No deja de sorprender que una criatura sobrenatural como el vampiro
pueda ser ahuyentado con una modesta ristra de ajos. Sin embargo, este sistema
de profilaxis es casi tan antiguo como las más viejas leyendas de vampiros.
En la Edad Media no era raro que
pasaran varios días hasta que un cadáver fuese enterrado, incluso semanas si
las condiciones climáticas eran adversas o si, como consecuencia de alguna
epidemia, los cadáveres permanecían insepultos muchos meses. Los enterradores
utilizaban un collar de ajos alrededor del cuello para protegerse de los
efluvios fétidos de los cuerpos en descomposición, un hábito pragmático que
pudo ser confundido con algún tipo de práctica esotérica. El remedio se
perpetuó en la costumbre de colgar ajos en ventanas, puertas y chimeneas,
creyendo que esto ahuyentaba los espíritus pestíferos, una saga variopinta que
en Rumanía incluía a los vampiros.