Gentiana lutea |
Sabido es que en los
albores de la humanidad nuestros hábitos eran los de los cazadores recolectores,
de manera que hemos estado buscando alimentos silvestres durante decenas de
miles de años. Ahora, con un supermercado en cada esquina y las ventas en línea, el
viejo (y peligroso) arte de consumir productos directamente tomados de la
naturaleza se ha convertido en una excentricidad entre los urbanitas y en una
práctica a extinguir en el medio rural.
Salvo que uno sea un
experto o alguien que se dedique a recolectar únicamente los organismos (por lo
general plantas y setas) que conoce a la perfección, la búsqueda de alimentos silvestres por razones de sustento, medicinales o culinarias puede conducir
fácilmente a cometer errores graves, incluso fatales.
Tomemos como ejemplo a Gentiana lutea, comúnmente conocida como genciana amarilla o
raíz amarga. Los senderistas que cruzan los Pirineos, los Picos de Europa o,
más al sur, Gredos (ver los mapas más adelante), se habrán encontrado más de una
vez con esta planta herbácea relativamente abundante en los prados subalpinos del centro y sur de Europa, que puede alcanzar hasta 2 metros de altura y tiene
una larga historia de uso medicinal para el tratamiento de trastornos
digestivos y dolencias estomacales.
Una de las sustancias
químicas responsables de sus propiedades medicinales es el glucósido amarogentina abundante en
sus raíces, que, en un toque de ironía debido a la fracción de azúcar
(glucósido) que constituye su molécula, resulta ser una de las sustancias más
amargas conocidas. La amarogentina, toda una panacea del sistema digestivo, funciona
en varios frentes: los glucósidos amargos le confieren propiedades eupépticas
(digestivas, si prefieren este término), que estimulan la secreción y motilidad
del estómago, por lo que se utiliza en aperitivos y licores estomacales; promueve la secreción de saliva y bilis (para descomponer los alimentos), inhibe la
secreción de jugo gástrico (elimina los ardores estomacales) y aumenta las prostaglandinas (actividad antiulcerante).
Con la lección de las
virtuosas propiedades de la genciana bien aprendidas, un urbanita alemán
recolectó las raíces de lo que él creía que era Gentiana lutea y las usó
para hacer una bebida alcohólica fermentada. No es muy difícil. Como la raíz
contiene hasta un 77% de diferentes azúcares, un buen puñado de ellas se
tritura y se pone a fermentar para obtener un alcohol de baja graduación, el
vino de genciana; luego, este vino se destila para obtener el aguardiente de
genciana, la base del conocido y misterioso licor de Chartreuse.
Conseguido su
aguardiente, nuestro urbanita tomó un par de tragos de la mezcla de alcohol al
25% (50 grados) y se dispuso a gozar de los efluvios propios de una ingesta
relativamente moderada de alcohol. Se quedó con las ganas: poco después
experimentó náuseas, vómitos y una sensación de hormigueo en la boca y en las
yemas de los dedos. Cuando ingresó en urgencias se encontraba bradicárdico e
hipotenso: frecuencia cardíaca lenta de 30 latidos por minuto y presión
arterial muy baja de 50/30.
Además de la
desintoxicación con carbón activado, los médicos le administraron atropina para
aumentar su frecuencia cardíaca y metoclopramida y ondansetrón para controlar
las náuseas y los vómitos. Tuvo la suerte de recibir atención médica inmediata,
se recuperó por completo y fue dado de alta 24 horas después.
Veratrum album (izquierda) y Gentiana lutea |
Nuestro desconocido
alemán había cometido un error de manual: se envenenó con eléboro blanco o
falso, Veratrum album, una hierba perenne que, como la raíz de genciana,
crece en las regiones alpinas y produce tallos floridos que alcanzan también
casi dos metros de altura. Como sus hojas se parecen un poco, especialmente
cuando son jóvenes, no es el primer caso de confundir una y otra planta.
¿Qué sustancias químicas causan
náuseas, vómitos y problemas cardíacos? Hay todo un arsenal de alcaloides en el
eléboro blanco (escribiré sobre él la próxima semana), pero los detectados y confirmados en el suero de nuestro alemán
envenenado fueron protoveratrina-A (ProA) y protoveratrina-B (ProB), en
concentraciones de 1162 y 402 ng/l, respectivamente.
Hoy sabemos que tanto en
el interior como en el exterior de la célula hay una serie de partículas
cargadas eléctricamente, los iones. Aunque están separados por la membrana celular, en esta existen unas diminutas compuertas conocidas como canales iónicos. Cuando se
abre la compuerta, los iones fluyen a través de ella generando una pequeña
corriente eléctrica, aunque en este caso lo de «pequeña» sea una cuestión de
perspectiva: cada contracción eléctrica a nivel celular produce tan
solo cien milivoltios de energía, pero como nuestro cuerpo tiene unos 37 billones de
células, la microcorriente celular se traduce en 30 millones de voltios por
metro, casi el equivalente a un relámpago.
En otras palabras: la cantidad de electricidad que se produce en el interior de nuestras células es mil veces mayor que la que tenemos en casa. Dado que regulan los impulsos eléctricos de todo el cuerpo, incluyendo, como un marcapasos, los ritmos cardíacos, esos cambios de voltaje nos permiten vivir y funcionar adecuadamente.
En otras palabras: la cantidad de electricidad que se produce en el interior de nuestras células es mil veces mayor que la que tenemos en casa. Dado que regulan los impulsos eléctricos de todo el cuerpo, incluyendo, como un marcapasos, los ritmos cardíacos, esos cambios de voltaje nos permiten vivir y funcionar adecuadamente.
Los canales iónicos de sodio se abren o cierran en respuesta a cambios en el potencial de membrana regulados por las glicoproteínas “canales”. Los alcaloides ProA y
ProB actúan sobre esas glicoproteínas alterando su funcionamiento. Una vez unidas a ellos,
la conformación de esas proteínas cambia, lo que hace que los canales iónicos
permanezcan abiertos y constantemente activados. Los sitios afectados son las membranas
celulares de los tejidos "excitables", en particular las neuronas y los
músculos esquelético y cardíaco.
La toxicidad se manifiesta en varios síntomas. Neurológicamente, produce parestesia, esa sensación de “hormigueo” mencionada anteriormente. En el sistema cardiovascular, se produce hipotensión, bradicardia y multitud de arritmias. Las náuseas, los vómitos y la diarrea completan los síntomas que afectan al sistema gastrointestinal.
Pues ya lo sabe: si está
dispuesto a buscar comida por esos campos de Dios, siempre es una buena idea
saber cuáles son los "parecidos" comunes en el territorio que vaya a
visitar, además de estar completamente seguro de qué se está metiendo en el
cuerpo. ©Manuel
Peinado Lorca. @mpeinadolorca.