Los lobos grises mexicanos son los lobos más amenazados del mundo. En 2016, solo había 113 en Estados Unidos y unas tres docenas al sur de la frontera. Foto de Don Bartletti. |
Cuando redacto este artículo (31 de diciembre de 2018) una buena parte
de la Administración Federal estadounidense está bloqueada por la paralización
presupuestaria del gran juguete de Donald Trump: el
muro de cemento que, desde el estuario del río Tijuana hasta el río Grande
en Texas, pretende cercenar la frontera entre México y Estados Unidos. Se ha
escrito mucho sobre los problemas migratorios que el muro planeado por Trump
implica para las personas, pero poco se ha dicho sobre las desastrosas consecuencias
ecológicas que puede acarrear su construcción.
En términos biogeográficos, la frontera entre Estados Unidos y México
es una zona de ecotono, es decir, una zona de contacto entre floras y faunas
muy diferentes. Entre la costa de California en San Diego, y el Golfo de México
en Texas, confluyen ecosistemas regidos por tres de los cinco macrobioclimas
del mundo; el Mediterráneo, el Templado y el Tropical. Los ecotonos, y más aún
tan abruptos como los regidos por el clima, son zonas excepcionalmente ricas en
biodiversidad. Desde 1989, mi trabajo de campo con biólogos de uno y otro lado
de la frontera me ha familiarizado con los ecosistemas de la zona. En este
artículo comento algunos, que no todos, de los problemas ecológicos que se
derivarán de la construcción del insensato muro trumpiano.
La región fronteriza es ecológicamente rica y por eso gran parte de
ella ha sido protegida por el Gobierno federal. El límite político entre los
Estados Unidos y México se extiende a lo largo de unos 3.200 kilómetros millas
desde el Golfo de México hasta el Océano Pacífico. En su trayecto hay tres
cadenas montañosas, dos de los desiertos más grandes de Norteamérica (Sonora y
Chihuahua), enormes pastos ganaderos, un puñado de ciudades y la sección meridional
del caudaloso río Grande. Gran parte de la región nunca ha estado muy poblada
y, a lo largo de los años, varias grandes franjas de tierra han sido designadas
como áreas protegidas.
Hoy en día, hay más de 100.000 km2 de tierras públicas
protegidas por Estados Unidos situadas a menos de cien millas de la línea. Esto
incluye seis refugios de vida silvestre, seis parques nacionales y numerosas tierras
tribales, áreas silvestres y áreas de conservación, todas ellas administradas
por varias agencias federales y gobiernos tribales. En el lado mexicano, se
encuentran áreas protegidas como El Pinacate, Cabeza Prieta y el Gran Desierto de
Altar, y partes del Organ Pipe National Monument y de las Barry M. Goldwater Mountains de
Arizona.
Existe un largo debate sobre si las barreras físicas en la frontera
frenan el flujo de personas y drogas. La Patrulla Fronteriza, que respalda el
plan de Trump, dice que es una "herramienta vital". Los expertos en
migración dicen que los efectos serán más simbólicos que efectivos. Pero lo que
es innegable es que los más de mil kilómetros de muros y cercas que ya existen en
la frontera entre Estados Unidos y México ya han causado un desastre medioambiental.
Han cortado, aislado y reducido las poblaciones de algunos de los animales más
raros y sorprendentes de Norteamérica, como el mayor felino de América, el
jaguar (Panthera onca) y el ocelote (Leopardus pardalis). En el caso de El
Pinacate y Cabeza Prieta, algunas especies del desierto como un pariente del
antílope, el berrendo de Sonora (Antilocapra
americana sonoriensis), han migrado secularmente de un lado a otro. Pero en
los últimos años, la migración se ha vuelto más difícil con la construcción de
largas secciones de barreras y cercas, como se puede ver en el mapa adjunto
que, además, han provocado la creación de kilómetros de carreteras a través de zonas
vírgenes y aumentado las inundaciones, porque vallas y muros se han convertido en
represas cuando se desbordan los ríos.
Mapa del muro fronterizo entre Estados Unidos y México. Fuente. |
Cuando se dibuja la frontera de oeste a este, se pueden
observar núcleos de notable biodiversidad. En el extremo oeste se encuentra el
estuario de Tijuana, un hábitat de marismas clave para unas 400 especies de
aves migratorias. En el extremo opuesto, las aves y las mariposas se posan
durante sus migraciones en el Valle bajo del río Grande, que también es la sede
permanente para mamíferos, reptiles y anfibios, en cuyos cañones, convertidos
en enclaves de vegetación tropical, viven especies endémicas migraron desde la
costa del Golfo.
En 2011 se publicó un estudio sobre la biodiversidad animal de la
frontera. Sus autores, encabezados por el biólogo Jesse Lasky, de Penn
University, estimaron que 134 especies de mamíferos, 178 reptiles y 57 de anfibios
viven en una franja de treinta millas a uno y otro lado de la frontera. De
ellas, cincuenta especies y tres subespecies están amenazadas y protegidas por
la legislación federal de México o de Estados Unidos. Y si sobreviven es porque
instituciones públicas y grupos conservacionistas de ambos lados han trabajado
duramente para conservarlos.
Probablemente la región más impresionante desde el punto de vista
biológico en la frontera son las “Islas del Cielo”, un conjunto de enclaves de
montaña que se extienden desde Arizona y Nuevo México hasta México y albergan
una mayor biodiversidad que cualquier otro lugar de Norteamérica. La mayoría forman
parte del Coronado National Forest, el bosque nacional con mayor diversidad
ecológica de Estados Unidos. El Coronado también alberga mayor número de
especies amenazadas y en peligro de extinción que cualquier otro de los 154 bosques
nacionales estadounidenses.
Viviendo en esas Islas del Cielo se encuentran búhos manchados (Strix occidentalis), jaguares, loros de
pico grueso (Rhynchopsitta pachyrhyncha),
salamandras tigre (Ambystoma tigrinum
mavortium), ardillas rojas del monte Graham (Tamiasciurus hudsonicus grahamensis) y muchas otras especies amenazadas
que cuentan con planes específicos de protección. Como ocurre con todas las
áreas protegidas de la frontera, estas poblaciones están disminuyendo rápidamente.
El cambio climático y la urbanización son factores decisivos. Pero la mayor
amenaza de todas, según los investigadores y conservacionistas de la frontera,
son las vallas que se han construido a lo largo de la frontera en las últimas
dos décadas.
Desde 1994, el Gobierno estadounidense ha estado levantando barreras
para mantener a las personas e impedir el tráfico de drogas desde México. En el
año 2010, casi un tercio de la frontera había sido cercada con materiales de todo
tipo. Además, el Departamento de Interior ha construido cientos de kilómetros
de caminos para permitir que las patrullas fronterizas accedan a regiones
remotas, tanto cercadas como sin cercar. Todas esas infraestructuras han
cortado en pedazos una gran cantidad de tierras protegidas a lo largo de la
frontera. Y desde la aprobación de la Real ID Act de 2005, en
nombre de la seguridad nacional, el Departamento de Interior puede evitar todo
tipo de estudios de impacto ambiental.
Por eso, a diferencia de la mayoría de los proyectos de infraestructura
federal sometidas a evaluación de impacto, estas vallas y sus infraestructuras
asociadas escapan al escrutinio público.
Los expertos no pueden evaluar qué impacto pueden tener en la fauna, las
plantas y los ríos. Pero las evidencias a posteriori son alarmantes. Por
ejemplo, Lasky y sus colaboradores encontraron que el mayor riesgo se produce
cuando las vallas parten el área de distribución de una pequeña población de
una especie con un hábitat especializado, cuyos miembros quedan aislados a uno
y otro lado de la barrera artificial. En su artículo citan 45 especies y tres
subespecies a las que han afectado de esa manera las vallas actuales.
Dividir las poblaciones animales de esta manera conduce a una reducción
del flujo de genes y a la endogamia, lo que conlleva un mayor riesgo de
extinción. Los grupos conservacionistas están particularmente preocupados por
el lobo gris mexicano (Canis lupus
baileyi); en 2016, solo había 113 ejemplares en los Estados Unidos y unas
tres docenas al sur de la frontera. Un muro entre ellos podría hacer que la
recuperación de la población sea insuperable. Las cercas también pueden
restringir el acceso de los animales a las fuentes de agua, especialmente
problemáticas en el semiárido suroeste. Y pueden dificultar la adaptación de
los animales al cambio climático. A muchas especies les va mejor en el norte de
México, pero con los cambios en los patrones de precipitación, tendrían que
dispersarse a través de la frontera.
Las estructuras de las paredes también dañan a los animales e insectos
de otras maneras. Algunas secciones tienen luces que atraen y achicharran a los
polinizadores, como la mariposa monarca (Danaus
plexippus), que migran a través de la frontera. Y cuánto más alta sea la
cerca, más infranqueable será para algunos murciélagos y aves, como el búho
pigmeo Glaucidium brasilianum.
El muro propuesto por Trump podría tener un gran impacto en áreas que
permanecen vírgenes. Cerca de dos tercios, unos 2.200 km, de la frontera están
todavía sin vallar. Trump dice que, en la primera fase, pretende construir un
total de 700 a 900 millas de muro nuevo, lo que sería extremadamente difícil de
ejecutar porque las estimaciones de los costes para proteger todo el límite de
la frontera oscilan entre 21.000 y 40.000 millones de dólares, por lo que las 700
millas costarían al menos 12.000 millones.
Cuando pongo punto y final a este artículo, las agencias de noticias publican las palabras de John Kelly, el recién dimitido jefe de gabinete de
Trump: «La idea del muro se abandonó hace tiempo». Ojalá. ©Manuel Peinado
Lorca. @mpeinadolorca.