En una entrada
anterior hice un resumen de los cambios por los que ha pasado la plaza de
San Diego desde comienzos del siglo pasado, cuando carecía de arbolado, hasta la
actualidad. En este artículo ofreceré unas breves notas sobre las coníferas que
prosperan en ella desde su remodelación en 2002.
Empecemos por los
árboles. Los que crecen sobre el terreno son ocho coníferas (seis cedros y dos cipreses)
y diez tilos (una hilera alineada como una guardia inmóvil en la fachada de los
cuarteles del Príncipe y Lepanto, hoy transformados en el CRAI de la
Universidad). A estos hay que añadir el trío de madroños que crecen en otros
tantos macetones de madera que cambian de posición al abur de las necesidades
municipales. Me ocuparé en esta entrega de cedros y cipreses, que comparten
algunas características; dejaré los tilos para el artículo dedicado a la plaza
del Padre Lecanda que estoy preparando; los madroños deberán esperar a una
nueva ocasión.
Además de por otras
muchas características cuya descripción sobrepasaría el espacio necesariamente exiguo
del que dispongo para no aburrir a las ovejas, cedros (Cedrus deodara), cipreses (Cupressus
sempervirens) se distinguen fácilmente por sus hojas. Las de los cedros son
delgadas como agujas (de ahí que técnicamente se denominen hojas aciculares, de
acícula, aguja en latín); las de los
cipreses son pequeñas como escamas (escuamiformes, diría un botánico) que
cubren por completo las ramas en disposición imbricada, lo que quiere decir que
se superponen unas a otras como las tejas de un tejado o las escamas de un pez;
debido a la abundancia de glándulas resiníferas en ramillas y hojas, unas y otras
despiden un fuerte olor a resina cuando se frotan entre los dedos.
Cedros y cipreses son
coníferas, lo que quiere decir que sus órganos reproductores masculinos y
femeninos se disponen agrupadas en unas estructuras especiales con forma
alargada, los conos. Los conos masculinos llevan los sacos polínicos, que
producen millones de granos de polen (¡atención, alérgicos!) de color amarillo
dorado, en el interior de cada uno de los cuales viajan, como en una nave especial,
los gametos masculinos, a los que podría referirme como espermatozoides, pero
no lo haré porque estos, característicos del Reino Animal, son móviles y
relativamente autónomos, mientras que los de las plantas son inmóviles y han de
ser conducidos hasta los óvulos por un tubo polínico.
Cómodamente protegidos
dentro de los granos de polen, los gametos masculinos viajan impulsados por el
viento a la búsqueda de los gametos femeninos, que están situados en unos conos
formados por un eje central alrededor del cual se disponen helicoidalmente unas
hojas protectoras especiales, las brácteas. En el ángulo (axila) formado por el
eje del cono y cada una de las brácteas se sitúan los gametos femeninos, los
óvulos.
Cuando los gametos
contenidos en los granos de polen fecundan a los óvulos, tanto el eje como las
brácteas del cono femenino se endurecen y se hacen leñosos para actuar como
armaduras protectoras de las semillas en desarrollo (cada semilla es el
resultado de la fusión de un gameto masculino con otro femenino). Lo que antes
era un cono de dimensiones modestas (apenas un par de centímetros en el mejor
de los casos), una vez recrecido y endurecido tras la fecundación se transforma
en lo que conocemos como piñas, en cuyo interior, una vez desarrolladas, las
semillas reciben el nombre de piñones.
Conos femeninos (piñas) de Cedrus deodara. |
Las piñas de los cipreses son casi esféricas,
de dos a tres centímetros de diámetro, son de color verde cuando jóvenes, pero
pasan al gris marrón reluciente en la madurez, y están formadas por ocho a catorce
brácteas duras ligeramente apiculadas en el centro. Contienen de ocho a veinte
piñones, que miden entre tres y seis milímetros de longitud y tienen un ala
estrecha. Pueden mantenerse cerradas sobre el árbol varios años hasta que las
condiciones ambientales resulten favorables para la germinación.
El nombre Kedrós fue aplicado por los griegos a los leños aromáticos de fibra
recta y fina procedentes de varios géneros de coníferas, entre otras las de los
cedros. Así, las abundantes menciones bíblicas a los “kedrós” son ambiguas y
pueden referirse a varios tipos de maderas. El origen de Cupressus (ciprés) se atribuye a las palabras griegas Kyprós (Chipre) o Kyparissos,
joven pastor amante de Apolo, al que este convirtió en ciprés porque no podía
consolarlo después de haber dado muerte a su ciervo favorito. Aunque cedros y
cipreses tienen un origen diferente, comparten algunas connotaciones místicas,
religiosas y culturales en sus lugares de procedencia.
Conos femeninos (piñas) de Cupressus sempervirens. |
Cedrus deodara, que forma importantes bosques en el oeste de la cordillera
del Himalaya, se introdujo hacia 1822 en Inglaterra, desde donde, gracias a su
facilidad de cultivo, fue extendido en los mejores jardines europeos. Con
independencia de su uso en jardinería ornamental por su elegante porte llorón, este
cedro posee una excelente madera de color amarillento, dura, muy duradera por
los aceites que contiene y que desprende un agradable aroma. Se ha utilizado en
la construcción de templos, palacios y otros edificios nobles, como también para
puentes y barcos. También es apreciada en ebanistería, aunque no admite bien
las pinturas y barnices.
Bosque de Cedrus deodara en Shimla Kufri, India. Foto. |
Otros creen que el ciprés estaba consagrado
al Dios de los Muertos, porque no emite jamás brotes cuando se corta el tallo.
Es uno de los árboles más citados en la Biblia donde se dice que el Arca de
Noé estaba construida de la madera de este ciprés. También la Mitología griega
lo cita con frecuencia; la ninfa Calipso cantaba e hilaba con su rueca de oro
en medio de un bosque de cipreses poblado de pájaros en el que retenía a
Ulises. Los fenicios, los egipcios y después los griegos y los romanos
utilizaron con frecuencia el ciprés para sus construcciones, muy especialmente
para sus barcos. Con cipreses de Chipre y Fenicia estuvo hecha la flota del
Eúfrates de Alejandro Magno.
Unos de los últimos bosques naturales de Cupressus sempervirens se encuentran en Turquía. Köprülü Kanyon Milli Park, NW de Manavgat, Anatolia. Foto. |
Como habrán notado en la foto que encabeza el artículo los
buenos observadores hay otras coníferas que, de momento, prosperan en sendos
macetones situados en las ventanas del hotel El Bedel. Son unos ejemplares
enanos de biotas, Platycladus orientalis,
de las que me ocupé cuando describí las plantas del jardín
de las Bernardas. © Manuel Peinado Lorca.
@mpeinadolorca.