Mientras que el estéril debate político
español se pierde en una peligrosa e inane guerra de banderas agitada por nacionalistas de una u otra laya y en la insoportable letanía de la
“unidad de España”, el mundo se desintegra consumido por el
calentamiento global. Sorprende que el cambio climático no forme parte del
debate público en España en los términos que se merece, o que los grandes medios
de comunicación no abran sus portadas con una cuestión tan transcendental y lo
hagan con la habitual inanidad de lo superfluo, dejando de lado lo que
verdaderamente puede cambiar nuestras vidas a peor.
Empiezo con una película. Se abre una gran brecha en la Antártida,
en Tokio graniza y caen del cielo bloques de hielo, varias tormentas y grandes
huracanes destrozan numerosas ciudades de Estados Unidos, el clima se vuelve
cada vez más violento. Todos estos fenómenos ocurren en la película El día de mañana, de Roland Emmerich. La
realidad actual no se aleja mucho de la ficción; el tiempo ha cambiado bastante
en relación a años anteriores, el cambio climático influye en la fuerza de los
huracanes que arrasan ciudades estadounidenses y hace poco se descubrió una
grieta de 257 kilómetros en la Antártida.
Sigo con una novela. La segunda guerra civil que estallará en
Estados Unidos será más devastadora que la que comenzó en 1861. En ese primer
conflicto murieron más estadounidenses que en todas las guerras en las que ha
participado ese país desde entonces. Pero la segunda guerra civil que ocurrirá
a finales de este siglo será mucho peor. La nación quedará dividida entre los
Estados rojos del sur y los azules del norte. El cambio climático habrá
alterado drásticamente fronteras y formas de vida. Florida, por ejemplo, ya no existirá
y más bien se podrá navegar por lo que para entonces se llamará el mar de la
Florida. Un ataque terrorista esparcirá un nuevo agente biológico que
desencadena una pandemia que durará una década y acabará con la vida de más de
110 millones de personas.
Estos no son los pronósticos de un futurólogo, sino los de la
inquietante novela American War
(Deckle Edge, 2017) opera prima del periodista Omar el Akkad, que se incorpora,
con todo merecimiento, al género de narraciones de historias que ocurren en un
futuro espantoso y que proliferaron tras la Segunda Guerra Mundial, momento en
que la explosión demográfica se perfiló junto con el holocausto nuclear como la
gran amenaza global y la literatura comenzó a reflejar una preocupación
estrechamente relacionada con el miedo a la extensión del movimiento
revolucionario en el Tercer Mundo.
Muchas obras literarias que surgieron entonces adoptaron la forma
de distopías, el subgénero literario que fabula una sociedad inexistente desbordada por su crecimiento, caracterizada por su
valor negativo, que representa lo indeseable y que muy frecuentemente denuncia
tendencias que permanecen larvadas en nuestra sociedad. El propósito implícito
de muchas novelas distópicas es ilustrar el mundo de hoy a través de la
descripción del futuro. En tiempos en que los desastres naturales se repiten
cada vez más hasta oscurecer el horizonte, la reflexión a la que nos invita la
distopía -la utopía desencantada- se presenta como un planteamiento
imprescindible para recuperar el principio de la esperanza.
La guerra americana del libro de Omar el Akkad ocurre entre 2074 y
2095 y aunque el desencadenante más inmediato es el asesinato del presidente de
Estados Unidos a manos de un terrorista suicida, el contexto que la sostiene es
una sociedad profundamente dividida en sus valores, estilos de vida y
preferencias políticas. Esta extrema polarización se desborda a raíz de la
promulgación de una ley que prohíbe el uso de combustibles fósiles en todo el
país. Inmediatamente varios estados sureños rechazan la ley y declaran su
independencia, comenzando así la segunda guerra civil.
Pero quizás el mayor logro de esta novela es que nos hace sentir
que situaciones extremas que ahora nos parecen inverosímiles quizás no sean tan
improbables y remotas como creemos. Y no lo son porque, si nos atenemos a lo
que está sucediendo, los datos apuntan a que estamos viviendo el prólogo de una
distopía hecha realidad, de una distopía anunciada una vez más, y ahora con
datos cada vez más precisos, en el nuevo y alarmante (que no
alarmista) informe del Panel
Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), cuyos datos anuncian
cambios geopolíticos transcendentales, el agravamiento de las relaciones
internaciones y la aparición de conflictos bélicos causados por la carencia de
recursos básicos como el agua, el aire limpio o el suelo fértil.
El
resumen ejecutivo para responsables políticos son tan solo 33 páginas y merece
mucho la pena leerlo. Es la más preocupante llamada de atención sobre el
catastrófico proceso de destrucción del planeta que el hombre está
implacablemente llevando a cabo mientras que florecen los negacionistas como
Trump y un preocupante porcentaje de la sociedad le quita importancia, lo
considera alarmismo, y piensan que no es necesario hacer nada ni cambiar su
estilo de vida para evitarlo.
En su último informe, el IPCC explica que el escenario más
optimista –que la temperatura del planeta aumente 1,5 grados centígrados–
tendrá consecuencias fatales para la calidad de vida de millones de personas. Y
que sobrepasar ese límite y llegar a un calentamiento de dos grados, un escenario
que lamentablemente no podemos obviar, tendrá efectos más graves: el doble de
sequías, el doble de olas de calor y dos veces más extinciones de especies,
entre otros.
Tenemos la tecnología suficiente para poder detener el
calentamiento global, y el único problema que verdaderamente nos acucia es su
velocidad de adopción, acelerar unos procesos lastrados por millones de
personas que creen estar “en su derecho” de abocar al planeta a una catástrofe.
No hablamos de un problema de desarrollo tecnológico, hablamos de un problema
de falta de concienciación y adopción de tecnologías que ya existen.
Como recordaba en un iluminador artículo la ministra para la Transición Ecológica Teresa Ribera, constituida en la “gran esperanza verde española”, formamos parte de la generación que tiene toda la información. Hoy, gracias al IPCC, tenemos más información. La evidencia científica confirma nuestros peores temores sobre el impacto físico a que nos enfrentamos. Cada vez resulta más evidente que el cambio global tiene consecuencias que afectan a las cuestiones capitales de seguridad: inundaciones, enfermedades y hambrunas que ocasionan migraciones a una escala sin precedentes en zonas sometidas ya a gran tensión; sequías y pérdida de cosechas que llevan a una competición más intensa por los alimentos, el agua y la energía en regiones en las que los recursos ya están explotados hasta el límite; y un descalabro económico a escala no vista desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
No se trata simplemente de la seguridad nacional sino de la seguridad colectiva en un mundo frágil y cada vez más interdependiente, de una sociedad que, de no enmendarse, tendrá que ver un incremento desorbitado de los impuestos a los combustibles fósiles para provocar desincentivos y cambios sin precedentes en los hábitos energéticos, exigencias drásticas de los consumidores a las empresas para que conviertan sus procesos en neutrales en términos de emisiones, y cambios de hábitos de todo tipo que demuestren que adquirimos conciencia de lo que está pasando. La humanidad se enfrenta a su mayor desafío, a uno que podría llevarla, si no lo supera, a un escenario de migraciones globales y catástrofes medioambientales imposibles de superar, y está muy lejos de entenderlo.
Y termino como empecé, con otra novela. O tomamos conciencia ambiental y nos comprometemos, o estamos condenados a vivir las Últimas tardes con Teresa. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.
Y termino como empecé, con otra novela. O tomamos conciencia ambiental y nos comprometemos, o estamos condenados a vivir las Últimas tardes con Teresa. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.