En noviembre de 2017 nos las prometíamos muy felices cuando supimos que
el agujero en la capa protectora de ozono que se forma sobre la
Antártida cada septiembre era el más pequeño visto desde 1988, según
la NASA y la NOAA. No hay mal que por bien no venga, pensamos: las
temperaturas más altas en la Antártida ese año redujeron el agujero en la capa
de ozono a mínimos.
En 1985, los científicos detectaron por primera vez el agujero en dicha
capa y se dieron cuenta de que estaba siendo causado por el cloro y el bromo liberados
por los clorofluorocarbonos (CFC), compuestos utilizados como refrigerantes. En
1987, el Protocolo de Montreal inició la eliminación de estos productos
químicos.
El Protocolo fue diseñado para proteger la capa de ozono estratosférico
mediante la reducción en la atmósfera de las sustancias que la destruyen, como
los clorofluorocarbonos (CFC). La reducción en la concentración atmosférica de
triclorofluorometano (CFC-11) era la segunda contribución más grande a la
disminución en la concentración atmosférica total de cloro que destruye la capa
de ozono. No obstante, el CFC-11 todavía contribuye con una cuarta parte de
todo el cloro que llega a la estratosfera, por lo que la recuperación de la
capa de ozono estratosférico depende de una disminución sostenida de las
concentraciones de CFC-11.
En un
artículo publicado el pasado 16 de mayo en Nature,
los investigadores demuestran que la tasa de disminución de las concentraciones
atmosféricas de CFC-11 observadas fue constante entre 2002 y 2012, para luego
disminuir aproximadamente un 50% después de 2012. La desaceleración observada
en la disminución de la concentración de CFC-11 fue simultánea en los
hemisferios norte y sur. Pero los análisis recién publicados también sugieren
un aumento en las emisiones de CFC-11 de 13 ± 5 gigagramos por año desde 2012,
a pesar de que su producción oficial es cercana a cero desde 2006. Las
simulaciones de modelos tridimensionales confirman el aumento en las emisiones
de CFC-11, pero indican que el aumento detectado puede haber sido hasta un 50% mayor
como resultado de los cambios en los procesos dinámicos estratosféricos. Por
último, concluyen los investigadores, el aumento en la emisión de CFC-11 no parece
estar relacionado con la producción pasada, lo que sugiere una nueva producción
no declarada, lo que es inconsistente con el acuerdo del Protocolo de Montreal
para eliminar la producción mundial de CFC en 2010.
De momento nadie tiene ni idea de cuál es la nueva fuente, porque no
tiene mucho sentido que alguien decida expulsar CFC otra vez habida cuenta de
que existen numerosas alternativas baratas a los CFC que funcionan igual de
bien. Como explicó el Washington Post
en un
informe detallado sobre el tema, la producción mundial de CFC ha sido
prácticamente nula desde que fueron prohibidos en el Protocolo de Montreal de
1987. En general, los CFC atmosféricos seguía disminuyendo y la capa de ozono seguía
recuperándose. Pero la nueva y desconocida fuente ha ralentizado significativamente
ese proceso y los científicos encuentran la situación completamente desconcertante.
Los CFC son moléculas formadas por átomos de carbono unidos a átomos de
cloro y flúor, elementos halógenos que hacen que la molécula sea volátil pero
particularmente poco reactiva. Los productos químicos volátiles, es decir, los
que se evaporan fácilmente, son importantes en dispositivos de formación de
espuma tales como extintores de incendios y en los que enfrían el aire, como los
frigoríficos y los aparatos de aire acondicionado.
Los refrigerantes originales eran el amoníaco o el gas butano. El primero
es muy tóxico y el segundo muy inflamable, así que cuando aparecieron los CFC parecían
una panacea. Los CFC eran especiales porque no eran inflamables ni lo
suficientemente reactivos como para ser tóxicos. La industria los usó a
destajo, hasta que se descubrió que, en la atmósfera alta, se estaban descomponiendo
liberando cloro. Todo cloro liberado estaba destrozando la capa de ozono,
rompiendo los enlaces químicos de la molécula que protege la superficie de la
Tierra de la radiación ultravioleta.
Reemplazar a los CFC fue todo un desafío. Algunas alternativas
resultaron ser demasiado reactivas, y causaban cánceres y otros problemas
médicos. No acababa de encontrarse una sola clase de moléculas que sirvieran
para cubrir todas las necesidades que cubrían los CFC. Pero con el tiempo la
situación cambió y hoy existen montones de alternativas a los CFC, de forma
similar a como antes más de un CFC.
Y, sobre todo, para lo que aquí nos trae, es que esas alternativas cumplían
su función perfectamente. Eso, junto a las penas que se imponen por el uso de
los CFC, hacen que el descubrimiento de una nueva fuente misteriosa para uno de
esos químicos, el CFC-11, sea particularmente confuso. Los dos principales usos
del CFC-11 son la fabricación de extintores y de frigoríficos, que se han
estado fabricando sin problemas usando las nuevas alternativas.
Si es así, ¿por qué alguien comenzaría a usar CFC otra vez? Esa es
una pregunta difícil de contestar. Lo inmediato es pensar en el beneficio a
corto plazo. Podría imaginarse que alguien tenía un stock importante de CFC
almacenado antes del Protocolo de Montreal, que hasta ahora no había usado. Es
factible que algún fabricante desaprensivo, una vez pasado el tiempo y
disminuida la presión de los controles, comenzara a utilizar sus existencias
para reducir precios. Esa hipótesis, que haría las delicias de algún
conspiranoico, se enfrenta con un problema de cantidad.
La gran cantidad de CFC involucrados durante varios años, unos 13
millones de kilos, representaría un arsenal tan absolutamente masivo como irrazonable,
que invita a pensar en otras fuentes. Según algunos investigadores, la fuente
más probable serían las formaciones de hielo natural. El hielo del mundo se
está derritiendo y al derretirse puede liberar químicos atrapados. Plausible,
pero resulta muy complicado explicar por qué el hielo ha atrapado
selectivamente CFC-11 y no el resto de CFC.
Eso deja la extraña posibilidad de que alguien haya vuelto a las
andadas y esté fabricando y usando CFC-11 otra vez. Esa fábrica de CFC sería
difícil de rastrear. Si dispusieran de una muestra grande y poco mezclada, los
químicos podrían analizar el CFC y encontrar en un periquete las huellas que conduzcan
a su origen. Pero con la sustancia suelta y mezclada en la atmósfera, la tarea
de tomar muestras sería extremadamente difícil de por sí.
No obstante, la habilidad de los químicos analíticos ha dado sobradas
muestras de su eficacia, así que detectar el origen parece una cuestión de
tiempo, esperemos que de poco tiempo. De momento, sin embargo, la situación es extraordinariamente
misteriosa. ©
Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.