John Dos Passos (1896-1970) ha ejercido una enorme influencia sobre
varias generaciones de escritores. Encuadrado dentro de la denominada
“Generación Perdida” junto a Faulkner, Fitzgerald, Hemingway o Steinbeck, su
producción, además de incontables artículos, incluye novelas, obras de teatro y
el libro de memorias Años inolvidables, que
es, en buena medida, el relato de la amistad entre Dos Passos y Hemingway y de
la relación de ambos con lo más granado de la literatura norteamericana. Su
estilo ácido, impresionista, denuncia de la hipocresía, el belicismo y el
materialismo estadounidense de entreguerras, marcó una época literaria.
Hijo de un influyente abogado de Chicago, en octubre de 1916 Dos Passos
se graduó cum laude en Harvard en
lengua y literatura europeas. Dejando al lado una prometedora carrera, recién
graduado viajó a Europa y fue conductor de ambulancias en Francia durante la
Primera Guerra Mundial. El reconocimiento de crítica y público le llegó con su
novela antibélica Tres soldados (1921)
y, sobre todo, con Manhattan Transfer (1925),
un enorme éxito que perdura hasta nuestros días. Además, publicó ensayos,
biografías y libros de viaje, como Rocinante
vuelve al camino (1922), del que ocuparé más adelante.
Como tantos otros lectores, yo llegué hasta John Dos Passos después de
leer La Colmena de Camilo José Cela,
cuyas raíces literarias anclan –según todos los críticos, aunque el Nobel
español nunca lo reconociera– en Manhattan
Transfer, en la que Dos Passos inauguró la técnica literaria del collage,
que en su momento fue un auténtico hallazgo que sigue funcionando a la
perfección. La novela, una panorámica de la vida en Nueva York entre 1890 y
1925, narra fragmentos de la vida de una amplísima galería de personajes que
tienen como denominador común el espacio y el tiempo en el que se mueven -el Manhattan
de los años veinte- así como el principal objetivo de la mayoría de ellos: la búsqueda
rápida y lo más fácil posible de obtener dinero. El hecho de que los personajes
representen las más diversas capas sociales (trabajadores portuarios, camareros
de grandes hoteles, comerciantes, prostitutas, traficantes de alcohol,
abogados, sindicalistas...) y las más alejadas procedencias (franceses,
irlandeses, caribeños, etc.) hacen de esta obra el monumental retrato de una
ciudad.
En el número 42 de la madrileña calle de San Bernardo, la cafetería Dos
Passos testimonia con su nombre la antigua cervecería del Madrid galdosiano en
la que el escritor tomaba pinchos de tortilla. Toledo, Getafe, Cuatro Caminos, la
Castellana, Cibeles, la plaza Santa Ana, el callejón del Gato, la Puerta del
Sol o Aranjuez son lugares que tuvieron hace cien años un cronista de altura
que remataba sus poemas localizando cada lugar, como certificando la realidad
tras colocar en versos lo que había observado. Esos poemas están incluidos en el
único libro de poesía de Dos Passos, A
Pushcart at the Curb (1922), del que Invierno
en Castilla (recientemente publicado en edición bilingüe por la editorial
Renacimiento) es su parte más importante. Dos Passos dedica la gran mayoría de
los poemas a retratar escenas pintorescas de sus viajes por Madrid, Castilla,
La Mancha, Andalucía, Valencia y otras zonas para confirmar que efectivamente
se encontraba en la tierra de su admirado don Quijote. En este sentido, se
podría afirmar que Dos Passos inició una suerte de viaje cervantino de
autoconocimiento por tierras de España.
En 1916, un Dos Passos de veinte años que se acababa de graduar en
Harvard, llegó a Madrid lleno de entusiasmo por sus cafés y su cultura mestiza.
En aquella primera ocasión pasó en España casi tres meses. Regresaría tres años
más tarde para quedarse ocho meses y viajar por el país escribiendo unas
estampas periodísticas en la que se acercaba a la dura realidad de una España
en la que el ochenta por ciento del país era analfabeta.
Esas estampas periodísticas, todo un preludio del “nuevo periodismo”,
constituyen el corpus de su libro de viajes Rocinante
vuelve al camino (Alfaguara, 2003), en el que aparece un Dos Passos
empático y compasivo que capta el desgarro de las gentes más humildes, sin
sentimentalismo, con la sobriedad del que mira y escribe, con mirada de pintor
acompañada de anotaciones líricas. Por su galería literaria pasan taberneros,
viajantes de comercio y arrieros junto a celebridades como Pastora Imperio,
Píos Baroja o Vicente Blasco Ibáñez. El lector podrá incluso acompañar a Dos
Passos al entierro de Galdós o asistir a una conferencia de Valle Inclán.
El viaje iniciático del escritor a nuestro país, que realizó durante
una etapa de su vida en la que atravesaba una profunda crisis con respecto a
los cambios vertiginosos que estaban experimentando los Estados Unidos y los
países europeos, fue un recorrido hacia la utopía histórica que los escritores
de la vanguardia norteamericana buscaban como inspiración literaria. Su viaje espiritual
no fue turístico ni tuvo el carácter folclórico y superficial que se aprecia en
otros escritores norteamericanos como Hemingway. Por el contrario, el viaje
cervantino de Dos Passos estaba basado en la profunda y poliédrica curiosidad
que sentía el escritor por nuestro país.
Por aquel entonces, Dos Passos ya encarnaba el mito quijotesco del
devorador de libros y era un erudito apasionado de la literatura española y, en
especial, del Quijote. Para
profundizar en lo “español” viajando por España, Dos Passos leyó a Calderón,
Lope de Vega, Manrique, Baroja, Pérez Galdós, Blasco Ibáñez y varios escritores
de la Generación del 98. Pero, sin duda, el escritor español que le inspiró más
fue Miguel de Cervantes y el Ingenioso
Hidalgo don Quijote de la Mancha,
que leyó nueve veces. Cuando concluyó la octava lectura en inglés ya se atrevió
a hacerlo en español y a elaborar un profundo estudio crítico, tal y como
atestigua la profesora Piñero, cuando cita las palabras del escritor sobre su
experiencia lectora de la novela cervantina y el profundo impacto que le
produjo el paisaje de La Mancha:
«Es
tan maravilloso y extraño a la vez, el lugar de las pasiones enloquecidas y de
la belleza patética del Caballero de la Triste Figura, el rojo, el azul y el
gris, los molinos encaramados como conejos en las colinas y los nudosos olivos
remontando las cuestas… Estoy empezando Don Quijote otra vez, esta es la novena
y en español, y la lectura es todavía más gozosa que nunca».
En 1966, cercano ya a la muerte, el viejo Dos Passos conservaba muy
pocas cosas de su juventud. Una de ellas era su puñado de recuerdos de España;
la otra, su antigua e indudable habilidad para fascinar al lector. ©
Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.