En un artículo publicado el pasado 5 de diciembre en Current
Biology [1], un grupo de microbiólogos y genetistas explica que la levadura
de leche (un microorganismo capaz de descomponer la lactosa de la leche para
elaborar queso y yogur) tuvo su origen en el encuentro casual entre una mosca
de la fruta y un cubo de leche hace unos 5.500 años. Ese afortunado encuentro
permitió que los pueblos prehistóricos domesticaran la levadura tal y como lo
habían hecho con plantas y animales, y que empezaran a producir los quesos y
yogures de los que hoy disfrutan miles de millones de personas.
Los granjeros neolíticos dieron con la práctica de la domesticación de
microbios cuando intentaron preservar la comida fermentándola. La fermentación
depende de microbios como las bacterias, las levaduras y otros hongos
microscópicos que incrementan la acidez de los alimentos evitando que se descompongan.
Los microbios que resultaban eficaces para la elaboración de productos
fermentados sabrosos y sanos se conservaban para elaborar el siguiente lote de
productos, de tal forma que esos microrganismos fueron perfeccionándose poco a
poco a medida que iban siendo domesticados.
Los
historiadores a menudo sitúan el origen de la civilización humana hace 10.000
años, cuando tribus del Neolítico se hicieron sedentarias y comenzaron a
cultivar la tierra en la Media Luna Fértil, una región que se extiende por
buena parte de Oriente Próximo, Mesopotamia y Persia. Los pueblos neolíticos desarrollaron
técnicas agrícolas para obtener los frutales y los cereales que se siguen cultivando
hoy. Al mismo tiempo, ayudados por lobos a los que habían amansado, criaron razas
domésticas de ovejas, cabras y bóvidos a partir de sus parientes salvajes, lo
que les permitió asegurar un suministro estable de carne y leche.
Pero
aproximadamente en la misma época en que se domesticaban plantas y animales con
fines agropecuarios, los humanos neolíticos también estaban domesticando
microbios: La levadura de cerveza (Saccharomyces cerevisiae) fue un
microbio tomado del medio natural para elaborar cerveza, vino y otras bebidas
fermentadas hace
13.000 años. La mejora de las técnicas de cultivo mediante la hibridación y
la selección artificial condujo a la elaboración de las cervezas que mejor se
adaptaban a una determinada zona.
Por ejemplo, las levaduras de cerveza lager
son híbridos de dos especies estrechamente relacionadas: la levadura Saccharomyces cerevisiae y Saccharomyces eubayanus. S. cerevisiae produce cervezas com mucho
sabor, como las ales británicas, pero
crece mejor a temperaturas más cálidas. S.
eubayanus crece mejor en climas más fríos, pero produce compuestos que alteran
el sabor de la cerveza. Los híbridos de levadura lager combinan lo mejor de ambos: buenos sabores de S. cerevisiae y crecimiento a
temperaturas más frías, gracias a S.
eubayanus. Así se consiguieron crear unos híbridos excelentes para elaborar
cerveza en los fríos inviernos de Europa, donde se inventaron las cervezas.
Los humanos han usado levaduras para hacer queso y kéfir durante
milenios. Los análisis de restos de tartar encontrados en placas dentales calcificadas demuestran que hace unos 5.500 años los
seres humanos ya consumían leche de cabra y de oveja casi siempre en forma de
quesos u otros productos fermentados como el yogur y el kéfir.
La capacidad de fermentar la lactosa contenida en la leche se encuentra
en solo unas pocas especies de levaduras, de las cuales la principal es de la leche
Kluyveromyces lactis. Dos
genes, LAC12 (lactosa permeasa) y LAC4 (lactasa), son suficientes para la
absorción de la lactosa y su hidrólisis a glucosa y galactosa.
El sistema de utilización de la lactosa encontrado en K. lactis depende principalmente de dos
genes vecinos, LAC12 y LAC4. LAC12 es una permeasa de membrana que importa
lactosa en la célula, y LAC4 una lactasa intracelular que hidroliza la lactosa
en los monosacáridos fácilmente catabolizables, glucosa y galactosa. La
absorción de lactosa por LAC12 y su hidrólisis por LAC4 son suficientes para
permitir el crecimiento fermentativo de K.
lactis y las razas lácteas de K.
marxianus en condiciones limitantes de oxígeno. K. marxianus también se puede aislar de plantas y en otros hábitats
ajenos a la leche. Se reconocen dos variedades de K. lactis: K. lactis var.
lactis, ligada a la leche, y K. lactis var. drosophilarum, ligada a las moscas de la fruta del género Drosophila.
K. lactis var.
lactis se encuentra hoy en quesos elaborados a
partir de leche no pasteurizada y en bebidas lácteas de fermentación natural
como el kéfir. Pero los genetistas saben que el ancestro de esta levadura era
exclusivo a la mosca de la fruta. Si eso es así, ¿cómo es posible que terminara
produciendo muchos de los productos lácteos que hoy consumimos?
Los investigadores postulan la hipótesis de que la actual levadura de leche
(K. lactis var. lactis) debe su existencia a una mosca que cayó en leche
fermentada y con ello desencadenó un intercambio sexual que condujo a una feliz
hibridación. La mosca en cuestión era una de la fruta que llevaba consigo K. lactis. La mosca murió ahogada, pero la
levadura sobrevivió para enfrentarse a un problema: no podía usar la lactosa de
la leche como fuente de alimento.
Cuando K. lactis cayó en el cubo
de leche su pariente K. marxianus ya
prosperaba allí. K. marxianus es
capaz de nutrirse de la lactosa debido a que posee LAC12 y LAC4, lo que le permitía
descomponer la lactosa en azúcares simples de los obtiene energía. Un poco de
sexo un tanto incestuoso y ¡hecho!: las dos primas hermanas se reprodujeron y
los genes necesarios para nutrirse de la lactosa pasaron desde K. marxianus a K. lactis. El resultado final fue que K. lactis adquirió dos nuevos genes que le permitieron fermentar la
lactosa y sobrevivir por sí sola ahora convertida en una flamante variedad: la variedad
lactis.
El producto fermentado que produjo esta nueva variedad debió resultar tan sabroso
y nutritivo que fue usado para comenzar la nueva fermentación que hoy,
perfeccionada, es una rutina en cualquier industria láctea moderna que, como la
vida misma, comenzó con un poco de sexo. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.
[1] Una vez publicada esta entrada, un lector amigo me dice que el artículo fue resumido en The Conversation el pasado 18 de diciembre. Este es el enlace.