Una
imponente flota británica se lanzó en 1741 a la conquista de una de las
principales plazas del Imperio español en América, pero la empresa terminó en
una humillante retirada y en uno de los mayores desastres de la historia de la
Royal Navy.
En Alejandría, Virginia, a unos treinta
kilómetros al sur de Washington DC, los bajíos del Potomac sirven de frontera
entre Maryland y Virginia. Siguiendo el trazado de una antigua senda, la George
Washington Parkway se ciñe a la orilla derecha hasta llegar a Mount
Vernon, la mansión que fue el hogar de
George Washington, el primer presidente de los Estados Unidos, y de su esposa
Martha.
Hasta que su hermanastro mayor Lawrence la heredó,
Mount Vernon era conocida como Little Hunting
Creek por el cercano arroyo del mismo nombre. Lawrence cambió el nombre en
honor del vicealmirante inglés Edward
Vernon, que fue su comandante en la
Marina Real británica, a quien admiraba mucho, pese a que Vernon ha pasado a la
historia por la estrepitosa derrota en el sitio de Cartagena de Indias de 1741,
durante la Guerra del Asiento o
Guerra de Jenkins, como dieron en llamarla los historiadores británicos.
Llevando consigo su propia oreja metida en un
tarro de cristal, un capitán de navío llamado Robert Jenkins compareció en 1738
ante el Parlamento británico para relatar algo que le había ocurrido en 1731.
Mientras navegaba por el Caribe su barco fue abordado por un guardacostas
español; cuando comprobaron que su carga era mayor que la declarada, le requisaron
las mercancías acusándolo de contrabando. El asunto no acabó ahí; ante la
insolencia de Jenkins, el capitán del guardacostas le cortó una oreja y lo
mandó de regreso a casa con un mensaje: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le
haré si a lo mismo se atreve».
La opinión pública británica, convenientemente
manipulada por los poderosos que querían mantener sus pingües negocios de
ultramar, estalló de indignación. Unos meses después, el rey Jorge II declaró
la guerra a la Monarquía hispana. Comenzó la Guerra del Asiento, una más de las
que precedieron al primer conflicto mundial: la Guerra de los Siete Años.
Edward "Old Grog" Vernon. Foto cortesía del National Maritime Museum, Greenwich, Londres. |
La declaración de guerra de Jorge II fue una
mera formalidad. Cuando se declaró, ya había partido de Londres una flota de
guerra al mando del vicealmirante Edward
"Old Grog" Vernon. En
Jamaica recibió refuerzos de las colonias británicas en Norteamérica, con las
que armó una fuerza imponente de 27 navíos de línea, además de fragatas,
cañoneras, bombardas y transportes. «Nunca un contingente estuvo más
completamente equipado, y nunca tuvo la nación más razón para la esperanza en
un éxito extraordinario», recordaba el poeta y escritor escocés Tobias Smollett, que
participó como cirujano en la expedición.
El objetivo de Vernon era conquistar las
principales plazas españolas. «Si se toman Portobelo y Cartagena, los españoles
lo habrán perdido todo», aseguraba. Portobelo cayó casi sin presentar
resistencia tras apenas dos horas de bombardeo, lo que le valió a Vernon una
recepción triunfal en Londres. Convertido en el hombre del momento, convenció a
las autoridades para capitanear un gran ataque contra Cartagena de Indias. El
plan consistía en tomar el bastión español en una operación relámpago y marchar
luego hacia Perú.
Cartagena era el principal centro comercial
español, el puerto de salida de la Flota de Galeones de Tierra Firme, que,
lastrados con lingotes de plata y con sus bodegas repletas de productos del Virreinato de Nueva Granada, incluyendo metales preciosos y
gemas, tabaco, azúcar, cacao, maderas exóticas, café y quinina, zarpaban hacia
Sevilla. Un intento anterior de capturar la plaza en 1727 fue abortado sin
disparar un tiro después de que 4.000 de los 4.750 hombres del vicealmirante
Francis Hosier, un asombroso 84% del grupo expedicionario británico, murieran
de fiebre amarilla mientras navegaban por una costa plagada de mosquitos.
La expedición de 1741 dejaba en mantillas a la
de Hosier. Un total de 29.000 soldados estaban preparados para invadir
Cartagena, incluidos 3.500 infantes reclutados entre los colonos
estadounidenses que fueron
descritos (p. 238) como «todos
los bandoleros que albergaban las colonias». Vernon iba al frente de una
escuadra impresionante: 204 navíos, 130 de ellos de carga y 74 de guerra, que
en total iban equipados con unos 2.000 cañones. A bordo iban 16.000 marineros y
artilleros, y el resto infantes de marina destinados a desembarcar e invadir la
plaza. Embarcado en el buque insignia de Vernon, el HMS Princess Caroline,
iba uno de los capitanes del Regimiento de Infantería de Virginia: Lawrence
Washington.
La desproporción de fuerzas era flagrante: Cartagena
disponía únicamente de seis navíos y de unos 3.000 hombres, incluidos 500
civiles y otros 500 indios chocoés. La mayoría de los defensores españoles eran
unos soldados experimentados que habían estado acuartelados en Cartagena
durante cinco años y estaban inmunizados frente a las enfermedades tropicales
transmitidas por mosquitos.
Almirante Blas de Lezo y Olavarrieta. Foto cortesía del Museo Naval de Madrid. |
Su jefe era un militar de primera, Blas de Lezo y Olavarrieta, un veterano marino guipuzcoano. Tuerto, cojo y manco a causa de
diferentes heridas de guerra, acumulaba una larga experiencia en la Armada
española antes de ser destinado en 1739 a Cartagena de Indias. Pero, sin ser
consciente de ello, además de con sus menguadas tropas, Lezo iba a contar con
un aliado inesperado: el escuadrón Aedes (odioso en griego), los mosquitos que transmiten, entre
otras enfermedades, la fiebre amarilla, el dengue, la fiebre del Zika, la filariasis
linfática y la dirofilariasis canina. Todo un regalo.
Tres semanas después de su llegada a
Cartagena, Vernon logró su objetivo de entrar en la bahía e iniciar el asedio
de la ciudad. Tan segura le parecía la victoria, que envió una misiva a Jorge
II en la que afirmaba que para cuando recibiera la carta ya habría tomado la
plaza, lo que desató el delirio en Londres. La Casa de la Moneda acuñó una
medalla especial que nunca se puso en circulación.
Los británicos tomaron el fortín de Santa
Cruz y desde allí empezaron a cañonear la ciudad dando fuego de cobertura al
desembarco de 9.000 infantes. A los pocos días del desembarco, los mosquitos
habían matado a casi 3.500 soldados. Todos caían con los mismos síntomas. Al
principio sufrían un ataque de fiebre
hemoglubinúrica que los
mataba en cinco días por insuficiencia renal; si el paciente sobrevivía le
esperaba una agonía mayor, lo que luego se conocería como vómito negro, la última y más terrible
manifestación de la fiebre amarilla.
Cuando terminó el asedio, los cirujanos
navales británicos redactaron su informe: los mosquitos habían matado a 22.000
de los 29.000 hombres de Vernon, un asombroso 76%. Muchos de los que escaparon a
la fiebre amarilla cayeron presos de otras enfermedades mortales. Lawrence Washington
contrajo la tuberculosis que le produjo la muerte diez años después.
Al cabo de un mes, antes de retirarse a
Jamaica, Vernon, engañado por un ardid de los españoles, decidió realizar un ataque
a la desesperada. Ordenó cercar San Felipe, el baluarte en el que se habían
refugiado los españoles, y en la madrugada del 20 de abril lanzó el asalto
general. Fue una masacre.
Abatidos por la fiebre amarilla, el vómito
negro de la estación de las lluvias, el fuego español y las flechas indias, los
muertos se acumulaban. Desde los navíos, la vista del campo de batalla era
desoladora. Como escribió Smollett: «[Las tropas] contemplaban los cuerpos
desnudos de sus compañeros flotando arriba y abajo en el puerto, sirviendo de
presas a cuervos y tiburones carroñeros que los despedazaban sin parar, y
contribuían con su hedor a la gran mortandad». Cuando Vernon ordenó un nuevo
ataque estalló un motín que se saldó con cincuenta fusilados.
Finalmente, el vicealmirante dio su brazo a
torcer y el 8 de mayo los navíos británicos empezaron a abandonar la bahía de
Cartagena. Fue uno de los reveses más serios de la historia de la marina
británica. Pese a su larga hoja de servicios en la Royal Navy, el fracaso de
aquella “armada invencible” británica acabó con la carrera de Vernon.
El gran Edward "Old Grog" Vernon pasó
al desván de la historia, pero su nombre ha quedado para siempre ligado a una hermosa
mansión virginiana. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.