El Dr. Frank Mitloehner, profesor en la Universidad de California,
Davis, publicó en 2016 un libro blanco titulado Livestock’s Contributions to
Climate Change: Facts and Fiction (Contribuciones
del ganado al cambio climático: hechos y ficción), al que dos años después
El PAÍS de anteayer, sin que sepamos por qué, le
ha dado una especial relevancia muy en la línea del tartufismo del
diario en lo que se refiere a cuidar el huerto de sus anunciantes. El
tema de la contribución del ganado al cambio climático es algo que me preocupa
y he tomado posición al respecto en alguna ocasión (1,
2)
Lejos de mí la intención de criticar a una universidad en la que tengo
buenos amigos, pero conviene empezar diciendo que Davis es un excelente campus especializado en temas de agricultura y
ganadería que está situado en pleno valle del río Sacramento, una de las
regiones agropecuarias más importantes del mundo. El campus se inició como una
extensión de la Universidad de California (Berkeley) especializada para temas
de agricultura. Desde su fundación, la universidad ha participado en gran parte
del desarrollo agropecuario de California, uno de los sectores más importantes
del estado y una de las regiones agrarias más importantes de Estados Unidos gracias
a su investigación en semillas, fertilizantes, mejora animal, veterinaria y
formación técnica para agricultores.
El entorno social de Davis es, pues, típicamente agropecuario y, como
no podía ser menos, se preocupa por su entorno y por sus intereses sectoriales,
y más aún si se tiene en cuenta que sus programas de investigación mantienen
estrechos vínculos con asociaciones del sector, entre otras con la poderosa
AFIA, que aglutina las principales industrias manufactureras de productos ganaderos
y agrícolas de Estados Unidos. No puede, pues, sorprender que la AFIA se pronunciara
totalmente a favor del libro del doctor Mitloehner, cuyo contenido, si algo
favorece, son los intereses de sus asociados. Si uno no puede esperar que los
matadores de toros se opongan a la Fiesta Nacional, ni que las facultades de
Veterinaria digan una sola palabra crítica sobre la lidia de toros bravos,
tampoco debería esperar que la Universidad de California, Davis, tire piedras
contra su propio tejado. La historia está ahí: consulte la vinculación de algunas
universidades americanas con la industria tabaquera en algunos de estos
ejemplos de manipulación de la investigación.
Básicamente, el doctor Mitloehner usa en su libro estadísticas
incompletas sobre la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) para
minimizar los impactos ambientales de la ganadería. Afirma en su libro que la
producción ganadera es responsable del 4,2% de las emisiones de GEI de los Estados
Unidos (lo que tampoco es poco si tenemos en cuenta que estamos ante en el país
co-líder en la emisión de GEI). Aunque en el libro reconoce que los métodos de
evaluación del ciclo de vida (ACV) son la "regla de oro" para medir
con precisión las contribuciones del ganado al cambio climático, extrae
conclusiones basadas en datos que no reflejan el ciclo de vida completo de los
productos animales. Su cálculo del 4,2% no tiene en cuenta varias fuentes de
emisiones importantes. Cita
las estimaciones de la EPA (la Agencia Medioambiental de los Estados
Unidos) para la emisión derivada de la fermentación entérica y el manejo del
estiércol, pero excluye las emisiones de (1) la producción de alimentos para
animales y forrajes, incluidas las emisiones de óxido nitroso asociadas con la
aplicación de fertilizantes; (2) la deforestación y los cambios en el uso del
suelo; (3) el transporte de alimentos para animales, ganado y productos
alimenticios; y (4), las emisiones asociadas a los productos alimenticios de origen
animal.
El doctor Mitloehner confunde ¿interesadamente? las emisiones globales
de GEI con aquellas relacionadas estrictamente con las emisiones de Estados
Unidos. Por ejemplo, sostiene que quienes aseguran que las emisiones de GEI derivadas
de la ganadería estadounidense son comparables a las del transporte están
equivocados. Sin embargo, los datos que equiparan el sector ganadero y el
transporte se refieren a las emisiones mundiales son muy precisos. La estimación más reciente de la FAO
es que un 14,5% [7,1 gigatoneladas (GT)] de las emisiones mundiales de GEI son
atribuibles a la agricultura animal, mientras que un volumen ligeramente menor
(7 GT) son atribuibles al transporte
según el IPCC.
El porcentaje de emisiones de GEI de Estados Unidos atribuibles a la
agricultura animal no es comparable a las tendencias globales y no refleja la
magnitud del problema, porque las emisiones de la energía y el transporte de
ese país son excepcionalmente altas, y porque las emisiones debidas a la
deforestación para abrir las tierras al pastoreo y a la producción de cultivos
forrajeros se realizan en otros países. Mitloehner se centra en las emisiones
de GEI y discute el uso de recursos, pero no se ocupa de los otros impactos
ecológicos y de salud pública derivados de la ganadería industrial. No ofrece
dato alguno sobre el consumo del agua, la contaminación de los recursos
hídricos por la escorrentía agropecuaria, el uso masivo de insecticidas que
está acabando con la biodiversidad natural, la contaminación del aire, la
resistencia a los antibióticos, los impactos en las comunidades rurales y en los
trabajadores, y otros efectos dañinos (3, 4).
El doctor Mitloehner afirma que «Las mejoras en la eficiencia de la producción
ganadera están directamente relacionadas con las reducciones del impacto
ambiental»,
pero para sostenerlo se centra en el aumento de la eficiencia por cabeza
de ganado y no tiene en cuenta la escala de la producción animal de alimentos y
la huella ambiental total de la agricultura animal en Estados Unidos. Aunque ha
habido un progreso significativo realizado por las industrias ganaderas estadounidenses
en términos de eficiencia, el impacto general de criar cada año unos 10.000 millones
de animales destinados al consumo directo es enorme. Los beneficios de la mayor
eficiencia de cría por cabeza se compensan si la producción animal de alimentos
continúa aumentando y trae como resultado una huella ambiental total cada vez
mayor. Por lo tanto, es irreal suponer que el sector agropecuario de Estados
Unidos haya reducido su huella ambiental total porque haya reducido las
emisiones de GEI por cabeza de ganado producida.
Aunque se reconozca –como es obvio- que las reducciones urgentes y radicales
de emisiones de GEI son fundamentales en todos los sectores, incluidos el
transporte, la energía y la agricultura, no es menor cierto que si las
emisiones se reducen drásticamente en los sectores no agrícolas, pero
continúan las tendencias pronosticadas en el consumo de productos animales,
el aumento de la temperatura media mundial probablemente superará los 2 grados
centígrados. La reducción del impacto ambiental de la agricultura exigirá
drásticas disminuciones en la ingesta de carne y lácteos, particularmente en
países como Estados Unidos que tienen los niveles más altos de consumo per
cápita.
El estadounidense típico consume aproximadamente
tres veces más carne, lácteos y huevos que la media mundial, lo que
perjudica la salud humana y el medio ambiente. En comparación con la dieta
mundial promedio, la dieta estadounidense provoca casi el doble del uso de la
tierra agrícola y de las emisiones de GEI, el 80-90% de las cuales están
relacionadas con el consumo de alimentos de origen animal.
El libro critica los esfuerzos de los consumidores para reducir la
dieta de productos cárnicos, entre otras el Meatless
Monday (lunes sin carne), que anima a los ciudadanos a comprender que
las decisiones sobre su dieta afectan el medio ambiente y que deben comenzar a
reducir (que no a suprimir) la ingesta de productos animales. Si bien el
problema del cambio climático pueda parecer que sobrepasa la capacidad de cada
uno de nosotros para marcar diferencias, cambiar nuestras decisiones del día a
día, por pequeñas que sean, es una forma viable para que entre todos demos un
paso hacia la reducción de nuestra huella ambiental. Pero si nos esforzamos en
reducir las contribuciones antropogénicas al cambio climático, es preciso
también que quienes se dedican a interpretar las estimaciones de emisiones empleen
el máximo rigor y la mejor metodología disponible para evaluar los impactos
ambientales de las actividades agropecuarias. En ese sentido, el libro blanco
del doctor Mitloehner deja bastante que desear. © Manuel Peinado Lorca.
@mpeinadolorca.