Vivir en los grandes desiertos del sur de África, el Namib y el Kalahari, no es nada fácil. Los inviernos son más fríos que en los desiertos saharianos, las heladas son frecuentes durante la estación de lluvias, entre junio y agosto, y la estación seca supera los ocho meses con precipitaciones que a veces no se producen durante años.
Las estrategias
que han desarrollado las plantas para sobrevivir en esas condiciones son muchas
y no en vano algunas de las plantas más extraordinarias del mundo viven alrededor
de la región de El Cabo y en la costa occidental desértica de Namibia. Hoy voy
a ocuparme de unas curiosísimas plantas de la familia Asclepiadáceas que han
desarrollado sendas estrategias para realizar los dos grandes procesos que afectan
a los seres vivos: crecer y reproducirse.
Para sobrevivir
y crecer en un ambiente donde el agua falta, las asclepiadáceas surafricanas
han desarrollado la misma estrategia vital que otras plantas de zonas áridas:
la suculencia. En las plantas suculentas (del latín suculentus = muy
jugoso) o crasas (del latín crasus = grueso) algún órgano o tejido está
modificado para permitir el almacenamiento de agua en grandes cantidades. Esta
adaptación les permite mantener reservas de agua durante períodos prolongados y
sobrevivir en entornos áridos y secos inhabitables para otras plantas.
Las partes
suculentas, en su mayoría formadas por tejido parenquimático, son un tipo de
reservas que las independiza de un período de estrés predecible. El ejemplo más
típico de suculencia es el de los tallos de los cactus del Nuevo Mundo o de las
euforbiáceas de África, que poseen la misma adaptación en sus tallos y son tan
parecidas a algunos cactus que comúnmente se las confunde con ellos. Otro tanto
ocurre con algunas asclepiadáceas de los géneros Huernia, Orbea, Piaranthus
o Stapelia que he incluido en las siguiente composición de fotografías procedentes de la colección del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá.
Cuando llueve, estas plantas toman
rápidamente grandes cantidades de agua a través de sus raíces. El grueso
parénquima que rellena el interior de sus tallos cilíndricos, poligonales y
angulosos puede almacenar mucha agua. La carencia de hojas, otra de las
características más llamativas de la mayoría de las suculentas, guarda una estrecha
relación con el hecho de que la proporción entre superficie y volumen es un
factor clave en la retención de agua. En cualquier órgano o cuerpo la pérdida
de agua es proporcional a la superficie, mientras que la cantidad de agua almacenada
es proporcional al volumen. Estructuras como las hojas, que presentan una
elevada relación superficie / volumen, pierden agua a una velocidad mayor que
las que presentan una relación menor, como los tallos gruesos. Por tanto, las
hojas estorban y los tallos suculentos asumen la función típica de aquellas: la
fotosíntesis.
Las suculentas viven durante
meses sin agua porque necesitan muy pequeñas cantidades de ella para realizar
la fotosíntesis. Si miras cualquier suculenta, notarás que la epidermis es
lustrosa, porque toda ella está cubierta por una capa cérea casi impermeable,
la cutícula; que impide la pérdida de agua por evapotranspiración. Por decirlo
para que se me entienda mejor, las suculentas están “barnizadas” con una
película que las rodea por completo. Esa capa es la responsable del tinte
grisáceo o verdeazulado de los tallos de muchas suculentas.
Ahora bien, esa cutícula
impermeable impide también el intercambio gaseoso. En las plantas, ese
intercambio (salida de oxígeno, entrada de dióxido de carbono) ocurre a través de
unos poros especiales, los estomas. A diferencia de los poros de los animales,
que están permanentemente abiertos lo que hace que no deshidratemos rápidamente
con la insolación, las plantas pueden abrir y cerrar los estomas de acuerdo con
el ambiente que las rodea.
Las plantas pierden mucha agua
cuando abren sus estomas para tomar dióxido de carbono y realizar la
fotosíntesis, especialmente en desiertos secos y calientes. Para remediarlo, las
suculentas pierden menos agua abriendo sus estomas sólo por la noche. La noche
es más fresca y no tan seca, lo que significa que se evaporará menos agua de la
planta. Ese cambio del ritmo habitual luz-oscuridad común a la mayoría de las
plantas implica unos cambios fisiológicos en el metabolismo de las suculentas
del que me he ocupado en dos entradas anteriores (1,
2) a las
que remito ahora para una explicación más detallada.
Cada año, durante la primavera
austral, Sudáfrica es el escenario de un fenómeno asombroso: el florecimiento,
tan repentino como espectacular, de una vasta extensión de plantas silvestres
con matices multicolores. Unas gotas de lluvia bastan para transformar el árido
paisaje en una enorme alfombra de flores: ciento de especies diferentes,
millones de individuos, abren sus flores en una explosión vital que busca atraer
a los insectos polinizadores. La oferta es extraordinaria y los insectos, aunque
no falten, son incapaces de atender la demanda. Ese es el momento de las plantas
especialistas capaces de realizar una oferta diferenciada.
Floración después de las lluvias en el Kalahari, Suráfrica. |
Las asclepiádaceas de los desiertos surafricanos compiten con otras plantas en lo que se refiere al colorido y la belleza de sus flores, pero eso no basta cuando tras las lluvias se despliega un inmenso tapiz de plantas a cual más llamativa. Las asclepiadáceas desdeñan al enorme despliegue de insectos de todas clases y se concentran en unos pocos, escasos pero eficaces: las moscas carroñeras. Sus flores engañan a las moscas por la vista y el olfato. La superficie de colores atractivos y textura carnosa de los pétalos imita a un animal muerto en descomposición. La flor emite un intenso hedor a carne putrefacta que atrae a las moscas que se alimentan de los cadáveres de animales.
Los olores a carne podrida no
son raros en el mundo vegetal. Como producen flores a nivel del suelo que
parecen y huelen a carne podrida, esas asclepiadáceas, como unas
curiosísimas orquídeas que conviven con ellas, son un extraordinario
reclamo para esas moscas necrófilas, que, movidas por el irresistible
imperativo biológico de la reproducción, no discriminan entre un cadáver
putrefacto y una flor que huele a cadaverina.
Ese es el truco. Las moscas
aterrizan en la flor pensando que han encontrado un lugar para poner sus
huevos. Se mueven dentro de la flor y recogen o depositan polen en el proceso.
Desgraciadamente para las moscas, sus larvas están condenadas: aunque las
madres encuentren néctar, en abundancia, no hay comida para que se alimenten
las larvas una vez que las flores se marchitan.
Las flores de las asclepiadáceas son
muy complejas y características (Figura de arriba). Cuando la flor se abre, los cinco
pequeños sépalos verdes se pliegan hacia atrás y un poco después caen o quedan
ocultos bajo cinco pétalos elípticos más grandes de color blanco rosáceo que
también se pliegan hacia abajo y quedan más o menos paralelos al tallo de la
flor. El conjunto de pétalos, es decir, la corola, rodea a los estambres, cuyas
anteras liberan polen. En el centro de la flor hay unas cámaras estigmáticas donde
se encuentra el pistilo, en cuyo interior están los óvulos que se transformarán
en semillas una vez fecundadas las flores.
A diferencia del polen en la
mayoría de las flores, que se libera de las anteras mientras aún están
adheridas a la flor, en las asclepiadáceas el polen permanece dentro de una
bolsa (polinia) hasta que entra en contacto con el estigma de otra flor de la
misma especie. Entre las más de 250.000 plantas con flores, solo las orquídeas,
otras plantas con flores extraordinariamente complejas, empaquetan su polen de
manera similar.
La única forma de que las
polinias escapen de sus cámaras es que las extraigan los insectos. Las
asclepiadáceas son entomófilas, lo que quiere decir que su polen lo trasladan
diferentes especies de insectos. La mayoría de los insectos buscan néctar, que
encuentran en abundancia gracias a las glándulas nectaríferas del fondo de las
capuchas. Además de néctar, en el caso de las asclepiadáceas dipterófilas, los
dípteros (moscas) que las visitan también buscan un lugar apetitoso (para
ellas) donde poner sus huevos y criar sus larvas.
Busquen lo que busquen, mientras
se mueven sobre una flor, los insectos van de capucha en capucha hasta que
casualmente introducen una de sus patas (o la trompa en el caso de las moscas) por
una hendidura. A los insectos no les entusiasma quedar atrapados, de modo que
porfían por sacar su apéndice de la ranura. La mayoría de las veces tienen
éxito tirando del miembro hacia arriba, lo que hace que este se enganche en un
surco del corpúsculo situado en la parte superior de la hendidura y, como
resultado, el insecto saca todo el polinario (el corpúsculo, dos brazos trasladadores
y dos polinias) de la cámara en la que estaban encerrados. Una vez liberado, el
insecto no escarmienta y continúa su búsqueda de flor en flor, por lo que muy
frecuentemente acumula múltiples polinarios, a veces enganchados en cadenas de
diez o más de ellos, colgando de la pata del animalito.
¿Qué pasa con las polinias? Muchas
se caerán a medida que el insecto se mueve. Algunas encontrarán su destino en
otra flor. En este caso, la polinización constituye todo un maravilloso proceso.
Primero, algo absolutamente esencial es que después de que un insecto haya
estado transportando un polinario durante algún tiempo, este se seca y, mientras
eso ocurre, los brazos del trasladador giran noventa grados. Esta torsión es
muy significativa porque hace que la polinia se coloque en una posición que le
permite deslizarse por una hendidura floral cuando el insecto se mueve sobre una
de ellas.
Por simplificar la explicación,
la polinia actúa como una llave que se introduce en una cerradura hasta que
puede deslizarse hacia la cámara estigmática. A medida que el insecto se agita,
el brazo del trasladador se rompe y la polinia queda dentro de la cámara
estigmática. La cámara está repleta del néctar que se expone al exterior por
las capuchas.
Cuando la polinia se inserta en
la cámara, se empapa de néctar y comienza a hincharse. En unas pocas horas, el
borde que está en contacto con la superficie interna receptiva de la cámara
estigmática se abre por una cresta de germinación de la que salen múltiples
tubos polínicos cada uno de ellos procedente de un grano de polen. Los tubos
crecen y penetran en uno de los dos ovarios de cada flor, cada uno de los
cuales puede contener hasta 200 óvulos, que serán fecundados por el gameto
masculino transportado dentro del tubo polínico.
Los óvulos fertilizados se
transformarán en semillas que aseguran la descendencia en uno de los ambientes
más hostiles de la Tierra. ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.