Recientemente, el ex
CEO del mayor productor de gas de lutitas (shale gas) de Estados Unidos dijo en una sala llena de asistentes a
un congreso petroquímico lo que cualquier analista financiero competente debería
haber revelado hace muchos años: en general, la industria del gas y el petróleo
de lutitas ha estado destruyendo capital desde su creación.
«El
hecho es que cada vez que meten la perforadora en el suelo, erosionan el valor
de los miles de millones de dólares que se han invertido anteriormente»,
dijo Steve Schlotterbeck, ex jefe del gigante de gas natural EQT, en un
congreso de la industria petroquímica. «Francamente, no es de extrañar que el
valor de sus acciones siga cayendo dramáticamente».
Pero, la verdadera noticia no es que la industria de gas y petróleo de lutitas
haya estado destruyendo el capital desde el principio. Lo relevante es que, una
vez liberado de las responsabilidades de su antiguo trabajo, lo ha admitido.
Schlotterbeck calcula que la industria en su conjunto ha destruido el
80 por ciento de su valor desde 2008. Resulta que la llamada revolución de las
lutitas es una revolución tanto en lo que se refiere a la estupidez de los
inversores como de la tecnología, una tecnología que parece no poder producir
beneficios reales a la industria. El ex CEO agregó que desde 2015 ha habido 172
quiebras entre las compañías de exploración y producción que participan en el
negocio de gas y petróleo de lutitas.
La verdadera relevancia de este mensaje reside tanto en donde se dijo
como en quien lo dijo. Schlotterbeck se estaba dirigiendo a los asistentes a la
Muestra y Conferencia de Petroquímica del Noreste celebrada en Pittsburgh a
mediados de junio. El rumor predominante en la conferencia era un plan para
convertir a Pensilvania y Ohio, que se están situados encima de los grandes
recursos de gas de lutitas, en un centro petroquímico y de plásticos similar al
que existe en las costas estadounidenses del Golfo.
Esa idea se basa principalmente en lo barato que resulta el gas natural
como consecuencia de la gran sobreproducción procedente de los perforadores de
esquisto. El pronóstico de Schlotterbeck, que los promotores de la petroquímica
parecían no haber tenido en cuenta, es que algún día los precios bajos tendrán
que subir sustancialmente para mantener a los perforadores a flote. Eso puede
suceder de dos maneras, explicó: autodisciplina o una nueva serie de quiebras
que reduzcan la producción eliminando empresas.
De cualquier manera, los precios subirán significativamente, derrumbando
el meme del "gas barato" que
impulsa la visión de un maravilloso país petroquímico en Pennsylvania y Ohio.
La reducción de la oferta irá de la mano de precios más altos, que generalmente
van de la mano. ¿Qué pasará entonces las enormes inversiones en refinerías
petroquímicas?
Lo mismo ocurre con la miopía de la industria eléctrica de Estados
Unidos, que sigue agregando a su producción
centrales de gas natural. No se puede argumentar que el cambio a gas natural por
carbón haya sido fundamental para reducir las emisiones de gases de efecto
invernadero en los Estados Unidos. La quema de gas natural todavía emite gases
de efecto invernadero, y la apuesta por el gas natural en la generación
eléctrica ha frenado la inversión en energías renovables que son mucho más
bajas en su huella de carbono.
Lo que probablemente sorprenderá a la industria eléctrica es lo mismo
que sorprenderá a los nuevos emprendedores petroquímicos que quieren instalarse
próximos a los yacimientos de gas natural Marcellus y Utica Shale en
Pennsylvania y Ohio: precios mucho más altos para el gas natural.
Lo cierto es que ambas unos y otros están basando su futuro en
supuestos extremadamente optimistas sobre los precios y el suministro de gas
natural. Este análisis detallado e independiente del
petróleo y el gas de lutitas basado en datos reales de los pozos explica por
qué estas suposiciones no son realistas. En resumen, lo que hacen las compañías
de exploración y producción es perforar los sitios más productivos, los "puntos dulces", para luego pasar
a lugares mucho más difíciles de explotar que exigirán muchos más recursos para
perforar y producir y, por lo tanto, requerirán precios significativamente más
altos. Todo esto podría suceder a mediados de la década de 2020.
En oposición a las proyecciones tremendamente optimistas de la Agencia
de Información Energética de Estados Unidos, que dicen que los suministros de
gas natural continuarán creciendo hasta 2040, la producción de gas natural a
partir de los pozos de gas de lutitas probablemente será para entonces solo una
fracción de lo que es hoy.
Eso traerá como consecuencia que habrá una gran cantidad de infraestructuras
petroquímicas y eléctricas, sin valor o al menos devaluadas, y muchos
inversores enfadados.
Entender que este resultado es más que probable no exige una habilidad
paranormal para observar el futuro. Tenemos las evidencias justo delante de
nosotros al ver los balances y resultados de las compañías de petróleo y gas de
lutitas americanas. Las finanzas de la industria están en ruinas sencillamente porque
no pueden ganar dinero con precios tan bajos.
De ello se deduce que no es razonable esperar que los inversores sufran
pérdidas continuas desde este momento y mediados de siglo para subsidiar a las
industrias eléctrica y petroquímica vendiéndoles gas natural barato.
Ese era el punto de vista de Schlotterbeck, que es el mismo que algunos
venimos sosteniendo desde hace años. Si la industria del fracking no da en bancarrota es sencillamente porque se mantiene en
un esquema Ponzi que el Gobierno estadounidense tolera porque a los
consumidores les viene de perillas el gas natural barato para que su dinero se
destine a otras actividades económicas y eleve el PIB
doméstico y global.
Pero es un esquema tan insostenible como era el de las hipotecas basura,
que tardó varios años en desplomarse, pero que al final se derrumbó
estrepitosamente. Al tiempo. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.