El año pasado, la revista Science
publicó un
artículo en el que se recogían datos recopilados por sociedades
entomológicas alemanas y británicas que han ido censando cuidadosamente las
poblaciones de insectos en más de cien reservas naturales europeas desde la
década de 1980. Son datos muy valiosos porque los científicos profesionales
dedican la mayor parte de sus esfuerzos al seguimiento de especies “nobles”
como las abejas melíferas, las mariposas monarcas o las luciérnagas, mientras
que los miembros de estas sociedades, que son entomólogos aficionados, han
registrado todo tipo de insectos en sus ambientes naturales.
Por ejemplo, los miembros de la Sociedad Entomológica de Krefeld,
Alemania, han estado observando, censando y recolectando insectos de la zona
del Rhin y, gracias a sus corresponsales extranjeros, de todo el mundo.
Primorosamente preservados, catalogados y etiquetados, su colección entomófila
reúne más de un millón de especímenes.
A partir de 2013, las meticulosas observaciones de los miembros de la
Krefeld dieron la voz de alarma. Cuando volvieron a una localidad que habían
muestreado en 1989, notaron que sus capturas habían caído un 80%. Volvieron a
repetir los muestreos en 2014 y los datos fueron los mismos. Luego, analizando
sus registros de otras localidades, comprobaron que la tendencia del declive
era similar. Por citar un solo ejemplo, la región de Krefeld ha perdido más de
la mitad de las dos docenas de especies de abejorros que los miembros de la sociedad
habían censado a comienzos del siglo XX.
Como se puede suponer, la desaparición de insectos, además de pérdida
de biodiversidad, representa una alteración de las cadenas tróficas. Una caída
del 80% de las especies significa que un pájaro insectívoro de esa zona habrá
visto desaparecer cuatro quintas partes de su alimento en las últimas décadas. Además
de la notable disminución de la biomasa total de insectos, los datos apuntan a
pérdidas en grupos de los que no se tienen registros. Según los datos de la Krefeld,
los sírfidos, una familia de dípteros cuyos adultos tienen el aspecto de
himenópteros como las abejas y las avispas, con las que se confunden fácilmente,
y como ellas liban el néctar de las flores, muestran un declive particularmente
pronunciado. En 1989, las trampas en una reserva recogieron 17.291 sírfidos pertenecientes
a 143 especies. En 2014, en la misma reserva, encontraron sólo 2.737 individuos
de 104 especies.
Los sírfidos, a menudo confundidos con abejas o avispas, son polinizadores importantes. Sus números se han desplomado en las reservas naturales de Alemania. Foto. |
Las cosas no han ido mejor en Inglaterra. Desde 1968, los científicos
del Rothamsted Research, un centro de investigación agronómica de Harpenden, han
estado censando metódicamente diferentes lugares del sur de Inglaterra y de
Escocia. Las poblaciones
de aves insectívoras como alondras, golondrinas y vencejos muestran una
imparable tendencia negativa. Un
estudio europeo sobre determinados grupos de insectos
particularmente castigados como los ortópteros (saltamontes, grillos y
chicharras, entre otros) realizado en colaboración por la Unión Europea y la
Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), destaca que
casi un tercio de las especies de evaluadas están amenazadas y algunas en
peligro de extinción.
La masa (en gramos) de los insectos capturados en trampas de muestreo colocadas en la reserva natural Orbroicher Brunch del noroeste de Alemania ha caído un 78% en 24 años. Fuente. |
En Canadá, un grupo de científicos están desarrollando una
investigación muy original. Analizan los estratos de excrementos depositados en
chimeneas abandonadas en las que los vencejos americanos (Chaetura pelagica) han estado anidando durante décadas. Analizando
los exoesqueletos de insectos en los excrementos de las aves, los
investigadores pudieron evaluar las capturas que estos pájaros insectívoros cazan
exclusivamente en vuelo. Los estratos revelaron un cambio llamativo en las
dietas de los pájaros en los años 40, cuando se introdujo el DDT como insecticida.
Lo más notable fue la caída de
escarabajos, que, aunque repuntó ligeramente cuando se prohibió el uso del DDT,
continúa en niveles muy bajos, lo que sugiere que, a falta de voluminosos y
nutritivos escarabajos, las aves comen insectos más pequeños y obtienen menos
calorías por captura.
Investigadores del Museo de Historia Natural de la Universidad de
Copenhague publicaron en 2015 un curioso estudio. Durante 18 años habían registrado
la presencia de 1.543 especies de polillas y escarabajos y más de 250.000
individuos en el tejado del museo. Los resultados, publicados en el Journal
of Animal Ecology, sorprendieron a la comunidad científica. Según Peter
Søgaard Jørgensen, del centro de Macroecología, Evolución y Clima del museo
danés, la subida gradual de la temperatura, casi imperceptible para los
humanos, había traído nuevas especies de insectos al tejado y desplazado a
otras que eran comunes en el pasado. Puede que algunas especies estén desplazándose
al norte, buscando hábitats más frescos, pero esa no es la razón principal de
su desaparición.
Las causas del declive generalizado son múltiples. Según todos los
estudios, la transformación y destrucción de hábitats naturales son la
principal causa de esta hecatombe que nos afecta muy directamente a las personas.
Los cambios en el uso de la tierra que rodean las reservas naturales están
probablemente desempeñando un importante papel. Si transformamos todos los
hábitats seminaturales en campos de cultivo, prácticamente no habrá vida en
esos campos. A medida que los cultivos se expanden y los tradicionales setos de
deslinde desaparecen, las islas de hábitat albergan menos especies. El manejo
en las tierras ganaderas favorece las gramíneas y otras especies forrajeras en
detrimento de las flores silvestres en las que liban muchos insectos.
Otro
estudio, publicado también en Science,
muestra el efecto que ocasionan determinados insecticidas (neonicotinoides)
sobre las poblaciones de abejas, responsables de la polinización de numerosas
plantas, incluidas el 30% de las que nos sirven de alimento. En general, según
la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura
(FAO), alrededor del 84% de
los cultivos para el consumo humano necesitan a las abejas o a otros
insectos para polinizarlos y aumentar su rendimiento y calidad.
La avispa parásita Nassenia vitripennis. Foto. |
Introducidos en la década de 1980, los neonicotinoides son ahora los
insecticidas más utilizados del mundo. Estos insecticidas son solubles en agua
y no actúan solamente en los campos de cultivo. En un
artículo publicado en 2015, Goulson y colegas informaron que el
néctar y el polen de flores silvestres que crecen cerca de los campos tratados
pueden tener concentraciones más altas de neonicotinoides que las plantas de
cultivo. Aunque los estudios iniciales no demostraron con absoluta certeza que
los niveles permitidos de esos compuestos mataban directamente a las abejas, sí
demostraron que afectaban a sus habilidades para navegar y comunicarse. Los
investigadores encontraron efectos similares en abejas solitarias y abejorros
silvestres. Se sabe poco acerca de cómo esas sustancias químicas afectan a
otros insectos, pero una investigación
realizada con la avispa Nasonia
vitripennis demostró que su exposición a tan solo un nanogramo de
un neonicotinoide redujo las tasas de apareamiento en más de la mitad y disminuyó
la capacidad de las hembras para encontrar huéspedes en los que poner los
huevos.
Pero quizás no haga falta ni leer sesudos artículos científicos, revisar estadísticas prolijas o hacer meticulosas observaciones de campo. Basta con echar la vista un poco atrás. Después de un viaje en automóvil hace unos pocos años, ¿cuántos insectos morían aplastados contra el parabrisas? Y ahora, ¿cuántos encuentra? Muchos menos, si es que encuentra alguno ¿verdad? Por eso, los entomólogos llaman a la cada vez más acusada desaparición de numerosas especies de insectos el “efecto parabrisas”. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.