para remediar la injusticia. Varios
dendrocronólogos atacaron a Currey, al que consideraban como un estudiante
ignorante que no sabía cómo manejar una barrena y no tenía ninguna razón
científica para trabajar con en ese árbol en particular.
El debate nunca cesó. Treinta y dos años después del suceso,
en 1996, el guarda que autorizó el corte redactó un memorándum para rebatir los
rumores y el propio Currey estuvo concediendo entrevistas exculpatorias hasta
su muerte en 2004. Los únicos hechos en los que parecía haber acuerdo era que a
WPN-114 lo habían matado intencionadamente. Cada año que pasó desde entonces sin
el hallazgo de un pino más viejo hizo crecer la leyenda de Prometeo y con ello el debate sobre su tala. Nunca se repitió la
tala de un solo pino longevo. Currey incluso se convirtió en uno de los
principales defensores de protección de la región que contenía los pinos. Estos
esfuerzos ayudaron a crear en 1986 Great Basin National Park, que incluye la
totalidad de Wheeler Peak.
Hoy todos los pinos longevos de los escasos lugares en los
que viven desde California a Nevada, estén vivos o muertos, gozan de protección
federal. Gracias a estas medidas, los viejos pinos pueden continuar luchando su
eterna batalla contra los elementos grabando silenciosamente el mundo que los
rodea a medida que envejecen.
De Prometeo, que sigue
siendo el árbol más antiguo jamás descubierto, todo lo que queda es un tocón
sin marcar y una nota al pie de la historia. ©Manuel Peinado Lorca.
@mpeinadolorca.