martes, 14 de enero de 2020

Los terribles árboles urticantes australianos

Flores femeninas de Dendrocnide moroides. Foto
No hace falta tocarlos: los “gympie-gympies”, unos árboles urticantes de Australia y unas de las plantas más venenosas del mundo, pueden causar meses de dolor insoportable a quienes tienen la desgracia de acercarse a ellos. 

Australia es un país duro y extraordinariamente ponzoñoso. Cuando aparezcas por allí, habrá decenas de criaturas venenosas dispuestas a liquidarte sin más trámites que morderte en un tobillo. Si estás atento a los animales, no faltarán plantas que te envíen al valle de Josafat. Y no hay que comérselas, no, basta con rozarlas o, sencillamente, con respirar cerca de ellas.
Si alguna vez has tocado alguna ortiga, habrás comprobado que no resulta agradable. Las ortigas pertenecen al género Urtica, que da nombre a toda una familia, las urticáceas, en la que se incluyen unos árboles australianos del género Dendrocnide cuya temible picadura convierte en caricias amorosas los roces con nuestras vulgares ortigas. 

Crecen en los bosques lluviosos de Queensland y del norte de Nueva Gales del Sur, en el oeste de Australia. La especie más conocida (y dicen que la que provoca dolores más intensos) es Dendrocnide moroides, el árbol de los suicidas, cuya picadura puede llegar a ser lo suficientemente potente como para matar animales -perros y caballos- y humanos que hayan sufrido un contacto grave con un arbolillo al que los mineros que trabajaban en los filones de oro cerca de la ciudad de Gympie en la década de 1860 bautizaron como "gympie-gympie".
Hojas de D. moroides. Foto.
Hay alrededor de 37 especies dentro del género Dendrocnide, entre las que se cuentan árboles (por ejemplo, D excelsa, D photinophylla, D meyeniana) y arbustos de buena talla (por ejemplo, D moroides, D cordifolia) de hoja perenne. Las hojas, que recuerdan peligrosamente a las de las moreras, son cordadas, alternas y, como los tallos jóvenes, cubiertas de pelos silicificados. Las hojas inmaduras están densamente cubiertas de pelos (tricomas) punzantes, que se vuelven menos numerosos en la superficie de las hojas viejas. Los frutos son drupas grandes, carnosas y generalmente comestibles, pero algunas especies (por ejemplo, D excelsa) también poseen tricomas punzantes en los frutos para protegerse de los frugívoros.
Frutos de D. moroides. Foto.
Sea cual sea la especie, una vez que te pica un gympie-gympie nunca lo olvidas, como bien sabe la entomóloga Marina Hurley que pasó tres años en la meseta de Atherton, Queensland, estudiando poblaciones de Dendrocnide photinophylla (Puedes verla trabajar en este fragmento de documental). Cuando sufrió su primera picadura, Marina, que entonces era una estudiante de posgrado de la Universidad James Cook que investigaba a los herbívoros que se alimentan de esos árboles, tuvo la sensación de ser «picada por treinta avispas a la vez, aunque no resultó tan doloroso como ser picada por D. moroides, que una vez describí como el peor tipo de dolor que se pueda imaginar, como quemarte con ácido caliente y electrocutarse al mismo tiempo. El punzón venenoso puede permanecer en la piel hasta seis meses, con picaduras recurrentes si la piel se presiona con fuerza o se lava con agua fría o caliente. Pero no solo sentí dolor en el lugar donde te pican, porque si es una picadura realmente grave en unos veinte minutos los ganglios linfáticos debajo de los brazos se hinchan y palpitan dolorosamente». Un placer.
Marina no es la única en haber experimentado una reacción alérgica a una de las seis especies de árboles urticantes que se encuentran en Australia. Dendrocnide excelsa, cuyas poblaciones aparecen en claros de bosques y a lo largo de las sendas sobre suelos alterados, ha sido durante mucho tiempo una pesadilla para quienes han tropezado o, simplemente se han acercado al terrible arbolito. En todas partes, pero sobre todo en el Queensland rural, abundan las historias de caballos agónicos saltando por los acantilados después de morder sus vistosas drupas, trabajadores forestales emborrachándose hasta perder el conocimiento para calmar el insoportable dolor, guardabosques hospitalizados, científicos cegados por el dolor y militares que se pegan un tiro después de usar una hoja del árbol con los “fines higiénicos” que podéis imaginaros.
Tricomas de Dendrocnide al microscopios electrócnico SEM. Foto de Marina Hurley
La picadura es causada por tricomas, unos pelos punzantes que contienen toxinas y cubren densamente las hojas, tallos y frutos. La cubierta gruesa de los pelos hace que las hojas parezcan estar cubiertas con un fieltro suave que da la impresión de que te están invitando a acariciarlas. Pero no lo hagas.
Como la de las ortigas de nuestras latitudes que describió mi amigo el biólogo y fotógrafo científico Luis Monje, la estructura y función de los tricomas punzantes de Dendrocnide es similar a la de otras cinco familias de plantas urticantes. Están compuestos por una base formada por un grupo de células secretoras y una larga célula especializada con forma de aguja. En la fotomacrografía adjunta, se observa claramente la transparencia de la aguja y las células secretoras de su base, cuya turgencia sea posiblemente la responsable de la presión del líquido contenido en la aguja. La enorme célula especializada con forma de aguja está hueca y sus finas paredes, que están silicificadas, son tan extremadamente duras y trasparentes como una aguja de cristal hueco.
El líquido irritante que se aprecia por transparencia al aproximarse a la aguja es una neurotoxina compuesta principalmente por ácido fórmico, el mismo ácido que secretan al morder las hormigas (formicas, en latín) y es el responsable del escozor que sentimos al rozar una ortiga. Otros componentes del líquido son la acetilcolina y la histamina. La primera sustancia es un vasodilatador que aumenta el tamaño y la permeabilidad de los capilares, mientras que la histamina está implicada en las reacciones alérgicas que producen la irritación de las mucosas y la hinchazón de los tejidos. Ambas sustancias son por tanto las responsables de la rápida penetración del veneno y de las pequeñas ampollas e hinchazones que surgen segundos después de la picadura de una ortiga.
Aunque la irritación producida por nuestras ortigas comunes remite muy pronto, algunas especies tropicales como los gimpye-gimpyes tienen tal cantidad de ácido fórmico que pueden resultar muy peligrosas. La mezcla de toxinas es estable y resistente al calor y conserva sus propiedades productoras de dolor durante décadas. Por eso, los ejemplares recolectados hace más de cien años y conservados en herbarios, siguen provocando irritaciones.
Los tricomas urticantes son toda una maravilla natural. La punta es un pequeño bulbo que se rompe al contacto antes de que penetre en la piel . Examinando la punta de la aguja a mayor aumento no se observan poros, pero se nota un pequeño engrosamiento en el ápice, que se revela al microscopio óptico con cien aumentos como una delicada microampolla (véase la siguiente foto).
Detalle de la microampolla apical del pelo urticante. 
Lo curioso del diseño es que, por la forma y disposición de la microampolla, colocada esta a 45º del eje de la aguja y con sus paredes muy finas a esa altura, se rompe en cuanto penetra o roza la epidermis, convirtiendo a la célula terminal en una perfecta aguja hipodérmica con un orificio en bisel similar al de las agujas comerciales. El estado turgente de las células secretoras de la base hace que el veneno se encuentre bajo presión y se inyecte en la herida en cuanto se rompe la microampolla.
Pero en el caso de los gympie-gympies ni siquiera hace falta rozar las hojas o los tallos para sufrir las consecuencias. Basta aproximarse a ellos para que el aire que se respira provoque episodios intensos, duros y continuos de estornudos, hemorragias nasales y daños respiratorios importantes si se permanece cerca de ellos sin protección durante más de veinte minutos.
Sistema de inyección de los pelos urticantes de la ortiga y su similitud con una aguja hipodérmica. 
El investigador W.V. MacFarlane describió detalladamente su reacción al trabajar, sin llegar a tocarlos, con pelos y hojas de D. moroides: «Las membranas mucosas se ven afectadas por el polvo de las hojas [...] Inicialmente produjo estornudos, pero en tres horas apareció un dolor nasofaríngeo difuso, y después de veintiséis horas una sensación de dolor agudo de garganta [...] se produjeron sensaciones de dolor en los senos paranasales […] y una secreción acuosa por la nariz que persiste durante dos días. Las membranas mucosas nasales comienzan a desprenderse junto con sangre, pus y mucosidad espesa [...] y de descarga de tejido desprendido durante diez días».
Aunque estas plantas resulten terroríficas, hay quien se las come sin mayores problemas como demuestran los enormes agujeros que presentan las hojas y los tallos más tiernos. Cuando Marina Hurley empezó su investigación doctoral con dos especies, D. moroides y D. cordifolia, la pregunta que quería responder era ¿quién demonios podría engullir unas hojas que resultaban tan dolorosas solo con tocarlas?
Hembra de Thylogale stigmatica. Foto
Después de tres años de investigaciones y de sufrir las agresiones de los árboles, Hurley resolvió el misterio. Descubrió quiénes se los comían: docenas de escarabajos crisomélidos de la especie Prasyptera mastersi devoran las hojas de noche, mientras que muchos otros insectos masticadores de hojas y chupadores de savia actúan a jornada completa.
Pero lo más sorprendente de todo fue descubrir que ambas especies de árboles eran devorados vorazmente por unos canguros, los pademelones de patas rojas (Thylogale stigmatica), que se zampaban las hojas urticantes a la luz de la luna sin ningún problema.
Como dijo Rafael Molina Sánchez “Lagartijo”: «¡Hay gente pa’tó!». © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.