Atendiendo a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, el pasado 2 de diciembre la Comisión de Estupefacientes de la ONU decidió eliminar el cannabis de la Lista IV de la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes, una relación de proscritos en la que estaba situado desde hace sesenta años junto a determinados opioides adictivos y potencialmente mortales como la heroína, reconocidos por tener poco o ningún propósito terapéutico y a los que se aplican estrictas medidas de control, que en general descartan su uso con fines médicos.
La decisión podría impulsar la
investigación científica sobre las propiedades medicinales del cannabis. Como
Jano, el cannabis es bifronte. Sus dos principales principios activos tienen
efectos diferentes. Uno de ellos, el Tetra-hidro-cannabinol (THC), el más
buscado con fines recreativos, es psicotrópico, mientras que el otro, el cannabidiol
(CBD), tiene cierto efecto analgésico y serviría como tratamiento antipsicótico.
Esos efectos se reflejan en el comercio.
Por ejemplo, la marihuana
que se vendía en Barcelona en el año 2017 tenía 7 mg de THC y 3 mg de CDB
por porro. En cambio, la resina concentrada de cannabis, el hachís, circulante
tenía tan solo trazas de CBD y 7 mg de THC.
En los últimos años se han realizado
innumerables estudios (algunos poco rigurosos) que sugieren posibles
aplicaciones terapéuticas del CBD. No es oro todo lo que reluce y conviene
tener prudencia sobre lo que se lee. En la trastienda de todas las drogas
‘legales’ como el alcohol o el tabaco hay poderosos intereses económicos y
lobbies dedicados a exaltar sus supuestos beneficios, a veces con poca base
científica.
Por ejemplo, el resveratrol,
un antioxidante presente en el vino tinto, tiene unos efectos beneficiosos que
lo han puesto a nivel del curalotodo bálsamo de Fierabrás. Los panegiristas suelen
olvidar el hecho de que para ingerir una dosis efectiva de resveratrol deberíamos
beber hasta perder el conocimiento.
La marihuana (Cannabis sativa)
es una planta con al menos dos subespecies (sativa e indica) y más de 2 500 variedades. En su composición aparecen más de
500 compuestos, de los cuales más de un centenar son cannabinoides. Entre ellos
se cuentan el THC, responsable principal de la neurotoxicidad, y el CBD, cuyos
efectos terapéuticos parecen demostrados.
El CBD es un cannabinoide muy parecido al THC, pero sin propiedades psicotrópicas. Entre sus efectos secundarios destacan la diarrea, la inapetencia, la somnolencia y la sedación, aunque estos dos últimos probablemente estén relacionados con interacciones farmacológicas con algunos medicamentos.
Los usos médicos del cannabis se
han estudiado ampliamente. En 2017, la Academia Nacional de Ciencias de Estados
Unidos realizó un metaanálisis
en el que incluyó más de diez mil estudios. Se encontraron pruebas de algunos
usos del cannabis frente al dolor crónico y a los espasmos asociados a la
esclerosis múltiple. También se encontraron pruebas sólidas de que el tetrahidrocannabinol
(THC), el principal componente psicoactivo del cannabis, puede reducir las
náuseas provocadas por la quimioterapia. De hecho, un derivado sintético del
THC, el dronabinol, se
ha prescrito durante décadas para este uso.
Uno de los efectos terapéuticos contrastados del CBD es el tratamiento de formas especialmente difíciles de epilepsia infantil. Aunque los resultados no se puedan generalizar a todo tipo de epilepsias y ni tan siquiera a todo tipo de convulsiones infantiles, una investigación reciente con una muestra de 550 niños demostró que los que seguían tratamiento con CBD tenían un 20 % menos de crisis epilépticas.
En cualquier caso, más que poner
a los niños a fumar porros, hay que saber que el CBD es un componente básico en
el
Epidyolex, el fármaco aprobado por la agencia española del medicamento para
el tratamiento de la epilepsia refractaria infantil.
Durante miles de años, se ha
utilizado el cannabis con fines recreativos, rituales y terapéuticos. Hoy, sus
aplicaciones médicas están de moda, sobre todo cuando se afirma, sin mayor
evidencia, que el cannabis puede curar el cáncer. Aunque las evidencias basadas
en metaanálisis como el que acabo de citar sean menos consistentes, hay al
menos tres campos en los que se está analizando la posible utilidad terapéutica
del CBD: el dolor crónico, la salud mental y los tumores.
El uso del cannabis como
analgésico se conoce desde la antigüedad, pero uno de los problemas para
evaluar su eficacia en el tratamiento del dolor es que la mayoría de los
estudios utilizan preparados que contienen CBD y THC en proporciones idénticas,
con los riesgos de toxicidad que ello supone.
Los
datos disponibles hasta la primavera pasada son sorprendentes. En estudios
bien diseñados, el CBD ha mostrado efectividad para controlar el dolor en
fibromialgia, trasplante renal, esclerosis múltiple y lesión medular. En
cambio, los resultados han sido negativos para la enfermedad de Crohn y el
dolor crónico generalizado.
En el ámbito de la salud mental, se ha promovido el uso del CBD para el tratamiento de los trastornos depresivos, del estado de ánimo y de las adicciones. Las revisiones sistemáticas más recientes concluyen en que no existe evidencia consistente para justificar su utilización en patologías como la depresión, el trastorno bipolar y la esquizofrenia. Un aspecto interesante, pero todavía poco estudiado, es su posible y paradójica utilización en el tratamiento de la adicción al cannabis.
Finalmente, el CBD también se
está estudiando como posible
agente antineoplásico, aunque en este caso las investigaciones son muy
preliminares y sin ninguna evidencia sólida contrastada en humanos. A pesar de
las afirmaciones en sentido contrario, no existe ninguna prueba significativa
de que el cannabis tenga algún
efecto curativo o siquiera beneficioso frente al cáncer. Sin embargo, en el
laboratorio sí
se han observado efectos positivos del CBD en cultivos celulares de cáncer
de hígado, próstata y mama, aunque los mecanismos de acción están todavía por
confirmar y su aplicación clínica no parece próxima.
Y no lo parece porque, aunque sea cierto que una dosis alta de cannabinoides mata las células cancerosas en una placa Petri, eso no es muy significativo clínicamente hablando. Matar células en una placa es extremadamente fácil y se puede conseguir con cualquier cosa, desde calor hasta lejía. Pero los agentes anticancerosos efectivos tienen que poder matar las células cancerosas en el cuerpo humano selectivamente, sin afectar a las sanas. Y la realidad, al menos hasta ahora, es que el cannabis no puede hacerlo.
El
negocio del cannabis lleva años intentando mejorar la percepción social de
la marihuana. La presencia en sus productos de una substancia no adictiva y con
potencial terapéutico constituye una potente arma publicitaria. El CBD se vende
ahora en cremas corporales, sueros y refrescos, y está «inundando
la industria del bienestar» hasta el punto de que se estima que
para 2025 su facturación en Estados Unidos alcanzará los 16 000 millones de
dólares.
Como sucede ahora con el alcohol
–y sucedió antes con el tabaco– los propagandistas de los supuestos efectos
beneficiosos del cannabis son más potentes que los que advierten sobre sus
riesgos. Si dejamos de lado esa presión y nos centramos en lo que realmente
sabemos, el CBD es una sustancia prometedora, con pocos efectos secundarios y
que puede ser de utilidad en el tratamiento de algunas enfermedades.
Entre la propaganda más activa
se cuenta la que basa las propiedades curativas del cannabis en que es un
“producto natural”, lo que bien pudiera ser un caso más de los muchos que se
basan en la llamada falacia
naturalista.
El término «natural» es confuso.
Si definimos natural como lo que ocurre sin intervención humana, el argumento es
muy débil. El opio, la nicotina, el arsénico, el plutonio y el cianuro también
son naturales, pero sería una mala idea atiborrarse de ellas. Los compuestos
activos de muchos fármacos se descubren en plantas y se sintetizan para
controlar la dosis y para maximizar su eficacia. Ya existen medicamentos
derivados del THC, pero no curan el cáncer, como tampoco lo hace el cannabis.
Por desgracia, como en el caso
de los antivacunas, en el caso del cannabis no faltan los conspiranoicos que
afirman que las empresas farmacéuticas ocultan las propiedades anticancerígenas
del cannabis. Esa afirmación es burda, tan burda como afirmar que la COVID-19
está provocada por un virus sintético elaborado por las corporaciones farmacéuticas para vender
vacunas. Considerando que alrededor de la mitad de la población tendrá cáncer a
lo largo de su vida por lo que una posible cura sería extremadamente rentable,
la idea de que los investigadores son unos criminales despiadados que ocultan
una solución para los tumores es absurda.
La realidad es que el cáncer es
una familia compleja de enfermedades y es poco probable que alguna vez haya una
única cura. Para algunas personas, el cannabis puede ser útil para tratar las
náuseas provocadas por la quimioterapia, pero hoy por hoy solo se puede asegurar
que la idea de que el cannabis cura el cáncer es tan mítica como tantas otras
que circulan por el laberinto de las redes sociales. © Manuel Peinado Lorca.
@mpeinadolorca.