El submarino de 12 remos que maravilló a los que lo vieron, y hasta a los que no lo vieron, en el Támesis, pintado por G.H. Tweedale. Royal Submarine Museum. Gosport, UK. |
Leo en la prensa la enésima publicación de los
veinte grandes inventos españoles. Como de costumbre, en la lista nunca falta
el submarino, invención que se atribuye en 1859 a Narcis Monturiol (en su
versión catalana) y en 1888 a Isaac Peral (en versión españolista). Ni uno ni
otro: el submarino moderno es un invento del siglo XIX, que adaptó una idea
surgida dos siglos antes, en 1623 cuando, según escribí en este artículo, el rey
Jacobo I, se convirtió el primer monarca en viajar en submarino. A pesar del
éxito, a la Armada aquel exótico invento le pareció una extravagancia y nunca lo
desarrolló.
Casi 200 años después, en 1813, durante la
Guerra entre Estados Unidos y Gran Bretaña, el Almirantazgo británico estaba
sorprendido: los barcos estadounidenses eran más grandes y más rápidos, estaban
mejor diseñados, contaban con más cañones y con tripulaciones más numerosas y
mejor preparadas que los ingleses. Las aplicaciones tecnológicas de la Armada
norteamericana se debían sobre todo a la pasión de Robert Fulton, el inventor
del submarino moderno.
Desde que era niño, Fulton sorprendía por sus
impresionantes dotes de dibujante que combinaba con una gran habilidad en el
diseño mecánico y la pasión científica. Su interés por la propulsión comenzó al
mismo tiempo que sus estudios de arte. En 1797 viajó a Francia
a estudiar pintura, pero más que al arte se dedicó a los barcos de vapor
siguiendo la estela del marqués Claude de Jouffroy, que había construido un
prototipo de barco de vapor en 1783. A su
lado, Fulton comenzó a experimentar con torpedos submarinos y torpedos navales.
Monumento funerario en la tumba de Robert Fulton. Cementerio de Trinity Church, Wall Street, Nueva York. |
En
1800 conoció a Robert Livingston, embajador de los Estados Unidos, y decidieron
construir un barco de vapor para probarlo en el Sena. El 9 de agosto de 1803 el
barco navegó contra corriente bajo la atónita mirada de miles de parisinos
asombrados. Su fama como inventor llegó hasta Napoleón, quien, por razones
obvias, estaba muy interesado en las nuevas tecnologías bélicas. Fulton no se recató en expresar su odio hacia la Marina británica,
a la que consideraba no sólo enemiga de la independencia norteamericana sino
también de la libertad de los mares, que eran para él la vía fundamental hacia
el progreso humano. Napoleón no pudo resistirse y le encargó un submarino para hacerle
la pascua a los británicos.
El Nautilus, el submarino de tres
tripulantes que construyó Fulton, podía sumergirse ocho metros y estaba
equipado con minas y torpedos primitivos. Los franceses prometieron pagarle
cuatrocientos mil francos si lograba hundir una fragata británica, pero,
metidos en faena, el submarino falló y los franceses perdieron todo interés.
Fue entonces cuando Fulton, al que ya le interesaban más los negocios que los
principios, viajó a Londres para intentar venderle submarinos al Almirantazgo
británico, con la promesa de que destrozarían la flota francesa. Los británicos
mostraron interés y probaron el invento.
De hecho, uno de los torpedos de
Fulton logró hundir un pequeño carguero francés, que zozobró con su tripulación
estupefacta porque desconocía desde dónde les habían cañoneado. Cuando la batalla
de Trafalgar puso fin a la amenaza naval francesa, el Almirantazgo inglés dejó
de interesarse por Fulton no sin antes constituir la correspondiente comisión
formada por marinos, ingenieros y hombres sabios que, después
de varias sesiones de sesuda deliberación, dictaminaron que el proyecto era
impracticable.
La Guerra de Secesión, además de significar
un esfuerzo bélico sin precedentes en la historia (Lincoln levantó un ejército cuyos
efectivos no se igualarían hasta la I Guerra Mundial), supuso también un hito
en lo que se refiere a la invención y fabricación en masa de artefactos
bélicos. Fue una época para que inventores e iluminados más o menos
afortunados, vendieran sus inventos a uno u otro bando. Un abogado y plantador
mecánico, Horacio Lawson Hunley, recuperó las ideas de Fulton e hizo que la
Confederación impulsara la fabricación del que, bautizado en su honor, sería el
primer sumergible con los que contó la escuálida Armada de la Confederación
durante la guerra de Secesión.
Planos del H. L. Huntley. Fuente. |
El submarino confederado H. L. Hunley era una salchicha metálica a prueba de balas con unos
12 metros de eslora y propulsada a través del agua por siete valientes con un
solo tornillo gigante. La Figura 1 es más ilustrativa que mi descripción, pero
hay que reconocer que aquel artefacto era algo muy elemental. Si miran en el
interior de un coche de pedales se harán una cabal idea del mecanismo motor de
ese ingenio bélico. A modo de cigüeñal, un eje pedalier impulsado a brazo por
los siete tripulantes sentados movía una hélice trasera de piñón fijo. Si
impulsaban el eje pedalier hacia delante, la nave avanzaba; si los hacían al
revés, retrocedía. Ni que decir tiene que en ambos casos a paso de tortuga.
Dibujo en sepia del H. L. Hunley. Fuente |
Tampoco necesitaba mucho más, porque la
intrépida nave no estaba diseñada para navegar en alta mar ni cosa por el
estilo. Se destinó con el objetivo de atacar a los buques del Norte fondeados
para bloquear los puertos del Sur. Su armamento era acorde con su elemental
motor. El sumergible tenía lo que dio en llamarse torpedo de pértiga o de
botalón, que no era otra cosa que una larga pértiga (de unos cinco metros)
atada en la proa en cuyo extremo había una carga explosiva. Para hacer el
ataque, el submarino se tenía que acercar al buque objetivo, colocarle el
explosivo, alejarse y entonces detonarlo para hundir al buque enemigo. Este
tipo de ataques eran muy difíciles de manejar y los submarinos no tenían más
suministro de aire que el contenido en el compartimento principal, lo que
dificultaba la posibilidad de adornarse con maniobras extra.
No era, es justo decirlo, el lugar más seguro
para pasar la Guerra Civil. Durante la breve carrera del Hunley, entre julio de 1863 y febrero de 1864, el submarino se
hundió tres veces, lo que llevó a la muerte a todos sus tripulantes. El 17 de
febrero de 1864, el Hunley hizo
historia al colocar un torpedo vivo en el casco del buque de guerra de la Unión
USS Housatonic, un navío de tres mástiles, convirtiéndose en el
primer submarino en la historia en hundir con éxito un buque de guerra enemigo.
Una arqueóloga junto al casco restaurado del Hunley. Hunley Museum, Charleston, SC. |
Desgraciadamente, el Hunley también se hundió poco después de
la batalla, lo que resultó en la muerte de sus últimos ocho tripulantes (siete impulsores
y un octavo que dirigía el barco desde un puesto de timonel a proa). El submarino no se volvió a ver hasta 1995,
cuando lo encontraron a 300 metros del lugar del hundimiento del Housatonic y a algo más de seis
kilómetros de la costa de Charleston, desde donde fue reflotado y llevado al
puerto en 2000.
En el interior estaban los restos de sus tripulantes, cada uno
sentado en su sitio,entre los que estaba su constructor, el teniente de navío
George Dixon, que hacía de timonel. Durante casi dos décadas, los restauradores
han eliminado 600 kilos de la costra de sedimentos, arena y organismos marinos
que cubrían el casco revelando la estructura original del sumergible por
primera vez desde su misteriosa desaparición.
Una hipótesis planteada en un estudio de 2017
por investigadores de la Universidad de Duke, sugería que la tripulación del Hunley murió accidentalmente con las
ondas de choque de la explosión de su torpedo. Según los investigadores,
quienes llevaron a cabo una reproducción de la explosión usando naves modelo,
las ondas de choque resultantes de la explosión del torpedo habrían sido lo
suficientemente poderosas como para reventar los vasos sanguíneos en los
pulmones y cerebros de la tripulación. Tal explosión probablemente habría
incapacitado a la tripulación, si es que no acabó con ella directamente.
Tumbas de la tripulación del Hunley, en Magnolia Cemetery, Charleston, SC. |
Puede que fuera así, porque los arqueólogos
marinos de la Universidad de Clemson en Carolina del Sur dieron a conocer una
nueva pista importante para desentrañar el enigma de Hunley. Según
un video publicado el pasado miércoles 18 de julio por el museo Hunley de
North Charleston, los investigadores han descubierto un mecanismo escondido en
la quilla de Hunley que podría haber
ayudado a la tripulación a salir a la superficie en caso de emergencia.
El
mecanismo incluía una serie de losas de metal pesado conocidas como
"bloques de quilla", que pesaban cerca de 500 kilo y se podían soltar
desde la parte inferior del submarino con el tirón de una palanca haciendo que
la nave subiera a superficie. Pero no las soltaron. Según Michael Scafuri, arqueólogo
marino de la Universidad de Clemson y autor del estudio, los bloques de la
quilla se encontraron bloqueados en su lugar y las palancas intactas. Por
alguna razón, la tripulación no intentó escapar del fondo del océano. Es más
que probable que los investigadores de Duke tuvieran razón y que la onda
expansiva de la explosión los aturdiera o los dejara en el sitio.
Hoy, los ocho miembros de la tripulación
yacen en otro sitio: el cementerio Magnolia, en Charleston, alineados según la posición que ocupaban en
la nave, pero ahora en un parterre donde nunca faltan flores, ni banderas
confederadas. ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.