Sphagnum squarrosum. Foto. |
Las
mismas propiedades extraordinarias que hacen de los musgos unos "ingenieros
constructores de ecosistemas" sirvieron para curar las heridas de miles de
soldados durante la Primera Guerra Mundial.
Antes
de entrar en materia, permítanme que introduzca brevemente dos términos
técnicos. En lo que se refiere a la regulación de su contenido en agua, las plantas
pueden adscribirse a dos grandes tipos: homeohidras y poiquilohidras. Homeohidro
sirve para designar al conjunto de organismos con la capacidad de retrasar o
evitar la desecación. Las plantas más evolucionadas, con raíz tallo y hojas,
pertenecen a este tipo.
La
poiquilohidria es la condición de los organismos que carecen de un mecanismo
para regular el contenido de agua en sus tejidos y prevenir la desecación, como
ocurre, entre otros, con los musgos. En general, estos organismos no son
capaces de vivir en ausencia de agua durante mucho tiempo y se desecan
rápidamente, por lo que suelen vivir en ambientes húmedos o acuáticos. Como
tienen una gran capacidad de absorción, cuando disponen de agua se hidratan a
tope. Su capacidad de absorción es tal que se conocen casos de musgos que han
resistido 1.500 años desecados para luego
recuperarse como si tal cosa una vez hidratados. Entre los musgos, los esfagnos
(Sphagnum) son los campeones de la absorción.
La
mitad de los humedales del mundo son turberas. Su superficie es una capa de
turba, que está compuesta por material vegetal que se ha acumulado durante
miles de años sin descomponerse del todo porque el ambiente está saturado de
agua. La turba es un material orgánico, de color pardo oscuro y rico en
carbono. Está formado por una masa esponjosa y ligera en la que aún se aprecian
los componentes vegetales que la originaron.
Las
turberas se originan cuando el material orgánico depositado excede al
descompuesto en un humedal. De esta manera la laguna o pantano puede terminar
por rellenarse de material orgánico y partes considerables de la turbera
pierden contacto con el agua subterránea por lo que pasan a abastecerse
principalmente de agua de lluvia, lo que equivale a un régimen ombrotrófico
para el ecosistema. Cuando esto ocurre se ven favorecidas especies como los
musgos del género Sphagnum que sobreviven en aguas de pocos nutrientes.
Las
turberas dominadas por Sphagnum desempeñan un papel importante en el
ciclo global del carbono (C), porque que pueden almacenar el doble de carbono
que toda la biomasa de los bosques de la Tierra. Las turberas en el hemisferio
norte almacenan entre 270 y 370 Pg C (Pg, petagramo = 1015 gramos o
mil millones de toneladas) en forma de turba, lo que representa entre el 34 y
el 46% del dióxido de carbono que se conserva actualmente en la atmósfera).
Además, este ecosistema secuestra aproximadamente el 12% de las emisiones
humanas actuales.
Desesperados
por conseguir algo estéril que mantuviera las heridas desinfectadas, los
médicos militares que atendían los hospitales de campaña durante la Primera
Guerra Mundial aguzaron la creatividad. Con éxito desigual, intentaron de todo,
desde rezar a San Pantaleón, pasando por irrigar las heridas con soluciones de
cloro, hasta confeccionar apósitos impregnados con ácido carbólico,
formaldehído o cloruro de mercurio. Pero el final siempre era el mismo:
simplemente no había suficiente algodón, un producto que tenía una gran demanda
para confeccionar uniformes y para emplearlo junto con el ácido nítrico como
explosivo, el decimonónico piroxilo.
Explotación de una turbera de esfagnos para la elaboración de güisqui en Escocia. Las barras de turba se utilizan para tostar la malta. Foto. |
Un
par de escoceses, el uno cirujano y el otro botánico, dieron con la tecla:
rellenar las heridas con musgo. No eran musgos cualquiera: eran esfagnos, los formadores
de turba en climas fríos y húmedos como los de las Islas Británicas y el norte
de Alemania. Hoy en día, estas pequeñas plantas con forma de estrella son
conocidas por su uso en horticultura y biocombustible, pero también se han
usado durante al menos 1.000 años para ayudar a curar heridas.
Las
narraciones épicas gaélico-irlandesas cuentan que tras la batalla
de Clontarf del Viernes Santo de 1014, los guerreros
usaban musgo para empapar y desinfectar sus heridas. Los musgos también fueron
utilizados por los nativos norteamericanos, que los usaban a guisa de pañal
natural para acolchar las cunas de los bebés. Continuó usándose esporádicamente
durante las guerras napoleónicas y franco-prusianas, pero hasta la Primera
Guerra Mundial los médicos no se dieron cuenta de todo el potencial de estas
plantas.
Al
comienzo de la guerra, el eminente botánico Isaac Bayley Balfour y el cirujano
militar Charles Walker Cathcart identificaron las dos especies que funcionaban
mejor para detener las hemorragias y ayudar a curar las heridas: Sphagnum
papillosum y Sphagnum palustre, que abundaban en Escocia, Irlanda e
Inglaterra. Cuando ambos preparaban un artículo para la sección "Ciencia y
naturaleza" de The Scotsman en el que ponían por las nubes las
virtudes medicinales de ambos musgos, supieron que ya eran ampliamente
utilizados en Alemania. Pero a tiempos desesperados medidas desesperadas. O,
como escribieron citando a Ovidio: «Fas est et ab
hoste doceri»
(Uno debería aprender de los enemigos).
Los
experimentos de laboratorio confirmaron sus observaciones: los Sphagnum
pueden almacenar hasta veintidós veces su propio peso en líquido, el doble de la
capacidad absorbente del algodón. Esta extraordinaria capacidad esponjosa
proviene de la estructura celular de los Sphagnum. El caulidio o tallo está
formado generalmente por células epidérmicas y subepidérmicas pequeñas de
paredes gruesas, células de parénquima de paredes delgadas y células
conductoras. Las células conductoras incluyen hidroides
y leptoides, que son funcionalmente
análogos al xilema y al floema
de las plantas vasculares. Mientras que los leptoides, que son como
células de un floema primitivo, conducen metabolitos elaborados. Como sucede con
las tráqueas del xilema, los hidroides maduros están muertos y conectados por
perforaciones que permiten el paso del agua.
Los
filidios (hojas) suelen tener una capa de células de grosor, excepto las
nervaduras centrales y los márgenes, que pueden tener múltiples capas de
células diferenciadas. Las células de los filidios tienen clorocitos fotosintéticos e hialocitos
células muertas y huecas, comunicadas con el exterior mediante poros y
que presentan elaborados engrosamientos de la pared celular.
El
noventa por ciento de las células en un ejemplar de esfagno son hidroides, que parecen
células muertas, pero que en realidad están diseñadas para estar vacías y poder
llenarse con agua. Desde tiempos inmemoriales curanderos, sanadores y médicos
aprovecharon esa extraordinaria capacidad de absorción de líquidos para
absorber sangre, pus y otros fluidos corporales.
Los
Sphagnum también tienen propiedades antisépticas. Las paredes celulares
de la planta están compuestas por moléculas de polímeros especiales que crean
un halo electroquímico alrededor de todas las células y carga negativamente las
paredes celulares. Esas cargas negativas hacen que los iones de nutrientes
cargados positivamente (como el potasio, el sodio y el calcio) sean atraídos
por el esfagno. El musgo absorbe del suelo todos los nutrientes cargados positivamente
y libera iones cargados negativamente
que producen a su alrededor un medio ácido.
En
las turberas, la acidez tiene efectos limitantes notables porque solo pueden
vivir especies altamente especializadas capaces de tolerar ambientes hostiles y
faltos de nutrientes. Para los heridos, el resultado es que los vendajes de Sphagnum
producen ambientes estériles al mantener bajo el nivel de pH alrededor
de la herida, lo que inhibe el crecimiento de las bacterias.
A
medida que avanzaba la guerra, la cantidad de vendajes necesaria para atender a
los heridos se disparó; los esfagnos proporcionaron materia prima para más y
más de ellos. En 1916, la Cruz Roja Canadiense en Ontario, utilizando los
esfagnos de Columbia Británica, Nueva Escocia y otras regiones oceánicas
canadienses, suministró más de un millón de vendajes, casi dos millones de
compresas y un millón de apósitos para los soldados heridos en Europa. En 1918,
se enviaban mensualmente un millón de vendajes desde Gran Bretaña a hospitales
en Europa continental, Egipto e incluso en Mesopotamia.
Grupos
de voluntarios del Reino Unido y Norteamérica organizaban expediciones para
recolectar esfagnos destinados a satisfacer la demanda de vendajes. Los periódicos
locales anunciaban "Moss drive" y eso bastaba para que acudieran como
voluntarios mujeres de todas las edades y niños. A los voluntarios se les
enseñaba a llenar tres cuartas partes de los sacos, arrastrarlos hasta el terreno
duro más cercano y luego bailar sobre ellos para extraer el mayor porcentaje posible
de agua.
Los
esfagnos eran también muy utilizados en el lado germano. Alemania era más
activa que cualquiera de los aliados en la utilización de los esfagnos, porque las
turberas del noreste de Alemania y Baviera proporcionaban suministros
aparentemente inagotables. Los civiles e incluso prisioneros de guerra aliados eran
reclutados para recolectarlos. Cada país
tenía su propio método para fabricar los vendajes, pero todos estaban de
acuerdo en una cosa: los vendajes de musgo funcionaban. Su capacidad de absorción
era sobresaliente y no se enmohecían. Por si ello fuera poco, los esfagnos eran
un recurso renovable que crecía sin mucha dificultad.
Si es tan bueno, ¿por qué no se siguen usando vendas
de esfagno? En buena medida, debido a la inmensa cantidad de mano de obra
requerida para recolectarlos. Aunque algunos fabricantes estadounidenses experimentaron
su uso para elaborar unas compresas higiénicas llamadas Sfag-Na-Kins, abandonaron
el negocio porque no resultaba rentable. Que no lo sea es una buena noticia, porque
el valor real de estas plantas va mucho más allá de los vendajes.
Además de ser ecosistemas ricos de por sí por la presencia
de plantas carnívoras, juegan un gran papel como reguladoras del cambio
climático global. Las turberas lde Spaghnum y de otros musgos pasan
miles de años acumulando carbono en sus capas subterráneas. Si se descongelan o
se secan, el carbono se escapará a la atmósfera. Y aunque no se estén
recogiendo para vendajes, los científicos temen que la agricultura y la
industria puedan drenar los pantanos o que la turba se use como biocombustible. ©ManuelPeinado Lorca. @mpeinadolorca.