La genética impuso sus reglas en los inicios del siglo XVIII. La
decrepitud y la falta de descendencia de dos monarcas desgraciados –Carlos II
de España y Ana de Inglaterra- puso punto y final a dos de las grandes casas
reinantes en Europa, los Austrias y los Estuardo. Ambas fueron la mejor prueba
de que las grandes dinastías están inexorablemente destinadas a la extinción
cuando la endogamia trata de corregir los designios de la historia y de
enfrentarse vanamente a los imperativos de la naturaleza.
La muerte del último Austria dio comienzo al período más turbulento del
reinado de Ana de Inglaterra (1665-1714), la Guerra de Sucesión Española
(1701-1713). La muerte de Ana puso punto y final a una dinastía escocesa, los
Estuardo, reyes de Escocia desde 1371 hasta 1603 y desde entonces del Reino
Unido hasta 1714. Ana, que asumió la triple corona en 1702, se convirtió en la
primera soberana de Gran Bretaña y en la última Estuardo.
La reina a la que le cupo enviar a la dinastía Estuardo al desván de la
historia fue una mujer desdichada, amargada e infeliz. Su infancia estuvo
marcada por las luchas religiosas entre protestantes y católicos que acabaron
por derrocar y exiliar a su padre. En su madurez de mujer casada con el
príncipe Jorge de Dinamarca, gozó de una gran felicidad doméstica, porque el
príncipe y la princesa eran de caracteres similares y preferían el retiro y la
tranquilidad a la vida mundana en la corte. Pero la desgracia se cebó con el
matrimonio: de él nacieron dieciocho hijos, de los cuales sólo uno sobrevivió
más allá de los dos años. Coronada reina, su reinado absolutista fue desde el
principio una lucha política constante entre tories y whigs, que se
complicó extraordinariamente por el cruento enfrentamiento con los Borbones
durante la Guerra de Sucesión Española.
Ana Estuardo en 1687, cuando era princesa de Dinamarca. Óleo de Willem Wissing. Dominio público. |
Ana era hija de Jacobo II, rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda desde principios
de 1685 hasta que perdió la corona en 1688. Fue el último monarca católico en
reinar sobre lo que sería el Reino Unido. Sus políticas religiosas acabarían
con su derrocamiento mediante la Revolución Gloriosa. No fue sustituido por su
hijo también católico, Jacobo Francisco, sino por su hija mayor María I y su
yerno Guillermo III, ambos protestantes, que fueron proclamados reyes conjuntos
al modo del «tanto
monta, monta tanto» de los Reyes Católicos.
Los reyes Guillermo y María no tuvieron hijos; cuando Guillermo III
murió en marzo de 1702, su cuñada Ana, la única que quedaba en la línea de
sucesión, fue coronada el 23 de abril en la abadía de Westminster. En ese
momento había estallado la Guerra de Sucesión Española, en la que se dirimía el
derecho de Felipe, nieto del rey Luis XIV de Francia, a subir al trono español.
Cuando fue coronada tenía 37 años y estaba agotada por los partos (el
primero cuando tenía 19 años, el último cuando cumplió los 35), mentalmente
debilitada por la muerte de todos sus hijos y cruelmente castigada por la gota,
por la erisipela que quemaba sus piernas, probablemente por una enfermedad
autoinmune y por algún tipo de artritis. Aquejada por un ictus cerebrovascular,
Ana murió en el palacio de Kensington el 1 de agosto de 1714. Su cuerpo estaba
tan hinchado que cuando fue enterrada en Westminster se tuvo que utilizar un féretro
dos veces más ancho de lo normal
Hasta aquí lo que sabemos fidedignamente gracias la biografía escrita por
la historiadora Anne Somerset (Queen
Anne: The Politics of Passion. Harpers 2012). Tradicionalmente representada
como una gobernante débil dominada por sus favoritas y obsesionada por el
remordimiento por haber depuesto a su padre, la Reina Ana emerge de esa
biografía como una mujer cuyo compromiso inquebrantable con el deber le
permitió superar la tragedia privada y sus dolorosas discapacidades, dirigiendo
a su reino por el camino de la grandeza.
Sarah Jennings, duquesa de Marlborough hacia 1700. Óleo de Charles Jervás. Dominio público. |
Su reinado estuvo marcado por muchos triunfos, incluida la unión con
Escocia y las gloriosas victorias en la guerra contra Francia. Sin embargo,
mientras su gran general, el duque de Marlborough, realizaba proezas de genio
militar dirigiendo las tropas inglesas en la Guerra de Sucesión, la relación de
Ana con su esposa, Sarah Jennings, una mujer ingeniosa, mordaz, astutamente
manipuladora y muy bella, se estaba volviendo cada vez más rencorosa. Las
diferencias políticas explican en parte por qué la anterior adoración de la
reina por Sarah se transformó en odio, pero la ruptura final fue provocada por
la sorprendente afirmación de Sarah de que fue el enamoramiento lésbico de la
reina con otra dama de honor, Abigail Hill, lo que destruyó su vieja amistad. En
enero de 1711, la reina había nombrado a Abigail, una antigua camarera, para
que se encargara del Monedero Privado, depositando en ella la confianza y la
intimidad que antes había puesto en la duquesa de Marlborough.
Algunas investigaciones han sugerido que el carácter dominante de Sarah
desembocó en algún tipo de romance entre ambas. A día de hoy todavía se
conservan cartas que han sido definidas como "de profundo amor" entre
la reina y su mano derecha. Pero el supuesto idilio se terminó cuando Ana se
dio cuenta de que Sarah, a pesar de los sentimientos que tenía hacia ella, la
estaba manipulando y la apartó de su corte. Para Somerset, las cartas que Ana
escribió a Sara de joven son «apasionados desahogos de devoción», que
inmediatamente te hacen pensar que tenían un romance. Pero también hay
que tener en cuenta que las mujeres de aquella época mantenían amistades
apasionadas sin matices eróticos. Somerset no duda de que su matrimonio con el
príncipe Jorge era feliz y amoroso. Sin embargo, cuando la reina comenzó a
apartarla de su lado, Sarah comenzó a difundir rumores de que Ana tenía una
relación con la mujer que la expulsó como favor real, Abigail Hill.
Ese es el turbulento contexto histórico que sirve de trampantojo a los
sucesos domésticos que sustentan La
Favorita, la película de Yorgos Lanthimos, su nueva fábula amoral sobre la
corrupción del poder y el precio del deseo articulada alrededor de un trío de
damas, la reina y dos mujeres cortesanas, y de una corte con todas las
degeneraciones del absolutismo barroco. La corte de Ana aparece poblada por
criaturas vanas con pelucas rizadas hasta el cielo y caras elaboradamente
pintadas. Sus pasatiempos incluyen chismes sexuales viciosos, carreras de pato
en interiores y arrojar fruta podrida a personas desnudas.
Hampton House, junto al río Támesis. Foto. |
La trastienda de ese puñado de arcanos históricos es la base de La Favorita, una tragicomedia salvajemente
cínica y entretenida, que debe mucho, en lo que a fotografía y traveling se refiere, al Barry Lindon del maestro Stanley Kubrick,
y en lo literario a la biografía novelada de Sara Jennings escrita por Ophelia
Field (The Favourite: Sarah, Duchess of
Marlborough. Sceptre, 2003), sin olvidar, cómo no, a la monumental hagiografía
del duque escrita por su descendiente, Winston Churchill (Marlborough: His Life and Times. RosettaBooks, 1933). ©Manuel
Peinado Lorca. @mpeinadolorca.