Hace 75 años, el 27 de enero de 1945, el ejército soviético abrió las
puertas del campo de concentración de Auschwitz en la Polonia ocupada por los
alemanes y liberó a unos 7.000 prisioneros escuálidos, enfermos, desnutridos y demacrados.
Holocausto es el término acuñado para designar un fenómeno singular de
la historia: el programa de exterminio de los judíos europeos ejecutado por las
autoridades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Su
resultado final, conocido tras el triunfo aliado de 1945, fue atroz: una
cosecha de sangre de casi seis millones de personas asesinadas en la Europa
dominada por el régimen de Hitler.
En Auschwitz, el nombre alemán de la ciudad polaca de Oswiecim, estuvo
el campo de concentración nazi más grande durante la Segunda Guerra Mundial.
Consistía en un campo de concentración, un campo de trabajo y grandes cámaras
de gas y crematorios. Más de 1,3 millones de personas fueron enviadas allí en
el transcurso de la guerra. Más de un millón cien mil fueron asesinados. Nueve
de cada diez eran judíos.
De acuerdo con la enfermiza cosmovisión antisemita nazi, el enemigo
natural de la raza aria (supuestamente la más excelsa de la especie humana)
siempre había sido la raza judía, que vivía como un parásito infrahumano sobre
el suelo de la patria germana y corrompía la sangre de sus hijos mediante el
mestizaje de sangre. Una supuesta supremacía racial que la judería combatía
mediante estratagemas como eran el capitalismo financiero que destruía la
economía nacional, el comunismo que subvertía las relaciones sociales y el
pacifismo derrotista que minaba la fortaleza de las naciones.
Dividido en tres campos principales: Auschwitz I, Auschwitz-Birkenau y
Auschwitz III, el campo polaco fue el más grande de los campos de exterminio, cuyos
prisioneros se internaban en barracones abandonados del ejército polaco.
Algunos fueron sometidos a experimentos médicos inhumanos realizados por
médicos de las SS. Auschwitz II, también conocido como Auschwitz-Birkenau, albergaba
el mayor número de prisioneros y grandes cámaras de gas y crematorios. Auschwitz
III era un campo de trabajo que acogía prisioneros que trabajaban en una
fábrica de caucho sintético.
Los nazis experimentaron el gas Zyklon B con prisioneros en Auschwitz
I. Los experimentos tuvieron el “éxito” exterminador esperado y el programa de
asesinatos con gas se expandió enormemente en Auschwitz-Birkenau. Cuando llegaban
los nuevos prisioneros, eran seleccionados inmediatamente. Los más fuertes se
apartaban para ser utilizados en trabajos forzados, mientras que otros eran
enviados directamente a las cámaras de gas. El proceso separaba a las familias,
cuyos miembros normalmente nunca se volvían a ver.
Una de esas familias era la familia
Guttmann. Irene Guttmann y su hermano gemelo René vivían en Praga con sus
padres cuando los soldados alemanes arrestaron a su padre. Fue enviado a
Auschwitz, donde fue asesinado en diciembre de 1941. Los gemelos y su madre
fueron deportados al ghetto de Theresienstadt y luego a Auschwitz, donde murió la
madre. Los gemelos de cinco años fueron separados y sometidos a los horribles
experimentos médicos del Dr. Josef Mengele. Su historia es solo una de las
muchas que ocurrieron durante el Holocausto.
El que luego sería el gran historiador del Holocausto, Israel Gutman
(nada que ver con la familia Guttmann), se pasó dos años completos en tres
campos de concentración: Majdanek, Auschwitz y Mauthausen. El trayecto entre
los dos últimos lo hizo en una de las llamadas “marchas de la muerte”. «Nos
dijeron que no nos fusilarían, que nos llevaban a un campo de trabajo y no de
exterminio, pero por el camino disparaban a todo el que se paraba, cansado, a
quien se sentaba al borde del camino a colocarse un zapato. Los que
sobrevivimos lo hicimos porque nos ayudamos unos a otros a andar y a resistir»,
relata Gutman en los vídeos que conserva el Yad
Vashem, el centro de estudios y museo de referencia sobre el Holocausto, del
que fue miembro fundador. Vídeos en los que también se le ve testificando en
1961 contra Adolf Eichmann, responsable de la Solución Final en Polonia,
juzgado en Israel.
El 18 de enero de 1945, cuando se acercaba el ejército soviético, los
nazis abandonaron Auschwitz. Las SS intentaron ocultar pruebas de los crímenes
cometidos en el campo quemando documentos y haciendo explosionar varios
crematorios. Los prisioneros "sanos", que sumaban unos 58.000, fueron
enviados hacia el oeste en una marcha de la muerte. Muy pocos sobrevivieron.
Los prisioneros restantes, unos 7.000, estaban demasiado enfermos y débiles
para marchar y los dejaron abandonados en el campo para que murieran.
A Rene Guttman lo subieron en un camión destinado a la marcha de la
muerte, pero el Dr. Mengele derogó
la orden, alegando que solo él podía matar a los gemelos objeto de sus
experimentos. Gracias a esa orden, tanto Rene como Irene permanecieron en el
campamento.
En la mañana terriblemente fría del 27 de enero, los prisioneros se
acurrucaron en sus barracas. «Escuchamos una granada explosionando
cerca de la entrada -recordaba
un exprisionero- Observamos y vimos a algunos soldados de reconocimiento
soviéticos acercándose, con armas en las manos. Los soldados se acercaron y
dijeron: "Por fin sois libres"».
Los gemelos Guttmann recordaban
el día de la liberación. «Recuerdo haber salido de Auschwitz.
Recuerdo haber intentado mirar hacia atrás y a mi alrededor para ver si podía
encontrar a Irene porque me marchaba del lugar. La vi, pero tuvimos que
marchar. Había disparos a nuestro alrededor [...] luego fuimos rodeados de
rusos vestidos con uniformes blancos, esa fue la liberación», contaba
Rene. Irene, que estaba demasiado débil para caminar, fue llevada por una
campesina polaca a su casa.
Un año después, una organización
caritativa se encargó de que Irene, junto con otros huérfanos de guerra,
viajara a Estados Unidos donde fue adoptada. Se preguntaba si alguna vez
volvería a ver a su hermano gemelo. Con la ayuda de su familia adoptiva, logró
localizar a Rene, que vivía en Praga. La familia lo adoptó también y los
gemelos se reunieron en 1950.
Cuando la evidencia de las atrocidades cometidas en Auschwitz y otros
campos de concentración salió a la luz, el mundo quedó conmocionado. Décadas
después, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó en 2005 una
resolución designando el 27 de enero, el día que liberaron Auschwitz, como el Día
Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
Recordar aquel horrible crimen no es sólo un deber de conciencia
cívica, sino también un ejercicio de prudente prevención por las razones expuestas
por el escritor italiano Primo Levi, superviviente de Auschwitz: «Si
el mundo llegara a convencerse de que Auschwitz nunca ha existido, sería mucho
más fácil edificar un segundo Auschwitz. Y no hay garantías de que esta vez
sólo devorase judíos». © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.