El suroeste de Australia alberga una flora maravillosa y única. La
combinación de tipos de suelo muy diferentes y pobres en nutrientes, los incendios
forestales naturales y una larga historia evolutiva en aislamiento han dado
lugar a radiaciones adaptativas sorprendentes cuyo resultado son innumerables
especies de plantas que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo.
Los más de 2.600.000 km2 del estado de Western Australia
ocupan un tercio de todo el país. En el estado hay censadas más de 12.500 plantas
con flores, de las cuales un 60 % son endémicas. Entre las más icónicas se
cuentan los árboles hierba; aunque son muy muy parecidos en porte, difieren
notablemente en sus flores, lo que los sitúa en dos géneros diferentes, Xanthorrhoea y Kingsia.
Los árboles hierbas parecen un imaginativo diseño de Banyan, el
constructor de árboles, un personaje de Cristopher Howard, que los fabricaba para
los ricos que buscan alivio al desolado paisaje. Un inconfundible penacho de
hojas hirsutas crece en el extremo de un tronco ennegrecido y carbonizado. El
nombre común no es muy apropiado: ni son herbáceas ni son árboles. En realidad,
si se atiende a sus flores, los árboles hierbas están lejanamente emparentados
con los lirios. Más acertado es el nombre científico que les otorgó el botánico
inglés sir James Edward Smith, quien describió el género en 1798. Empecemos por
las más comunes, los árboles hierba del género Xanthorrhoea.
Si el tronco se agrieta, de las fisuras fluye una resina producida en
la base de las hojas, un flujo amarillento [xanthos,
amarillo, y rhoea, fluido) que no
pasó desapercibido al avezado Smith, autor del primer libro sobre la flora de
Australia (A Specimen of the Botany of
New Holland), pese a que él nunca hubiera pisado el continente-isla.
Ocurre, sin embargo, que Smith, quien además de botánico era millonario, compró
la colección de plantas herborizadas, animales disecados y minerales del gran naturalista
sueco Carl Linneo, puesto en subasta después de la muerte del hijo único de
este, Linneo el Joven. De golpe y porrazo, por 1.000 libras, Smith se hizo con
una de las colecciones naturales más importantes del mundo.
Paisaje dominado por Xanthorrhoea preissii, en la costa al norte de Perth, Western Australia. Foto Luis Monje. |
Las veintiocho especies de Xanthorrea son endémicas de Australia. Comenzaron
a diversificarse hace unos treinta millones de años, poco después de las
extinciones masivas del Eoceno / Oligoceno, por lo que han tenido tiempo más
que suficiente para adaptarse a las condiciones extremas de Australia. Dese una
vuelta por las sabanas, por los matorrales semiáridos o por los bosques secos
esclerófilos, sobre todo en las regiones suroriental y suroccidental, y con
toda seguridad verá más de un árbol hierba.
Xanthorrhoea está
perfectamente adaptada al medio ambiente australiano. Las adaptaciones
comienzan cuando un ejemplar comienza su vida como una semilla. Después de la
germinación, las plántulas de Xanthorrhoea
desarrollan raíces que tiran del ápice de crecimiento de la planta (donde se
encuentran los delicados tejidos meristemáticos que la harán crecer según
madure), hasta unos 10-12 cm por debajo de la superficie del suelo, protegiendo
así a la joven planta de cualquier daño. Las raíces se unen rápidamente con
hongos micorrizógenos que ayudarán al crecimiento suministrando agua y
minerales.
Una vez que el ápice de la planta joven emerge a ras de suelo, ya está
protegida contra cualquier daño por una empalizada formada por las apretadas y
húmedas bases de los primeros penachos de hojas. A veces, si el brote joven
sufre algún daño, el ápice puede ramificarse para formar más tarde unos tallos
ahorquillados. Las hojas de Xanthorrhoea
son duras, pero carecen de espinas para disuadir a los herbívoros. En cambio,
producen químicos tóxicos con efectos anestésicos que los herbívoros nativos
rehúyen como Drácula a los ajos.
Todas las xanthorreas son perennes y se sabe que algunas especies viven
más de 600 años. La mayoría crece lentamente (unos pocos centímetros al año) si
las lluvias escasean, pero su tasa de crecimiento aumenta en cuanto se producen
precipitaciones. Hay especies de porte arbóreo que producen tallos a modo de
"troncos" de hasta seis metros de altura, mientras que otras especies
crecen a nivel de suelo a partir de tallos subterráneos.
Los troncos no son verdaderos troncos originados por crecimiento
secundario de leño, sino que están formados por agrupaciones densas de las bases
de hojas viejas. Dentro de este pseudotronco hueco crecen innumerables raíces delgadas
que absorben rápidamente no solo el agua que golpea el tronco, sino también
cualquier nutriente procedente de los excrementos de las aves y los mamíferos
que prosperan al abrigo de las hojas.
Los árboles hierbas no pierden sus hojas marchitas. Las bases foliares
están firmemente apretadas alrededor del tallo y adheridas a él por una resina
resistente al agua. A medida que las hojas viejas se acumulan, forman un “faldón”
grueso y espeso alrededor del tronco. Este faldón, que es un excelente hábitat
para mamíferos y aves, tiene el inconveniente de ser muy inflamable. A pesar de
ello, cuando se produce un incendio, las bases de las hojas apretadas protegen
el tallo del calor y permiten que las plantas sobrevivan al paso del fuego.
Pasado el incendio, se recupera rápidamente gracias a las reservas de almidón
almacenadas en el tallo.
M. Peinado junto a un ejemplar de X. preissii. Foto Luis Monje. |
Pueden pasar más de 20 años antes de que un árbol hierba produzca sus
primeras flores, pero cuando florecen, el resultado es espectacular. En el
extremo de un escapo (una vara desnuda de hojas) crece una inflorescencia en
forma de espiga de hasta cuatro metros de largo en las que se agrupan cientos
de flores blanco-cremosas ricas en néctar que atraen a todo tipo de insectos y
aves. La floración no depende del fuego, pero el etileno que producen los
incendios estimula el proceso. La capacidad de los árboles hierba para brotar
después del fuego y producir flores rápidamente los convierte en suministro
vital para la fauna que vive en lugares recién quemados.
Las xanthorreas suministran alimento en forma de néctar, polen y semillas
para aves, insectos y mamíferos. Las larvas de escarabajos que viven dentro de
las inflorescencias son un manjar para las cacatúas nativas. Muchos invertebrados,
entre otros las amenazadas abejas carpinteras verdes (Xylocopa aeratus) construyen nidos dentro de los huecos dejados por
las flores marchitadas. Los pequeños marsupiales nativos son más abundantes allí
donde crecen los árboles hierba, porque el denso faldón de hojas densas les proporciona
refugio y sitios protegidos en los que construir sus madrigueras.
Para los aborígenes que vivían en las enormes sabanas australianas, los
árboles hierba fueron (y siguen siendo) un recurso de gran importancia. La
resina secretada por las bases de las hojas se usó como adhesivo para unir los
cabezales de las herramientas a los mangos y como sellador para recipientes de
agua.
Los escapos de las inflorescencias más recias, una vez secos, se usaban
para fabricar flechas y lanzas, y para prender fuego por fricción manual sobre
yesca seca. Las flores eran remojadas en agua para disolver el néctar, elaborando
así una una bebida dulce que podría ser fermentada para crear un licor
ligeramente alcohólico.
Cuando son jóvenes, las hojas de Xanthorrhoea
australis emergen de un tallo subterráneo que rodeado de raíces dulces y
suculentas comestibles. Los aborígenes también comían las bases blandas de las
hojas y las semillas se molían para obtener harina. Si necesitaban proteínas,
los nativos recolectaban las larvas de insectos que habitan en la base de los
tallos. Recogían también la miel de las colmenas construidas por las abejas
carpinteras en las inflorescencias.
Los colonos europeos se dieron cuenta rápidamente de la utilidad de la
resina, usándola en la producción de medicamentos, pegamento y barniz, y
quemándola como incienso en las iglesias. Incluso se usó como recubrimiento impermeabilizante
en superficies metálicas y postes telefónicos, y se usó en la producción de vino,
jabón, perfume y discos para gramófonos. La resina se puede recoger fácilmente
alrededor del tronco de las plantas, pero los primeros colonos utilizaron
métodos más destructivos, eliminando plantas enteras a escala industrial. La
resina se exportaba a todo el mundo; durante 1928-29, la resina exportada se
valoró en más de 25.000 libras esterlinas, unos dos millones al cambio actual.
Las inflorescencias esféricas de Kingia
australis brotan después del fuego, probablemente como consecuencia de la
liberación de gas etileno. Endémica del suroeste de Australia Occidental, esta
planta de crecimiento lento y hojas plateadas tiene un tronco grueso, a menudo
ennegrecido, que alcanza los 4-8 m de altura.
Todo lo dicho hasta ahora puede aplicarse a otro árbol hierba, Kingsia australis, que durante mucho
tiempo fue considerada una especie más del género Xanthorrhoea. Externamente se parecen mucho, pero difieren
completamente una vez que florecen. Como la floración de las primeras es rara
(se conocen algunos ejemplares de más de doscientos años que no han producido flores),
las diferencias entre ambos géneros de árboles hierbas pasaron desapercibidos a
los primeros naturalistas europeos.
Una vez que florecen, desaparecen las dudas y no solo por las flores. Los
racimos mazudos de flores de K. australis,
muy diferentes de las esbeltas espigas de las xanthorreas, se producen
sobre tallos largos y curvos. Desde que se observaron las primeras flores, las kingsias
se situaron en la familia Dasypogonaceae, cuyos cuatro géneros son endémicos de
Australia. Por su parte, las xanthorreas permanecen taxonómicamente donde
siempre han estado, en la familia xantoroeáceas, a la que, para pasmo de muchos,
también pertenecen gamones (Asphodelus),
espárragos (Asparagus) y aloes (Aloe).
¡Cosas de la taxonomía! © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.
Panorama de King George Sound, un grabado de Robert Dale publicado como A Descriptive Account of the Panoramic View of King George’s Sound, and the Adjacent Country (1834). Foto. |