Flor de la almorta, Lathyrus sativus. Foto. |
Recapitulemos. En 1992, un grupo de cazadores descubrió en la taiga de
Alaska los restos de Christopher J. McCandless, alias Alexander Supertramp. Las
primeras indagaciones, presentadas por el periodista Jon Krakauer en un
artículo titulado Death of an Innocent (Muerte de un inocente) atribuyeron el
extremado grado de debilidad de McCandless al error de haber confundido la
supuestamente tóxica Hedysarum mackenzii
con la supuestamente inocua H. alpinum. Krakauer,
que había hecho algunas indagaciones, creía que las semillas de H. mackenzii eran venenosas y que el
joven virginiano había cometido un trágico error en la identificación de la
planta.
En 1996, Jon Krakauer publicó Into
the Wild, un libro en el que se retractaba de su idea inicial y creía que
era poco probable que McCandless, que llevaba consigo una reputada guía de
plantas silvestres comestibles de Alaska,
hubiera confundido las dos especies, y que, contrariamente a lo que decían los
nativos y el saber popular, las semillas del inocuo H. alpinum podrían contener un alcaloide tóxico. Envió muestras a
la Universidad de Alaska para su análisis. En 2008, el análisis bioquímico
demostró que ninguna de ambas especies contenía alcaloides tóxicos, lo que parecía
descartarlas como causa de muerte de McCandless.
Así estaban las cosas en el verano de 2013, cuando en un artículo titulado The Silent Fire (El fuego silencioso), publicado
en una web dedicada a McCandless, Ronald Hamilton abrió una nueva pista sobre su
muerte. Hamilton recordó que, durante la Segunda Guerra Mundial, en la ciudad
de Vapniarca (Ucrania) hubo un campo de concentración. En 1942, como un
experimento macabro, un oficial nazi de Vapniarca comenzó a alimentar a los
prisioneros judíos con pan hecho de semillas de almorta, Lathyrus sativus, una leguminosa común que se conoce desde la época
de Hipócrates como tóxica, especialmente entre los jóvenes.
«Rápidamente, escribió
Hamilton en El fuego silencioso, el
doctor Arthur Kessler, un médico judío recluso en el campamento se dio cuenta de
lo que esto implicaba, especialmente cuando, al cabo de unos meses, cientos de jóvenes
prisioneros comenzaron a cojear y a usar los bastones como muletas para
impulsarse. En algunos casos, los presos solo podían gatear para abrirse camino
a través del complejo [...] Una vez que los internos habían ingerido suficiente
cantidad de la planta culpable, era como si se hubiera encendido un fuego
silencioso dentro de sus cuerpos. No había vuelta atrás en ese fuego; una vez prendido,
quemaría hasta que la persona que había comido la arveja quedaba finalmente
paralizada [...] Cuanto más habían
comido, peores eran las consecuencias, pero en cualquier caso, una vez que los
efectos habían comenzado, simplemente no había manera de revertirlos [...] La enfermedad se llama, simplemente, neurolatirismo,
o más comúnmente, latirismo».
La almorta, almorta, chícharo, guija, pito o tito, una legumbre con
aspecto de garbanzo aplastado, es bien conocida en España porque con sus
semillas se elabora la harina para las gachas manchegas, que, durante la Guerra
de la Independencia, fueron uno de los alimentos básicos de la población. De
hecho, existe un grabado de Goya en su serie Desastres de la Guerra con el nombre de Gracias a la Almorta.
En España, la historia
del descubrimiento de la toxicidad de la almorta comenzó gracias a la
publicación en junio de 1941 de un artículo en
la Revista Clínica Española en el que los doctores Emilio Ley y Carlos Olivera
de la Riva relataron la existencia de una epidemia de latirismo en Cataluña. Su
aportación duplicó la estadística mundial, ya que en aquellas fechas solo
existía en la literatura médica un caso con estudio anatómico documentado en
Rusia. En el estudio epidemiológico realizado por ambos en un grupo de pacientes
afectados, entre otros síntomas, de parálisis en el tren inferior que fueron diagnosticados en primera instancia como afectados de esclerosis
múltiple, los doctores comprobaron que lo que unía a todos ellos era una dieta prácticamente
carente de proteínas y basada en la ingesta de almortas [1].
Semillas de almorta. Foto. |
La neurotoxina responsable del latirismo es un aminoácido, el ODAP (acido
s-N-oxalyl-diamino-propionico). Según el texto de Spencer & Schaumburg, Neurotoxicología
Experimental y Clínica los factores asociados con la enfermedad del
latirismo son el agotamiento, los escalofríos, la desnutrición y, a veces, la
fiebre; todos esos síntomas aparecen con mayor frecuencia en hombres jóvenes y
se ajustan exactamente a la situación de McCandless. Sendos
análisis de las semillas de H.
alpinum y H. mackenzii realizados
en la Universidad de Indiana y en unos laboratorios de Ann Arbor, demostraron que
el aminoácido causante del latirismo estaba presente en ambos y, de hecho, en
concentraciones más altas que las encontradas en las almortas.
Teniendo en cuenta que los niveles de ODAP potencialmente dañinos se
encuentran en las semillas de H. alpinum,
y dados los síntomas que McCandless describió y atribuyó a la ingesta de las mismas,
hay razones más que suficientes para creer que McCandless contrajo el latirismo
al comerlas en exceso. La ingesta de semillas no lo mató, pero lo debilitó tanto
como para que al final se sintiera «extremadamente débil», «demasiado débil
para salir», y tuviera «muchos problemas solo para mantenerme en pie». No
estaba realmente hambriento, sino que se iba paralizando lentamente.
La última foto que se tomó Alexander Supertramp. Foto. |
No fue su arrogancia lo que acabó con él, sino la ignorancia. Si la guía
de plantas comestibles que McCandless llevó con él hubiera avisado de que que
las semillas de Hedysarum alpinum
contienen una neurotoxina que puede causar parálisis, probablemente McCandless habría
salido de Alaska a finales de agosto sin mayores dificultades de las que había
tenido cuando llegó en abril, y aún estaría vivo. Si hubiera sido así, Alexander
Supertramp tendría ahora cincuenta años.
[1] Durante la Guerra Civil y el franquismo las gachas de almorta constituyeron un plato básico en la alimentación de las familias causado por la escasez y por el aislamiento internacional del Régimen. De hecho su producción y comercialización fue promovida por el franquismo. En 1944, tras ocultar los efectos tóxicos por la falta de alternativas alimenticias, se prohibió su consumo y se retiraron las existencias de harina de almorta ante la extensión de la enfermedad. La prohibición quedó plasmada en 1967, cuando se aprobó el primer código alimentario español. Hasta la fecha, a pesar que numerosos artículos de ese código han sido derogados a lo largo de los años, la prohibición para consumo humano de las semillas de almortas y sus derivados no ha sido levantada. Es decir, está prohibido venderlas para consumo humano aunque todavía continúen vendiéndose etiquetadas como “pienso”. En 2010, un comité científico español que estudió la toxicidad de Lathyrus sativus consideró que el consumo de almortas solo puede ser esporádico. De hecho, aún pueden comerse gachas de almorta en algunos restaurantes del ámbito rural español.