En las vísperas de la conferencia
internacional sobre cambio climático que tiene lugar estos días en San
Sebastián, el Secretario de Estado de Medio Ambiente, Hugo Morán, ha
venido a recordarnos la metáfora de la rana en la olla: una rana que salta
a una olla hirviendo, tratará de salir a toda velocidad. Una rana que salta en
una olla que se va calentando poco a poco, acabará cocida. Morán recordaba
también que los jóvenes que este año alcanzan la mayoría de edad, los nacidos
en 2001, no han conocido otra normalidad que la del cambio climático.
Entre 1833 y 1836, un joven
neoyorquino pintó su visión de la evolución de la sociedad humana en la que
quizás fue la primera obra pictórica sobre la distopía que anunciaba la Revolución
Industrial. En los cinco
grandes lienzos de su Eden to Empire, Thomas Cole describió un arco trazado desde la naturaleza
virgen, a través del pastoralismo y el imperio, hasta la desolación. Era el
arquetipo del ascenso y la caída de la civilización. Nadie se acuerda hoy de
esa premonición.
Thomas Cole. The
Course of Empire: Destruction. 1836. Colección
de la Sociedad Histórica de Nueva York.
Hace treinta años, el 11 de noviembre
de 1989, The New Yorker publicó El fin
de la naturaleza, un largo artículo sobre lo que luego se llamaría el
efecto invernadero. Cuando lo leí, la ciencia del clima todavía estaba en
pañales o, quizás, aún le faltaba un hervor. Pero los datos eran convincentes y
estaban cargados de tristeza. Estábamos arrojando tanto carbono a la atmósfera
que la naturaleza ya no era algo situado más allá de nuestra influencia, y la
humanidad, con su negligente capacidad para contaminar, había llegado a afectar
a cada metro cúbico del aire que respiramos, a cada metro cuadrado de su
superficie, a cada gota de agua. Una década después, cuando comenzaron a
referirse a nuestra era como el Antropoceno, el mundo creado por el hombre, los
científicos subrayaron esa noción.
Aquel artículo, que ya nadie
recuerda, adquiere hoy plena actualidad. El mundo ya sabía de qué se estaba
hablando. En ese momento parecía probable que la sociedad evitara lo peor. En
1988, George H. W. Bush, candidato a la presidencia, prometió que combatiría
"el efecto invernadero con el efecto Casa Blanca". Y aquí estamos, tomando
plena conciencia de la imparable tendencia hacia el aumento de las temperaturas
globales que nos ponen en el camino a la perdición.
En un estudio
publicado en la revista PNAS, investigadores de la Universidad de
California Davis concluyen que los seres humanos tenemos poca memoria
climática. En promedio, basamos nuestra idea de “un clima normal” en los
sucesos climáticos que han ocurrido en los últimos años (de dos a ocho años,
según indica la investigación). Las conclusiones han alarmado a los autores,
que alertan sobre el riesgo de que normalicemos cuestiones que no podemos
permitirnos normalizar. Los datos refrendan el miedo: 2018
ha sido el quinto año más cálido desde que hay registros; los cinco años
más cálidos de la historia registrada han sido los últimos cinco, y 18 de los
19 años más cálidos se han producido desde 2001.
Los jóvenes nacidos en 2001, que
este año alcanzan la mayoría de edad, no han tenido otra normalidad que la del
cambio climático, aunque han vivido en los albores de una distopía que amenaza
con transformarse en el último cuadro de la serie de Cole o en el planeta que
retrata David Wallace-Wells en The
Uninhabitable Earth: A Story of the Future (La Tierra inhabitable: una historia del futuro), que sigue la
estela del pintor neoyorquino, actualizándola en el siglo XXI. Estamos en la
cima del arco de la historia, pasando desde el triunfo a la ruina. Wallace-Wells
habla de las catástrofes climáticas que vienen provocadas por nuestra insaciable
avaricia. Nuestros devastadores hábitos probablemente terminarán con la
historia, con la cultura y con la ética tal y como las conocemos. La capacidad
de enmienda nos rodea, pero nuestra generación y las que nos preceden se han
alejado de ella.
Miles de estudiantes belgas en la manifestación contra el cambio climático. EFE/Javier Monteagudo |
Pero las cosas comienzan a
cambiar. Formamos parte de la generación que tiene toda la información en
nuestras manos: el último informe del Panel
Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC, en su acrónimo
inglés), el mayor ejercicio de investigación sobre las consecuencias del
calentamiento global, ha explicado que el escenario más optimista –que la
temperatura del planeta aumente 1,5 grados centígrados– tiene consecuencias
fatales para la calidad de vida de millones de personas. Y que sobrepasar ese
límite y llegar a un calentamiento de dos grados tendrá efectos más graves: el
doble de sequías, el doble de olas de calor y dos veces más extinciones de
especies, entre otros. El pasado miércoles supimos que ya habíamos sobrepasado
la mitad del límite más optimista y seguimos en la misma senda.
Protesta de jóvenes frente al Congreso de los Diputados este viernes. Andrea Comas |
Los últimos
movimientos protagonizados por jóvenes estudiantes belgas y sus
incipientes repercusiones en la juventud española, que se ha sumado en Madrid a la protesta convocada dentro del movimiento internacional ecologista Fridays For Future, parecen
indicar que las nuevas generaciones no están dispuestas a aceptar las
dramáticas consecuencias del cambio climático porque comprometen su porvenir.
Por eso se han rebelado contra nuestra desmemoria y contra esta creciente
normalidad que les hemos impuesto quienes tenemos la capacidad de cambiar las
cosas. Conviene que les escuchemos y que actuemos antes de que la historia sea
implacable con nuestra generación, la última que tuvo toda la información y la
capacidad de corregir la distopía climática.
En los últimos meses, en España
–por fin– se ha abierto el debate climático, silencioso y silenciado por años. La
ciudadanía tiene ahora los datos que evidencian el problema, cuenta con
herramientas para poder afrontarlo y con cálculos robustos que avalan que
estamos ante una oportunidad de país.
No caigamos en el error de cocernos a fuego lento aceptando la catástrofe como la normalidad que dejaremos en herencia a quienes vienen detrás. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.
No caigamos en el error de cocernos a fuego lento aceptando la catástrofe como la normalidad que dejaremos en herencia a quienes vienen detrás. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.