sábado, 19 de septiembre de 2020

COVID-19: lo que nos enseña el tabaco


La regla de los seis pies como medida de distanciamiento social es un buen punto de referencia fácil de recordar, pero es importante comprender sus limitaciones con la llegada del otoño.

Mañana de calma otoñal. No corre ni una brisa. En el jardín de la facultad me encuentro con una compañera, una de las últimas fumadoras que quedan por aquí. Nos separamos prudencialmente, unos tres metros calculo. Yo llevo la mascarilla. Ella fuma. Intenta que el humo no me alcance. No lo consigue. Cada vez que espira, el aroma del tabaco llega hasta mí. Si me alcanza el humo, pienso, también lo haría cualquier virus.

El distanciamiento físico consiste en mantener una distancia segura con quienes no convivimos habitualmente. La distancia se basa en la regla de los seis pies, la longitud aproximada de 2 brazos extendidos, unos dos metros.

Cuando exhalamos aire pulmonar emitimos entre 900 y 300 000 partículas líquidas. Estas partículas varían en tamaño desde microscópicas, de una milésima del grosor de un pelo, hasta otras con el tamaño de un grano de arena. Un estornudo puede lanzarlas a velocidades de hasta 100 km/h. Las gotitas se mezclan en el aire circundante formando aerosoles (Vídeo 1).

Vídeo 1. Estas animaciones realizadas en la Universidad de Florida, que utilizan modelos informáticos, muestran cómo un estornudo propaga gotitas respiratorias. Mientras que las partículas más grandes caen rápidamente, otras permanecen en el aire como aerosoles. Las animaciones varían según la dirección del estornudo, el volumen (Q) en litros y la velocidad máxima (Umax) en metros por segundo en condiciones de temperatura idénticas. Crédito: K. Liu, J. Salinas, M. Allahyari, N. Zgheib y S. Balachandar / Universidad de Florida. 

Mientras que las de mayor tamaño y a veces fácilmente observables, las gotas de Flügge, caen siguiendo una trayectoria balística y desde cualquier superficie en la que caigan pueden contagiar indirectamente, la mayoría tienen un diámetro inferior a  cinco micras, son demasiado pequeñas para verlas, las lanzamos constantemente cuando respiramos, hablamos, cantamos, tosemos o estornudamos y se esfuman rápidamente como el humo del tabaco.

En los años 30 del siglo pasado, el bacteriólogo William F. Wells, que investigaba sobre la tuberculosis, publicó un artículo en el que expuso que lo más lejos que viajaban los aerosoles respiratorios antes de evaporarse o de caer al suelo era de unos seis pies. Aunque es cierto que mantenerse a esa distancia puede reducir la posibilidad de que una gota cargada de virus nos alcance directamente cuando alguien tose o grita, la regla, además de pasar por alto el contagio desde objetos contaminados, no proporciona un escenario completo del riesgo de contagio, especialmente en interiores o en espacios abiertos con tiempo calmo, cuando la ventilación es insuficiente

Debido a la evaporación, el tamaño de los aerosoles espirados puede disminuir rápidamente hasta aproximadamente el 40% de su diámetro original e incluso más. La evaporación no es completa porque están compuestos de agua y de materia orgánica que, en el caso de proceder de una persona contagiada, puede incluir SARS-CoV-2, cuyo tamaño es pequeño, de aproximadamente 0,1 micras. El riesgo de infección es más alto justo al lado de una persona infectada y decrece con la distancia y con la capacidad de contagio del virus, que disminuye con el tiempo.

Los aerosoles pueden permanecer suspendidos en el aire durante minutos u horas, lo que representa un riesgo cierto de contagio para cualquiera que los inhale. Como las corrientes de aire por pequeñas que sean los dispersan, no representan ningún peligro de contagio en ambientes abiertos y bien ventilados: en exteriores, el distanciamiento físico y la mascarilla proporcionan una excelente protección contra la transmisión de virus. En interiores la cosa cambia.

Figura 1: Cuando la ventilación es escasa, la "nube" de aerosoles formada por cualquier estornudo o por cualquiera que grite sin llevar mascarilla se dispersa formando un halo ligeramente alejado de las proximidades de la persona emisora que va diluyéndose a medida que se extiende. Pero, aunque se disperse, ese proceso dura varios minutos y, mientras tanto, una persona que camine sin mascarilla entre los estantes puede inhalar las partículas pequeñas.

Los resultados de varias investigaciones demuestran que la transmisión por aerosoles puede ser relevante en ambientes con una escasa ventilación como los que pueden presentarse, por ejemplo, en los pasillos angostos de los supermercados o de las bibliotecas (Figura 1).

Pero no es necesario que los pasillos formados por las estanterías actúen de autopistas víricas. Imagine que entra en una habitación donde alguien está fumando. Cuanto más cerca esté del fumador, más potente será el olor y más humo inhalará. Basta entrar en una habitación donde se haya fumado, para comprobar que el humo se mantiene en el aire varias horas y que, pasado un tiempo, impregnará toda la atmósfera del local (Vídeo 2).

Vídeo 2. Salvando algunas pequeñas diferencias, observar cómo se mueve el humo de un cigarrillo en una habitación sin ventanas puede ayudar a entender cómo circulan en el aire las gotitas cargadas de virus. El modelo muestra las trayectorias de las gotas emitidas por alguien en una habitación con ventilación mixta. Crédito: Goodarz Ahmadi y Mazyar Salmanzadeh / Clarkson University.

El humo del cigarrillo contiene aerosoles similares a las gotitas respiratorias más pequeñas, las que permanecen más tiempo en el aire. El humo puede ser transportado por el viento a más de seis pies, pero las concentraciones normales de humo no se acumulan en exteriores porque se diluyen en el gran volumen de aire que nos rodea. Por eso, unos investigadores chinos descubrieron que solo uno de los 314 brotes que examinaron se produjo por un contagio al aire libre. 

Sin embargo, la mayoría de los espacios interiores tienen poca ventilación. Eso permite que la concentración de aerosoles se acumule con el tiempo y llegue a todos los rincones. Hablar en voz alta, gritar o cantar también pueden generar concentraciones mucho mayores de aerosoles, lo que aumenta enormemente el riesgo de contagio.

No es de extrañar que el origen de la gran propagación inicial del COVID-19 y de la mayoría de los casos de “superpropagación” se hayan producido en reuniones masivas y en interiores, incluidos locales de ocio abarrotados, funerales y cualquier otra actividad más o menos multitudinaria en la que no se hayan usado mascarillas.

Antes de la actual pandemia, nadie se preocupaba del contagio respiratorio por aerosoles acumulados en interiores porque su carga vírica era demasiado baja para causar contagios serios. Con el SARS-CoV-2, la situación es diferente. Los estudios han demostrado que los aerosoles de los pacientes COVID-19 positivos, incluso aquellos que son asintomáticos, portan una carga vírica suficiente como para que, cuando se inhalan durante una simple conversación, sea posible una infección respiratoria.

No hay distancia segura que valga en un espacio mal ventilado. Como sucede cuando alguien fuma cerca de nosotros, una estrategia muy eficaz para no respirar humo es evitar colocarse directamente a favor del viento del fumador. Esto también es válido para las gotitas respiratorias.


Pero del mismo modo que abrir ventanas puede limpiar una habitación llena de humo, las buenas estrategias comunitarias implican la ventilación y el filtrado que aportan aire fresco para reducir los niveles de concentración de aerosoles. Ambas actuaciones reducen la concentración de gotitas respiratorias que se acumulan en el local y brindan protección contra la inhalación de aerosoles infectados. Además, se deben usar mascarillas en todo momento, pero aún más en interiores de lugares públicos.

Finalmente, debido a que el riesgo de infección aumenta con el tiempo de exposición, también es importante limitar el tiempo que se pasa dentro de los espacios públicos. En general, las pruebas sugieren que es mucho más arriesgado estar adentro que afuera. La razón es la falta de flujo de aire. Se necesitan entre 15 minutos y tres horas para que un aerosol sea succionado y expulsado por un sistema de ventilación o a través de una ventana abierta.

Por tanto, aunque la regla de los seis pies sea una buena herramienta para combatir la propagación de la COVID-19, a medida que con los frescos otoñales se organicen más actividades interiores, será fundamental implantar las medidas de seguridad recomendadas por Sanidad, incluidas las que la lógica dicta para evitar inhalar el humo del tabaco: crear corrientes para airear y ventilar de manera forzada con aire del exterior y, en el caso de usar aparatos de ventilación, que incorporen filtros al menos de tipo MERV-13.