sábado, 23 de junio de 2018

Crónicas de la América profunda: recordando a Billie Holiday

Número 1 de Sheridan Square, NY, en donde estuvo el Café Society.
Los edificios de la New York University rodean Washington Square, el corazón del distrito histórico de Greenwich Village, en Lower Manhattan, donde los turistas acuden atraídos por esa modesta réplica del parisino Arco del Triunfo que es el Washington Arch. Un paseo de cinco minutos en dirección oeste por la calle Cuarta te deja en el número 1 de Sheridan Square, donde entre 1938 y 1949 Barney Josephson dirigió Café Society, el primer club interracial de Estados Unidos. 

Josephson fundó el club con la intención de exhibir el talento afroamericano, como una versión estadounidense de los cabarets que había visto en Europa. Eligió el nombre para burlarse de la "beautiful people", de la alta sociedad, conocida como "café society", un término inventado por el periodista Lucius Beebe para su columna semanal en el New York Herald Tribune. Con el paso de los años, la visión y el concepto de Josephson para su club se hicieron más revolucionarios. Se negó a cumplir con las leyes de segregación que prevalecían en todo el país y allí acudía un público interracial, que era acogido con el lema «El lugar equivocado para la gente adecuada», que acabó por convertir al club en un fenómeno cultural.

Una óptica y las dependencias de un pequeño grupo de artes escénicas ocupan el espacio del cabaret en el que una noche de 1939, delante de doscientos espectadores, Billie Holiday entonó Strange Fruit, la primera canción antirracista de Estados Unidos entonada en público. Como señala Dorian Lynskey en su libro 33 revolutions per minute, no fue la primera canción protesta de la historia, pero sí la primera que hizo mella en el mundo del espectáculo. Antes de eso las piezas reivindicativas se cantaban en mítines, huelgas o fiestas sindicalistas, pero hasta entonces nunca habían entrado en el masivo escenario de la cultura popular.

Era la primavera de 1939. Una noche, Billie Holiday iba a estrenar una canción. Cuando terminaba su actuación, arrancó una melodía de trompeta seguida de un piano. No empezó a cantar hasta que no hubo pasado un minuto y diez segundos de un tema que dura solo tres minutos y cinco segundos. La intérprete cantó durante menos de dos minutos tres estrofas profundas, dolientes y sobrecogedoras: 

De los árboles del sur cuelga una fruta extraña. 
Sangre en las hojas, y sangre en la raíz. 
Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña. 
Frutas extrañas cuelgan de los álamos. 

Estampa bucólica del valiente sur. 
Los ojos saltones y la boca retorcida.
Aroma dulce y fresco de las magnolias. 
Y el repentino olor a carne quemada. 

Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos,
para que la lluvia la arrastre, para que el viento la aspire, 
para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer.
Esta es una extraña y amarga cosecha.

Primavera de 1939. Billie Holiday entona Strange Druit en el Café Society. Foto.
Nadie aplaudió. Segundos antes de terminar la canción, cuando Billie pronunciaba las últimas palabras («esta es una extraña y amarga cosecha»), las luces del Café Society se apagaron. Instantes después se encendieron, pero la cantante había desaparecido. Billie Holiday estaba vomitando en el pequeño aseo del local, sobrecogida después de su estremecedora interpretación. Los espectadores intentaban recuperar el aliento tras asistir a aquella desgarradora actuación. Fue una pieza breve, solo tres minutos que cambiaron para siempre la historia de la música comprometida. 

El poema está escrito por un blanco, Abel Meeropol, un judío que militaba en el Partido Comunista. Meeropol, que se crió en el Bronx neoyorquino, adoptó el seudónimo de Lewis Allan para publicar el poema en el periódico del sindicato de profesores de Nueva York. Se inspiró para escribir el poema en una cruda fotografía de los cuerpos de Thomas Shipp y Abram Smith, ambos negros, colgados macabramente de un árbol con la ayuda de una soga (“extraños frutos cuelgan de los álamos”). El linchamiento se produjo en una chopera del río Mississinewa a su paso por Marion, Indiana, la ciudad natal de James Dean.

Meeropol escribió una sencilla melodía para el poema. Su mujer fue la encargada de cantarla, siempre en reuniones de amigos y familiares. Hasta que un día le dieron la canción a la cantante negra Laura Duncan, que la interpretó una noche de 1938 en el Madison Square Garden. Entre el público se encontraba Robert Gordon, trabajador del Café Society, el tugurio donde Billie Holiday solía actual. Gordon le informó del descubrimiento a Barney Josephson, militante izquierdista. La conexión estaba hecha.

De algunas de las terribles manchas del racismo, el gran pecado estadounidense, se habla tan poco que parecen olvidadas. Una de ellas es la campaña de linchamientos a negros en los siglos XIX y XX. Se estima que, entre 1877 y 1950, entre el fin de la Guerra Civil y la terminación de Segunda Guerra Mundial, murieron más de 4.400 negros en “linchamientos raciales”. El objetivo de las ejecuciones era mantener el control racial de los supremacistas blancos y aterrorizar a los negros. Seis millones de afroamericanos huyeron del sur por temor a ser ejecutados.

Esta placa histórica recuerda el linchamiento de Walton; Georgia.
Nos gusta pensar en el linchamiento como una reliquia. Capturados en instantáneas sombrías y en tonos sepia, los cuerpos colgando de árboles y puentes parecen completamente premodernos, pruebas grabadas e inmóviles del odio. Pero el 25 de julio de 1946, en los albores del baby boom americano, cuando miles de negros intentaban incorporarse a la vida civil después de haber combatido en Europa, en el condado de Walton, Georgia, una muchedumbre blanca asesinó a dos jóvenes parejas negras. Puede que fuera el último linchamiento de masas de Estados Unidos, pero el legado del crimen sigue vivo. 

Vuelvo a España desde el aeropuerto de Atlanta, Georgia, donde solo trabajan negros. En Simply Books compro Fire in a Canebrake: The Last Mass Lynching in America (Fuego en el cañaveral: El último linchamiento de masas en América), de la periodista Laura Wexler, que se ocupa de ese asesinato. Wexler confiesa que esperaba resolver un caso que todavía permanece abierto, cuya brutalidad impulsó al gobierno de Truman a crear la Comisión Federal de Derechos Civiles. Pero la Georgia rural, basada en una sociología de miedo mutuo, no es muy diferente de la que se encontró el FBI en su investigación inicial hace ahora casi tres cuartos de siglo. A través de informes archivados en dependencias policiales y judiciales y de entrevistas exhaustivas, Wexler ofrece nuevas pistas sobre las historias de las víctimas y de los sospechosos del crimen. 

Pero al final, ya sea por terquedad, resignación o miedo, nadie quiere aclarar las cosas. Los más próximos a víctimas y verdugos no hablaron jamás y aunque algunos de ellos todavía viven, la verdad murió desde el día después de que aquella extraña y amarga cosecha colgara de las alamedas del Appalachee. 

Llego al aeropuerto de Barajas, donde no trabajan negros. De regreso a casa, pienso en la triste y amarga cosecha que yace en las cunetas españolas. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.