Hoy, 16 de octubre, se cumplen 50 años de un saludo puño en alto que estremeció al mundo.
Yo también, canto a América. / Yo soy el hermano de piel oscura. / Me mandan a comer a la cocina / cuando vienen las visitas, / pero yo me río, / y como bien, / y crezco fuerte. / Mañana, / comeré en la mesa / cuando las visitas lleguen. / Entonces, / nadie se atreverá / a decirme, / “Come en la cocina”. / Además, / verán lo bello que soy / y sentirán vergüenza. / Yo, también, soy América.
Yo también, canto a América. / Yo soy el hermano de piel oscura. / Me mandan a comer a la cocina / cuando vienen las visitas, / pero yo me río, / y como bien, / y crezco fuerte. / Mañana, / comeré en la mesa / cuando las visitas lleguen. / Entonces, / nadie se atreverá / a decirme, / “Come en la cocina”. / Además, / verán lo bello que soy / y sentirán vergüenza. / Yo, también, soy América.
Langston
Hughes, I, too, sing America (1925)
Los atletas Tommie Smith, centro, y John Carlos, derecha, levantan sus puños durante la ceremonia de entrega de medallas en la Olimpiada de México, 1968. Foto AP. |
La inauguración de la cita olímpica más fascinante. México 68 construyó en dos semanas un relato deportivo y político sin apenas rival en la historia, en el que tuvo un papel especial el papel del atleta en la sociedad, representado en el podio por los velocistas Tommie Smith y John Carlos: puño en alto, guantes negros y cabeza humillada durante la escucha del himno de Estados Unidos. Hace también medio siglo desde que comenzó a gestarse una alianza inédita: los Panteras Negras y los Young Patriots. Una extraña fusión de puños de cuero negro y casacas con la bandera confederada.
Después de años sin pasar por Washington, en la obligada visita al
National Mall me sorprende un edificio oscuro situado justo enfrente del enorme
complejo de la Environmental Protection Agency. Es el Museo Nacional de
Historia y Cultura Afroamericana, inaugurado por Obama en 2016. Encaramado en
un promontorio que hace de otero, el último museo en sumarse al Mall, enclave
de una veintena de museos dedicados a la historia del país, permite ver tres
manzanas más allá, en el 1600 de Penn Avenue, la residencia construida por
esclavos negros durante la presidencia de John Adams. El museo viene a recordarme
que estoy en un país fundado en el ideal de la libertad pero que mantuvo a
millones de personas encadenadas, y que los afroamericanos, como recordaba el
poema de Langston Hughes, son también América y han pasado desde los grilletes a
la estación más importante de su camino hacia la libertad: la Casa Blanca de Barack
Obama.
Jueves 22 de junio. Pese a ser un día laborable, una enorme fila de
afroamericanos va penetrando lentamente en el museo. Diez mil visitantes cada
día. En su mayoría son los descendientes de hombres y mujeres que, día tras
día, año tras año, eran arrancados de sus parejas, de sus hijos, esposados y
atados, vendidos y comprados o subastados como ganado aquí mismo, en el Mall,
sobre una tierra gastada por la tragedia de miles de pies descalzos. El museo
es, por eso, una institución cuyos más de 4.000 expositores están en buena
parte dedicados al dolor, la esperanza, la humillación y los triunfos de
millones de estadounidenses de origen afroamericano que llevan en sus vidas un
pedazo del recorrido desde la esclavitud hasta la igualdad.
La bandera sureña y los brazos negro y blanco entrecruzados, símbolo de la alianza entre los Jóvenes Patriotas y los Panteras Negras. |
En una sala, me voy más de medio siglo atrás, a 1967, en plena génesis
del movimiento de los Panteras Negras que tuvo su apogeo en la Olimpiada de
México de 1968. Un año después, con Huey P. Newton ya investido como líder de
los Panteras Negras, en medio de un clima de levantamiento armado, se dio un
paso adelante en la unión con otras organizaciones, con el objetivo último de
crear un Frente Antifascista, una Alianza Revolucionaria Nacional que se
enfrentase al poder blanco. Fue el origen de la Rainbow Coalition.
Fue toda una sorpresa asistir a la alianza de los Panteras con un extraño
grupo de jóvenes blancos engominados que respondía al nombre de Young Patriots,
cuyos miembros tenían todo el aspecto de hillbillies,
greasers y rednecks
revolucionarios que soñaban con levantar en Chicago una comunidad utópica
llamada Hank Williams Village. Originaria del Uptown de Chicago, la
organización fue diseñada para apoyar a los jóvenes emigrantes blancos de la
región de los Apalaches, pero estaba abierta a todas las razas. Los jóvenes
patriotas escuchaban country, amaban
las motos y las armas, llevaban una bandera confederada rebelde en sus
chaquetas y boinas de jean azul, y participaron
en manifestaciones contra la brutalidad policial y el racismo. Atendían a
desempleados, hombres y mujeres que vivían en la extrema pobreza, represaliados
por la violencia policial. Formaban piquetes, montaban pequeños comedores para
la comunidad. Hablaban de responder a los ataques de la policía y también de
una revolución que parecía inminente.
Desde siempre, en los barrios pobres en los que vivían ondeaba la
bandera de la Confederación. Los Jóvenes Patriotas no la veían como un símbolo
racista, sino simplemente un recordatorio del lugar del que provenían. La
integración de la bandera sureña en su discurso revolucionario fue algo natural
y, posteriormente, aceptado sin problemas por los militantes negros. Como los
Panteras, esos blancos sentían una ancestral desconfianza hacia el Gobierno que
hizo las delicias de Jim Goad, autor del Manifiesto
Redneck, y del cantante country punk Hank Williams III.
Portada del primer número de Rising Up Angry. |
Casi no había diferencias entre los panteras y los hillbillies revolucionarios, pero mientras aquellos sentían el
desarraigo del Continente Negro, estos tomaban sus referencias de su propia
cultura conservadora, sureña y country. Los engominados blancos, los greasers,
vivían en el Uptown de Chicago, el remolino de pobreza blanca más congestionado
de todo el país, un barrio obrero "con casas cochambrosas, drogas, decenas
de pandillas, desempleo y montones de basura en cualquier lugar", como se
describe en el prólogo de Sucios,
grasientos, rebeldes. Una revolución greaser (La Felguera, 2018) en el que
se recopilan algunos de los artículos de Rising
up Angry, el periódico que durante siete años fue la voz de los greasers y de
muchas de las bandas de Chicago.
Rainbow Coalition. Jóvenes Patriotas junto a militantes negros y puertorriqueños. |
Allí se instalaron miles de emigrados de la América profunda, que, con
el tiempo, se organizaron para combatir el acoso policial y urbanístico, y
exigir de las autoridades mejor acceso a los servicios sociales. Cuando el
Ayuntamiento intentó desalojar a los residentes de ese barrio, crearon la
Uptown Area People’s Planning Coalition, cuya finalidad última era levantar en
ese mismo lugar una urbanización proletaria autogestionada que llamaron Hank Williams Village en honor al
cantante country que todos veneraban.
Los Young Patriots se hicieron con los terrenos, los ocuparon y realizaron en
ellos toda clase de actividades. Pero la utopía redneck no prosperó.
Para entonces ya se había tendido un puente ideológico y táctico con
los rebeldes negros: la cuestión no solamente era racial sino social. Estaban
siendo explotados y así seguirían salvo que el país se levantase contra los
burócratas y dirigentes, contra la auténtica basura blanca. Con Fred Hampton,
dirigente del capítulo de Illinois de los Panteras Negras, José
"Cha-Cha" Jiménez de la Young Lords Organization, y Katiri LaRouge,
del Native American Housing Committee, la Organización de los Jóvenes Patriotas
ayudó a formar la Rainbow-PUSH Coalition de Martín Luther King y Jesse Jackson,
que logró lo que parecía imposible: colocar la bandera sureña junto al puño de
cuero del Black Power.
Escultura del interior del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana, representando el podio de México 68. |