Los pinzones son los emblemas de
la evolución. Los pájaros que Darwin vio en las Islas Galápagos durante su
famoso viaje alrededor del mundo entre 1831 y 1836 cambiaron su pensamiento
sobre el origen de nuevas especies y, finalmente, el de los naturalistas de
todo el mundo.
Las islas oceánicas constituyen
los grandes laboratorios naturales de la evolución. La combinación del
aislamiento geográfico, la dificultad de acceso y la ausencia de depredadores o
competidores, proporcionan posibilidades extraordinarias a los organismos que
logran alcanzar esos refugios.
En las islas Galápagos, paradigma
del aislamiento insular, unos pájaros, los pinzones, radiaron evolutivamente y
se especializaron en una serie de papeles ecológicos que en los continentes son
desempeñados por varias familias de aves: algunas especies comen semillas de diferentes
tamaños, otras picotean la madera y una especie usa las espinas de los cactos
para desalojar a los insectos de sus escondrijos entre las grietas.
Cuando en septiembre de 1835 Charles
Darwin desembarcó en las Galápagos, fue el comienzo de cinco semanas que
cambiarían el mundo de la ciencia, aunque él no lo sabía en ese momento. Entre
otros hallazgos, observó y recolectó una gran variedad de pinzones que
habitaban las islas, pero ni sabía que eran pinzones, ni se dio cuenta de su
importancia ni anotó registros adecuados de sus especímenes y dónde fueron
recolectados.
El joven e inexperto naturalista
se dejó engañar por tal profusión y clasificó a estos pájaros en varios grupos.
Hasta que un ornitólogo profesional, John Gould, examinó su
colección en Londres y, gracias a su anatomía, los identificó a todos como
pinzones, Darwin no fue consciente del significado natural de tantas especies
estrechamente relacionadas, lo que, finalmente, le llevó a formular el
principio de selección natural.
En The Voyage of the Beagle, las
memorias que escribió cuando regresó a Inglaterra y ya conocía el informe de
Gould, un Darwin asombrado escribió: «Al
observar la graduación y diversidad de conformaciones en un grupito de pájaros
tan próximos unos a otros, podría imaginarse que, dada la escasez
original de aves en este archipiélago, una especie había sido modificada para desempeñar
diferentes fines».
Darwin desarrolló esa idea cuando unos 25 años después, en 1859, publicó su bomba intelectual. Especuló que estas aves, parecidas a los estorninos, llegaron a las Islas Galápagos por el viento. La evolución se hizo cargo y diferentes grupos desarrollaron diferentes dietas. Escribió: «Cuando un inmigrante se asentó por primera vez en una de las islas, [...] sin duda estaría expuesto a diferentes condiciones en las diferentes islas [en las que] tendría que competir con un conjunto diferente de organismos. [...] Entonces, la selección natural probablemente favorecería diferentes variedades en las diferentes islas».
En otras palabras, los picos
cambiaron a medida que las aves desarrollaron diferentes gustos por frutas,
semillas o insectos recogidos del suelo. Los picos largos y
puntiagudos hicieron que algunos de ellos fueran más aptos para recoger
semillas de frutos de cactus. Los picos más cortos y gruesos sirven mejor para
comer las semillas del suelo. Finalmente, los inmigrantes evolucionaron en 14
especies distintas, cada una con su propio canto, preferencias alimentarias y
formas de pico.
Este proceso en el que una
especie da lugar a múltiples especies que explotan diferentes nichos se
denomina radiación
adaptativa. Los nichos ecológicos ejercen las presiones de selección que
empujan a las poblaciones en varias direcciones. En varias islas, las especies
de pinzones se han adaptado a diferentes dietas: semillas, insectos, flores, hojas
y … sangre de grandes aves marinas.
En las islas Darwin y Wolf, una
pareja insular aislada dentro del ya de por si remoto gran santuario marino de las Galápagos,
habita un ave con un comportamiento insólito: un pinzón hematófago o, como los
guías suelen llamarlos delante de los asombrados turistas: unos pinzones
vampiros. Descubierto por primera vez en 1964, el pinzón vampiro, Geospiza
septentrionalis, utiliza su pico afilado como una navaja para perforar las
alas del enorme alcatraz o piquero de Nazca, Sula granti, y beber su
sangre.
Como las islas Darwin y Wolf son
pequeñas (cada una mide algo más de dos kilómetros cuadrados), y están
separadas de las islas más grandes por 160 kilómetros de océano, el agua dulce
es extremadamente rara y los alimentos pueden faltar por completo durante la
estación seca, lograr habitarlas resulta extremadamente difícil para cualquier
animal.
Los organismos que de alguna
manera llegaron a esas islas Galápagos debían adaptarse a las duras condiciones
o extinguirse. En esas condiciones, actuó la selección natural impulsada por la
necesidad de sobrevivir. Cabe pensar que cuando los alimentos escaseaban, los
pinzones vampiros que habitaban junto a las colonias de aves marinas recurrieron
a comer los parásitos que viven en la piel bajo las plumas de esas grandes
aves. Un caso más de mutualismo: los alcatraces se beneficiaron de la
eliminación de parásitos y los pinzones de tener una alternativa a su dieta
habitual de néctar, semillas e insectos que pueden desaparecer durante la
estación seca.
Es probable que a los pinzones
les agradase la sangre cuando la eliminación de los parásitos abría algunas heridas.
Con el tiempo, los pinzones aprendieron a hacer que la sangre manara arrancando
de un tirón las plumas de las alas de las aves más grandes. La selección
natural parece haber perfeccionado sus picos para perforar la piel y chupar
sangre: en comparación con las poblaciones en otras islas, los pinzones de Darwin
y Wolf han desarrollado picos particularmente largos y puntiagudos.
Pero la sangre tiene pocos
nutrientes y demasiada sal y hierro por lo que alimentarse exclusivamente de
ella es una solución provisional provocada por la escasez de alimentos más
nutritivos. Además, para digerir la sangre y liberar el sodio y el hierro hace
falta la colaboración de las bacterias del microbioma intestinal.
Como consecuencia de la dieta de
sangre, el microbioma que se encuentran en el sistema digestivo de los pinzones
vampiros es muy
diferente al que se encuentra en cualquier otra ave. Los pinzones hematófagos
y los murciélagos vampiros comparten un tipo de bacteria intestinal de la familia
Peptostreptococcaceae que ayuda a unos y otros animales, tan remotamente
emparentados como podrían estarlo una ballena y un gorrión, a procesar y
digerir el sodio del suero sanguíneo y la hemoglobina de los eritrocitos de sus
víctimas.
Cuando las primera aves y
mamíferos aparecieron sobre la faz de la Tierra entre el Pérmico y el Jurásico,
hace unos 200 millones de años, las bacterias ya llevaban allí más de tres mil
millones de años. Que encontraran un lugar donde vivir era solo una cuestión de
tiempo y de oportunidad. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.