Hedysarum mackenzie. Ejemplar fotografiado en Idaho |
Entre los muchos exploradores que navegaron por el Ártico a la
infructuosa búsqueda del mítico paso del Noroeste estaba el
desdichado John Franklin, líder de dos expediciones por el interior y a lo
largo de la costa ártica canadiense en 1819-1822 y 1825-1827. La primera fue un
desastre: Franklin perdió a once de los veinte miembros de la partida. La
mayoría murió de hambre, pero hubo al menos un asesinato y se sospechó de algún
caso de canibalismo.
Solo un puñado de los miembros originales de aquella primera expedición
regresó. John Richardson, médico, meteorólogo, cartógrafo y el primer gran naturalista
en estudiar el Ártico norteamericano, fue uno de ellos. Su diario hizo una
contribución tan destacada a la ornitología, la ictiología, la botánica y la
geología que gran parte de la investigación moderna del Ártico se basa en sus
observaciones. Una anotación de ese diario está en el origen de la mala fama de
una planta, Hedysarum mackenziei, que
conocía de mis viajes botánicos por Alaska, con la que me tropecé días atrás
mientras veía en Netflix la película dirigida por Sean Penn Into the Wild, puesta en escena de un libro
homónimo del novelista Jon Krakauer, un superventas de 1996, publicado en
España con el título de Hacia rutas
salvajes (Ediciones B, S. A., 2008).
Autorretrato de McCandless junto al autobús que lo cobijó. Foto |
En 1992, un grupo de cazadores de alces descubrió los restos de un
hombre de 24 años en la taiga de Alaska. Su nombre, según se sabría después,
era Christopher J. McCandless, aunque en su libreta de apuntes él hubiera
anotado el alias que había elegido, Alexander Supertramp. En abril de 1992,
McCandless se adentró en las tierras salvajes de Alaska sin mapa, sin brújula
ni medios para comunicarse con el mundo exterior. Era un joven virginiano que se
había graduado con honores con una doble licenciatura (Historia y Antropología).
Cuando terminó sus estudios, abandonó su familia, lo dejó todo atrás y comenzó
una odisea de autodescubrimiento que lo llevó hasta Alaska. Cuatro meses
después, su cuerpo fue descubierto en el autobús abandonado que le servía de
refugio no muy lejos de Fairbanks. Había muerto 19 días antes, el
18 de agosto de 1992. Había perdido alrededor del 50% de su peso corporal: sus
restos pesaban poco más de treinta kilos.
En la puerta del autobús, bien visible, había dejado una nota
manuscrita (véase la figura adjunta) en una página arrancada de una novela de Nikolai Gogol:
Atención a posibles visitantes. S.O.S. Necesito ayuda. Estoy herido,
cerca de la muerte y demasiado débil para salir de aquí. Estoy solo, esto no es
una broma. En nombre de Dios, por favor quédate para salvarme. Estoy recogiendo
bayas cerca y volveré esta noche. Gracias, Chris McCandless. ¿Agosto?
Nota manuscrita dejada por Chris McCandless |
Durante las semanas que vivió en las inhóspitas tierras boreales, Chris sobrevivió
cazando un pato, un puercoespín y otros animales, y recolectando plantas. En
julio, las entradas de su diario, que parecían textos telegráficos, se volvieron
lóbregas: «Extremadamente
débil […]. Culpa de la vaina de papa. Muchos problemas solo para levantarme. Muriendo
de hambre […]. Gran peligro». Llegados esos días, estaba demasiado
débil para caminar hacia un lugar seguro, especialmente porque, con el deshielo
primaveral, el río que había cruzado fácilmente se había convertido en un torrente
furioso imposible de vadear.
Como rezan sus notas, McCandless atribuyó su debilidad a la ingesta de
la «vaina de papa».
Pero, ¿qué era eso? La papa esquimal es Hedysarum
alpinum, una leguminosa y, por tanto, un pariente de almortas, habas,
lentejas y guisantes, cuyas raíces saben a zanahoria y son una fuente
importante de alimento para los animales y también para los nativos de Alaska. Cuando
McCandless se internó allí, se pensaba que H.
alpinum no era tóxica.
En enero de 1993, Jon Krakauer escribió para la revista Outside un artículo en el que
atribuyó el mal estado de McCandless al error de haber confundido la
supuestamente tóxica Hedysarum mackenzii
con la inocua H. alpinum. Krakauer,
que había hecho algunas indagaciones, creía que las vainas de H. mackenzii eran venenosas y que el
joven virginiano había cometido un trágico error en la identificación de la
planta. ¿Por qué pensaba que las semillas de H. mackenzii eran tóxicas? Aquí entra en juego el diario de John
Richardson.
Los únicos indicios de la toxicidad de esa planta se remontan a una anotación
en el diario de Richardson durante los días en que exploraba el interior de
Alaska. Según escribió, los tubérculos de H.
mackenziei se incluyeron en un estofado que cenaron una noche; a la mañana
siguiente los miembros de la partida expedicionaria estaban tan enfermos que no pudieron avanzar.
Richardson, consumado naturalista y médico, debía estar muy seguro de lo que
decía, porque en otros episodios de su diario puede leerse que él y sus compañeros no
solo habían ingerido plantas como el té de Labrador (Ledum groenlandicum) y el arándano rojo (Vaccinium oxycoccus), ambos conocidos por ser tóxicos si se consumen
en grandes cantidades, sino, lo que es aún más inquietante, también habían consumido
líquenes, cuero, carne podrida, larvas de moscas y restos de pescado que se
habían zampado varios días después de haberlos pescado. Con semejante dieta,
uno tiene que estar muy seguro para culpar a unos simples tubérculos del
malestar de los expedicionarios. Pero bueno, Richarson era una autoridad
científica y la fama como planta tóxica de H.
mackenziei quedó consolidada.
Hedysarum alpinum. |
Sin embargo, en 1996 cuando finalmente publicó su libro, Krakauer se lo
había pensado y creía que era poco probable que McCandless, que llevaba consigo
una guía de plantas silvestres comestibles [1], hubiera confundido las dos
especies, y que, contrariamente a lo que decían los nativos y el saber popular,
las semillas del inocuo H. alpinum
podrían contener un alcaloide tóxico. Envió muestras a la Universidad de Alaska
para su análisis. En un
artículo publicado en 2008, Thomas P. Clausen, investigador de la
Universidad de Alaska, y Edward M. Treadwell, de la Universidad Illinois, informaron
que, tras un minucioso análisis químico, no habían encontrado alcaloides tóxicos
en ninguna de las dos controvertidas especies de Hedysarum.
Legumbres de Hedysarum alpinum. |
Así que la causa de la debilidad de McCandless que le llevó hasta la
muerte era un misterio. Pero, como bien se sabe en algunas regiones españolas, no
solo los alcaloides pueden resultar tóxicos. También pueden serlo algunos
aminoácidos presentes en algunas leguminosas como las almortas (Lathyrus sativus). Volveré sobre ello
recordando un cuadro de Francisco Goya “Gracias a la almorta”, que el artista
aragonés incluyó en su serie “Los desastres de la guerra”. © Manuel Peinado
Lorca. @mpeinadolorca.
[1] Tanaina Plantlore / Dena’ina K’et’una: An Ethnobotany of the Dena’ina Indians of Southcentral Alaska, de Priscilla Russell Kari. En el libro, Kari advierte explícitamente que debido a que el guisante silvestre (H. alpinum) se parece mucho a la papa silvestre (H. mackenzie), el cual «se sabe que es venenoso, se debe tener cuidado para identificarlos con precisión antes de intentar usar la papa silvestre como alimento». A continuación explica cómo distinguir una planta de otra.
[1] Tanaina Plantlore / Dena’ina K’et’una: An Ethnobotany of the Dena’ina Indians of Southcentral Alaska, de Priscilla Russell Kari. En el libro, Kari advierte explícitamente que debido a que el guisante silvestre (H. alpinum) se parece mucho a la papa silvestre (H. mackenzie), el cual «se sabe que es venenoso, se debe tener cuidado para identificarlos con precisión antes de intentar usar la papa silvestre como alimento». A continuación explica cómo distinguir una planta de otra.